Cada cultura tiene una forma especial de contarnos cuentos, pero,
de todas ellas, quizá sea la japonesa la que desprenda un encanto especial.
Como si de un dulce perfume se tratara, los cuentos de hadas
japoneses exhalan, con gran delicadeza, la esencia de todas las historias que
se vivieron en la Tierra del Sol Naciente hace muchos años, tantos, que nadie
se atrevería a jurar que fueron ciertas. Puede que estos cuentos en los que
aparecen bailarinas y geishas de largas cabelleras, cortejos y amores con
viejos samurais, dioses, diosas y seres sobrenaturales nos enseñen a sufrir y a
amar, como humanos que somos, y acabemos sabiendo más cosas que los inmortales.
Urashima
Urashima era un pescador del Mar Interior. Al ponerse el sol salía
a faenar y pescaba peces grandes y pequeños durante toda la noche, pues ése era
su medio de subsistencia.
Cierta noche, la luna brillaba exuberante y su luz iluminaba la
superficie del mar. Urashima se arrodilló en su bote e introdujo su mano
derecha en las verdes aguas. Se inclinó sobre la borda hasta que sus cabellos
rozaron las olas, sin darse cuenta de que el bote se escoraba y de que llevaba
la red de pesca casi suelta. Así fue a la deriva hasta que llegó a un lugar
encantado. Y no estaba despierto ni dormido: la luna lo había hipnotizado.
Apareció entonces la Hija del Mar, tomó al pescador en sus brazos
y se hundió en las aguas con él, muy profundamente, hasta llegar a su fría
cueva submarina. Tendió a Urashima sobre un lecho de arena y lo observó durante
mucho tiempo. Cantó para él las canciones que sabía y lo hechizó con la magia
de su mirada.
—¿Quién eres, hermosa dama? —preguntó él.
Ella le respondió:
—Soy la Hija del Mar.
—Déjame regresar a casa —pidió Urashima—: mis hijos me estarán
esperando, agotados.
—No, será mejor que te quedes conmigo —respondió la Hija del Mar.
Y entonó la siguiente canción:
«Urashima,
pescador del
Mar Interior,
hermosa
criatura:
tu largo
cabello está enredado en mi corazón.
No te alejes
de mí:
olvida tu
hogar.»
—¡Oh, no! —exclamó el pescador—, olvídalo, por los dioses... deseo
ir con los míos.
Pero ella continuó:
«Urashima,
pescador del
Mar Interior:
extenderé
perlas en tu lecho,
lo cubriré
con algas y flores marinas;
serás Rey
del Mar
y reinaremos
juntos.»
—Déjame volver a casa —imploró Urashima—: mis hijos me esperan y
están cansados.
Pero ella siguió:
«Urashima,
pescador del
Mar Interior:
no temas la
tempestad que llega del Mar;
taparemos
con piedras la entrada
de nuestras
cuevas.
No temas a
los ahogados,
pues tú
nunca morirás.»
—¡Oh, no! —volvió a exclamar el pescador— Olvídalo, por los
dioses... deseo ir con los míos.
—Quédate esta noche conmigo.
—No, ni pensarlo.
La Hija del Mar rompió a llorar y Urashima, al ver sus lágrimas,
dijo:
—Me quedaré contigo esta noche.
Por la mañana, ella lo llevó de vuelta a la playa.
—¿Estamos cerca de tu casa? —le preguntó.
Y él respondió:
—A un tiro de piedra.
—Coge esto —pidió ella— en recuerdo mío.
Le dio un pequeño cofre de nácar. Estaba pintado con los colores
del arco iris y sus cierres eran de coral y jade.
—No lo abras —advirtió ella—; ¡sobre todo, pescador, no lo abras!
Y entonces se sumergió y desapareció para siempre.
Urashima se dirigió rápidamente a su casa a través de los pinos.
Mientras corría hacia el hogar, reía de alegría. Lanzó al aire el cofre y lo
cogió al vuelo, como si quisiera coger el sol. «¡Ah, el dulce aroma de los
pinos!», exclamó.
Al acercarse a su casa, llamó a sus hijos con una señal que les
había enseñado, parecida al canto de un pájaro. Pero nadie le contestó.
Urashima se preguntó, extrañado: «¿estarán aún dormidos? Es muy raro que no me
respondan».
Cuando llegó a su casa,
sólo encontró cuatro paredes desnudas, cubiertas de musgo. La hierba cubría el
umbral y en la chimenea había lirios y helechos muertos. Nadie habitaba esa
casa.
—¿Qué ocurre aquí? —gritó Urashima—. ¿Acaso he perdido el juicio?
¿He olvidado mis ojos en el mar?
Se sentó sobre la hierba que cubría el suelo de su casa y
reflexionó: «¡Que los buenos dioses me ayuden! ¿Dónde están mi esposa y mis
hijos?».
