Fanfic Capitán de Mar y Guerra -En busca del continente perdido- *Capítulo 1: Jack y Stephen Hacen un Gran Descubrimiento*

 Resumen de la historia: En la búsqueda de una isla misteriosa, Jack y Stephen vivirán los desafíos más extremos junto a la tripulación en una tierra desconocida y la rivalidad de otro capitán que quiere hacerse con el bien más preciado de Jack: Stephen.  Esta historia está ambientada después de la película "Capitán de mar y guerra: La costa más lejana del mundo". Una historia de drama, humor, acción, aventuras y romance. ¡Que la disfruten!


*CAPITÁN DE MAR Y GUERRA: EN BUSCA DEL CONTINENTE PERDIDO*


Género: yaoi, drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jack Aubrey/Stephen Maturin
Personajes: Jack Aubrey, Stephen Maturin ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 3 capítulos.
Estado: inacabado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Mi primera historia yaoi escrita allà por el 2009... Una pena que nunca la continuè...
IMPORTANTE: contiene escenas yaoi XD


*Capítulo 1: Jack y Stephen Hacen un Gran Descubrimiento*


Tanto el capitán Jack Aubrey —a quienes todos apodaban como el
"Afortunado Jack"— y el doctor Stephen Maturin, eran muy buenos amigos a
pesar de que sus temperamentos eran tan dispares como sus conocimientos
y opiniones, uniéndolos su fuerte amor por la música y una maravillosa
complementación de sus personalidades a pesar de sus diferencias.

Pero cuando el /HMS Surprice /echó anclas en el puerto de la Habana,
ninguno de los dos imaginaban que iban a hacer un descubrimiento
prodigioso que los lanzaría a una fantástica y peligrosa aventura por el
mar, poniendo en juego su amistad.

Tanto el capitán Aubrey como sus hombres, se encontraban felices de
pisar nuevamente tierra firme, disponiéndose a abastecerse de
provisiones y agua y asistir a las tabernas para beber, comer y
divertirse un rato luego de una dura travesía que había durado varios
meses persiguiendo a sus enemigos franceses.

Mientras los marineros, artilleros y grumetes se divertían en el otro
lado de la taberna en donde estaban cenando, el capitán, los oficiales y
el doctor se encontraban en otro lugar, y, como siempre, Jack era quien
los entretenía a todos con sus interminables anécdotas.

—… y, cuando el almirante Nelson vio lo que yo había hecho, se dirigió
lentamente hacia mí y, con aquella gallardía que lo caracterizaba, se
plantó frente a mí y me dijo… —todos los miraron directamente a los
ojos, intrigados—…: "Aubrey, si no fuera por tu gran arrojo en la
batalla, juraría que en vez de haberte pedido la sal el otro día, te
hubiera pedido que te hicieras una lobotomía".

Nadie se rió, salvo el doctor Maturin, quien había sido el único que
había entendido aquel chiste gracias a sus conocimientos médicos. Luego
de unos segundos y notando que nadie hacía eco a su calmada risa,
Stephen dejó de reírse e intentó explicar el sentido de aquel chiste
para que sus compañeros militares, menos instruidos que él en cuestiones
médicas, lograran entender el chiste. Pero, para su sorpresa, el capitán
Jack Aubrey golpeó la mesa con su puño y se rió estruendosamente.

—¡Ja, ja, ja! ¡Otra vez lo atrapé, doctor! —lo miró malévolamente con
sus brillantes ojos celestes—. Durante toda la noche usted no se ha
reído de uno solo de mis chistes y mis anécdotas, así que le he tendido
una trampa y usted a caído redondo en ella… ¡Ja, ja, ja!

Mirándose entre ellos, todos los oficiales comenzaron a reírse con ganas
tras comprender por fin la broma que su capitán le había hecho al
"ingenuo" del doctor Maturin. Muy molesto y avergonzado, el agraviado se
quejó sin demora:

—Debo suponer que esa anécdota de la lobotomía no era cierta, ¿verdad?

