Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 26

    Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz.  El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.


¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?

Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?

Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada sábado (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu

*Capítulo 26: Otro Adversario… ¿O Será una Adversaria?*


Ya en el salón de lectura y luego de hacer las presentaciones debidas entre Anthony y los demás miembros, Jo tomó asiento en una de las tantas sillas que habían en el cuarto, cuidadosamente flanqueada por sus dos pretendientes que no reparaban en dirigirse miradas asesinas de vez en cuando por encima de la chica, quien ignoraba aquellas batallas silenciosas.

Temiendo que Mario Massini volviera a pelearse con Laurie, Jo lo buscó con la mirada por todo el salón pero no lo encontró por ningún lado, así que, suspirando aliviada, se echó cómodamente sobre el respaldo de la silla y se dedicó a conversar con sus amigos describiéndoles las actividades que realizaban en el grupo de lectura y las personalidades de cada uno de sus compañeros.

—Por favor, damas y caballeros, hagan silencio que vamos a comenzar con la reunión de este día —les pidió la siempre determinada Sandra, parándose frente a todos—. Como me imagino que ustedes ya han terminado de leer la novela /Orgullo y Prejuicio/ de la escritora británica Jane Austen, me gustaría que cada uno de ustedes expusiera frente a los demás su opinión acerca de ésta maravillosa historia de amor.

Betty fue la primera en querer dar su opinión con la evidente intención de llamar la atención de Laurie presumiéndole tanto física como intelectualmente.

Mientras ella se esforzaba por dejar impresionada a toda la audiencia con su discurso, Jo le susurró a Laurie en el oído:

—¿Oye, leíste Orgullo y Prejuicio?

—No, esa es una novela para chicas, ¿verdad? ¿Tú la leíste?

—Por supuesto; ésa era nuestra "tarea para la casa".

—¿Y qué te pareció?

—Mmm… —Jo se alzó de hombros, insatisfecha—. Pues a mí me pareció aburridísima e inverosímil. No hay acción ni aventuras, ni brujas, princesas y caballeros. Solamente trata de una soporífera y tortuosa relación entre una joven que parecía tener los pies sobre la tierra y un engreído ricachón; además, claro, agregando una madre inmoral y unas hermanas desprovistas de intereses edificantes que no fueran los de chismorreos sobre jóvenes en uniforme o solteros acaudalados.

—Vaya, por lo visto es un libro aburridísimo. Menos mal que no lo he leído.

—Eres afortunado, Laurie, no te has perdido de nada, te lo aseguro —y se volvió hacia Anthony con la intención de hacerle la misma pregunta, pero se sorprendió al verlo muy concentrado en el incansable y aburrido monólogo de Betty.

—Oye, Anthony —trató de llamar su atención—, ¿leíste Orgullo y Prejuicio?

—Por supuesto que sí —le respondió amablemente mientras mantenía la mitad de su atención sobre el discurso.

—¿Ah, sí? ¿Y qué te pareció?

—Ya lo sabrás cuando me toque dar mi opinión —le guiñó pícaramente.

Molesta, Jo bufó y volvió a reacomodarse sobre su asiento, cruzándose de brazos.

—¿Y qué te dijo? —quiso saber Laurie.

—Dijo que ya lo leyó y que sabré su opinión cuando le toque darla frente a nosotros, el muy engreído.

El muchacho torció el gesto, también disgustado.

—No le hagas caso, Jo, tan sólo es un tipo que se cree más de lo que es.

—Por supuesto que no le haré caso y me divertiré un montón después de que mis compañeros y yo nos burlemos de lo que él piensa de esa novela. ¿A quién le gustaría una novela así?

Luego de que Betty diera su opinión acerca de su lectura, todos aplaudieron más por educación que por gusto y comenzó un acalorado debate acerca de aquel punto de vista y, luego de un cuarto de hora, Sandra volvió a pedir que otro se animara a dar su opinión al respecto. Grande fue la sorpresa de todos cuando Anthony pidió la palabra, poniéndose de pie.

—Ya está —le susurró maliciosamente Laurie a Jo—, ya comenzó a presumir y seguro que se pone en ridículo.

—Sí, no le van a quedar ganas de hacerse el sabelotodo —acotó, igualmente maliciosa.

