Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 19

Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz.  El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.


¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?

Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?

Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu

*Capítulo 19: La Inesperada Invitación de Jeremy *


/Aún no puedo creer que Anthony se haya dado por vencido con mi hermana Jo, él es un periodista bastante testarudo y no me convence eso de que dejará ir a Jo… ¿Ustedes lo creen?/

Aquella noche ni Beth ni Jeremy ni Anthony y ni siquiera Jo pudieron pegar el ojo por diferentes motivos. Los dos primeros se sentían muy confundidos con sus propios sentimientos del uno hacia la otra, teniendo a Sally como la otra protagonista de sus pesares, para una como rival y para el otro como pretendiente. Anthony, en cambio, se sentía demasiado triste y enfadado como para lograr conciliar el sueño, pues esta vez estaba decidido a dejar ir a Jo y no volver a verla nunca más (aunque
estaba más que seguro de que la última parte le iba a ser casi imposible de concretar). Y Jo, además de sentirse ofendida con su amigo Anthony, se le agregaba el hecho de que comenzaba a sentir una terrible culpa por haberlo tratado tan mal la noche anterior, dándose cuenta de que había exagerado las cosas. Después de todo, él había hecho todo lo posible por ir a ver su obra.

Revolviéndose en sus respectivas camas, los desvelados intentaron dormir por cualquier medio que ya conocían o inventaron aquella misma noche, pero nada de eso resultó y tuvieron que sufrir las consecuencias de un terrible e incómodo insomnio, entregándose a profundas en inevitables divagaciones negativas, como siempre sucede cuando no se puede conciliar el sueño. En cierta manera, el futuro de todos pendía de las decisiones que tomarían esa misma noche.

A la mañana siguiente, grande fue la sorpresa de todos al notar las marcadas ojeras en el rostro recientemente sonrosado de Beth cuando ésta bajó a desayunar en el comedor de la habitación del hotel.

—¿Acaso no pudiste dormir bien anoche, hija? —le preguntó su padre mientras levantaba la taza de café y sorbía su contenido.

—No… —se dejó caer sobre la silla bastante cansada, pero intentó poner buena cara para no preocupar a nadie.

—¿Te dio fiebre? —inquirió su preocupada madre a la vez que le ponía la mano sobre su frente, aún temerosa de que su delicada hija volviera a tener una recaída.

—No, mamá. Solamente no pude dormir muy bien, nada más.

—¿Y por qué será? —quiso saber Meg mientras untaba un poco de manteca sobre una rebanada de pan.

—No lo sé —se alzó de hombros para luego llenar su taza con leche caliente, tratando de quitarle importancia al asunto para que dejaran de hacerle preguntas, pues temía que, de un momento a otro, se pondría a llorar desconsoladamente… ¡Y no tenía idea del porqué! ¿Cómo podría explicarlo entonces?

—¡Yo sé por qué! —exclamó, Amy alzando jubilosa la mano para llamar la atención de toda su familia y poniendo muy nerviosa a su hermana, temiéndose descubierta por su entremetida hermana menor.

—A Beth la emocionó tanto la actuación de Jo que no pudo pegar el ojo en toooda la noche. Lo mismo me pasó a mí, ¿saben? —reveló, muy segura de sus palabras.

—¿Ah, sí? Pues anoche, cuando entré a tu dormitorio para verte, te encontré completamente dormida y con tu graciosa pinza para la ropa en la nariz —replicó su padre con una maliciosa sonrisa burlona.

—¡Qué malo eres, papá! Esa no es una pinza para la ropa, es una muñequita que me regaló mi amiga Bárbara cuando se fue de Gettysburg. Es un regalo que aprecio mucho, ¿sabes? Con ella podré tener una nariz griega y siempre recordaré a mi mejor amiga —se quejó, cruzándose de brazos con el ceño fruncido, profiriendo un bufido de fastidio.

—¡Ja, ja, ja! Lo siento, hija; no quise burlarme te ti —se disculpó muy entretenido con el berrinche de su "niñita".

—Pues parece que sí porque te sigues riendo de mí —se quejó haciendo un pucherito.

—Mira, ¿Qué te parece si para redimirme te compro un lindo vestido en una de las tiendas del centro? —le prepuso conciliadoramente, pues siempre le había gustado darle todos los gustos a su adorada hija menor, la "princesita" de la casa.

—¡¿De veras? ¡Muchas gracias, papaíto! —exclamó llena de alegría, lanzándose alborozada a los cariñosos y fuertes brazos de su adorado padre, olvidándose por completo de la disputa anterior.