—Por supuesto que no, mi querido doctor —le guiñó pícaramente un ojo y
tomó la copa llena de vino, proponiendo un brindis—: ¡Por el doctor
Stephen Maturin, quien nunca deja de caer en mis trampas! ¡Ja, ja, ja!

Todos brindaron entre risas, muy felices por la broma, salvo el médico,
que no había brindado con ellos.

—¡Oh! ¡Por todos los cielos, doctor! ¡Tan sólo fue una pequeña bromita y
nada más! —exclamó Jack con una gran sonrisa conciliadora mientras
palmeaba fuertemente la espalda de su amigo que permanecía con el ceño
fruncido y los brazos cruzados.

—Bueno, si ésa es su forma de divertirse, yo ya debería de haberme
acostumbrado a ella con los siete años que llevamos juntos… —aún estaba
molesto, pero tuvo la suficiente fuerza de ánimo como para mostrarle una
media sonrisa casi imperceptible.

Aquella débil muestra de perdón fue suficiente para el capitán Aubrey,
quien decidió seguir divirtiéndose con sus compañeros. Así estuvieron
por más de una hora hasta que Stephen consideró que ya era tiempo de
retirarse a dormir, pero cuando apenas se levantó de su asiento y se
dispuso a marcharse, Jack lo había tomado fuertemente de su delgada
muñeca, obligándolo a volverse.

—¿Ya se va, doctor? Aun falta lo mejor… —le sonrió burlonamente.

—Como usted piensa quedarse un par de días en este lugar, he pensado
aprovechar todo ese tiempo para explorar la isla y conseguir algunos
especímenes para mi estudio de la naturaleza, capitán Aubrey. Pienso
levantarme mañana muy temprano. —Sonrió malévolamente—. Así que ya no
podrá hacer bromas a costa mía esta noche.

—¡Oh! ¡Usted y sus aficiones! —le soltó la muñeca y llenó nuevamente su
copa con vino para alzarla frente a los presente con una sonrisa—.
¡Despidan al doctor, muchachos! ¡Mañana explorará esta isla para
continuar con su colección de bichos! ¡Ja, ja, ja!

Y mientras todos brindaban nuevamente en su honor, el doctor Maturin
suspiró muy enojado y se marchó de allí sin pronunciar una sola palabra.
Jack, a pesar de que seguía sonriendo, observó detenidamente a su amigo
hasta que éste salió de la posada.

—Bien, Señores —les dijo mientras se ponía de pie y se tomaba la última
copa de vino—, me temo que debo abandonarlos, pues yo también tengo
muchas cosas qué hacer, como ustedes, así que les sugiero que se vayan a
la cama lo más pronto posible porque mañana trabajaremos casi todo el día.

Y luego del respetuoso saludo de los oficiales y el resto de la
tripulación, el capitán Jack Aubrey salió rápidamente a la calle con la
intención de alcanzar a su amigo. No tuvo que caminar mucho, puesto que
logró divisarlo al lado de una palmera, arrodillado bajo la luz de las
farolas; seguramente había encontrado algo muy interesante qué observar.

—¿Y bien? ¿Qué encontraste? ¿Alguna cucaracha? —le preguntó
repentinamente en cuanto estuvo a su lado, y si lo había tomado por
sorpresa, el doctor lo había disimulado bastante bien conservando su
seriedad y compostura.

—No, es un /Semiotus angulatos/… —le respondió serenamente mientras
seguía concentrado en la observación del insecto que se encontraba en la
difícil tarea de trepar por la palmera.

—¿Un qué?

—Un /Semiotus angulatos/: un escarabajo de resorte de América Central.

—¡Oh! —fue lo único que atinó a decir su amigo, puesto que no le
interesaba otra cosa más que no fuera los asuntos del mar, la milicia y
la navegación—. Bueno, me alegro por eso, Stephen… Solamente me había
acercado para recordarte nuestra sita con el violín y el violoncelo
antes de la hora de dormir.

—No lo olvidaré, Jack; no te preocupes… —fue la mecánica respuesta del
doctor, quien seguía estudiando a su escarabajo sin prestarle demasiada
atención a su amigo.

