Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 12. Experimento maligno -Capítulo 2-

                                                                                     



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi

***
La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

Una malvada científica esta aprisionando y torturando Jedis para encontrar el secreto detrás de la Fuerza. Aprovecha sus emociones, monitorea sus acciones... y entonces les drena su sangre.

Qui-Gon Jinn esta cautivo.

Obi-Wan Kenobi busca desesperadamente a su Maestro. Mientras tanto, Qui-Gon debe enfrentarse con uno de los más peligrosos enemigos que ha tenido.

Su supervivencia depende de él.


Capítulo 2

Obi-Wan Kenobi contempló el suelo. Era un cambio. Llevaba horas mirando a la pared. Estaba en el centro médico del Templo Jedi. Obi-Wan no tardó en darse cuenta de que Didi necesitaba los mejores cuidados de la galaxia. Astri y él habían traído hasta allí a Didi, habiéndole sin cesar durante el viaje, a pesar de que había quedado inconsciente casi al principio.

Los médicos y sanadores ingresaron a Didi rápidamente en una sala interna. Sólo habían salido para decirle a Obi-Wan y a Astri que Didi seguía vivo, y que tenían esperanzas.

Durante la larga noche, Bant había permanecido a su lado, además de Garen, sus mejores amigos en el Templo. Bant no habló, pero de vez en cuando le daba la mano. Estuvieron sentados toda la noche, esperando que les dije-ran algo. Finalmente, envió a sus amigos a desayunar. Él no podía comer. No podía dormir.

Didi luchaba por su vida en la habitación contigua. ¿Y Qui-Gon? ¿Estaría su Maestro vivo o muerto?

Está vivo, se dijo Obi-Wan con vehemencia. Está vivo Porque tiene que estar vivo. Había visto que el disparo láser había golpeado a suMaestro en el pecho, cerca del corazón. Le había visto tambalearse y caer. Pero Qui-Gon tenía una sorprendente

reserva de fuerza. Aunque fuera prisionero de la cazarrecompensas, se las arreglaría para mantenerse con vida hasta que Obi-Wan le encontrara. La cazarrecompensas no le dejaría morir.

Se lo repitió a sí mismo una y otra vez; pero cuando recordó el rostro impasible y la despiadada actitud en la lucha de aquella mujer, se desesperó.

Y yo aquí sentado. Esperando.

Había informado a Yoda y a Tahl, la Jedi que coordina-ba la búsqueda de Qui-Gon. Les había contado todo lo que sabía. Pero no les había podido decir hacia dónde huyó la cazarrecompensas. No sabían quién la había contratado para seguir a Didi. No sabían por qué. Ni siquiera sabían su nom- bre. Había demasiadas preguntas. Y la vida de Qui-Gon pendía de un hilo.

Yoda había designado varios equipos para investigar la desaparición de Qui-Gon. Tahl estaba intentando descifrar el código del datapad de Jenna Zan Arbor, y también busca-ba pistas que le llevaran a la identidad y el paradero de la misteriosa cazarrecompensas. Se estaba haciendo todo lo posible. Todos los recursos de los Jedi se estaban destinan-do a la búsqueda de Qui-Gon. Excepto Obi-Wan. Él sólo podía estar sentado.

—¿Te has aprendido ya el suelo de memoria?

La voz de Astri irrumpió en sus pensamientos. La chica le sonreía débilmente.

 

—Porque yo sí. Hay veintisiete losetas de piedra de aquí a la pared.

—No creo que quede mucho —le dijo Obi-Wan.

Ella suspiró y se apoyó en las rodillas, juntando las manos. Astri era alta y delgada, con una larga melena negra azabache. Era mayor que Obi-Wan y había regentado el Café de Didi junto con su padre. Obi-Wan no la conocía muy bien, pero lo suficiente para saber que no le gustaba mostrar debilidad o cariño. La visión de su padre abatido por un disparo la había dejado destrozada. Intentar ocultar la conmoción y la desesperación era superior a sus fuerzas.

—No llegué a conocer a mis padres biológicos —dijo Astri mirando al suelo—. Alguien me abandonó en el Café de Didi. Él me adoptó.

—No lo sabía —dijo Obi-Wan.

—Creo que la persona que me dejó allí debía de que-rerme bastante —prosiguió Astri en voz baja—. Quiso que Didi fuera mi padre. Sabía que él no iba a entregarme a Jas autoridades para que el Gobierno me diera en adopción. Sabía que su corazón se derretiría al ver a aquel bebé. Y así fue. Tuve suerte.

—Sí, ya lo veo —dijo Obi-Wan—. A veces vas a parar al hogar al que realmente perteneces —era así cómo se sentía él con el Templo. Y con Qui-Gon.

