Fanfic Los Miserables -Una Segunda Oportunidad- *Capítulo 2: La Redención *

  Sinopsis: Es la historia de Jean Valjean, un convicto que estuvo injustamente encarcelado por 19 años por haberse robado una rebanada de pan. Al ser liberado de su injusta condena, Valjean trata de escapar de su pasado, lleno de maldad y depravación, para vivir una vida digna y honesta, pero es perseguido durante décadas por el despiadado policía Javert después de haberse saltado la condicional. Cuando Valjean accede a cuidar a Cosette, la joven hija de Fantine, sus vidas cambiarán para siempre.




UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Un asesino quiere vengarse de Javert pidiéndole ayuda de Jean Valjean, pero Valjean rescató a Javert de las aguas del Sena y todo cambió entre ellos. Una nueva amistad y una vieja amistad están ahora en juego hasta el punto de arriesgar las vidas de todos los miembros de la familia de Valjean.

Género: drama, suspenso, amistad
Pareja: ninguna
Calificación: para mayores de 13 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 7 capítulos
Estado: en proceso/sin acabar
Año de creación: 2007 (Publicada en Fanfiction)
Escritora: Gabriella Yu


PRIMERA PARTE:

SALVANDO UN ALMA

*Capítulo 2: La Redención *


La oscuridad era total, el frío y la muerte lo rodeaban con la incesante
amenaza de llevarse su alma. El repentino despertar de su conciencia y
una inesperada piedad hacia un delincuente, habían derrumbado todo
cimiento de su fría lógica legal, trastornando su mente hasta el punto
de llevarlo al suicidio.

Pero nada de eso importaba ya, en un acto completamente temerario,
Javert se había lanzado hacia el fondo del Sena para morir, acabando así
con su suplicio y dejar libre a Valjean de una vez.

Esposándose a sí mismo, había eliminado toda esperanza de salvación, ¡el
instinto de supervivencia era tan fuerte! Javert no podría salir aunque
quisiera de aquellas agitadas aguas, asegurándose así su propia extinción.

El inspector dejó de luchar contra las heladas aguas del Sena, todo se
había vuelto oscuro a su alrededor, ya no escuchaba, ya no veía, ya no
respiraba, y por sobre todo, ya no pensaba, solo sentía el frío del agua
que lo envolvía para darle la bienvenida al frio de la muerte y
entregarse a las manos de Dios, por quien nunca se había tomado la
molestia de dedicarle unos segundos de su atención en toda su vida, para
ser juzgado y lanzado al Cielo o al Infierno.

Luego, sintió que alguien lo tomaba por las axilas y lo tironeaba con
fuerza, perdió el conocimiento y cuando volvió a recuperarlo
momentáneamente, creyó ver a Valjean a su lado, pero no pudo
acreditarlo, ya que volvió a desmayarse.

Después, todo fueron sombras terroríficas y temores a su alrededor.
Negros espíritus que pedían por su alma recién sacudida y despertada a
la realidad del mundo y alejada del extremismo causado por las leyes del
hombre y el fanatismo moral y religioso. Su alma, incorruptible pero
manchada con la severidad propia de una persona insensible, pedía a
gritos que cesara aquel infierno. Pero las manos lo apuntaban acusándolo
de ser un inquisidor y un bastardo de negro corazón. Acusándolo de haber
equivocado el camino, y que por tanto querer hacer lo correcto, terminó
haciendo lo incorrecto.

Se removió, parecía que tocía, le dolía todo el cuerpo, pero esas cosas
nada se comparaban a la dolorosa confusión de su mente. Quiso hablar,
levantarse, pero entre la terrible oscuridad y la fiebre, escuchó una
voz masculina, amable pero enérgica, que parecía que le decía algo que
su afiebrada mente no lograba comprender, luego, sintió que su cabeza se
refrescaba, logró abrir los ojos y creyó ver a alguien pero no pudo
reconocer (o no le importaba quién era) y volvió a perder el sentido
para luego comenzar a tener horribles pesadillas una vez más, viéndose a
sí mismo como un terrible demonio del infierno que martirizaba a todos
los hombres, mujeres y niños que caían en sus manos. En un momento, su
propia visión demoníaca pareció mirarlo amenazadoramente y le murmuró:

—Ahora sigues tú, Javert… ¡Entra al infierno en donde debes estar y que
tú mismo creaste!, ¡jah jah jah!

Con un grito desesperado, Javert despertó sobresaltado y muy asustado,
pero al verse en una habitación desconocida, le hizo olvidar rápidamente
aquella pesadilla. Sorprendido, notó que vestía ropa de cama y que
estaba acostado sobre una mullida y elegante cama.