Y ambos chicos tuvieron que reprimir sus risas burlonas mientras Anthony se acomodaba el saco, carraspeaba nerviosamente y le dirigía una dura mirada reprobadora a sus amigos.

—Bien —comenzó a decir con cierto aire de familiaridad al tratarse de temas literarios, tema que conocía muy bien a pesar de su edad—, a pesar de que hace ya varios años leí esta maravillosa novela de la famosa escritora Jane Austen, creo que me sentiré muy agradecido por poder dar mi opinión al respecto frente a gente que sabe valorar una obra literaria como se debe y…

—¡Menos preámbulo y más desarrollo, viejo! —exclamó el burlón de Beresford, provocando una gran risotada entre sus compañeros, un ligero sonrojo en Anthony y una dura reprobación por parte de Sandra.

—Se lo tiene muy bien merecido —dijo Laurie.

—Como anillo al dedo —apoyó Jo.

—Por favor, damas y caballeros —les pidió Sandra con el ceño fruncido—; deberían tener más seriedad y prestar atención a las palabras del señor Boone, quien tengo entendido que, además de ser periodista, es también crítico literario. Creo que aprenderán mucho si dejan de lado por un momento esa actitud tan infantil que tienen y abren sus mentes para aprender a escribir como de debe.

Todos se quedaron callados, un tanto acicateados por aquel ligero pero duro reproche de parte de la fundadora del salón, pero Jo, obstinada como siempre, no creyó para nada de lo que dijo Sandra acerca de las maravillosas aptitudes literarias de Anthony.

—Bueno, señor Boone —Sandra se volvió hacia el joven periodista, impresionándolo con su aire de liderazgo—, puede usted continuar con lo que nos estaba diciendo.

—C-claro… —asintió, ligeramente sonrojado. No podía evitar sentirse algo extraño al ver cómo le demostraba su respeto aquella joven de cabellos oscuros, pues estaba ya acostumbrado a los continuos desplantes de Jo—… Lo que quería decir es que, en resumidas cuentas, /Orgullo y Prejuicio/ puede llamar a engaño: que su trama, aunque perfecta y precisa como un reloj, parece más digna de una novelita de folletín. No acontece nada espectacular: los héroes renuncian a las honduras filosóficas, faltan oscuros crímenes, amores desproporcionados, aventuras en tierras hostiles y acartonados fantasmas góticos; ni siquiera hay una guerra como telón de fondo.

—Vaya, me sorprende que Anthony tenga la misma opinión que yo —murmuró Jo mientras el joven periodista seguía con su discurso.

—Su prosa describe con singular talento las andanzas de la señora Bennet, de lengua larga y siempre deseosa de casar a sus hijas con el mayor partido de la comarca; los tropiezos y el oportunismo de Collins, el clérigo adulador; la lúcida resignación de Jane, la mayor de las hermanas, enamorada del caballero Bingley; el imperativo carácter de la gran dama Catalina de Bourgh; la fuga de Lidia con el oficial Wickham y, por fin, los vaivenes sentimentales de Lizzy, cuyos prejuicios ante el orgullo del señor Darcy, que está legítimamente enamorado de ella, la llevan por el camino del padecimiento y la zozobra. Y eso es todo —dijo, alzándose de hombros con una débil sonrisita de ironía—, la aparente pobreza de la obra consterna y asombra; parece un milagro que con tan escaso material Jane Austen haya escrito una novela clave en la historia de la literatura inglesa.

—¿Qué? —exclamó Jo, sorprendida.

—Evidentemente, la prosa de Austen no es para lectores apresurados —continuó Anthony con su discurso, llevándose la atención de todo el mundo—. El principal interés de /Orgullo y Prejuicio/ reside en la pintura de los caracteres de los personajes y del ambiente, y no en la simple narración de diversos acontecimientos. La acción está circunscripta a un grupo de gente que vive sujeta a un código fijo de costumbres y es en el análisis de sus relaciones personales donde se reconoce el particularísimo genio de la autora.

—¿Cómo? —volvió a exclamar Jo, perpleja.