Encogiéndose de hombros, Aubrey se dio media vuelta y se marchó al
/Surprice/, preguntándose cómo su amigo era capaz de pasarse horas y
horas observando un bicho sin importancia. Pero, lo que tampoco sabía,
era que esa misma afición, iba a embarcarlos muy pronto en una fabulosa
y peligrosa travesía.

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A la mañana siguiente, grande fue la sorpresa de Stephen cuando su amigo
anunció que lo acompañaría en su excursión a la isla.

—¿Y qué pasó con tus obligaciones de a bordo? —le preguntó un tanto
consternado mientras hacía los últimos preparativos de su equipaje
científico: lápices, libreta, lupa, catalejo, cinta de medir, algunos
libros… todo metido en su zurrón.

—Dejé al teniente Pullings a cargo de todo hasta mi regreso —le
respondió sonriente mientras metía pan, queso, carne seca, una botella
de vino y un par de vasos de lata en una bolsa de lino asegurada con un
largo cordón, sabiendo que su amigo se había olvidado de aquellos
elementos tan primordiales para sus estómagos gracias a su lineal
interés por la naturaleza.

—Creo que debo ser sincero contigo, Jack —volvió a hablar mientras se
colocaba su sombrero, los anteojos y el bolso—, me siento muy feliz
porque quieras acompañarme, ya que casi nunca lo has hecho, pero también
me siento un tanto frustrado porque estarás todo el tiempo quejándote de
mis "interminables" paradas.

—Pues ése es un riesgo que ambos debemos correr en honor de nuestra
amistad, ¿no te parece? —replicó de muy buen humor mientras se colocaba
un sombrero de paja y se llevaba el bolso al hombro—. Además, necesito
un poco de ejercicio en tierra entes de volver a remontar el mar durante
meses en mi querido /Surprice /—Miró alrededor y emitió un tenue
silbido—. ¿Ya estás listo, Stephen?

Viendo que asentía levemente con la cabeza, Jack abrió la puerta del
camarote y le hizo una venia muy graciosa.

—Después de usted, doctor Maturin.

—Madure, capitán Aubrey —fue todo lo que dijo su amigo mientras salía
del camarote y le dirigía una mirada glacial a pesar de que le divertía
mucho aquella payasada.

Luego de despedirse de todos en el barco, los dos aventureros bajaron al
puerto y cruzaron todo el pueblo hasta que finalmente lograron ingresar
a la zona selvática de la isla. Comenzaron a ascender una colina y muy
pronto Jack comenzó a quejarse del calor y del cansancio, pero Stephen,
acostumbrado a caminar largos trechos, se encontraba a una cómoda y
buena distancia de su amigo.

—¡Jack! ¡Apresúrate! ¿Qué estás haciendo allí abajo? —le gritó
deteniéndose momentáneamente.

—¡Descansando! —replicó el aludido mientras se secaba el sudor de la
frente con su pañuelo y se sentaba sobre un tronco caído—. Francamente
no entiendo de dónde sacas tanta energía para caminar…

Suspirando un tanto contrariado, Stephen desandó el trecho que lo
separaba de su amigo y se sentó a su lado, mirándolo detenidamente.

—Tú solamente tienes energía en la batalla, Jack. Come un poco de carne
seca y ya verás cómo te vuelven el buen humor y la voluntad. El comer y
el beber son realmente buenos tonificantes.

—Una digna prescripción médica por parte de mi doctor favorito —sonrió
tomando la bolsa y sacando el pequeño paquete que contenía la carne
seca, disponiéndose a comer un trozo, compartiéndolo con su amigo. El
comer, tocar música y conversar era lo que siempre los había unido como
amigos a pesar de tener ambos personalidades muy diferentes.

—¿Hasta dónde iremos? —preguntó luego de permanecer varios minutos en
silencio mientras comía.

—¿Qué te parece hasta donde nos sorprenda la tarde? —sonrió ante tal
expectativa.

—¿Y regresar el /Surprice/ a la noche? —exclamó sorprendido—. Me temo
que estaré demasiado cansado como para encargarme del mando de la nave…

—Tienes al teniente Pullings para eso, Jack —sonrió.

