Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 7

Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz.  El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.



¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?

Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?


Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu


SEGUNDA PARTE: JEREMY WILLIAMS

*Capítulo 7: Las Sospechas de Jo*


/¡Hola, amigos! ¿Cómo están? Soy Amy. Hace ya varios meses que Jo dejó el departamento de su amigo Anthony y se fue a vivir con los Kirke, en donde recibió el telegrama de Laurie unos días después en donde le contaba que iría a estudiar a Nueva York. ¡Hay que ver cómo se lo tomó el pobre de Anthony!/

     Para cuando Jo recibió el telegrama en donde Laurie le avisaba de su llegada para matricularse en la universidad de Nueva York, ella ya se había instalado en su sencillo y cómodo cuartito que la señora Kirke le había preparado especialmente para ella en cuanto el edificio estuvo listo para ser nuevamente habitado por sus antiguos dueños e inquilinos.

     A pesar de que asistía a los ensayos en el teatro y a las reuniones del salón de lectura, a Jo le quedaba el tiempo suficiente como para cuidar a las chiquillas de los Kirke, cosa que hacía gustosamente, y también le sobraba tiempo para escribir cuentos con la intención de publicarlos en algún diario de la ciudad, aunque Anthony se había ofrecido gustosamente a promocionarla con el editor en jefe del diario en donde él trabajaba. Su agenda era muy apretada, pero como ella era un ser de infinita energía y proyectos, no se sentía desbordada y disfrutaba a lo máximo todo lo que había logrado en tan corto tiempo. Sus sueños, largamente acariciados, habían comenzado a realizarse.

     Soñaba con el hecho de llegar a ser una verdadera actriz y escritora famosa, ganar mucho dinero y darle a su familia lo mejor que podía darles con el fruto de su trabajo. La perspectiva de viajar por todo el país o hasta por toda Europa representando su propia obra la llenaba de una euforia tal, que por varias noches no pudo conciliar el sueño pensando en todos los maravillosos lugares que podría conocer.

     Pero hasta ese día en que había recibido aquel inesperado telegrama, Jo no había sabido explicarse la infinita tristeza que había sentido en cuanto tuvo que abandonar el departamento de su amigo Anthony para ir a hospedarse con los Kirke. A pesar de que tan sólo había vivido un par de semanas en aquella sencilla habitación, le había tomado verdadero cariño a esas cuatro paredes, al vecindario y su gente y, sobre todo, a las continuas visitas de Anthony, quien siempre, a pesar de hacerla rabiar, le había brindado una amistad muy especial.

     Todavía podía recordar aquel día en que debía partir hacia su verdadera morada: tanto ella como Anthony se sentían algo tristes a pesar de que éste le había dicho que la visitaría en casa de los Kirke cada vez que él pudiera. Pero había que aceptar que no iba a ser lo mismo que estar en aquel departamento que compartieron libremente, conviviendo como amigos y hasta como hermanos, según Jo, idea que lastimaba el corazón del joven periodista, pero sabiendo éste que nada podía hacer por el momento, se esforzaba por tolerarlo.

     Poco a poco Jo se fue acostumbrando a su nueva vida a pesar de que extrañaba a su familia en NewCord y su reciente vida como inquilina en el departamento de Anthony. Como siempre estaba ocupada, la nostalgia casi no tenía cabida en ella, y en cuánto ésta ponía su cabeza sobre la almohada, se quedaba completamente dormida por el cansancio del trajín diario.

     Jo suspiró y soltó la pluma para volver a tomar el telegrama y releerlo una vez más como tantas veces lo había hecho ya. Sonrió llena de felicidad, la emocionaba la idea de volver a reunirse nuevamente con su querido amigo Laurie, porque aquello era como tener un poquito de su querida familia con ella. ¡Las cosas estupendas que harían juntos! ¡Los maravillosos sitios que visitarían! Se divertirían muchísimo en aquella joven y fabulosa ciudad.

