Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 12

Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz.  El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.



¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?

Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?


Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu

*Capítulo 12: Un Grave Dilema *


/¡Hola a todos! ¿Cómo están? Soy Amy. Como recordarán, aquel muchacho apuesto que interpreta el piano maravillosamente, intentó matarse, pero, para nuestra fortuna (y también la de él, creo), apareció Anthony para ayudarlo. ¿Qué ocurrirá ahora? /

Jo y Laurie se apoyaron nerviosos sobre el pasamano del puente, asomándose por sobre el río, mirando llenos de ansiedad hacia las frías y oscuras aguas. Habían pasado tan sólo un par de minutos desde que Anthony se había lanzado al agua, pero para Jo, aquellos minutos le parecieron interminables.

—Anthony… —murmuró llena de inquietud, estrujando el abrigo entre sus manos crispadas.

—¡Iré hasta la orilla! —exclamó Laurie, corriendo a través del puente para luego doblar hacia la margen cenagosa del río, deteniéndose en la orilla, expectante.

En aquel momento, la poca gente que había presenciado el incidente también comenzó a acercarse al lugar, tan alarmada como llena de curiosidad acerca del destino del suicida como del improvisado salvador.

Los segundos pasaron eternamente para Jo y Laurie, y cuando ella comenzaba a perder las esperanzas de una buena conclusión de aquel incidente, suspiró aliviada al ver cómo Anthony salía a flote de las
casi congeladas aguas del río con el desvanecido joven suicida entre sus brazos.

A duras penas logró acercarse a la orilla en donde Laurie lo esperaba para ayudarlo a sacar Jeremy del agua; y mientras Jo corría apresuradamente hacia ellos, los presentes comenzaron a aplaudir y vitorear el valor del inesperado héroe.

—Hay que llevarlo al hospital o a cualquier lugar para atenderlo… —pidió Anthony mientras se sentaba en el suelo, completamente agotado y tiritando de frío.

—¿Estás bien, Anthony? —quiso saber Jo mientras se sacaba el abrigo y se lo colocaba encima—. Tú también deberías ir al hospital o a tu departamento para cambiarte de ropa y meterte a la cama para calentarte frente al fuego de la chimenea antes de que pesques un grave resfriado.

—¡Jo! ¿Pero qué estás haciendo aquí?—exclamó sobresaltado, pues no se había dado cuenta de que ella estaba allí.

—¿Cómo que "qué estoy haciendo aquí", Anthony Boone? —rebatió ofendida, poniendo los brazos en jarra—. ¿Es que no quieres que te ayude? Muy bien, me voy de aquí.

Y así, maliciosa e impulsiva como era, se dio media vuelta para marcharse, alarmando a su amigo, quien tuvo que reaccionar rápido para evitar que ella se fuera.

—¡No! ¡Espera, Jo! —se levantó apresuradamente—. Yo no quise… ¡ATCHÍSSS!

La muchacha se detuvo de golpe al escuchar aquel inesperado y sonoro estornudo, por lo que lentamente se volvió y vio a su amigo periodista rojo como un tomate, con la mano en la nariz y con sus ojos azules bien abiertos. Aquella imagen cómica contrastó con creces la dramática situación que Jo había vivido hacía unos momentos, por lo que no pudo evitar reírse con todas sus ganas, liberando toda la ansiedad que había acumulado. Anthony no tuvo otro remedio que acompañarla riéndose él también.

Mientras tanto, Laurie ya había instalado al desvanecido suicida en el asiento de un carruaje cerrado, dirigiéndose luego hacia el lugar en donde se encontraba Jo.

—Llevaré a Jeremy a la pensión de los Kirke y haré llamar a un médico, Jo. ¿Tú te quedarás con Anthony o vendrán con nosotros? —le preguntó, interrumpiéndolos.

—¡Oh! Lo siento, Laurie… —se disculpó ella, dejando de reír para carraspear bastante avergonzada por haberse olvidado de lo crítico de la situación—. Tú mejor vete con tu amigo, él te necesita. Yo iré en cuanto pueda hacerlo para sustituirte —asintió con determinación, tomándose del brazo del estupefacto periodista—. Yo tengo que asegurarme de que este improvisado héroe no pesque una pulmonía.