El capitán Aubrey se le quedó mirando en completo silencio por unos
momentos para luego comenzar a reírse con ganas.

—¡Ja, ja, ja! Cuando se trata de tu afición por la naturaleza, siempre
encuentras una manera de salirte con la tuya, ¿no es así, querido amigo
mío? —le dijo mientras le daba una sonora palmada en la espalda y se
ponía en pie—. Bueno, creo que hemos descansado lo suficiente; ¿Qué te
parece si seguimos adelante, Stephen?

El doctor asintió enseguida y ambos volvieron a ponerse en marcha.

Durante todo el día el doctor Stephen Maturin se dedicó a observar las
aves, los insectos, las plantas, los reptiles y cada ser vivo que se
encontraba en el camino. Entre quejas y algunos accidentes, el capitán
Jack Aubrey lo ayudó a atrapar y recoger algunos especímenes para los
estudios de su amigo, jurando al final del día que jamás volvería a
acompañarlo en otra de sus cansadoras expediciones. Más tarde, al
atardecer, ambos se pusieron en marcha hacia el pueblo con todo el
"equipaje" adicional encima.

—Hoy ha sido un día verdaderamente excepcional, ¿verdad, Jack? —comentó
Stephen mientras llevaba consigo parte de las jaulas con los animalitos
que había atrapado.

—Excepcionalmente fatigador, diría yo, amigo mío… —aseveró el aludido
llevando la mayor parte de las jaulas, pues él era mucho más fuerte y
más grueso que su compañero.

—¿Qué te parece compensarte esta noche con un pequeño concierto de
música? —le sonrió mientras volvía la cabeza sobre su hombro para
mirarlo, pues él, como era de esperar, iba al frente.

—Si no fuera porque soy un amante empedernido por la buena música, te
diría que no porque esta caminata ha acabado con mis fuerzas, pero, como
bien sabes, jamás le diría que no a una petición como esa.

—Maravilloso —replicó el doctor con una leve sonrisa mientras seguía
caminando con muchas más ganas que Jack.

Cuando por fin llegaron al pueblo, contrataron a un par de muchachos
para que les llevaran las jaulas hasta el /Surprice/. Aquello podría
haber sido el único acontecimiento importante del día, pero el destino
les deparaba una sorpresa, porque cuando pasaron por la zona comercial
del pueblo, a Jack le llamó la atención una tienda de antigüedades y
decidió entrar allí para ver si habría algo que valiera la pena comprar.

—Si no hay seres vivos en ese lugar, no reviste de ninguna importancia
para mí. Me voy a la nave —declaró el doctor Maturin con su típico
rostro inexpresivo y procedió a marcharse de allí, pero Jack no se lo
permitió tomándolo fuertemente de la mano.

—¡Alto ahí, Stephen! —exclamó—.Tendrás que acompañarme quieras o no,
amigo mío. Yo te he acompañado a tu condenada expedición y esto es lo
menos que tú puedes hacer por mí para darme las gracias.

—Ya te dije que te lo compensaré con el concierto de esta noche, Jack
—rebatió su amigo tozudamente.

—¡Oh! ¡Pero tocar juntos lo hacemos casi todas las noches, amigo! —el
capitán se puso serio pero sus ojos brillaban alegremente—. Acompañarme
en esta "expedición" es algo que nunca has hecho por mí.

—Pero… —Stephen quiso replicarle, pero Jack lo tomó fuerte, pero
cariñosamente, del brazo y lo obligó a entrar con él en aquella vieja
tienda de antigüedades.

—Seguramente encontremos el mapa de algún tesoro pirata… —murmuró el
capitán Aubrey con gran ilusión.

—Dudo mucho que sea verdadero si lo encontramos… —rebatió de mala gana
el doctor.

—¡Bah! ¡No seas aguafiestas, Stephen! —replicó su amigo sin perder la
paciencia.

Y así, bajo la misteriosa mirada del viejo vendedor de la tienda, los
dos hombres comenzaron a inspeccionar las curiosidades que allí se
exponían sobre algunas mesas y estantes de madera y, aunque Stephen no
lo quisiera reconocer, habían muchas cosas interesantes en qué fijarse.