—¿Entonces todo está olvidado y perdonado?

—¡Claro que sí, papaíto querido!

—¡Oh, Frederick! Amy ya tiene el ropero lleno de vestidos —se quejó su esposa.

Amy, preocupada por la negativa de su madre, miró anhelante a su querido
progenitor, quien le sonrió y le acarició la mejilla.

—El que tenga un vestido más en el ropero no tiene nada de malo, querida.

—¿De veras, papá? ¡Gracias! —y volvió a abrazarlo para llenarlo de besos.

Mary no tuvo más remedio que suspirar cansadamente mientras negaba con la cabeza, Meg sonrió y Beth no pudo hacer otra cosa que suspirar aliviada porque todos se habían olvidado de su insomnio y su motivo. Pero el siguiente anuncio de su padre la dejó completamente desbastada.

—Mañana a primera hora nos iremos a casa, así que quiero que disfruten éste último día en Nueva York, hijas. Mamá y yo saldremos a pasear por el Central Park, ¿quieren venir con nosotros?

—¿Si voy con ustedes vas a comprarme el vestido, papá? —quiso saber Amy.

—Claro que sí, pequeña.

—¡Hurra! ¡Entonces iré con ustedes, papaíto! —festejó con su habitual ímpetu, extendiendo los brazos.

—Esta Amy siempre tan materialista —comentó la sonriente Meg.

—¿Tú también vendrás con nosotros, hija? —le preguntó su madre—. Creo que, si buscamos bien, encontraremos algunas cosas más baratas aquí que en NewCord para tu boda.

—Yo ya me fijé en eso, mamá, y John y yo estaremos más que agradecidos si nos dan una mano para organizar nuestra boda.

—No digas eso, hija. Soy tu padre y no hay nada más importante para mí que ayudar a mi linda hija a preparar su ceremonia de casamiento… —replicó con lágrimas en los ojos, pues el sólo hecho de pensar en que, de alguna manera, iba a perder a su hija primogénita en un par de años, lo entristecía sobremanera.

Meg, comprendiendo los sentimientos de su querido padre, lo abrazó por los hombros y rozó cariñosamente su mejilla con la de él.

—¡Oh, papá! El que me case con John no significa que me olvidaré de ti. ¡Jamás me atrevería a hacer algo así! Además, aún faltan dos años antes de que tenga que separarme de ti.

Mary, orgullosa, los miró llena de ternura, complacida con lo que veía, pero enseguida volvió su atención hacia Beth y le preguntó:

—¿Vendrás con nosotros, hijita?

La aludida se quedó pensativa por algunos segundos antes de contestarle.

—Yo… Yo quisiera quedarme aquí, mamá. Como no he dormido muy bien anoche quisiera irme a acostar un par de horas.

—Está bien, queridita, como tú quieras.

—Perdóname, mamaíta. Yo quisiera estar con ustedes, pero… ¡me estoy cayendo del sueño! —le sonrió, alzándose de hombros.

—¡Oh, Beth! —exclamó la buena señora, levantándose de su silla para ir a darle un cálido y cariñoso beso en la frente—. No tienes por qué pedir perdón, hijita. Prefiero que estés aquí, bien abrigadita, que exponerte al frío y a una recaída. ¡Temo tanto que vuelvas a enfermarte otra vez, querida!

—¡Oh, mamá! —exclamó la jovencita, abrazando a su amada madre con todo su corazón. Lejos estaba de imaginarse Beth que su plan tomaría otros derroteros.

Cerca de media hora después de que sus padres y sus hermanas se fueran a pasear por el Central Park, Beth ya se estaba disponiendo a meterse a la cama cuando oyó que alguien llamaba a la puerta.

—¿Quién es?

—Soy yo, Jo. Abre, hermanita.

Beth, dichosa con aquella inesperada pero gratísima visita, sacó el seguro de la puerta y la abrió de inmediato

—Hola, Jo. ¡Pero qué linda sorpresa me has dado!

—Hola, hermanita —la saludó mientras recibía un cariñoso beso de Beth en la mejilla—. Moría por venir a verlos. ¿Qué te parece si salimos todas juntas a dar un paseo? ¡Aún hay tantas cosas que quiero mostrarles!

—¡Oh…! —Beth bajó la mirada un tanto triste—. Lo siento, Jo, pero llegaste un poco tarde… Meg y Amy salieron con papá y mamá para hacer unas compras… Sólo quedo yo.