—No, Jo. No es necesario que me acompañes… ¡Atchíiisss! —fue el fallido intento de Anthony por parecer cortés, pero el estornudo lo había delatado.

—¿Cómo quieres que no vaya a cuidarte si pareces que vas a pescar un resfrío memorable, Anthony Boone? —replicó la jovencita un tanto molesta y ofendida—. Voy a ir y punto. Que no se hable más del asunto.

Viendo que Jo ya había tomado una decisión y que el tiempo apremiaba, Laurie no objetó a su pedido, así que, luego de mirar detenidamente a Anthony, subió él también al carruaje, pero, antes de marcharse, se asomó por la ventanilla como si se hubiera olvidado de algo y declaró con gran sinceridad y gratitud:

—Muchas gracias por haberle salvado la vida a mi amigo, señor Boone.

—¡Oh! No es para tanto, cualquiera lo hubiera hecho —le contestó un tanto ruborizado, llevándose la mano a la nuca—. Espero que su amigo se recupere del todo.

—Yo también… —fue la triste réplica de nuestro protagonista, alejándose de la ventanilla para comenzar a atender a Jeremy mientras el carruaje iniciaba una marcha rápida hacia su destino final.

Mientras le quitaba algo de su ropa mojada y lo cubría con su propio abrigo para darle calor, colocó su mano sobre la calenturienta frente del desmayado pianista, quien no paraba de temblar. Frunciendo el ceño, Laurie comprobó que, además de estar casi congelado y anémico, estaba volando por la fiebre.

—Te ofrecí mi ayuda, Jeremy… —le dijo mientras lo acomodaba aún más sobre el asiento del carruaje—. ¿Por qué no la aceptaste si tanto la necesitabas?

Ninguna respuesta salió de la pálida boca del aludido, simplemente reinó el silencio, sumiendo a Laurie en la mayor preocupación.

Mientras tanto, Jo y Anthony también habían alquilado otro carruaje, dirigiéndose apresuradamente hacia el edificio de departamentos en donde vivía el segundo.

—Estás tiritando de frío… —le dijo la muchacha mientras le colocaba la mano sobre su frente—. Debemos apresurarnos a llevarte a casa para que te cambies de ropa. Puedo hacerte un rico chocolate caliente, ¿sabes? Te sentará de maravillas.

—¡Oh, Jo! No es para tanto —el aludido trató de minimizar el asunto como todo hombre orgulloso, pero le encantaba las atenciones que ella le prodigaba—. Yo estoy bien; el que me preocupa es el muchacho…

—Vamos, no seas tan modesto, Anthony —se quejó Jo, quien se encontraba sentada a su lado para darle calor— No sé qué hubiera ocurrido con ese chico si tú no aparecías.

—¿Sabes por qué intentó suicidarse? —le preguntó él, ignorando aquel cumplido y no pudiendo con su innata curiosidad de periodista.

—No lo sé.

—¿Lo conoces?

—No, yo no; pero es un compañero del salón de música de Laurie.

—¿Y él sabe por qué quiso suicidarse?

Jo lo pensó un poco antes de contestar, pues no estaba muy segura de qué respuesta darle, puesto que en las últimas semanas no había cruzado gran cosa de palabras con su querido amigo como para saberlo.

—La verdad, Anthony…, es que no lo sé… —respondió ella, sonrojándose ligeramente, bajando la vista mientras jugaba con sus propios dedos, dándose cuenta de que la pelea que había tenido con Laurie semanas atrás, resultaba, al final de cuentas, una tontería que había terminado por distanciarlos sin razón.

Anthony la miró detenidamente, como si sospechara que algo no andaba bien entre ella y Laurie. Suspicaz como era, aquello no le iba a pasar desapercibido, pero como conocía lo suficiente el carácter de Jo, decidió prescindir de tantas preguntas antes de que ella se ofuscara y se pusiera de mal humor.

—Bueno —dijo mientras se arrellenaba en el asiento y se tapaba hasta el cuello con su abrigo—, no te preocupes. Eso lo sabremos en cuanto ese muchacho se recupere y nos lo cuente absolutamente todo.

Ambos guardaron silencio, deseando de todo corazón que aquel desconocido joven realmente se recuperara tanto de su estado físico como anémico. Aunque no lo conocían, habían viso una profunda tristeza en su rostro pálido y demacrado.

