Cada cultura tiene una forma especial de contarnos cuentos, pero,
de todas ellas, quizá sea la japonesa la que desprenda un encanto especial.
Como si de un dulce perfume se tratara, los cuentos de hadas
japoneses exhalan, con gran delicadeza, la esencia de todas las historias que
se vivieron en la Tierra del Sol Naciente hace muchos años, tantos, que nadie
se atrevería a jurar que fueron ciertas. Puede que estos cuentos en los que
aparecen bailarinas y geishas de largas cabelleras, cortejos y amores con
viejos samurais, dioses, diosas y seres sobrenaturales nos enseñen a sufrir y a
amar, como humanos que somos, y acabemos sabiendo más cosas que los inmortales.
La Niñera
Idé el samurai tenía una bella esposa y un solo hijo, llamado
Fugiwaka. Idé era un guerrero muy valiente y, a menudo, estaba ausente de su
hogar, a las órdenes de su señor feudal. Así que el pequeño Fugiwaka fue criado
y educado por su madre y por su niñera, una mujer fiel y leal llamada O'Matsu,
que significa Pino. Y así era ella: fuerte y lozana como el pino, resistente e
inquebrantable.
En la casa de Idé había una espada preciosa. Tiempo atrás, en una
batalla, un héroe del clan de los Idé mató a cuarenta y ocho enemigos con esa
espada. Este arma era el más preciado tesoro de Idé: la mantenía escondida en
lugar seguro, junto a sus dioses del hogar.
Cada mañana y cada noche, el pequeño Fugiwaka se postraba antes
los dioses del hogar para honrarlos y para honorar la gloriosa memoria de sus
ancestros; arrodillada junto a él estaba siempre O'Matsu, la niñera.
Todas los días, Fugiwaka pedía a la niñera: «¡muéstrame la espada,
O'Matsu!».
Y O'Matsu respondía: «Te la mostraré, mi Señor».
Entonces sacaba la espada del lugar donde estaba guardada,
envuelta en un paño de brocado rojo y oro. Quitaba el paño, sacaba la espada de
su dorada vaina y mostraba el refulgente acero al pequeño Fugiwaka; el niño se
inclinaba hacia delante, en señal de obediencia, hasta tocar la estera con su
frente.
A la hora de irse a dormir, O'Matsu cantaba nanas al pequeño. Una
de estas nanas decía:
«Duerme, mi
pequeño, duérmete dulcemente,
¿quieres
saber el secreto, el secreto
de la liebre
de Nennin Yama?
Duerme, mi
pequeño, duérmete dulcemente:
conocerás el
secreto.
¡Oh, la gran
liebre de Nennin Yama!
¡Qué largas
tiene las orejas!
¿Por qué son
así, oh, mi amor?
Conocerás el
secreto.
Su madre
comía semillas de bambú,
shhhhh,
shhhhh;
su madre
comía semillas de níspero,
shhhhh,
shhhhh.
Duerme, mi
pequeño, duérmete dulcemente:
ahora ya
conoces el secreto.»
Entonces O'Matsu decía:
—¿Dormirás ahora, mi Señor Fugiwaka?
—Ahora dormiré, O'Matsu —respondía el niño.
—Escucha bien, mi Señor —decía ella—, y, dormido o despierto,
recuerda: la espada es tu tesoro; la espada es tu deber; la espada es tu
fortuna. Ámala, albérgala, guárdala.
—Dormido o despierto, lo recordaré —decía el niño.
Entonces, un infausto día, la madre de Fugiwaka cayó enferma y
murió. Hubo gran duelo y dolor en la casa de Idé. Pero, con el paso de los
años, el samurai tomó una nueva esposa con la que tuvo un hijo al que llamaron
Goro. Poco después, Idé murió en una emboscada. Sus sirvientes llevaron el
cuerpo a casa y lo enterraron junto a la tumba de sus padres.