Lentamente levantó sus manos y las miró. ¡Estaba vivo! ¡No había muerto
ahogado en las aguas del río Sena! ¿Pero cómo había podido pasar eso?
¡Era imposible! ¿Qué demonios había ocurrido?

Javert quiso levantarse, pero el terrible dolor de cabeza que tenía lo
dejó aturdido y mareado con tan solo querer haber hecho aquel simple
movimiento, así que prefirió sentarse lentamente en la cama y se llevó
las manos a la cabeza, sintiéndola caliente. De pronto, comenzó a toser,
doliéndole terriblemente la espalda y el pecho, y justo en ese 

momento, una mujer regordeta entró apresuradamente a la habitación y
pareció sorprenderse al verlo despierto, pero enseguida se rehízo y fue
directamente hacia él.

—T-tiene q-que vo-volver a aco-acostarse, Monsieur —le pidió mientras lo
tomaba suavemente por los brazos y lo obligaba a meterse en la cama.

Javert quiso resistirse, pero no tuvo fuerzas para hacerlo y no le quedó
otro remedio que acatar lo que le pedía.

Mientras ella lo ayudaba, el inspector la escudriñaba intensamente con
la mirada, pues estaba seguro de que la había visto en alguna parte. No
pudo seguir pensando mucho al respecto, puesto que su mente volvió a
nublarse y Javert dejó caer pesadamente su cabeza sobre la suave
almohada, perdiendo nuevamente el conocimiento.

Aquella noche, la fiebre volvió junto al delirio y las pesadillas. Fue
una noche larga y difícil para su cuerpo y su mente, pero, a pesar de
todo, Javert siempre sentía, a pesar de su inconsciencia, que alguien
estaba a su lado para cuidarlo, alguien mucho más firme y fuerte que él,
alguien en el que podía apoyarse con absoluta confianza en medio de
aquella monstruosa oscuridad y agónico sufrimiento.

--

Era ya de día cuando el inspector Javert volvió en sí nuevamente,
abriendo lentamente sus enrojecidos y cansados ojos. Su pálido semblante
demostraba lo mucho que había padecido tanto física, mental y
espiritualmente en aquellos días.

Sorprendido, se quedó muy quieto por un momento, mirando hacia el techo,
un techo muy bien cuidado y propio de la clase alta. Luego, ya más
seguro de sí mismo, comenzó a mirar lentamente a su alrededor,
descubriendo que se encontraba en una habitación opulentamente adornada
y llena de comodidades a las que él no estaba acostumbrado debido a que
pertenecía a la clase baja y a un espíritu austero.

—Veo que por fin comienza a recuperarse, Javert —le sorprendió una voz
tranquila y suave que el inspector conocía muy bien.

Javert volteó inmediatamente su mirada hacia su derecha y se encontró
con el mismísimo Jean Valjean, quien lo miraba con una mezcla entre
ternura y felicidad en su rostro. Era aquella misma muestra de compasión
que siempre había encolerizado al inspector Javert.

—¡Tú! ¡Debí suponerlo! —exclamó muy enojado a la vez que intentó
levantarse de la cama, pero las fuerzas le fallaron y sus trémulos
brazos no pudieron sostenerlo, así que se desplomó nuevamente sobre el
lecho, completamente agotado, luego, comenzó a toser con fuerza.

—No sea imprudente, Javert —le regañó suavemente Valjean mientras se
levantaba de la silla en donde había estado sentado, dirigiéndose hacia
una mesita para tomar una botellita y una cuchara que habían sobre
ella—. Ha estado al borde de la muerte todos estos días, no tiene porqué
esforzarse de esa manera.

Regresó con la medicina al lado del enfermo.

—Tome esto, le hará bien —le dijo mientras le acercaba la cuchara con el
líquido ambarino a la boca, pero Javert reaccionó violentamente y de un
solo manotazo mandó a la cuchara contra la pared.

—¡¡No necesito de sus cuidados!! —le espetó con arrogancia y desprecio—.
¡¡Y ya no quiero estar más tiempo en éste maldito lugar!!

Entonces, para sorpresa de Jean, Janvert hizo un acopio increíble de sus
disminuidas fuerzas y se levantó decididamente de la cama para intentar
marcharse, pero en cuanto se puso de pie, sus piernas no lograron
sostenerlo y cayó pesadamente sobre Jean Valjean, quien lo sostuvo
firmemente por los hombros con sus fuertes manos.

—¡¿Acaso ha perdido la razón, Javert?! ¡Va ha matarse! —le increpó.