    —Laurie, mi querido Laurie… —murmuró con lágrimas en los ojos mientras volvía a leer el telegrama—, no tenía idea de lo mucho que te extrañaba…

     ¡Lejos estaba de imaginar que él venía con la intención de declararle su amor!

     Tan ensimismada estaba con sus pensamientos, que la señora Kirke tuvo que golpear varias veces la puerta para llamar su atención.

     —¡Querida! ¡El señor Boone vino a verte! ¡Hace un rato que te está esperando!

     —¡Anthony! ¿Pero qué querrá ahora? —exclamó de mala gana y, metiendo el papelito en el bolsillo de su vestido, se dirigió rápidamente hacia la puerta y la abrió.

     —Lo siento, señora Kirke, creo que me quedé dormida —se disculpó.

     —¡Oh! No te preocupes por eso, querida —le dijo, sonriendo bondadosamente—, es algo que resulta comprensible después de todo lo que tienes que hacer durante el día: las niñas, el teatro, el salón de lectura y tus cuentos. Menos mal que viene ese muchacho a visitarte de vez en cuando para distraerte de tus labores.

     —¡Oh, señora Kirke! —la muchacha la tomó de las manos con una visible sensación de culpa—. Perdóneme usted, pero he sido demasiada ingrata a costa de su bondad. Yo había venido aquí para cuidar de sus hijas pero me he comprometido con otras cosas en las que no debería haberme comprometido... Mi prioridad deberían ser las niñas y usted me ha dado permiso para asistir a mis clases aún a costa del tiempo que le debo al cuidado de sus hijas.

     Soltó las manos de la mujer y agregó con tristeza:

     —Entenderé si usted desea que deje esos compromisos…

     —¡Oh! ¿Pero qué dices, querida? ¡Yo jamás te pediría semejante cosa! —replicó con ternura—. ¿Quién soy yo para interponerme en un camino tan maravilloso que tan afortunadamente has comenzado a recorrer? ¡Me sentiría muy orgullosa al saber que una de mis más respetables inquilinas fuera una exitosa actriz y escritora!

     —Pero…

     —Vamos, querida, no te preocupes. Tú cuidarás de las niñas todo lo que puedas, yo sabré arreglármelas. ¡Haría cualquier cosa por verte triunfar en la vida!

     —¡Oh, señora Kirke! Creo que usted exagera… —aseveró la chica exclamando una alegre carcajada mientras ponía los brazos en jarra—. En ese caso estaré más tranquila y le pondré mucho empeño a mis proyectos. ¡Ya verá cómo triunfo y hago famosa esta casa!

     —Me alegro, querida. ¿Por qué no bajas, ya? El joven Boone lleva esperándote bastante tiempo.

     —Muy bien, ahora mismo bajo.

     Y luego de abrigarse bien, cerró la puerta tras de sí y comenzó a bajar las escaleras junto con la señora Kirke. En cuanto llegaron al salón en donde recibían las visitas, encontraron a Anthony muy entretenido jugando con Kitty y Minny, las hijas de la señora Kirke, a quienes las tenía sentadas sobre sus piernas y les estaba contando una historia muy interesante y graciosa, haciéndolas reír con muchas ganas con sus graciosas gesticulaciones.

     —¡Vaya! ¿Así que el señor Anthony Boone resultó ser un auténtico bufón cuentacuentos… Eso sí que no me lo esperaba… —comentó Jo, burlonamente.

     —¡Hola, Jo! —la saludó mientras bajaba a la niñas—. La verdad es que aún hay muchas cosas que no sabes de mí. Kitty y Minny son unas niñas realmente traviesas y adorables, ¿no te parece?

     —¡Oh! ¡No diga eso, señor Boone! —replicó la señora Kirke, con las mejillas arreboladas.

     —No se abochorne usted, mi querida señora, es solamente un cumplido —le guiñó el ojo amistosamente para luego dirigir su atención hacia Jo—. ¿Y cómo se ha portado todo este tiempo esta nueva inquilina que tiene? ¡Hace tanto tiempo que no sé nada de ella! Me imagino que ha ido derrochando su arrebatadora personalidad por ahí entre sus compañeros de edificio.