Ahora Fugiwaka era el Señor de la casa de Idé. Pero su madrastra,
la Señora Sadako, se sentía muy insatisfecha. Oscuros sentimientos se agitaban
en su corazón; fruncía el ceño y albergaba perversas ideas mientras llevaba a
su hijo en brazos. Por la noche, lo colocaba sobre su cama mientras decía:
«Mi hijo es un mendigo, mientras Fugiwaka es el Señor de la casa
de Idé. ¡Mala fortuna caiga sobre él!», exclamaba la orgullosa mujer. «No voy a
tolerarlo, ¡mi hijo, un mendigo! Antes lo estrangularía con mis propias
manos...» Así hablaba mientras daba vueltas en la cama, urdiendo planes para
cambiar la situación.
Cuando Fugiwaka cumplió quince años, su madrastra lo expulsó de la
casa. Vestido con harapos, descalzo, sin ni siquiera comida o dinero que le
ayudara en su camino: así tuvo que marcharse.
—¡ Ah, madre! —exclamó Fugiwaka—, ¿por qué me maltratas? ¿Por qué
me despojas de mis derechos de nacimiento?
—No sé nada sobre derechos de nacimiento —respondió ella—. Marcha
y busca tu fortuna, si es que puedes. Ahora tu hermano Goro es el Señor de la
casa de Idé.
Y tras estas palabras, le cerró la puerta.
Fugiwaka partió lleno de dolor y tristeza. En un cruce de caminos,
O'Matsu, su niñera, se reunió con él. Llevaba todo lo necesario para emprender
un viaje: una buena túnica, un bastón en la mano y sandalias calzando sus pies.
—Mi Señor —le dijo—, vengo para seguirte: iré contigo hasta el fin
del mundo.
Entonces Fugiwaka rompió a
llorar y recostó su cabeza sobre el pecho de la mujer.
—¡Ah! —sollozó—, mi niñera, mi niñera... ¿y qué ocurrirá con la
espada de mi padre? He perdido la preciosa espada de Idé. La espada es mi
tesoro, mi deber y mi fortuna. Mi destino es amarla, albergarla, guardarla.
Pero ahora ya no la tengo. ¡Qué desgraciado soy! ¡Estoy perdido, y también lo
está la casa de Idé!
—¡Oh, no digas eso, mi Señor! —exclamó O'Matsu—. Toma este oro,
sigue tu camino y yo regresaré para guardar la espada de Idé.
O'Matsu regresó entonces a la casa, sacó la espada del lugar donde
estaba guardada, junto a los dioses del hogar, y la enterró en un sitio seguro,
en espera de que llegara el día en que pudiera entregársela a su joven Señor.
Pero la Señora Sadako muy pronto se dio cuenta de la desaparición
de la espada.
—¡Ha sido la niñera! —gritó, enfurecida—. La niñera la ha
robado... Id a buscarla y traedla a mi presencia.
Los criados de la Señora Sadako prendieron bruscamente a O'Matsu y
la llevaron ante la mujer. Pero por más que lo intentaron, no pudieron averiguar
nada. Los labios de O'Matsu estaban sellados: la Señora Sadako no consiguió
enterarse de dónde estaba la espada.
—Es una mujer testaruda, pero no importa: conozco el remedio para
que hable.
Así que encerró a O'Matsu
en una oscura mazmorra y la privó de comida y agua. La Señora Sadako iba cada
día hasta la puerta de la mazmorra y le hacía siempre las mismas preguntas:
—Bien —decía—, ¿dónde está la espada de Idé? ¿Vas a decírmelo?
Pero O'Matsu no respondía.
En la oscuridad de su encierro, la mujer lloraba y suspiraba:
«dioses, dioses, no volveré a ver a mi joven Señor. Pero él ha de tener la
espada de Idé y yo debo encontrar la manera de que así sea.