Y mientras el joven periodista se dedicaba a sus propias cavilaciones, Jo lo miró de reojo, también muy pensativa pero con un dejo de curiosidad en sus ojos grises. Había algo que debía averiguar, algo que la había mantenido bastante intrigada en el último mes.

—Oye, Anthony…

—¿Sí?

—¿Por qué no volviste a visitarme?

Aquella franca e inesperada pregunta lo tomó de sorpresa, dejándolo con la boca abierta. Cuando volvió su rostro hacia ella con la intención de inventar cualquier excusa, la vio tan sinceramente afligida que no tuvo el valor de mentirle, pero tampoco lo tuvo para decirle la verdad, pues ni él, y sobre todo ella, estaban listos para conocerla.

—Verás, Jo, yo… —se calló, aún no sabía qué decirle para salir airoso de aquel atolladero.

—¡Oh, vamos, Anthony! ¿Vas a decírmelo de una vez o no? —se quejó la aludida, comenzando a acabársele la paciencia.

—¡Claro que te lo diré, Jo! —se apresuró a replicar, sonriendo nerviosamente. Siempre que ella reaccionaba de esa manera, le daba pie a que se inventara algo, inspirado por su carácter.

—Lo que pasa es que tenía mucho trabajo qué hacer para el diari, así que nunca pude encontrar tiempo para visitarte, Jo.

Volvió a callarse, poniéndose bastante nervioso al ver cómo Jo lo miraba inquisitivamente, como si quisiera escudriñar en su interior si es que él realmente le había dicho la verdad.

—Bueno —dijo al fin, apoyando su esbelta espalda en el respaldar del asiento mientras se cruzaba de brazos—, pues deberías saber que trabajar demasiado hace tan mal como pasarse todo el día sin hacer nada, ¿sabes? Deberías tomar un descanso. Estoy segura de que terminarás enfermándote si sigues así.

—¿Acaso estás preocupada por mí, Jo? —inquirió con una sonrisa burlona.

—Pues claro que sí, ¿es que no somos amigos? —replicó sintiéndose un poco ofendida y de mal humor.

Anthony estuvo a punto de replicarle con una broma, pero un fuerte y repentino estornudo sustituyó sus palabras.

—¡Vaya manera de contestar, Anthony! ¡Ja, ja, ja! —se rió la chica, poniéndose de buen talante, divertida por aquella cómica y repetida escena.

Él se le quedó mirando con un leve rubor en las mejillas, pero enseguida la acompañó nuevamente con sus propias carcajadas, aliviándolos un poco del mal trance que estaban pasando.

Cuando llegaron al edificio de departamentos, Jo lo acompañó hasta la puerta y esperó a que él mudara sus ropas mojadas por otras secas antes de que le permitiera entrar.

—¿Ya estás listo? —preguntó inquieta.

—Sí, ya puedes entrar, Jo —se escuchó desde el interior de la habitación, por lo que ella entró presurosa y se sorprendió al ver a su amigo poniéndose nuevamente el abrigo y su sombrero, vestido con otro traje de calle.

—¿Pero qué estás haciendo? —quiso saber Jo, perpleja.

—Me preparo para acompañarte a ver a ese muchacho. Quiero saber por qué quiso suicidarse. ¡Es una noticia muy interesante! —fue la sorprendente respuesta.

—¡Pero recién acabas de salir del agua helada! —se quejó la chica—. ¡Puedes pescar una pulmonía si no te metes ahora mismo a la cama! ¿Es que no puedes esperar para más adelante?

—¿Esperar? —repitió como si aquella fuese una idea absurda para él—. Un periodista no puede esperar, Jo; debo ir a investigar antes que otro me gane la noticia.

Y diciendo esto, se dirigió muy decidido hacia le puerta. Pero cuando apenas caminó unos pasos, volvió estornudar sonoramente, provocando que su sombrero cayera al suelo y Jo corriera inmediatamente hacia él, tomándolo del brazo.

—¡Me importa un comino tu reportaje, Anthony! ¡Tú vas a meterte a la cama ahora mismo! —exigió.

—Pero, Jo… —quiso protestar, pero se interrumpió a sí mismo cuando sintió que su amiga le ponía la mano en la frente. El suave tacto de su piel era algo que siempre le había agradado, dejándolo pasmado.