—¿Y bien? ¿Encontraste algo tan encantador como tú, amigo mío? —Jack le
preguntó acercándose a él con un papel en las manos.

—Jack, ya sabes que no me gusta que me hagas ese tipo de comentarios
—replicó molesto.

—Lo sé, y es por eso que lo hago —rebatió rodeando los hombros de su
amigo con el brazo—. Mira esto, es el mapa de un tesoro; estoy seguro de
ello.

De mala gana, el doctor Maturin le dio un corto vistazo al papel y
declaró seriamente antes de seguir mirando un ave disecada:

—Es falso; ya no existen los tesoros.

—¿Ah, sí? ¿Así que ahora eres un erudito de las antigüedades? ¿Y qué si
digo que voy a comprarlo?

—Pues tú mismo te estafarías por ser tan ingenuo, amigo mío.

—¡Oh! Eso es muy duro de su parte, doctor Stephen Maturin, creo que su
capitán tendrá que castigarlo por desacato —lo amenazó con una sonrisa.

—Castigarme por haber dicho la verdad es algo incomprensible, capitán
Jack Aubrey —replicó con un estoicismo que estaba lejos de ser
verdadero, pues sus ojos brillaron intensamente, desafiándolo.

—Lamento decirle que su compañero tiene toda la razón acerca de ese
mapa, caballero —los interrumpió el viejo vendedor de la tienda,
acercándose penosamente a ellos ayudado con su bastón de caña.

—¿Lo ves, Jack? Yo tenía razón —reafirmó el doctor mirando triunfalmente
al aludido.

—Pero puedo decirles que tengo algo verdaderamente legítimo, señores.
Síganme —les dijo el pobre viejo de cabellos canos mientras giraba sobre
sus pies y se dirigía hacia una pequeña habitación oscura que se
encontraba al fondo del negocio.

—Bien. Esto se pone interesante —comentó Jack Aubrey con gran
entusiasmo, y luego de dirigirle una mirada de triunfo a su amigo,
siguió al anciano.

Suspirando un tanto fastidiado, Stephen también los siguió, pero con
mucho menos entusiasmo que su amigo.

—Debe ser otra falsificación… —murmuró.

Los tres hombres ingresaron a un pequeño cuarto oscuro y polvoriento, el
anciano encendió una vela y se volvió hacia sus visitantes. El
resplandor de dicha vela le daba un aspecto siniestro y misterioso a su
envejecido rostro.

—Lo que voy a mostrarles ahora, caballeros, es un mapa maldito, un mapa
que llevó a muchos hacia la desgracia o hasta su propia perdición…
—comenzó a contarles con voz lúgubre—. Un mapa cuyos orígenes son tan
misteriosos como antiguos, así como la maldad que lo rodea…

Dejó de hablar y se dirigió hacia el fondo del cuarto en donde tenía un
viejo cofre que abrió con una llave. Mientras tanto, Jack y Stephen se
miraron a los ojos, preguntándose si todo aquello era cierto.

—Todo esto es una completa tontería. No creo una sola palabra de ese
hombre. Vámonos —Le planteó el doctor.

—Quizás sea todo una mentira, Stephen, pero el extraño relato de este
hombre llamó mi atención y quiero ver lo que nos va a mostrar.

—Los tesoros ya no existen, Jack, estamos perdiendo el tiempo. Vámonos
de aquí —insistió mientras se dirigía hacia la puerta de salida,
acabando con la paciencia de su amigo.

—Bueno —Jack le dijo mientras se volvía para mirarlo—, vete si quieres,
yo me quedo; ya no voy a retenerte por la fuerza en este lugar.

Stephen se detuvo y no pudo decir nada, simplemente se le quedó mirando
con la boca abierta que se habría y se cerraba como si fuera un pez.
Luego miró el piso un tanto avergonzado, casi sin notársele en el
rostro. Odiaba ser él el responsable de los enfados de su amigo.