—No hay que escarbar demasiado para darse cuenta que su radio de acción es limitado, pero nunca reducido —siguió hablando el periodista—; además, Austen se preocupaba por ser perfectamente objetiva: ningún matiz de su psicología trasciende a los personajes, que siempre –aún en los momentos de pasajero desencanto- están lejos de los arrebatos románticos y de la tragedia, ya que jamás descienden a explorar las tinieblas del alma, recurso frecuentemente utilizado por las hermanas Brontë o George Eliot. Su comedia, carente de sátira, en ningún momento deja al descubierto la pequeñez humana; por el contrario, conduce al perdón, al reconocimiento de la bondad, obliga a derrocar los prejuicios. Mediante acertadas frases y observaciones teñidas por una punzante ironía, Austen sabía conducir al lector a través de la intimidad de los personajes. Aunque elimina el decorado y las largas descripciones –a excepción del baile que ofrece Bingley, los entretelones de la enfermedad de Jane o alguna visita de cortesía- hay en su técnica una hábil economía que obtiene de cada recurso los mayores efectos. Era un prodigio para deslizarse entre la farsa y el decoro, entre la alegría y la frustración. Su pequeño e íntimo mundo se sirve de la ironía como medio de comprensión; gracias a ellas se muestran las contradicciones y paradojas; cada personaje, no importa cuál sea su envergadura, adquiere conciencia de su posición. Pero la ironía no sólo apunta hacia ellos; en el fondo pretende conmover al lector, que no puede dejar de reconocerse en esas pinceladas. De ahí que la transparencia de su prosa resulte engañosa. /Orgullo y Prejuicio/ comienza donde terminan las apariencias. En todo momento Austen susurra, insinúa, deja entrever, obliga a leer entre líneas; el recurso es sangrante y, por lógica, la priva de todo dramatismo.

Anthony hizo una breve pausa, miró a su alrededor y notó con agrado que todos los oyentes estaban escuchándolo atentamente. ¡Hasta se podría escuchar el vuelo de una mosca! También se dio cuenta que Jo lo estaba mirando boquiaberta, como si recién hubiera descubierto algo realmente nuevo en él, así que, dichoso, decidió finalizar su monólogo acerca de la famosa novela de Jane Austen.

—En /Orgullo y Prejuicio/ prevalecen los caracteres de Elizabeth y el señor Darcy (que es retratado con hábiles trazos). Jane Austen utiliza a la muchacha para explicar sus ideas esenciales; pero los personajes secundarios de /Orgullo y Prejuicio/ son igualmente valiosos. El oficial Wickham ofrece, cuando es presentado, todas las virtudes de un caballero, luego, mediante la simple enumeración de sus actos, se revelarán las facetas más innobles de su personalidad. El señor Bennet, que había conquistado todas las simpatías por sus hirientes diálogos, desciende hasta convertirse en un ocioso que no ha sabido asegurar el porvenir de la familia y, ante la fuga de Lidia, evidencia su falta de recursos y su escaso sentido del honor; su pasividad lo ha traicionado. Austen es más benigna con el reservado Collins: lo sabe capaz de adular a un pararrayos y, para evitarle más tropiezos y resbalones, le adjudica un regocijante destierro. La señora Bennet, en cambio, es un éxito de la impertinencia: hace enrojecer a los invitados, espanta a los galanes, ignora lo que mejor conviene a cada uno, discute con su marido y entabla una indiscreta competencia con sus vecinos. Es, para sus hijas, el ejemplo de lo que nunca querrían ser, la responsable de un cúmulo de desaciertos que jamás querrían cometer. Sin embargo, no le discuten la autoridad y la aceptan como un deber más impuesto por el código de costumbres, en el seno de la familia. Todos ellos agradan y divierten; es casi imposible odiarlos, y a lo largo de la novela cada uno se va ubicando en su justo punto gracias a las actitudes que lo rodean, de tal forma, que ninguno es mejor que el otro, en un supremo ejemplo de armonía.

Se detuvo para tomar algo de aliento ante de poner punto final a su discurso.

—Para resumir, /Orgullo y Prejuicio/ reveló un nuevo modo de juzgar y una lección moral de indudable trascendencia.

Por fin había terminado, y mirando a su alrededor, se percató de que todos se le habían quedado mirando con cara de bobos, francamente asombrados, hasta la propia Jo.