Se dirigió al pueblo, que conocía como la palma de su mano; allí
encontró a mucha gente que iba de un lado a otro, ocupada en sus asuntos. Pero
todos le eran desconocidos.
—Buenos días, viajero —le decían—. ¿Vas a quedarte en nuestro
pueblo?
Vio a unos chiquillos que estaban jugando en la calle y se acercó
a ellos. Les cogió por la barbilla y levantó sus rostros para observarlos
detenidamente, pero todo fue en vano.
—¿Dónde están mis pequeños? ¡Oh, Kwannon la Compasiva! Tal vez los
dioses comprendan todo esto, pero yo no puedo.
Al ponerse el sol, el corazón de Urashima se había vuelto tan
pesado como una losa. Se dirigió al camino que salía del pueblo y una vez allí
preguntaba a los hombres que encontraba:
—Amigo, discúlpame pero... ¿conoces a un pescador del pueblo
llamado Urashima?
Los hombres le respondían:
—Nunca hemos oído hablar de él.
Por aquel sendero pasaron campesinos recién llega-dos de las
montañas. Algunos iban a pie; otros, montados en animales de tiro. Llegaban
cantando y a la espalda traían cestas de fresas silvestres y gavillas de
lirios, cuyas cabezas se inclinaban mientras los campesinos avanzaban. Pasaron
también por allí unos peregrinos vestidos de blanco, con bastones y sombreros
de paja, sandalias y calabazas llenas de agua. Llegaron veloces y avanza-ron
como en un suspiro, todos con la cabeza ocupada en asuntos sagrados. Pasaron
señores y damas, vestidos con hermosos ropajes. Al fin cayó la noche.
«He perdido ya toda esperanza», se dijo Urashima.
Pero entonces llegó un anciano.
—¡Oh, espera, anciano! —gritó el pescador— Llevas muchos años a
tus espaldas. ¿Conoces por ventura a Urashima? Nació y creció en este pueblo.
El anciano contestó:
—Hubo alguien aquí con ese nombre, pero ese alguien murió ahogado
hace ya mucho tiempo. Cuando yo era un chiquillo, mi abuelo hablaba a veces de
él, pero apenas podía recordarle. Buen extranjero: eso fue hace muchos, muchos
años.
Urashima exclamó:
—Entonces... ¡está muerto!
—No hay nadie más muerto que él. Sus hijos y los hijos de sus
hijos murieron también. Buena suerte, extranjero.
Urashima sintió cómo un terror frío se apoderaba de él, pero dijo:
«debo ir al verde valle donde duermen los muertos». Y allí se dirigió.
Durante el camino, se decía: «¡Cómo sopla el viento esta noche, a
través de la hierba! Los árboles tiemblan y las hojas se giran para darme la
espalda».
Al llegar al valle, exclamó: «Yo te saludo, oh triste luna que
iluminas las plácidas tumbas. Eres exactamente igual a mi luna de antaño. He
aquí la tumba de mis hijos y las de los hijos de mis hijos. Pobre Urashima, no
hay nadie más muerto que él. Aquí estoy, solo y desamparado entre ánimas y
fantasmas... ¿Quién va a consolarme?».
Tan sólo le respondió el sordo suspiro del viento.
Entonces regresó a la playa. «¿Quién va a consolarme?», gritó de
nuevo. Pero el cielo permaneció inmóvil y las olas continuaron rompiéndose
sobre la arena.
Urashima recordó: «¡El pequeño cofre!». Lo sacó de su manga y lo
abrió. De su interior emergió una débil bruma blanca, que flotaba hacia el
horizonte.
«Me siento muy cansado», se dijo Urashima. En un instante su pelo
se volvió más blanco que la nieve. Su cuerpo se estremeció y se encogió, sus
ojos se volvieron vidriosos y su mirada, apagada. Él, que había sido tan joven
y lleno de vigor, ahora flaqueba y apenas podía tenerse en pie.
«Me he convertido en un viejo», murmuró.
Hizo ademán de cerrar la tapa del cofre, pero se detuvo. «No, este
humo se ha evaporado para siempre... ¿qué importa ya?»
Y así, se recostó sobre la arena y murió.
Fin
Cuento extraído del libro
"Cuentos de Hadas Japoneses",
Colección Magoria, 1999,
por Ediciones Obelisco
¡No dejes de comprar el libro
impreso en cuanto puedas! ¡Ayuda al autor!
¡Nos
leemos en la próxima entrada!
¡Gracias
por visitar mi blog!
¡Cuídense!
Sayounara
Bye Bye!
Gabriella
Yu
Que cuento mas triste!!!
ResponderBorrarQue bruja y egoista fue esa tal hija del mar!!! Le robo su vida y familia al pobre hombre :(
Es como que esos seres viven en su propio mundo sin tener en cuenta todo lo demás, ¿no? ¡Pobre hombre! :(
BorrarSi y es triste saber que existen ese tipo de personas :(
BorrarSeeehhh... :(
Borrar