—¡¡Sí!! ¡Eso es lo que quiero! ¡¿Por qué demonios me sacó del río?! ¡¡Yo
quería morir!! —le confesó muy molesto y alterado mientras se aferraba
fuertemente a la camisa de nuestro protagonista—. ¡Te maldigo, Jean Valjean!

—Javert —el otro le habló con calma y gran sinceridad—, no tiene por qué
morir por mí…, tan sólo con ser mi amigo será suficiente.

—¿Amigos? ¿Usted y yo? ¿Morir por usted? ¿Acaso ha perdido la razón,
Valjean? —replicó con sarcasmo.

—No la he perdido porque le hablo con el corazón, amigo mío.

—¡No me llame "amigo"! ¡Yo no soy amigo de ningún convicto! ¡¡Suélteme
inmediatamente!! —y de un solo sacudón brusco, el enfurecido inspector
pudo liberarse de las manos de Jean, pero en cuanto se quedó sin aquel
firme sostén, un desagradable escalofrío recorrió su debilitado cuerpo,
la cabeza comenzó a darle vueltas y todo se volvió terriblemente oscuro
a su alrededor.

Tremendamente asustado, Jean Valjean pudo atraparlo a tiempo antes de
que el inspector se estrellara contra el suelo debido a aquel repentino
desvanecimiento. Mientras, sentado en el suelo y sosteniéndolo entre sus
brazos, nuestro protagonista le colocó una mano sobre la frente y
comprobó muy preocupado, que la fiebre había vuelto con mucha más fuerza
que antes. Frunciendo el ceño con enfado, Jean se levantó del suelo con
Javert en sus fueres brazos y lo acostó nuevamente sobre la cama. Luego
de cubrirlo cuidadosamente con las frazadas y colocarle una compresa
fría sobre su calenturienta frente, murmuró:

—Testarudo, jamás he visto a un hombre tan obstinado en mi vida.

Aquella noche fue peor que la anterior para Javert, la alta temperatura
lo hacía delirar, y su mente, tan confundida como estaba, apenas podía
mantener su ya endeble lógica. Jean Valjean, quien había permanecido a
su lado cuidándolo, se sorprendió al no escuchar ningún nombre de la
boca del inspector entre sus muchos desvaríos, como si éste no tuviera a
nadie en el mundo a quien llamar; ni familia, amigos, amantes, nada…

—¡Qué solo estás sobre este mundo, Javert! —murmuró con tristeza.

--

Muy temprano a la madrugada siguiente, Javert volvió a recuperar el
conocimiento, y luego de ordenar sus confundidas ideas, se dio cuenta
que Jean Valjean se encontraba recostado sobre uno de los sillones,
completamente dormido. De repente, al verlo dormir con una expresión tan
tranquila en su rostro, el miedo, el odio y una envida increíble
gobernaron su oscuro y turbado corazón y, sin medir la consecuencia de
sus actos, se levantó trabajosamente de su lecho y tomó de la mesita de
luz una afilada tijera que madame Toussaint había olvidado el día anterior.

"¡El demonio debe morir! —deliraba bajo la fiebre que aún lo atacaba
insensiblemente—. ¡No se debe permitir al mal seguir sobre este mundo!".

Pero justo cuando asestaba aquel asesino golpe contra su desamparada
victima, Valjean tuvo la fortuna de despertarse antes de recibir aquel
ataque a traición y logró atajar el puño de Javert, obligándolo a soltar
las tijeras, que cayeron ruidosamente al suelo.

—¡¡Pero, Javert!! ¡¿Acaso usted ha perdido la razón?! —exclamó mientras
los sujetaba fuertemente del brazo porque el inspector aún se removía
con furia.

—¡¡El mal debe desaparecer!! ¡¡El demonio debe morir!! —seguía diciendo
su atacante mientras intentaba soltarse inútilmente de las fuertes manos
de Jean Valjean. Pronto, las pocas fuerzas que tenía, se acabaron, y
éste cayó de rodillas al suelo recuperando parte de su cordura y
sentido, dandose cuenta de lo que había intentado hacer.

"¿Pero qué me pasa? ¿Acaso estaré volviéndome loco?" —se preguntó lleno
de angustia llevándose las manos a su calenturienta cabeza.

—¿Ya se encuentra mejor, Javert? —le preguntó Valjean mientras le daba
un vaso con agua.

Sin decir una sola palabra, el inspector tomó el vaso de agua que le
ofrecían tan solícitamente, pero al darse cuenta de quién se lo ofrecía,
tuvo una horrible y repentina reacción que hirió profundamente el
bondadoso corazón de Jean Valjean.