     —¡Oh, Anthony! ¡Pero qué tonto eres! ¿Por qué no dejas de decir tonterías y me dices de una buena vez para qué has venido aquí? —exclamó, volviéndose a poner de muy mal humor, cruzándose de brazos y frunciendo el entrecejo.

     —Vamos, Jo, ¿es que tu buen amigo Anthony no puede venir a verte de vez en cuando? Aún se te extraña mucho por allá, ¿lo sabías? —le reveló con una sonrisa conciliadora. La señora Kirke, quien estaba muy interesada con aquella charla, no podía evitar quitarles la vista de encima.

     Acicateada por la última oración, la muchacha frunció la boca y no pudo evitar ponerse un poco colorada. Y mirándolo de soslayo, dijo:

     —Bueno…, tengo que admitir que también extraño un poco tu… departamento, pero ya estoy aquí y… y tú puedes venir a visitarme cuando quieras, Anthony… —le ofreció mientras se miraba los pies, sorprendida al darse cuenta de que casi había dicho "tu compañía".

     —En ese caso… —el periodista se volvió hacia la señora Kirke y extendió los brazos diciendo:

     —¿No tiene ningún inconveniente en que visite a la señorita March, ¿mi querida señora?

     —¡Oh! ¡Por supuesto que no, mi querido muchacho! ¡Si no fuera por ti, jamás habría conocido a una chica tan simpática como ella! —exclamó, guiñándole traviesamente un ojo, poniéndolo un poco nervioso—. ¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros? Hay estofado de conejo.

     —¿Estofado de conejo? ¡Fantástico! ¡Hace tiempo que no como un plato tan exquisito como ése! —exclamó maravillado para luego agregar un tanto avergonzado mientras se rascaba la cabeza—. Bueno, pues como siempre he vivido solo, no tengo la fortuna de comer una buena comida casera muy seguido, ¿sabe?

     —¡Oh! ¡Mi pobre muchacho! ¿Y por qué no me lo habías contado antes? Ahora que lo sé no voy a permitir que pases una sola noche sin cenar en esta casa, ¿entendido? —le recriminó con tono maternal, conmoviendo a joven periodista.

     Pero, nadie estaba más conmovido que Jo, pues la muchacha se había imaginado lo sólo que se encontraría Anthony en aquel departamento vacío luego de que ambos vivieran juntos allí un par de semanas.

     "Debo tratarlo mejor —pensó la chica—, siempre le estoy gritando y él nunca se molesta conmigo. Después de todo, él ha hecho muchas cosas por mí y mi familia…".

     Y así, con su nueva resolución conciliadora, Jo lo tomó del brazo y le dijo con una amistosa sonrisa:

     —Anda, Anthony, toma asiento que pronto cenaremos. Aprovecha la amable
invitación de la señora Kirke sin avergonzarte.

     Y dejándose conducir entre juegos hacia uno de los sitios de la larga mesa de los comensales, el joven se dedicó a observar a Jo mientras ésta ayudaba a la señora de la casa y a la sirvienta a servir las comida a cada uno de los que se sentaban a la mesa dispuestos a disfrutar de aquel apetitoso plato.

     Anthony sonrió al imaginarse a su amiga ejerciendo como ama de casa, con el carácter y personalidad que ella tenía, suponía que vivir con ella sería muy entretenido. También se la imaginaba como una famosa novelista y actriz, viajando por todo el mundo junto a él, quien trabajaría como corresponsal internacional. ¡Cómo deseaba que ella alcanzara sus sueños! Estaba dispuesto a ayudarla en todo lo que estuviera a su alcance.

     Al darse cuenta de lo que estaba imaginando, no pudo evitar ponerse colorado, sobresaltándose cuando Jo apareció de repente al lado suyo.

     —Aquí tienes —le dijo ella con una pícara sonrisa mientras le dejaba un buen plato de estofado de conejo frente a él y se marchaba hacia la cocina.