Ella se giró para mirarle, con el dolor ensombreciendo sus negros ojos.

—Estoy segura de que Qui-Gon está bien. El es fuerte. Le conozco de toda la vida, Obi-Wan. Sé que es realmente fuerte.

Obi-Wan asintió. Si Qui-Gon estuviera muerto, él lo habría sabido. Lo habría presentido.

—Sé que quieres ir a buscarle. Gracias por quedarte aquí conmigo.

—No sabría por dónde empezar —confesó Obi-Wan—.

No sabemos por qué contrataron a la cazarrecompensas.

—Sabemos que intentó robar el datapad —dijo Astri—.

Lo que significa que contiene información valiosa para alguien. Y sabemos que el datapad pertenecía a Jenna, Zan Arbor se lo robó.

—Pero también cogió el de la senadora S'orn —señaló Obi-Wan—. Así que la conexión con la cazarrecompensas podría estar ahí. Vuestro amigo Fligh está muerto y no puede darnos respuestas. Y aunque supiéramos quién contrató a esa mujer, no sabríamos dónde se puede haber lleva-do a Qui-Gon.

Astri asintió.

—Pero le encontrarás —dijo ella—. Los Jedi pueden con todo.

Ella se levantó, esbozando una mueca de dolor al hacerlo. Tenía un hombro dolorido, así como golpes y heri-das de cuando fue arrastrada por la ladera de la montaña, presa del látigo de la cazarrecompensas.

—¿Estás bien? —preguntó Obi-Wan —. El médico podría darte algo para el dolor.

 

—No, quiero estar despierta. ¿Y tú? —le preguntó Astri—.

¿Cómo tienes la pierna?

Obi-Wan se palpó los vendajes del muslo. Había sufri-do un corte causado por la punta del látigo de la cazarre- compensas. Le habían dado un tratamiento de bacta. Se le curaría. El dolor ya estaba remitiendo.

¿YQui-Gon? ¿Le estará curando alguien las heridas?

Astri paseó por la minúscula sala de espera. El diseño de la estancia la hacía cómoda y tranquila, en colores azul pastel y blanco. Los asientos estaban colocados para tener intimidad.

Astri contempló la vista de Coruscant.

—Les estoy tan agradecida a los Jedi. Los sanadores y los médicos han sido realmente buenos. Ojalá fueran un poco más rápidos.

Las puertas de la sala de tratamiento interior se abrie-ron. La sanadora Jedi, Winna Di Yuni, se acercó a ellos ves-tida con la túnica azul claro de los médicos. Obi-Wan se ale-gró de que Winna se ocupara personalmente de Didi. Era una Jedi anciana, alta, fuerte y de suaves movimientos. Era conocida por su gran talento a la hora de diagnosticar. Contaba con amplios conocimientos de todas las enferme-dades de la galaxia.

Y ahora el corazón de Obi-Wan latía a toda prisa al ver el gesto de Winna. Supo enseguida que no era portadora de buenas noticias. Se levantó y Astri se puso a su lado rápi- damente.

Winna miró a Astri amablemente y les indicó que se sentaran. Ella tomó asiento frente a ellos.

—Hemos hecho todo lo que hemos podido por tu padre — dijo ella—. Ahora todo depende de él. Su energía vital está muy baja. Tiene que encontrar fuerzas para luchar.

Obi-Wan vio que Astri tragaba saliva.

—¿Tan graves son las heridas? —preguntó él. Winna asintió.

—Me temo que sí, pero ése no es el único problema. Parece que se han infectado, una infección que no podemos identificar. Estamos repasando todas nuestras bases de datos. No quería salir hasta que supiéramos de qué se trata, pero pensé que debíais saber lo que pasaba.

—No lo entiendo —dijo Astri—. Sois los mejores sanadores de la galaxia. Si  vosotros  no sabéis  qué le pasa,

¿quién puede saberlo?

—No lo sabemos todo —dijo Winna con suavidad—. La galaxia es un lugar enorme. Las infecciones y las enfer- medades surgen por todas partes, y siempre son nuevas. Estoy segura de que localizaremos el origen de ésta, pero nos llevará tiempo.

—Didi no tiene tiempo —dijo Astri, apretándose las manos—. Eso es lo que estás queriendo decir.

—No pienses en lo peor —dijo Winna—. Piensa en positivo. Identificaremos el origen y la forma de tratarlo.

Astri se mordió el labio.

 

—¿Puedo verle?

—Sí por supuesto. El no está consciente, pero puede que perciba tu presencia. Ven conmigo. Astri siguió a Winna. Parecía sonámbula. Obi-Wan también se sentía aturdido. Didi era eterno. Él pensaba que los sanadores traerían buenas noticias.