—Me quedaré, Jack —le dijo al fin—. Necesitas que alguien refrene tus
impulsos o terminarás comprando todo lo que te parezca interesante y
correrás el peligro de quedarte sin una moneda encima…

Jack se rió con ganas y abrazó fuertemente a su amigo, atrayéndolo hacia él.

—Tampoco es para que te lo tomes así, amigo mío —le dijo—. Vete si
quieres, yo no me enojaré.

El doctor estaba a punto de decirle que jamás lo dejaría, pero en ese
preciso momento el anciano se acercó a ellos con un antiguo papel en las
manos, el que había sacado del cofre.

—Este es el mapa que puede guiarlos hacia una civilización perdida —les
reveló para su asombro—. Muestra la ruta a seguir para llegar a su
continente desaparecido.

—¿Y tiene muchos tesoros? —le preguntó el capitán Aubrey mientras tomaba
el viejo mapa y lo miraba detenidamente.

—Tanto como jamás hubiera imaginado en su vida… —fue la asombrosa
respuesta del anciano.

Jack y Atephen lo miraron con los ojos bien abiertos, el primero lleno
de felicidad y el segundo con gran incredulidad.

—Vámonos, Jack. Este hombre está mintiendo —declaró el doctor girando
sobre sus pies y tomando el brazo de su amigo; pero éste lo agarró por
el hombro y lo hizo volverse.

—Puede que está mintiendo, Stephen, ya te lo dije, pero uno no se
encuentra con el mapa de un tesoro tan seguido… —se volvió hacia el
viejo mientras le daba el mapa a su amigo—. Dígame, anciano: ¿cómo puede
usted asegurarme que este mapa es original?

—No puedo asegurarle eso, señor —fue la sincera respuesta del aludido—,
pero lo que sí sé es que es la copia exacta del original.

—¿Una copia del original?

—Así es. Mi abuelo, que era cartógrafo, hizo varias copias de un mismo
mapa que había pertenecido a nuestra familia por más de cien años con el
propósito de entregárselos a otros para que buscaran el grandioso
continente por él.

—Y por lo visto nadie lo ha encontrado todavía y ahora es usted el que
está repitiendo los pasos de sus abuelo, ¿no es así?

—Exactamente… —los avariciosos ojos negros del hombre brillaron con
intensidad—. Aún conservo las esperanzas de que alguien encuentre
aquellas tierras llenas de riquezas con la ayuda de mi mapa y me haga
partícipe del hallazgo compartiendo conmigo tales riquezas.

—Me parece justo.

—Entonces no a habido mucha suerte en encontrar aquella civilización
perdida, ¿verdad? —intervino Stephen con su habitual frialdad.

—Así es. Nadie lo ha encontrado. Los valientes que se atrevieron a
buscarla o no la encontraron o murieron en el intento.

—Bien… Suena muy interesante… —murmuró Jack mientras tomaba el mapa de
las manos de Stephen y volvía a observarlo detenidamente—. ¿Cuánto le
debo por el mapa?

—¡Jack! —protestó el doctor Maturin.

—¡Shit! ¿Cuánto cuesta el mapa? —volvió a repetir, dirigiendo su
atención hacia el vendedor.

Luego de unos segundos de permanecer en silencio, el anciano habló:

—No me debe nada por él, señor, siempre y cuando me dé parte de las
riquezas si encuentra el continente perdido.

—¡Perfecto! ¡Es un trato entonces! —exclamó lleno de alegría mientras
ambos hombres se daban un apretón de manos para finalizar el trato.

Una vez afuera de la tienda, Stephen comenzó a quejarse sobre la
imprudencia de su amigo y capitán.

—Un día de estos vamos a meternos en graves problemas por tu afición a
la piratería, capitán Jack Aubrey…

De repente, el aludido lo tomó por los hombros y comenzó a replicarle
con una gran sonrisa en el rostro:

—¿Usted me habla de aficiones peligrosas, doctor Stephen Maturin? ¿Y sus
aficiones qué son? En varias ocasiones me he visto en la necesidad de
rescatarlo de sus aventuras naturalistas, además… —lo miró directamente
a los ojos—. ¿Acaso no pensaste en que seguramente encontraremos, además
de riquezas, animales y plantas exóticas que jamás se hayan visto antes?
¡Ambos encontraremos las diferentes riquezas que ambicionamos! ¡Tú como
naturalista y yo como un pirata! ¡Seremos reconocidos en todo el mudo!
¡Imagínalo!