Lanzando el agua con desprecio hacia el rostro del sorprendido ex
presidiario, Yavert exclamó con voz sibilante y llena de rencor:

—¡Nada! ¡No quiero nada de un maldito convicto como usted…! Usted es un
sucio pordiosero que quiere aparentar ser un caballero… —lo miró de
abajo hacia arriba con repugnante arrogancia—. Miserable, aparentar
conmigo una falsa bondad no lo hace a usted mejor que yo.

—¡Pero, Javert…! —quiso replicar el acusado, pero éste no lo dejó.

—¡¡Cállese!! ¡¿Quién le dijo que puede usted dirigirme la palabra?!
¡¿Quién le dijo que podía sacarme de las aguas del Sena?! ¡¿Quién le dio
el derecho de humillarme de esta forma trayéndome a su casa?! ¡¡Maldito
seas, Jean Valjean!! ¡¡Lo odio con toda mi alma!! ¡¿Por qué demonios no
intentó suicidarse usted antes que yo para así hacerle compañía a su
prostituta en el infierno?!

Aquello no iba a permitirlo, Valjean podía soportar que Javert lo
insultara todo lo que quisiera, pero que insultara aquella alma tan
noble y buena de su amada Fantine era algo que no toleraría a nadie
sobre la faz de la Tierra. Furioso, tomó a aquel odioso hombre del
cuello y lo obligó a levantarse del suelo mientras blandía
amenazadoramente su puño contra él con los ojos centellantes de ira.

Al ver aquella reacción, Javert exclamó desafiante:

—¡Vamos! ¡Hágalo! ¿Acaso no piensa usted matarme a golpes? ¡Hágalo de
una vez y demuéstreme quien es usted en realidad! ¡Maldito canalla!

Pero en vez de dar rienda suelta a su enojo, Jean Valjean logró reprimir
sus impulsos y soltó a su perseguidor mientras bajaba lentamente su
puño. Su rostro reflejaba tanto cansancio como dolor.

—¿Por qué insiste tanto con su muerte, Javert? ¿Acaso ya no valora su
vida? ¿Por qué quiere que acabe con usted? ¡Por Dios Santo, Javert!
¿Acaso no puede ver la bondad en el corazón de nadie? ¡Usted no sabe lo
que dice! ¡No sabe vivir!

Y después de decirle eso, lo dejó en paz y se marchó de la habitación,
dejando al inspector completamente solo, pensando tanto en sus palabras
como en las suyas propias.

¿Cuál de los dos era el miserable realmente?

--

El inspector Javert no lo volvió a ver hasta que, aquella tarde, para su
sorpresa, la joven Cosette había entrado repentinamente a su habitación.
Pálida como un muerto y temblando como una hoja, comenzó a hablarle
entre nerviosa y ofendida:

—¡¿Cómo se atreve a decirle todas esas cosas horribles a mi padre?! ¡Con
razón lo he visto tan triste todo este día!

—¿Cómo lo supo, usted? —inquirió con absoluta frialdad.

—¡Madame Toussaint me le contó todo! ¡Escuchó todo!

—Él es un convicto, mademoiselle, él no merece piedad alguna —le
respondió sin sentimiento alguno—. Cometí un error al dejarlo ir gracias
un estúpido arranque de piedad —La miró fijamente:

—No volveré a cometer otra vez la misma equivocación.

Cosette bullía de furia en su interior, ¡no podía comprender su
bondadosa e ingenua alma tan ruda y ciega persistencia por parte de
aquel hombre insensible!

—¡Usted es un pobre canalla y me da lástima! —exclamó.

—¡¿Cómo?! —Inquirió Javert muy ofendido abriendo grandemente los
ojos—¿Q-que yo le doy lástima?

—¡Sí! ¡Usted me da lástima! —ella seguía temblando por el miedo que le
causaba aquel hombre, pero al sentirse agraviada a causa de su querido
padre, se sentía con el valor suficiente como para defenderlo—. ¡Usted
no sabe lo que mi padre hizo para salvarle la vida! —Comenzó a llorar—.
¡Casi se ahoga por salvar su miserable vida y estuvo varios días enfermo
al igual que usted! ¡P-pero en cuanto se sintió lo suficientemente
fuerte como para levantarse, mi padre (al que usted llama un cobarde),
vino a cuidarlo a pesar de que su salud no era perfecta corriendo el
riesgo de tener una grave recaída! ¡¡Estuvo días al lado suyo cuidándolo
como a un viejo amigo!! ¡¡Día y noche tomando su mano para darle valor!!
¡¿Acaso cree usted que una persona de malas intenciones hubiera hecho
algo así por alguien que no lo merecía sabiendo que se estaba condenando
a sí mismo?! ¡Usted me enferma, inspector Javert! ¡Me da lástima!