Creyendo que se había pasado de la raya con su descripción de la novela, Anthony carraspeó nerviosamente y se dispuso a tomar asiento, avergonzado; pero de pronto, una sombra emergió de un oscuro rincón para aplaudir respetuosamente su monólogo. Todos se volvieron y descubrieron que era el mismísimo Mario Mazzini el que estaba aplaudiendo, saliendo de las sombras en donde acostumbraba a ocultarse, como siempre.

—Ha hecho una increíble descripción de la novela, señor Boone —dijo, siempre sonriendo maliciosa y despectivamente—. Para ser un… periodista, usted sabe de lo que habla cuando se trata de literatura. Realmente me sorprendió.

Todo el mundo guardó silencio por algunos segundos, estupefactos, pero Sandra los despertó a todos de su estupor cuando ella misma comenzó a aplaudir muy entusiasmada con aquel comentario pocas veces oído en boca de Mario y por el maravilloso, apasionado e instructivo monólogo de Anthony.

—¡Felicidades, señor Boone! ¡Su crítica sobre la extraordinaria novela de Austen fue impresionante! ¡Nos ha dado una buena lección en cuanto a la literatura inglesa!

Ya vueltos en sí, los demás miembros también se pusieron de pie para aplaudirlo, los más entusiasmados exageraban con grandes vítores y alzando el puño al cielo, la tímida Michelle, aún sentada en su asiento, no hacía otra cosa que sonreír llena de alegría, en cambio, Laurie se había quedado completamente anonadado al igual que Jo, ambos sentados en sus respectivas sillas, con los brazos cruzados y la boca bien abierta.

Anthony no paraba de dar gracias por los halagos recibidos y repetir de vez en cuando algunas de sus palabras a quienes se lo pedían; ruborizado y poco habituado a esa clase de atención (pues Jo siempre se había encargado de hacerle ver cuán equivocado estaba acerca de lo que él había intentado enseñarle para mejorar su escritura), sintió que estaba en la gloria.

"No sabía que Anthony podía hablar de esa manera ni que supiera tanto de literatura… ¡Yo nunca creí que lo que me decía era cierto! —pensó Jo, pasando por una serie de sentimientos uno tras otro: la incredulidad, asombro, vergüenza y, por fin, la tan alejada admiración—. ¡Yo siempre creí que él solamente me criticaba por el sólo hecho de molestarme! ¡De hacerme ver lo inútil que era para escribir!... —bajó la vista un tanto apesadumbrada—… Y solamente él trataba de ayudarme sinceramente; y yo, como una boba, lo he tratado como si fuera él el ignorante y no yo… ¡Qué vergüenza! ¡Qué equivocada estaba! ¿Cómo pude haber dicho todas esas cosas malas de él a Beth? ¡Oh, mamá! ¡Criaste a una tonta por hija!". —Volvió a alzar la vista, mirando a su amigo Anthony con una nueva perspectiva. Por primera vez estaba muy orgullosa de él y de ser su amiga.

"¡Ya verás, Anthony! —pensó con renovada determinación—. ¡Ya verás cómo esta chiquilla tonta y orgullosa que no sabe absolutamente nada de literatura aprende a convertirse en una joven escritora dispuesta a aprender de tus sabias lecciones y a valorarte como te lo mereces!".

Y así, ente el asombro de Laurie, Jo se puso de pie para aplaudir acaloradamente el discurso de su supuesto "Némesis" en la literatura.

—¿Qué haces, Jo? Se suponía que lo detestabas; sobre todo sus opiniones.

—¿Es que no te diste cuenta de lo equivocada que estaba yo, Laurie? —lo miró con una sonrisa resplandeciente—. ¡Anthony resultó ser un muy buen crítico de literatura y yo no se lo quería reconocer! Me arrodillaré ente él y le pediré disculpas por mi arrogancia y le imploraré que sea mi héroe literario si es necesario para que me perdone. ¡Ja, ja, ja!

Laurie frunció el entrecejo, disgustado y muy celoso. Ahora que Jo iba a comenzar a ver a Anthony con otros ojos la competencia por el amor de su amiga se iba a tornar más dura, más encarnizada.