     Lleno de felicidad ante la vista de aquella apetitosa comida, Anthony se olvidó de sus sueños y se dispuso a degustarla como se merecía hasta que la señora Kirke mandó a Jo a cenar a su lado, situación que ambos aprovecharon para conversar animadamente entre los bocados, silenciados
en una ruidosa sala llena de comensales que también se dedicaban a cenar y a socializar entre ellos.

     —Este lugar parece ser muy animado… —comentó el joven periodista mientras miraba a su alrededor con detenimiento.

     —Así es —asintió la chica mientras seguía engullendo el conejo con su formidable apetito.

     —¡Mmm! ¡Esto está delicioso! No lo hiciste tú, ¿verdad, Jo.

     —¡Claro que no! Lo cocinó la señora Kirke… ¡Un momento! —se volvió hacia él y lo asesinó con la mirada—. ¿Qué quisiste decir con eso, Anthony Boone?

     —No lo sé. ¿Qué quieres decir con eso, Jo? —replicó con una sonrisa burlona.

     Comprendiendo que nuevamente Anthony le estaba jugando una de sus jugarretas, Jo decidió darle una lección y le pisó el pie tan fuerte que lo hizo aullar de dolor, provocando que todos los que estaban en el salón lo miraran con gran desaprobación, avergonzándolo.

     Apabullado por las miradas que caían sobre él sin misericordia, Anthony carraspeó y volcó su atención hacia su plato, tratando de ignorar aquellos vistazos.

     Sonriendo por la victoria de su venganza, Jo también se dedicó a cenar tranquilamente y, por espacio de unos minutos, ninguno de los dos se dirigió la palabra.

     —Lo siento, Jo, creo que no fue muy cortés de mi parte burlarme de tus habilidades culinarias… —se disculpó sin levantar la vista.

     —¿Muy cortés? No fue nada cortés, Anthony Boone —replicó ofendida, cruzándose de brazos y girando la cabeza para no mirarlo, pero, al percibir una tenue ricilla por parte de su compañero, abrió los ojos y se volvió hacia su amigo, quien apenas podía contener la risa.

     Jo estuvo a punto de volver a recriminarle su actitud, pero al recordar el gracioso alarido que él había soltado cuando ella le pisó el pie, también se vio obligada a reprimir una carcajada.

     La señora Kirke, quien los estaba observando desde el otro extremo de la mesa, se inclinó hacia una señora muy amiga suya y le comentó sonriente:

     —Esos dos se llevan bastante bien, ¿verdad? El muchacho le tiene mucha paciencia…

     —Pero parecen unos chiquillos jugando de esa manera —agregó la mujer con el rostro ceñudo, pero enseguida se ablandó y dijo—: pero debo admitir que forman una pareja muy entusiasta.

     Anthony era un muchacho con una buena mezcla de seriedad, orgullo, paciencia, pasión, picardía y diversión. A pesar de sus veintidós años de edad, sabía mucho de literatura y era un apasionado de su trabajo; se daba su tiempo para jugar con Jo, haciéndola rabiar, peleando con ella y escapar de sus peligrosos puños. Hacía tan sólo dos años que la conocía y no podía dejar de admirar su espíritu libre y exuberante, lleno de sueños y metas. Sin no fuera por aquella admiración, él jamás se habría aventurado a probar suerte en Nueva York para acrecentar su carrera de periodismo.

     Pero desde el día que ella se había marchado de su departamento, una sensación de triste vacío lo gobernaba cada vez que él volvía a su hogar con la vana ilusión de ser recibido por su alegre amiga. Se moría por contárselo a Jo, pero se contenía al suponer que ella lo tomaría a broma o se molestaría con él.

     Luego de la animada y placentera cena, Jo lo invitó a conocer tu cuartito y ambos subieron por las escaleras sin poder evitar un poco de jugueteo inocente entre ellos.