—Vaya, vaya, pero qué contrariedad… —la joven escritora se rascó la cabeza bastante decepcionada—. ¿Y tú por qué estás aquí?

—Bueno… La verdad es que quise quedarme a dormir un poco más.

—¿De veras? Vaya… —Jo pareció aún más decepcionada que antes, dejándose caer en uno de los elegantes sillones.

—Supongo entonces que no podrás salir conmigo… —pasó sus largos dedos
sobre la suave tela del mueble.

—No digas eso, Jo. La verdad era que ya había dormido un poco antes de que tú llegaras —mintió, pues no quería ver triste a su hermana.

Jo alzó la vista con un brillo de esperanza en sus ojos grises.

—Entonces salgamos las dos juntas, ¿te parece, Beth? ¿Puedes?

—Bueno, yo… —dudó, pues realmente deseaba quedarse a dormir pero tampoco quería defraudar las esperanzas de su querida hermana. Pero al volver a mirar su rostro anhelante supo inmediatamente qué hacer.

—¡Claro!

—¡Genial! ¿Qué te parece si vamos primero por la pensión de los Kirke?

—¿A la pensión de los Kirke? —repitió un tanto alarmada—. ¿Y por qué deberíamos ir allí primero?

—Pues por una torpeza mía… —Jo se sonrojó y, llevándose la mano a la nuca, declaró bastante avergonzada—. Lo que pasa es que me olvidé mi manuscrito en mi cuarto y me acordé recién de él cuando entraba a este edificio… Resultaba una tontería tener que regresar por él en ese momento, así que subí igual, decidiendo que luego volvería por el manuscrito pero esta vez acompañada por ustedes.

—¡Ah! ¿Entonces ya terminaste de escribir otra de tus novelas, Jo?

—Claro, y ahora pienso presentarla a todos los diarios de esta ciudad para ver quién decide publicármela. ¿Sabes? Con todo el jaleo del viaje, la estadía y los ensayos para la obra me han mantenido algo alejada de mi verdadera pasión, así que no pienso perder más tiempo de ahora en adelante.

—¿Entonces, lo que quieres es que te acompañe a las editoriales?

—Así es… Si no te es mucha molestia, claro…

—Por supuesto que no es ninguna molestia para mí, Jo —le sonrió gustosa—. ¿Cómo crees que voy a perder la oportunidad de pasear contigo cuando hace mucho no lo hacemos?

—¡Oh, Beth! ¡Eres un ángel! ¡Muchas gracias, hermanita! —y le dio un tierno beso en la frente—. Ve a abrigarte muy bien que afuera hace bastante frío —le aconsejó mientras se dirigía hacia un escritorio que se encontraba al lado del hogar—, yo voy a escribirle una nota a papá y mamá para avisarles que saliste conmigo, ¿sí?

—Sí —y se fue corriendo a cambiarse el camisón por un vestido más abrigado, una bufanda, el gabán, el sombrero y los guantes. Aún a pesar de estar muerta de sueño, jamás se le pasaría por la cabeza irse a dormir antes que pasear junto a su hermana un día antes de su partida. Ya dormiría tranquila durante todo el trayecto camino a casa.

Una vez que estuvo lista, ambas salieron a la calle y caminaron directamente hacia la pensión de los Kirke mientras el viento frío soplaba cada vez más y más fuerte sobre los árboles que comenzaban a desnudarse por el cambio de estación.

—Espero que el clima no empeore —deseó Jo un tanto preocupada.

Cuando llegaron a su destino, ésta subió a su cuarto para buscar su manuscrito mientras Beth se quedaba en la sala de estar para conversar un rato con la señora Kirke. Luego de unos minutos y viendo que su hermana estaba demorando más de la cuenta, Beth decidió subir corriendo a buscarla.

Ella no sabía muy bien el por qué, pero se sentía sencillamente feliz en aquel viejo edificio, tal vez fuera porque allí había conocido a un magnífico pianista, al chico más guapo que había visto en su vida…

Beth se sonrojó inmediatamente al pensar en ello, avergonzándose por aquellos pensamientos. Tan inmersa estaba en sus propios pensamientos mientras corría por el pasillo, que chocó de golpe contra alguien, cayendo sentada al suelo del pasillo por el impacto.

—Perdóneme, señorita; fue mi culpa… —se excusó una impasible voz de muchacho.