Aplaudiendo llena de entusiasmo, Jo se acercó al pequeño grupo que rodeaba a su amigo periodista, ansiosa de hacerle saber lo que ahora ella opinaba sobre él. Pero no era la única que quería hacerlo, puesto que sus compañeros no paraban de felicitarlo y hacerle preguntas, excepto Mario, quien se mantenía apartado de todos ellos, con los brazos cruzados y apoyado despreocupadamente sobre la pared, mirando alternativamente a Jo y a Anthony, frunciendo el entrecejo.

—¿A qué edad comenzó a leel, señol Boone? —preguntó Fei Long con un pésimo domino del idioma español.

—Desde edad muy temprana; mi madre me leía los cuentos de los hermanos Grimm.

—¿Y desde cuándo se dedica al periodismo, señor Boone? —quiso saber Kalt.

—Desde los 16 años.

—¿Cuál es tu literatura favorita? —inquirió Betty.

—Por el momento es la literatura americana.

—¿Y crees que los escritores americanos tengamos alguna oportunidad de ser tan reconocidos como los escritores europeos? —fue la importante pregunta del joven Beresford, dejando a todo el mundo asombrado por su repentino lucimiento y muy pendiente de lo que aquel joven periodista respondería, pues todos deseaban ser buenos escritores.

Luego de algunos segundos de silencio y bajo la atenta mirada de Jo, Anthony por fin respondió a aquella importantísima pregunta:

—Yo creo que los americanos tenemos la innegable capacidad y recursos necesarios como para convertirnos en excelentes autores y ser ampliamente reconocidos alrededor del mundo, de eso estoy muy seguro.

Y miró a Jo de soslayo, dándole a entender que era eso lo que él esperaba de ella. Jo, percatándose de aquella penetrante mirada, bajo la vista, tan sorprendida como halagada.

Mario, al notar aquellas miradas cómplices que intercambiaban entre sí, frunció la boca muy disgustado, descubriendo otro pretendiente muy poderoso, tal vez con mucha más oportunidad que el niñito ricachón. ¿Por qué esa chica que parecía ser tan salvaje podía tener tantos pretendientes?

Jo, en cambio, no se había dado cuenta de que Sandra también observaba llena de admiración a su amigo Anthony y, tal vez, más que eso, como cuando alguien descubre por fin a la persona indicada para amar con gran intensidad.

Ya terminada la jornada del día y luego de las respectivas despedidas, Jo, Laurie y Anthony salieron del edificio muy contentos por todo lo que había pasado.

—Hoy ha sido un día maravilloso, ¿no les parece? —comentó Jo mientras estiraba sus brazos cuan largos eran—. ¡Y tú, Anthony, estuviste genial! Nunca imaginé que tuvieras tanto conocimiento sobre literatura; ¡y yo que nunca te creí! —Lo miró mansamente, con una sonrisita conciliadora—… Espero que sepas perdonar a esta ignorante y sigas guiándome por el buen camino de la escritura…

—¡Ja, ja, ja! ¡Creo que estás exagerando un poco, Jo! —exclamó con las mejillas arreboladas, llevándose la mano a la nuca pero sintiéndose muy halagado por aquellas palabras muy pocas veces escuchadas en su amiga.

"¡Uf! Lo mismo creo yo" —pensó Laurie muy celoso y con las manos en los bolcillos, caminando por el lado derecho de Jo mientras Anthony lo hacía por la izquierda.

—Escucha, Jo —comenzó a decir el joven periodista con gesto serio—, sé que siempre te recomiendo que escribas con tus propias palabras y que no utilices demasiadas; y que escribas historias más realistas y menos fantasiosas… Pero ahora quisiera decirte lo que la escritora Jane Austen opinaba sobre su propio trabajo: /"Debo seguir estrictamente mi propio estilo, jamás debo abandonar mi propio camino, aunque sólo me conduzca al fracaso; estoy convencida de que fracasaría en cualquier otro". /

—¿Qué quieres decir con eso, Anthony? —inquirió muy intrigada.

Él le sonrió cariñosamente.

—Lo que quiero decir es que simplemente debes mejorar tu propio estilo, "pulirlo", hasta que logres sacar lo mejor de tu creatividad sin necesidad de cambiarlo… Lo he pensado mucho durante estos días y llegué a la conclusión de que no importa qué clase de historia escribas siempre y cuando esté bien escrita, que sea interesante y que pueda leerla todo el mundo sin que te sientas avergonzada por ello.