Pero, en lugar de eso, sólo cabía esperar...

La puerta del pasillo principal se abrió. Tahl entró con Yoda a su lado.

—¿Qué tal está Didi? —preguntó Yoda—. Oído hemos que noticias hay.

—Tiene una infección que no logran identificar —dijo Obi-Wan—. Winna intentó tranquilizar a Astri, pero sé que está preocupada.

—Lo mejor que pueda ella lo hará. Y eso poco no es — Yoda pulsó un botón, y uno de los asientos descendió. Eran ajustables para todas las especies que poblaban el Templo Jedi. Se sentó y se apoyó en el bastón—. ¿Y tú, Obi-Wan? Que no has dormido nada la impresión me da.

—No podré dormir hasta que sepa que Qui-Gon está a salvo —dijo Obi-Wan—. ¿Hay alguna novedad?

Los ojos ciegos, veteados de verde y dorado de Tahl estaban llenos de frustración. Negó con la cabeza apretando los labios.

—Tengo a todos mis contactos funcionando, Obi-Wan — le dijo—. Giett ha regresado de su larga misión y se ha vuelto a incorporar al Consejo, así que Ki-Adi-Mundi nos está ayudando con la búsqueda galáctica. Es el mejor ana-lista que se puede tener.

Obi-Wan asintió. Ki-Adi-Mundi había ocupado el lugar de Giett en el Consejo durante su ausencia. Su cerebro bina-rio le permitía repasar y analizar grandes cantidades de información.

—No tenemos nada sobre la cazarrecompensas —con- tinuó Tahl—. No tiene amigos ni socios conocidos. Los que han utilizado sus servicios se niegan a hablar, ni siquiera con nosotros. Tienen miedo de que tome represalias. Pero lo seguimos intentando.

—¿Y el datapad de Jenna Zan Arbor? —preguntó Obi- Wan—. Tiene que contener algo que busca todo el mundo.

—No podemos descifrar el código —dijo Tahl—. Casi dos los científicos codifican sus datos. Eso no quiere decir

esté conectada con la cazarrecompensas  o con la desa- parición de Qui-Gon; pero, por si acaso, no queremos que sepa que estamos investigándola. Tenemos que explorar todas las opciones hasta encontrar la forma correcta de pro-ceder. No descansaré hasta que le encontremos, Obi-Wan.

—Lo sé —respondió Obi-Wan. Tahl era íntima amiga de Qui-Gon. Habían vivido juntos el período de formación en el Templo.

—Equipos tenemos por todo el sistema Duneeden, Obi- Wan —le dijo Yoda—. Un rastro de la nave de la caza-

 

rrecompensas encontraremos.

—Sabemos que su nave estaba equipada con hiperve- locidad —dijo Tahl con preocupación — . Es bastante proba- ble que no permaneciera en el sistema Duneeden. Pero vamos a comprobar todas las pistas.

—Noticias tengo de un equipo Jedi —les dijo Yoda—. Enviados fueron al laboratorio de Zan Arbor en su planeta natal de Ventrux. Averiguado hemos que el laboratorio ce-rrado está. Despedidos los trabajadores y finiquitados.

En los ojos de Tahl brilló una chispa.

—Bueno, eso ya es algo. Jenna Zan Arbor tiene que estar involucrada. ¡Tenemos que descifrar ese código!

Yoda asintió.

—Que tiene otra base de operaciones pensamos — dijo—. Buscándola estamos -se volvió hacia Obi-Wan—. Un momento difícil para la calma éste es. Pero la calma tienes quehallar.

Cuando tengamos noticias, el corazón apaciguado has de mantener. Una orientación necesitas. Una orientación encontraremos. El corazón de Obi-Wan estaba lejos de la calma, pero Yoda tenía razón. Tenía que mantener la resolución, y la resolución sólo venía con la calma.

La puerta de la sala interior se abrió. Winna se acercó rápidamente.

—La infección de Didi ha sido identificada. Los pro- yectiles láser debían de llevar una solución venenosa para causar la infección.

—¿Tenéis el antídoto? —preguntó Obi-Wan. Winna asintió.

—El tratamiento ha sido descubierto. Es una antitoxi-na. Pero tengo malas noticias. El laboratorio que la vende ha cerrado. No podemos encontrar reservas por ninguna parte. Y ese laboratorio era el único fabricante de la galaxia.

Obi-Wan miró a Tahl. Por su expresión, supo que esta-ba pensando lo mismo que él. Yoda asintió lentamente.

—¿Cómo se llama el laboratorio? —preguntó Obi-Wan.

—Industrias Arbor —respondió Winna. Era la respuesta que Obi-Wan esperaba oír.

 





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