Al cabo de siete días, la Señora Sadako se sentó un rato en el
jardín, intentando encontrar un poco de aire fresco en el calor del verano. Era
ya hacia el atardecer, cuando la Señora vio a una mujer que caminaba a través
de las flores y árboles del jardín. Se trataba de una mujer delgada, de
apariencia frágil; mientras se acercaba con pasos titubeantes, su cuerpo
oscilaba y se mecía.
«¡Cómo, qué extraño!», se dijo la Señora Sadako. «Es O'Matsu...
¡pero si estaba encerrada en la mazmorra!» Y se quedó sentada, inmóvil,
observando.
O'Matsu fue hasta el lugar
donde había enterrado la espada y escarbó la tierra con sus dedos, llorando y
lamentándose. Sus manos sangraban. Lentamente fue apartando la tierra hasta que
al fin encontró la espada. Allí estaba, en su envoltorio escarlata y oro.
Entonces la niñera, con un gran grito, se hundió el arma en el pecho.
—¡Ahora sí eres mía, mujer!
—chilló la Señora Sadako—, ¡y mía es también la espada de Idé!
Salió corriendo a toda prisa, extendiendo su mano para coger a
O'Matsu por la manga. Pero no pudo asirla, ni a ella ni la espada, pues ambas
desaparecieron de repente. La dama volvió rápidamente a la mazmorra, mientras
llamaba a sus siervos para que trajeran antorchas. Y allí, sobre el suelo de la
celda, encontraron el cuerpo de la pobre O'Matsu, frío y sin vida.
—Traedme a la Mujer Sabia —ordenó la Señora Sadako.
Cuando tuvo a la Mujer Sabia ante sí, la Señora Sadako le
preguntó:
—¿Cuánto tiempo lleva muerta?
La Mujer Sabia respondió:
—Ha muerto de sed y de hambre; lleva muerta dos días. Haríais bien
en darle el funeral que merece, pues era un alma bondadosa.
En cuanto a la espada de Idé, nunca fue encontrada.
Muy lejos de allí, en una posada, Fugiwaka se removía inquieto en
la cama. Le pareció que su niñera venía hacia él y se arrodillaba junto a su
lecho. Entonces se tranquilizó.
O'Matsu le dijo:
—¿Dormirás ahora, mi Señor Fugiwaka?
—Ahora dormiré, O'Matsu —respondió él.
—Escucha, mi Señor —prosiguió ella—, y, dormido o despierto,
recuerda: la espada es tu tesoro; la espada es tu deber; la espada es tu
fortuna. Ámala, albérgala, guárdala.
La espada estaba envuelta en un paño escarlata y oro, y ella la
dejó junto a Fugiwaka. El muchacho despertó de repente y vio que eran sus
propias manos las que asían con fuerza la espada de Idé.
—Dormido o despierto —dijo—, lo recordaré.
Fin
Cuento extraído del libro
"Cuentos de Hadas Japoneses",
Colección Magoria, 1999,
por Ediciones Obelisco
¡Nos
leemos en la próxima entrada!
¡Gracias
por visitar mi blog!
¡Cuídense!
Sayounara
Bye Bye!
Gabriella
Yu
hermoso cuento
ResponderBorrarEs verdad... pero el cuento de la flauta me dio todavía más pena... :((
BorrarQue lindo cuento!!! Pero triste a la vez pobre niñera sacrifico su vida por devolverle la espada a su joven señor! :(
ResponderBorrarSeeeh... No sé por qué tienen que ser cuentos tan tristes. ¡Menos mal que hay pocos animes que terminan así! :>)
BorrarSiiiii menos mal XD
BorrarPorque de lo contrario no podriamos ver o leer nada!!! O al menos yo que no me aguanto los finales tristes me afectan mucho lo unico que quiero es llorar :(
El otro día terminé de ver la novela china Amor Azul y el final es súper triste, aún así, ellos se prometen encontrarse en la siguiente vida... snif :((
BorrarNooooooo!!!! Snif snif que triste final!!! ToT
BorrarSí, pero hermoso igual :-(
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