—¿Lo ves? —dijo ella con seriedad—. Tienes temperatura y estás temblando. ¿Cómo se te ocurre salir a la calle en ese estado y con este clima tan frío? ¿Es que quieres morirte? ¡Metete a la cama ahora mismo! —volvió a ordenarle.

—Pero…

—¡Nada de "peros", Anthony Boone! —rebatió la joven mientras le quitaba el abrigo y lo conducía por la fuerza hacia la cama—. Tú vas a hacerme caso y a meterte en la cama ahora mismo. ¿Crees que ese pobre muchacho va a poder decirte algo en este momento? ¿Por qué no esperas a que mejore? —seguía recriminándole mientras le sacaba el saco—. Quítate los zapatos y cúbrete muy bien con las frazadas mientras yo enciendo el hogar y te preparo una buena taza de café o de chocolate… ¿Qué es lo que tienes?

—Café —respondió mansamente mientras se sacaba los zapatos y se metía a
la cama.

Y mientras Jo comenzaba a ir de aquí para allá realizando velozmente cada uno de sus propósitos, Anthony la observaba detenidamente, sintiéndose muy halagado por las atenciones de su amiga. ¡No se había dado cuenta de lo mucho que la extrañaba! Todo de ella le gustaba: su manera de ser, su aspecto, sus sueños, todo. A pesar de que ambos pelearan continuamente por las críticas literarias que él le hacía a ella acerca de sus trabajos, él la admiraba muchísimo, pues gracias a sus fuerte determinación de llegar a ser una gran escritora lo había impulsado a él mismo desarrollar aún más su profesión como periodista, siguiendo su ejemplo. Pero no podía obligarla a amarlo, ella aún poseía
un espíritu demasiado libre e independiente como para necesitar amar a alguien. Anthony temía que, para cuando el indomable corazón de Jo estuviera listo para amar a alguien, él ya no estaría allí para
recibirla entre sus brazos, siendo otro el que lograra quedarse con ella.

Con ese preocupante pensamiento en su mente, el joven periodista se sumió en un profundo sueño inducido por el estrés de la angustiante situación que había vivido, el sopor de una ligera fiebre y
entumecimiento por el frío que había cogido su cuerpo. Con la visón de Jo desvaneciéndose frente a sus ojos, Anthony se quedó profundamente dormido, soñando confusas escenas entre una agradable vida de casado con Jo, un Laurie vestido de bandido arrebatándosela de las manos y, mucha, mucha agua helada a su alrededor.

XOX

—¿Cree que va ha estar bien, doctor? —le preguntó Laurie al viejo hombre que había acudido a su llamado, preocupado por la salud de Jeremy, quien yacía en una cama bien cubierto bajo las pesadas pero abrigadoras mantas de la señora Kirke.

El doctor Green dirigió su preocupada mirada hacia su paciente antes de contestar.

—A pesar de que no ha estado demasiado tiempo en el agua helada, su deplorable estado anémico no ayudará en nada para que se mejore.

—¿Qué quiere decir con eso?

El médico lo miró de una manera tan negativa, que Laurie enseguida supo lo que significaban sus palabras.

—¿Él va ha…? —no pudo terminar la oración, no podía atreverse a seguir por un miedo supersticioso de tentar a la mala suerte.

—Sería un verdadero milagro que no se enfermara de neumonía. Pero eso es algo que muy posiblemente contraiga sin que podamos hacer nada al respecto —fue el duro pronóstico del profesional.

—¡Oh! —exclamó la afligida señora Kirke, cubriéndose la boca con su temblorosa mano, pues aquel muchachito rubio de aspecto necesitado la había conquistado por completo, sintiendo un maternal cariño hacia él.

—Avísenme si llega a haber un cambio —les advirtió el doctor mientras se ponía el abrigo y su sombrero, dirigiéndose luego hacia el pasillo, acompañado por la temerosa dueña del edificio, dejando al preocupado Laurie al cuidado del enfermo.

Nuestro joven protagonista fue acercándose poco a poco hacia al muchacho, observando detenidamente su cansado y demacrado rostro. Luego de que se sentara a su lado en una silla, colocó la mano sobre su calenturienta frente y notó alarmado que Jeremy no paraba de temblar y de sudar. Frunció el entrecejo muy preocupado y tomó el paño que estaba sumergido en el agua de una palangana, exprimiéndolo y colocándosela en la frente.