Javert, con los ojos y la boca bien abiertos, la miraba completamente
estupefacto, había escuchado cada palabra que ella había pronunciado y
asimilado todo su significado. Él, aunque no quería admitirlo
abiertamente, una vez más, se sentía un miserable.

Sin decir nada más, la valiente muchacha abrió la puerta y desapareció
tras ella, dejando a Javert totalmente ensimismado en sus recién
descubiertos sentimientos, tanto de culpa como de vergüenza.

--

Durante todo el resto del día, Jean Valjean estuvo fuera de su casa
ocupándose de algunas actividades benéficas para los más necesitados, y
para cuando regresó, era ya la hora de cenar y ya se sentía mucho mejor.

El trabajo y la caminata habían tranquilizado su atribulada alma y de
nuevo había comenzado a pensar en la mejor manera de ayudar al inspector
Javert, aún esperanzado con la idea de que ambos podrían llegar a ser
muy buenos amigos, pues le aterraba la idea de quedarse solo cuando
Cosette, ya casada, se marchara de la casa para comenzar una nueva vida
con Marius. Además, Javert le daba la impresión de que necesitaba
urgentemente una nueva razón para vivir. ¿Quién como su pero enemigo a
quien conocía de hacía años podría llegar a ser su mejor amigo? Jean
intuía que en el frío y duro corazón de Javert, había una gran nobleza
digna de ser exhibida.

—¿Cómo están los enfermos? —preguntó risueñamente una vez que entró al
comedor.

—¡Papá! ¡Por fin! ¡Ya comenzaba a preocuparme! Te fuiste tan triste…
—exclamó Cosette mientras se ponía de pie. Hacía rato que ella estaba
esperándolo para cenar.

—Perdóname, hija, se presentaron algunas dificultades —le dio un
cariñoso beso en la frente y se sentó a la mesa, frente a su hija—. No
te preocupes por lo que pasó entre Javert y yo, pronto lo solucionaremos.

—Pero…

—Veo que aún no has tocado tu cena, Cosette —la interrumpió, tratando de
cambiar el tema de conversación.

—Sería un atrevimiento comer sin tu presencia, padre —le dirigió una
bonita sonrisa mientras se sentaba también a la mesa.

Su padre asintió agradecido, y luego de las acostumbradas bendiciones,
procedieron a comer la deliciosa cena que les había preparado Madame
Toussaint.

—¿Cómo están los enfermos? —volvió a preguntar.

—¡Oh!, Marius está mucho mejor y el inspector también parece mejorar,
madame Toussaint fue a servirles la cena.

—Esas son muy buenas noticias, pero sé que Javert le dará mucho más
problemas a Madame Toussaint que tu prometido —le dijo guiñándole un ojo.

—¿Q-qué dijiste…? —la joven se levantó lentamente de su asiento,
mirándolo completamente sorprendida por lo que había acabado de escuchar.

Él sonrió y también se puso de pie, colocándole cariñosamente su mano
sobre el esbelto hombro de la joven.

—Dije: "tu prometido". Marius es tu prometido, ¿no es así, Cosette?

—¡Oh, sí, papá! —exclamó llena de alegría mientras abrazaba
cariñosamente a su amante padre—. ¡Estoy tan contenta de que finalmente
aceptaras a Marius!

—¿Cómo no aceptarlo luego de haber visto lo mucho que te ama y lo
valiente que es? Él es la única clase de hombre a quien le permitiría
casarse contigo.

—¡Oh, papá! —apoyó suavemente su cabeza sobre el pecho protector de su
padre—. ¡Me hace tan feliz saber eso!

De pronto, madame Toussaint entró como un remolino al comedor, se la
notaba tremendamente nerviosa, pues se estrujaba las manos con
vehemencia y había comenzado a balbucear incoherencias, asustando a
Valjean y su hija.

—¿Pero qué le sucede, madame Toussaint? ¿Acaso se le estropeó el postre
de Cosette? —le preguntó su amo, sonriéndole con nerviosismo.

—¡N-no, s-señor! ¡L-lo que-que pasa, es-es que el se-señor Ja-Javert
no-no está en su-su habitación! ¡¡Se-se ha marchado de-de la casa!!

Y entonces, las palabras de advertencia del doctor Bernard volvieron a
la mente de Jean Valjean, preocupándolo sobremanera: "Debo advertirle
que éste hombre intentará matarse de nuevo, se lo advierto, su vida
ahora está en sus manos.".

Y ante la aflicción de las mujeres, Valjean salió corriendo en dirección
a la calle.


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