—¿Entonces… sólo debo escribir cualquier historia con naturalidad, sin dar tantos rodeos y que no me avergüence de haberla escrito?

—Exacto —le guiñó el ojo—. Eso es lo que siempre he intentado hacerte comprender; No rebusques, mejora tu estilo y sé feliz escribiendo para ti y los demás.

Jo nada dijo, miró hacia adelante y metió ambas manos a los bolcillos, frunciendo el entrecejo muy pensativa. Ahora era cuando por fin lograba comprender todo lo que Anthony había intentado enseñarle.

—¡Oh! ¡Es verdad! —exclamó el periodista de repente, deteniéndose, llamando la atención de los jóvenes—. ¡Tengo que ir a terminar mi informe sobre las elecciones!

—¿Entonces tendrás que irte, Anthony? —inquirió la chica un tanto desilusionada—. Se supone que iríamos juntos a comer algo en el centro.

—Lo siento, Jo; pero el deber llama —se despidió alzando la mano, dando un paso hacia la dirección contraria, apurado—. ¡Adiós, muchachos! ¡Nos vemos!

—¡Adiós! —Laurie se despidió con una gran sonrisa en el rostro, no pudiendo evitar sentirse feliz por la repentina partida de su rival.

Jo se quedó mirando tristemente cómo se marchaba corriendo el muchacho que tantas veces ella se había burlado y despreciado. ¡Cómo le gustaría tener tan sólo un momento para explicarle que lo único que ahora ella sentía por él era una gran admiración!

Ya estaban por marcharse también cuando se sorprendieron al ver que Sandra Hamilton salía del edificio sólo para ser atropellada accidentalmente por el mismísimo Anthony.

—¡Oh! ¡Perdóneme, señorita Hamilton! No me fijé por dónde iba… —se disculpó el periodista mientras la ayudaba a levantarse del suelo.

—No se preocupe, señor Boone… Fui yo la que salió del edificio sin fijarme si venía alguien —replicó mientras se sacudía el polvo del vestido azul y él recogía los libros que habían quedado todos desparramados por la acera.

—¿Va por el mismo camino que yo, señorita Hamilton? Podría ayudarla a llevar estos pesados libros.

—¡Oh, no! No se moleste señor Boone; yo sola puedo hacerlo —quiso tomar los libros de las manos de Anthony, pero éste los apartó con una gran sonrisa.

—Permítame ayudarla, señorita Hamilton, es lo menos que puede hacer un caballero para disculparse luego de haber tirado al suelo a una joven tan encantadora y luchadora como usted. ¿Cree que no estoy enterado de su movimiento por la igualdad de la mujer?

Sandra no pudo evitar sonrojarse al escuchar que un hombre por fin valoraba todo lo que ella hacía, cosas que no cualquier chica haría y que tampoco era aceptado por los demás.

—Está bien, señor Anthony, si eso le da tranquilidad a su conciencia, le permito que me ayude —se inclinó burlonamente ante él para luego comenzar a reírse con ganas junto con el joven periodista.

La enrojecida Jo, que había presenciado todo aquello, no pudo explicarse por qué sentía que la sangre comenzaba a hervirle en la venas, sintiendo tanto dolor, furia y frustración en su corazón. Con los puños apretados al igual que los dientes, no se dio cuenta de que ella… ¡estaba celosa!

 /¡Jo está celosa! ¿Pueden creerlo? Ahora que lo pienso mejor… conociendo a mi hermana, ¿serán celos de amiga o de los otros? ¿Qué opinan ustedes?/


Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 25

Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 27



Notas de una Bloggera Descuidada:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? 
Sigo viendo el anime Aoki Densetsu Shoot, el drama coreano Papá es Extraño, sigo editando el drama coreano Una Promesa a Dios, subtitulando la 6ta temporada de Doctor-X y la 1era temporada de Doctor-Y, dibujando mi webtoon Anshel y escribiendo mi novela ligera Fenómenos. ¡Siempre ocupada mientras trabajo!

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Sayounara Bye Bye!

Gabriella Yu 💖
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