     —¡Vaya, pero qué acogedor se ve este lugar! —exclamó Anthony con alegría, mirando a su alrededor sin que ningún detalle se le escapara de sus sagaces ojos azules.

     —¿Verdad que sí? —apoyó Jo llena de júbilo mientras giraba en el centro de la habitación—. ¡Por fin puedo decir que tengo mi propio hogar!

     El joven periodista sonrió al verla tan feliz, pero no pudo evitar sentirse un poco melancólico y, dirigiéndose hacia la ventana para mirar a través de ella la sombra de torre de la iglesia que se encontraba al frente, declaró sin darse cuenta de lo que decía:

     —Resulta extraño que mi departamento dejó de ser mi hogar desde que te fuiste…

     —¿Eh? —Jo se sorprendió al escuchar aquellas palabras muy insinuantes.

     Al darse cuenta de lo que había dicho, Anthony se dio vuelta inmediatamente y, tan colorado como un tomate, trató de arreglar como pudo su propio despiste.

     —¡No pienses mal, Jo! ¡Solamente me refiero a que mi departamento volvió a ser un desastre desde que te fuiste! —declaró, abanicando las manos muy nervioso—… Tú sabes lo descuidados que somos los hombres respecto a la limpieza…

     —Sí, claro… —asintió no muy convencida con aquella explicación, mirándolo con suspicacia.

     Notando que su amiga no había quedado del todo convencida con sus palabras, Anthony decidió que lo mejor era marcharse de allí lo más pronto posible antes de que el volcán Jo hiciera erupción.

     —Bueno, Jo, nos vemos otro día… —se despidió mientras se dirigía rápidamente hacia la puerta.

     —Está bien… —lo siguió con la mirada, estudiando cada uno de sus movimientos y sacando rápidamente sus propias conclusiones, así que quiso ponerlo a prueba para cerciorarse de que lo que ella había comenzado a sospechar era cierto.

     —¿Sabes, Anthony? —le dijo sin moverse de donde estaba—. Esta tarde recibí un telegrama de mi amigo Laurie.

     —¡Ah! ¿El nieto de James Laurence? —volvió su rostro muy interesado—. ¿Y qué te decía en ese telegrama? Claro, si es que quieres contármelo…

     —¡Oh! Claro que quiero contártelo: Dice que su abuelo le permitió matricularse en la universidad de esta ciudad y que muy pronto se pondrá en camino.

     —¿Estudiará aquí? —preguntó entre alarmado y sorprendido.

     —Así es —asintió sin quitarle la vista de encima—. Y como tiene que seguir la carrera de abogado, supongo que se quedará por varios años.

     Sintiendo que nuevamente perdía ante su principal adversario, quien siempre acaparaba la amistad de Jo, Anthony se sintió muy triste y miserable, pero supo disimularlo muy bien detrás de una falsa expresión de alegría.

     —Debes de estar muy contenta, ¿verdad? Ese chico es tu mejor amigo y me imagino que piensas divertirte mucho con él en esta maravillosa ciudad.

     —¡Claro! ¡La vamos a pasar estupendo! ¡Lo llevaré por todos los lugares que hemos visitado tú y yo! —exclamó llena de felicidad con los ojos brillantes ante aquella maravillosa expectativa, olvidándose por completo de su investigación sobre las verdaderas intenciones de su amigo periodista.

     Y justamente fueron aquellas palabras llenas de júbilo las que más habían herido el corazón del muchacho, por lo que se vio en la necesidad de marcharse de allí lo más pronto posible y refugiarse en la soledad de su propia habitación.

     —Bueno, Jo, ya tengo que irme —le dijo, volviendo su rostro hacia la puerta para que ella no notara su tristeza—. Mañana tengo mucho trabajo qué hacer.

     —¿Eh? —la chica bajó de las nubes y volvió a la realidad—. Está bien. ¿Cuándo piensas volver a visitarme?

     Él se quedó callado por unos cuantos segundos antes de responder.