—Oh, no, señor. Fui yo quien tuvo la culpa… No me fijé por dónde iba… —replicó Beth, tratando de ordenar sus pensamientos, pero cuando notó que una pálida y esbelta mano de largos y finos dedos se tendía frente a ella, se quedó paralizada, reconociendo inmediatamente al dueño de aquella mano.

Lentamente y con el corazón en la boca, Beth alzó la vista y no hizo otra cosa más que afirmar su descubrimiento: un chico alto, delgado, pálido, de hermosos cabellos rubios y unos ojos celestes de ensueño escudados por un par de anteojos delgados y redondeados.

—Jeremy… —murmuró embobada.

—¡Miss Elizabeth! —exclamó el muchacho al reconocer el delicado rostro de la jovencita.

Por un momento que les pareció eterno, ambos jovencitos se quedaron mirando como si estuvieran sumergidos en una profunda y extraña ensoñación, como si nada existiera a su alrededor, como si nada importara más que ellos mismos. Sus miradas se cruzaron y sus almas se conectaron como nunca antes lo habían hecho con nadie. La música que ellos tanto amaban parecía susurrarles dulcemente a los oídos melodías llenas de amor, prometiéndoles a ambos un futuro lleno de felicidad.

Con un gran esfuerzo, Jeremy logró volver a la realidad, extendiendo firmemente su mano ante la sorprendida Beth, quien se le quedó mirando a la cara como una completa boba.

—Miss Elizabeth —insistió el chico.

Beth se estremeció y volvió en sí, bajando la vista hacia la mano que él seguía ofreciéndole. Lenta y temblorosamente la jovencita tomó aquella mano esbelta pero firme que la izó rápida pero delicadamente del suelo, quedándose de pie frente a frente con Jeremy, a unos pocos centímetros de distancia.

Ambos estaban muy nerviosos y el corazón les golpeaba furiosamente el pecho, así que no pudieron pronunciar palabra alguna hasta que Beth se obligó a romper aquel incómodo silencio.

—S-siento mucho haberme tropezado con usted, señor Williams… No me fijé por dónde iba y… —masculló, bajando la vista mientras jugaba nerviosamente con sus dedos.

—No —la interrumpió el chico—. No fue su culpa, miss Elizabeth. Fui yo quien no se fijó por dónde iba. Salí de mi cuarto demasiado deprisa…

Volvieron a quedarse callados, embargados por la emoción de encontrarse juntos y no poder confesar sus sentimientos mutuamente. Jeremy tragó saliva y se acusó a sí mismo de cobarde, debía saber si Beth compartía sus mismos sentimientos.

—Miss Elizabeth, yo quería preguntarle si a usted le gustaría ir conmigo a un concierto de piano que darán mañana en el /Music Hall./

Beth se quedó anonadada, era la primera vez que un muchacho la invitaba a salir. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para ella, logró abrir la boca sólo para decir palabras ininteligibles:

—Yo… Yo…

Quería decirle que nada más le gustaría en el mundo que ir con él a un concierto de piano, pero era tan tímida y cobarde que no lograba decírselo.

—No creo que pueda hacerlo, Jeremy —los interrumpió Jo con frías y cortantes palabras.

Recién salida de su habitación, ella había logrado escuchar aquella desagradable proposición (según su propia opinión) y, como le había sucedido con Meg, Jo había reaccionado de la peor manera al tratarse de su hermana favorita, poniéndose terriblemente celosa e intransigente.

Sobresaltados, Beth y Jeremy se volvieron hacia ella muy nerviosos y avergonzados. Pero él no era una persona que se diera por vencida tan rápido una vez que se le había metido algo en la cabeza, así que su réplica no se hizo de esperar.

—¿Podría saber el motivo por el que miss Elizabeth no podría acompañarme al concierto, miss Jo?

Su pregunta era tan cortes como desafiante el mismo tiempo, pero seguía siendo todo un caballero.

—Porque mi hermana volverá a NewCord mañana mismo con mi familia y no tendrá tiempo para esas tonterías.

Y sin más explicaciones y sin una pisca de consideración, Jo tomó a su sorprendida hermana por la muñeca y se la llevó prácticamente a rastras, bajando raudamente por las escaleras y saliendo por la puerta de calle, la cual azotó detrás de ellas en cuanto salieron fuera, dejando a la señora Kirke bastante perpleja.

—¿Pero qué le pasa ahora a esa jovencita? Jamás la vi tan molesta.