—Mamá… —murmuró Jeremy, sorprendiendo a Laurie, moviendo instintivamente la cabeza al sentir el paño y comenzando a abrir lentamente sus ojos, tratando de enfocarlos en la persona que tenía en frente—… ¿Mamá…?

—¿Tienes a tu madre, Jeremy? —Lurie preguntó suavemente—. Deberíamos llamarla para que te cuidara.

El aludido negó lentamente con la cabeza, parecía que por fin lo había reconocido y era algo que no le había agradado ver.

—No quiero que… llames a mi madre… —le pidió en un débil susurro.

—¿Y por qué no quieres que llame a tu madre, Jeremy? Estoy seguro de que ella sería la mejor de las enfermeras —inquirió extrañado.

—No… —cerró los ojos, agotado y enfermo—… Ella no tiene que saberlo… No puede…

Laurie guardó silencio, completamente desconcertado por aquel extraño pedido. ¡Lo que él daría por volver a ver otra vez la sonrisa de su querida madre muerta! Jeremy, por lo visto, no valoraba lo que tenía.

El enfermo volvió a abrir los ojos, fijando su débil mirada hacia aquel chico de bondadosa mirada.

—¿Po-porqué me ayudaron…? —preguntó, sorprendiendo a Laurie con aquella inesperada pregunta.

—Porque nada justifica a alguien quitarse la vida, sobre todo cuando se es un pianista excepcional —le respondió con una cálida y afectuosa sonrisa.

El enfermo lo miró detenidamente, como si con ello intentara decirle que para él, sí había un motivo que justificaba su intento de suicidio.

—… Tú no me conoces… —le dijo con un leve tono de molestia—… Yo quería morir porque mi vida ya no tiene sentido… No vuelvas a ayudarme nunca más…

Laurie, impactado con aquellas palabras, se le quedó mirando muy impresionado. Jamás en su joven vida había escuchado semejante excusa.

—Jeremy… —murmuró con tristeza.

El muchacho enfermo nada más dijo, pues se quedó completamente dormido, sumido en la negra oscuridad de su alma atribulada, lleno de dolor y de pena. Laurie suspiró quedamente y se levantó de su silla para dirigirse hacia la ventana, sintiéndose muy preocupado por su nuevo amigo, con
quien ahora tenía la seria responsabilidad de cuidar su vida, aún si éste se negara a recibir ayuda. ¿Cómo podría ayudarlo entonces? Jeremy estaba dispuesto a morir, ¿pero por qué motivo había decidido algo tan radical? Laurie tenía que averiguarlo, debía saber sobre su pasado y su presente cuanto antes, así sabría la mejor forma de ayudarlo en el futuro. Aquello resultaría muy difícil de resolver, pero confiaba en que lo haría en cuanto Jo estuviera a su lado.

—Espero que Anthony esté bien… —miró a través de los cristales, sabiendo que nunca podría desearle mal a aquel inquieto periodista a pesar de que ambos se encontraban compitiendo por el amor de Jo. Además, si a Anthony le ocurriera algo malo, sabría que eso haría sufrir muchísimo a Jo, por lo que él jamás sería capaz de desearle ningún mal por deferencia a ella.

—Jo, vuelve pronto, por favor —murmuró, apoyando su frente contra el frío cristal de la ventana, deseando fervientemente que ella estuviera a su lado lo más pronto posible para ayudarlo y ser su firme sostén—. ¿Cómo podremos ayudarlo si él no quiere seguir viviendo?

/Qué mal que ese chico tan guapo no quiera la ayuda de nuestro Laurie. ¿Por qué deseará tanto ponerle fin a sus días? Espero que muy pronto lo averigen… ¡No puedo esperar a saberlo!/

Continuará el próximo miércoles...



Notas de una Bloguera Descuidada:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Espero que bien. ¿Les va gustando la historia?
Las pelis que vi fueron Posesión Infernal, Terminator Genesis, Miss Simpatía y La Bamba.
Sigo leyendo el cómic Dr Strange: Nombre Anónimo, Tiempo Eterno. También sigo viendo el drama coreano Contrato Para una Boda, y viendo el anime Fairy Tail, y editando el drama coreano W Dos Mundos.


¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!

Sayounara Bye Bye!!!

Gabriella Yu

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