Stephen, sinceramente sorprendido, se le había quedado mirando
seriamente sin decir nada por espacio de unos segundos, hasta que
finalmente sonrió y dijo:

—Siempre has sabido convencerme, amigo mío. Creo que no me vendría nada
mal un poco de aventura de vez en cuando, y, como buen científico, creo
que debería darle una oportunidad a esta descabellada idea tuya…

—¡¡Excelente!! ¡Sabía que recapacitarías! —exclamó lleno de desbordante
y enérgica alegría, abrazando a su amigo tan fuerte que por poco lo deja
sin aliento.

—¡Oh! ¡Tu entusiasmo por la aventura siempre te ha proporcionado una
energía excesiva, querido amigo! ¡Vas a cortarme la respiración!
—exclamó Stephen un tanto nervioso mientras se veía sumergido en los
poderosos brazos de Jack.

—¡Oh! Lo siento, mi querido amigo, siempre me dejo llevar por mi
entusiasmo —lo soltó un tanto acalorado mientras el doctor se acomodaba
la ropa—. Creo que ya es hora de regresar a bordo e informar a los
oficiales de nuestro nuevo curso a seguir, ¿no te parece? Saldremos
mañana mismo con la ayuda de la marea alta…

Y diciendo esto, comenzó a caminar rumbo al puerto seguido por el doctor
Maturin, quien tuvo que apresurar sus pasos para caminar al lado de su
entusiasmado capitán.

—¿Crees que esa historia sobre una civilización perdida sea cierta? —le
preguntó.

—No lo sé, pero tengo la sensación de que lo es, mi querido Stephen —le
contestó mientras le rodeaba los hombros con el brazo—. Nuestra misión
ha terminado y nos tomaremos esta travesía como unas vacaciones.

—¿Y qué pasó con tu esposa? ¿No ibas a verla?

—Ella puede esperar —le replicó con un pícaro guiño.

Sin saber por qué, Stephen no pudo evitar sonrojarse.

Y mientras nuestros protagonistas se dirigían hacia una nueva aventura,
el mismo viejo que les había entregado el mapa, hacía lo mismo con otro
hombre; un hombre que por su apariencia parecía ser muy rico.

—¿Con este mapa encontraré esa civilización que mi padre intentó
encontrar por sus propios medios? —le preguntó el extraño.

—Así es, señor Álvarez. Mi tatarabuelo heredó el original de las manos
de un nativo, quien lo heredó a su vez de su propia familia.

—Bien… —asintió aquel hombre alto y moreno mientras se daba media vuelta
para marcharse junto con otros hombres que lo acompañaban—. Eso es todo
lo que quería saber.

—¡Espere! —Pidió el avaricioso anciano, extendiendo el brazo hacia
Álvarez—. ¡Si yo le entregué el mapa, usted debe retribuirme con algo!

—¡Oh! ¡Pero qué desconsiderado fui! Discúlpeme… —sonrió maliciosamente
mientras le dirigía una funesta mirada por sobre su hombro para luego
volverla hacia uno de sus acompañantes.

—Dale lo que se merece.

Y así, ante el horror del infortunado vendedor, aquel sujeto sacó un
cuchillo de sus ropas y se lo clavó en el corazón, asesinándolo en el
acto. Entonces, Carlos Segundo Álvarez le dirigió una mirada de
desprecio al muerto.

—Eso es para que aprendas a hacer tu propio trabajo en vez de dejárselo
a los demás.

Mientras el capitán Jack Aubrey y su amigo, el doctor Stephen Maturin,
se preparaban junto con la tripulación del /Surprice/ a zarpar rumbo a
la aventura, el misterioso español también iniciaba la misma travesía.
Muy pronto, ambos bandos competirían por la supremacía del continente
perdido.



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