Jeremy bajó lentamente las escaleras con sus ojos celestes clavados directamente sobre la puerta. Hasta ese día Jo había sido muy buena con él pero ahora había conocido un lado que jamás había imaginado que fuera tan fuerte en ella: Jo amaba profundamente a su familia y haría todo lo posible por mantenerla junta. Beth parecía ser una jovencita demasiado tímida como para decidirse a hacer algo en contra de los deseos de su hermana. Él no sabía a ciencia cierta si ella lo amaba, pero ahora estaba seguro de que él sí la amaba y estaba dispuesto a luchar por ella, ¿pero acaso ella lograría encontrar el valor suficiente como para confesar lo que verdaderamente sentía por él?

De pronto, el recuerdo de su enfermedad volvió a su mente, angustiándolo, sintiendo que nuevamente su corazón volvía a ser embargado por un intenso dolor. ¿Cómo se le había cruzado por la cabeza declararle su amor a una niña tan inocente cuando sabía que muy pronto él perdería la vista y se convertiría en un estorbo tanto para él mismo como para cualquiera que estuviera con él? No, no quería que Beth pasara por momentos tan angustiantes por su culpa, debía olvidarse de ella por completo o la arrastraría a un futuro infernal junto con él… aún si eso significara romper su propio corazón.

"Qué estúpido fui —pensó mientras subía las escaleras con la intención de encerrarse en su cuarto para ahogar sus penas en solitario—, estuve a punto de perjudicar a una niña inocente…".

Y así, con el corazón partido por el dolor y el alma embargada por la tristeza, Jeremy se condenó a sí mismo a una perpetua soledad para no perjudicar a otros por su culpa, sobre todo a la mujer que había descubierto que amaba con todo su ser.

XOX

Jo y Beth caminaron varias cuadras en completo silencio hasta que la primera decidió romperlo al ver que su hermana parecía estar bastante preocupada y confundida.

—Escucha, Beth: no tienes por qué aceptar la invitación de un muchacho extraño si no quieres. Es perfectamente normal asustarse y negarse a esa invitación —le dijo, creyendo firmemente en lo que le decía.

—Jeremy no es ningún extraño, Jo, tú lo conoces bien —replicó Beth con calma.

—Claro que lo conozco, y es por eso que no quiero que aceptes ninguna invitación suya, ¿entiendes?

Había algo de fundamento en las palabras de Jo, pues ésta había sido testigo del intento de suicidio de Jeremy y su extraño y antisocial comportamiento con los demás y no lo consideraba ni por lejos un buen pretendiente para su hermana.

—Haz caso de lo que te digo y olvídate de este tonto asunto, Beth —le aconsejó, dedicándole una sonrisa tranquilizadora mientras le colocaba su sobreprotectora mano sobre el hombro.

Pero Beth no se quedó muy convencida con aquella ambigua explicación, sencillamente no podía creer que un muchacho que tocara el piano tan apasionadamente como lo hacía él podía ser una persona cuya amistad no podía ser valorada. Había visto en Jeremy una infinita tristeza, una gran nobleza, un enorme espíritu de sacrificio y posiblemente una capacidad de amar más allá de lo que ella podía imaginarse de lo que era capaz de dar. Pero ella no era lo suficientemente fuerte como para
luchar por su amistad, además, al día siguiente regresaría a casa y estaba segura de que nunca más volvería a verlo, así que decidió no volver a pensar en él a pesar de que esa idea pesara terriblemente sobre su corazón.

/¡Jeremy invitó a mi hermana Beth a salir con él! ¡Pero qué suerte tiene Beth! Él es un chico realmente guapísimo y yo no lo dudaría un segundo si alguien así me invitara a salir… Claro que tendría que tener una buena herencia… Esa Jo… tan celosa… ¿Se pondrá así cuando algún chico quiera ser mi novio?/

*Notas de Una Autora Descuidada:*

*¡Hola! ¿Cómo han estado? Jo realmente es muy fría… a pesar de que Jeremy es un buen chico no quiere saber nada que él sea pretendiente de su hermana. Beth aún no se da cuenta (o no quiere darse cuenta) de que lo ama… Pero una enorme barrera se alza entre ellos dos. ¿Podrán derribarla?*



Notas de una Bloguera Descuidada:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Espero que bien. 
Sigo viendo el drama coreano El Hombre Inocente, el anime Inazuma Eleven Go y editando el drama chino Princesa Valiente.
La siguiente publicación será la continuación de Detective Conan online :)

¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!

Sayounara Bye Bye!!!

Gabriella Yu

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