Resumen de la serie: Daimon Michiko es una atractiva e independiente cirujano. No está afiliada en el departamento médico del hospital universitario, se mueve alrededor de distintos hospitales, mientras está conectada a un tipo sospechoso de 'agencia de médicos'. Observa la jornada laboral estrictamente, no acepta tareas donde la licencia médica no es necesaria, y también está interesada en las luchas de poder características de los hospitales. Su vida privada y su experiencia laboral están envueltas en el misterio, pero es una aguerrida cirujano de primer nivel con los instintos de una genio. Si bien hay rumores desagradables que abandonó la comunidad médica a causa de problemas económicos y negligencia médica, nadie conoce a la persona que realmente es.
Personajes: Michiko Daimon (46), Hiromi Jonouichi (43), Akira Kanbara (75), Hideki Kaji (58), Kondo Shinobu (47), Takashi Ebina (59), Takano Naoki (64), Mamoru Hara (48), Takashi Torii (58), Hikaru Morimoto (38), Shigatetsu Hiruma (71).
Capítulo
17: Tiempos Desesperados, Medidas Desesperadas. ¡La Doctora X Se Arriesga!
Tanto Michiko
Daimon como Kenzo Ishida estaban sentados frente a frente en la espaciosa
limosina.
—¿Vendrás a
cenar conmigo con esas ropas? —se quejó Kenzo Ishida, quien parecía más alto y
apuesto que nunca vestido con su fino traje de Armani.
—Tuve que
ayudar al Director hasta tarde gracias a ti, no tuve tiempo de volver a casa
para cambiarme —replicó de muy mala gana, cruzada de brazos y piernas, mirando
a través de la ventanilla.
Kenzo sonrió.
—Eso tiene
solución —declaró.
Treinta
minutos más tarde, la cirujana Michiko Daimon se vio rodeada de hermosos
vestidos y amables empleadas en una carísima y reconocida tienda de ropa
exclusiva para mujer que Ishida había alquilado para ella sola por toda una hora.
—Elige lo que
quieras, —declaró, extendiendo los brazos con majestuosidad—, no importa si es
toda la tienda entera, yo te la compraré si ese es tu deseo.
En otra
ocasión, nuestra protagonista hubiera saltado de alegría en una pierna, pero
tal ofrecimiento había hecho efecto de manera totalmente contraria.
—No quiero
nada tuyo. Vamos a cenar de una vez que quiero volver a casa a dormir —espetó,
cruzada de brazos.
Ishida bajó los
brazos, furioso y humillado, pues las empleadas habían comenzado a cuchichear
entre sí. Se dirigió hacia una de ellas y le quitó uno de los vestidos, uno fucsia, a otra le quitó un par de zapatos plateados, y a otra un
hermoso bolso Louis Button y se los lanzó con muy poca ceremonia a su invitada,
quien los atajó de inmediato un tanto sorprendida.
—Ponte eso
ahora mismo si no quieres que regresemos al hospital a buscar a otro amigo
tuyo. Recuerda que aún no hemos cenado y aún puedo lastimar a cualquiera de
ellos. ¿Tal vez a ese viejo maestro tuyo?
—Ni se te
ocurra —le advirtió, furiosa, y se dirigió hacia uno de los vestidores para
cambiarse.
Diez minutos
más tarde, Michiko salió vestida con un cortísimo y escotadísimo vestido fucsia que se ceñía naturalmente a su cuerpo, resaltando sus atributos femeninos con
enorme gracia y belleza. Los zapatos de taco alto le alargaban aún más sus
piernas perfectas. Las empleadas murmuraron lo hermosa que se veía, pero
cambiaron de opinión cuando vieron su rostro totalmente apático y sin gracias
alguna. Odiaba verse como payaso de feria, el trofeo de un hombre.
—¿Contento?
¿Feliz? Vámonos ya.
—Todavía no,
aún falta algo más: el maquillaje y la peluquería —agregó regocijado, ignorando
la cara de fastidio de la cirujana.