     —No lo sé, siempre estoy ocupado… —parecía verse muy triste, pero enseguida se rehízo y sonrió mientras alzaba la mano para despedirse de la muchacha—. No te preocupes, Jo, ya encontraré del tiempo para venir a verte.

     Y cerrando la puerta tras de él, Anthony se marchó lo más rápido que pudo, dejando a Jo envuelta en un manto de dudas acerca de lo que él sentía verdaderamente por ella.

     Acercándose a la ventana, Jo se inclinó sobre ella para poder ver a su amigo salir a la calle. Pero en cuanto éste así lo hizo, lo vio detenerse en la acera para luego mirar hacia la ventana de su cuarto.
Tomada por sorpresa, Jo logró ocultarse a tiempo antes de que él notara que lo estaba espiando y, luego de unos minutos y con el corazón golpeándole furiosamente en el pecho, ella volvió a asomarse por la ventana y notó que él ya se había ido.

     Suspirando profundamente, Jo se apoyó pesadamente sobre la pared y se quedó mirando fijamente hacia el vacío, pensando en todas las palabras y las maneras de Anthony para con ella, analizándolas concienzudamente hasta que creyó darse cuenta de lo que él sentía en verdad por ella.

     —¡Pero qué desastre! —exclamó mientras se rascaba la cabeza bastante impresionada con su inesperado descubrimiento—. Creo que Anthony se está enamorando de mí… ¿Y ahora qué hago?

     El corazón de Jo aún no había madurado lo suficiente como lo había hecho su cerebro, por lo que se tomó aquel asunto con muy poco interés romántico.

     Bueno, pero que tonto es… Espero que se le pase —y alzándose de hombros con un marcado desinterés, ella también salió de su habitación con la intención de ir a contarle un cuento a las pequeñas hijas de la señora Kirke para ayudarlas a dormir, borrando por completo aquel acontecimiento de poca importancia para ella.

     Pero, para Anthony, quien había llegado muy abatido a su departamento luego de haber andando tristemente durante todo el camino, aquel acontecimiento era muy importante para él. Enamorado de Jo como estaba, veía muy difícil que ella lo aceptara como su novio si aquel muchacho Laurie se instalaba en la ciudad. Por lejos aquel chico era el favorito de Jo y, por lo tano, él ya no podía hacer nada al respecto.

     En cuanto se cerró la puerta detrás de él, contempló aquella solitaria habitación con infinita tristeza, añorando los felices días en que su querida Jo había vivido allí.

     ¿Acaso debía darse por vencido y olvidarse de Jo como una futura novia y verla más como una amiga?

     —¡Pero cómo va a costarme verte así, mi querida Jo! —exclamó con inmensa pena—. Pero no tengo más remedio que hacerlo así si aún quiero conservar tu amistad…, sobre todo cuando te cases con ese chico…

     Y así, con el corazón terriblemente adolorido, Anthony se fue a la cama y procuró dormir lo mejor que pudo.

/¡Pobre Anthony! ¿No lo creen? Se ha dado por vencido muy rápido a pesar de que es muy orgulloso… Pero yo creo que hizo lo correcto, si yo fuera mi hermana Jo, elegiría sin dudarlo a Laurie, ¡porque él tiene mucho dinero!/

*Notas de una Autora Descuidada:*

*¡Hola! ¿Cómo han estado? Espero que muy bien : ) Pobre Anthony,
realmente le afectó mucho la noticia de Laurie, ¿pero realmente se dará
por vencido tan fácilmente o cambiará de actitud y luchará por ella?
¡Muy pronto lo sabrán!*

Continuará el próximo miércoles...




Nota de una Bloguera Descuidada:

¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Espero que bien. Por fin ya sé cómo será el segundo final de esta historia luego de tantos años de haberla escrito. Al final pude votar con mi documento viejo, ¡hurra!
Sigo leyendo Mafalda, viendo el drama taiwanés Tristeza en las Estrellas y el anime Eyeshield 21 y jugando los Sims Freeplay XD


¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!

Sayounara Bye Bye!!!

Gabriella Yu
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