—¡Uf! Esta
tortura no termina más… —murmuró ella.
Una hora más
tarde, la doctora Miichiko Deimon lucía hecha toda una belleza, una gloria para
los ojos del enamorado yakuza, quien le ofreció el brazo muy galantemente.
—¿Lista, ya?
Vamos a cenar, entonces.
—Ya era hora
—se quejó, pasando de largo hacia la limosina, ignorando adrede su gesto.
Ishida sonrió.
Le fascinaba el carácter indomable de esa mujer y no veía el momento de
someterla.
Llegaron a las
ocho en punto de la noche a uno de los restoranes más exclusivos de Tokio,
estaba vacío de clientes pero lleno de empleados serviles y asustados, incluyendo
al dueño del lugar.
—¿Quiere la
mesa especial, el Señor? —le preguntó con toda la amabilidad que pudo mostrar.
—Y también los
platillos más caros y finos que pueda ofrecerle a esta hermosa señorita —agregó
Kenzo Ishida.
—Como usted
desee, señor —se inclinó temblando como una hoja y desapareció lo más rápido
que pudo.
La sola
mención de la comida puso a Michiko radiante de alegría, pero supo disimularlo
muy bien bajo su máscara indolente.
—Espero que
sepa bien… —declaró, sentándose con muy poca gracia femenina en el asiento
designado. Kenzo seguía muy divertido con su actitud.
—Te aseguro
que nunca más en tu vida volverás a probar algo tan delicioso como lo que vas a
cenar ahora —le aseguró.
—¡Oh! Eso
quiere decir que esta será nuestra única y última cena juntos, ¿verdad? Es
bueno saberlo —batió las palmas de las manos, llena de felicidad.
Atrapado por
sus propias palabras, Kenzo estaba molesto, tanta inteligencia resultaba poco
conveniente a veces, pero pronto le enseñaría a cerrar la boca como buena mujer.
Encendió otro
cigarrillo más y comenzó a fumarlo bastante enojado en un intento por calmarse.
Había imaginado una cena romántica y sensual, pero aquella impertinente mujer
no se lo estaba haciendo nada fácil y se le estaba agotando la paciencia.
—¿Vas a
comportarte así siempre? —quiso saber, soltando humo por la boca hacia un lado.
—Sólo con
quienes lo merecen —replicó, desafiante.
—Necesitas una
buena lección.
—De ti no
necesito nada.
—¡Ya basta!
—tiró la mesa a un lado, la sorprendida Michiko se le quedó mirando con el
tenedor en la mano y la boca llena.
—¡Oye! ¡Estaba
comiendo eso!
—¡Argh! ¿Y
sigues tomándome el pelo? ¡Te daré una buena paliza para que aprendas a
respetarme, maldita perra! —se abalanzó contra ella con los brazos abiertos
como si fuera un enorme oso, pero, de repente, se quedó quieto, con las manos
en alto y…
Escupió
sangre.
Bajo la
incrédula y pasmada mirada de los empleados del restorán, el poderoso yakuza,
Kenzo Ishida, cayó como un peso muerto sobre el piso ante la fría mirada de
Michiko Daimon, quien sacó su nuevo teléfono celular de su bolso e hizo una
llamada.
—Está hecho.
Entren.
Un par de
minutos después, los paramédicos entraron con una camilla y se llevaron al
nuevo paciente a la ambulancia lo más rápido que pudieron.
XOX
A todo eso,
Hiromi Jonouichi se acercó al doctor Kondo alargándole el teléfono celular.
—¿Qué está
pasando? —quiso saber Shinobu, tomando dubitativamente dicho aparato.
—Algo que
Michiko no nos contó —replicó Hiromi con una media sonrisa.
Kondo,
sorprendido, leyó el mensaje que había en la pantalla mientras la anestesista agregaba
mientras se iba:
—Iré preparando
mis cosas para la cirugía de emergencia.
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