Fanfic Los Miserables -Una Segunda Oportunidad- *Capítulo 3: Remordimientos*

   Sinopsis: Es la historia de Jean Valjean, un convicto que estuvo injustamente encarcelado por 19 años por haberse robado una rebanada de pan. Al ser liberado de su injusta condena, Valjean trata de escapar de su pasado, lleno de maldad y depravación, para vivir una vida digna y honesta, pero es perseguido durante décadas por el despiadado policía Javert después de haberse saltado la condicional. Cuando Valjean accede a cuidar a Cosette, la joven hija de Fantine, sus vidas cambiarán para siempre.




UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Un asesino quiere vengarse de Javert pidiéndole ayuda de Jean Valjean, pero Valjean rescató a Javert de las aguas del Sena y todo cambió entre ellos. Una nueva amistad y una vieja amistad están ahora en juego hasta el punto de arriesgar las vidas de todos los miembros de la familia de Valjean.

Género: drama, suspenso, amistad
Pareja: ninguna
Calificación: para mayores de 13 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 7 capítulos
Estado: en proceso/sin acabar
Año de creación: 2007 (Publicada en Fanfiction)
Escritora: Gabriella Yu


PRIMERA PARTE:

SALVANDO UN ALMA

*Capítulo 3: Remordimientos*


Había comenzado a lloviznar tenuemente sombre Paris cuando el inspector
Javert había salido tambaleante de la residencia de Jean Valjean y,
aunque no era una lluvia propiamente dicha, era una de esas lloviznas
que lograban calar hasta los huesos.

¿Hacia dónde quería ir? No tenía ni la más remota idea, solamente quería
alejarse lo más posible de la presencia del único hombre que lo hacía
oscilar sobre su ya precaria convicción. Pero las palabras de la hija de
Valjean, de alguna manera, lo habían afectado sobremanera, sobre todo
aquella detestable mirada de lástima… ¿Por qué una muchachita ignorante
debía de sentir lástima por un hombre como él?

Aquel invierno era particularmente frío, pero aunque el inspector no se
encontraba abrigado con un acogedor tapado, vestido con tan solo la ropa
que había llevado puesta cuando intentó suicidarse en el río Sena, no
sentía la inclemencia del tiempo debido a su mente trastornada.
Caminando tambaleante entre las oscuras callejuelas de la ciudad —muchas
de ellas aún mostraban las huellas de la rebelión de la desconforme
muchedumbre en contra de la monarquía de Francia— no llevaba ningún
rumbo fijo, moviéndose como si fuera un ser sin voluntad.

¿Por qué no había muerto? ¿Por qué seguía viviendo? ¿Por qué Valjean le
había salvado la vida si siempre habían sido enemigos encarnizados? No
lo sabía con exactitud, pero no deseaba seguir viviendo, no podía
soportar la idea de tener que vivir en el mismo mundo que el
despreciable convicto Jean Valjean. ¿Cómo era posible que aquel sujeto
vil y corrupto le haya perdonado la vida aquella vez que lo había tenido
acorralado en el callejón? ¡Se suponía que Valjean, como delincuente que
era, tenía que haber tomado una justa revancha después de todo lo que él
le había hecho pasar a lo largo de tantos años…! Pero en cambio, Valjean
lo había dejado marchar ir dándole la dirección del lugar en donde vivía…:

"Vivo con el nombre de Fauchelevent, en la calle del Hombre Armado,
número 7".

¡Maldito Jean Valjean y su estúpida muestra de compasión! ¡Lo detestaba!
La compasión era algo que él, Javert, no lograba entender, era un
sentimiento del que siempre había prescindido considerándolo una emoción
digna de alguien débil… Y ahora él mismo sentía algo parecido a la
compasión, o sea, se había apoderado de él la debilidad de los que se
hacían llamar "piadosos".

¿Tener piedad por un convicto reincidente cuando él mismo se
vanagloriaba de ser respetuoso con la ley y duro con los que la
transgredían? ¡Idiota! ¡Sí! ¡Más que idiota! ¡Él, el incorruptible
Javert había perdido la razón al decidir suicidarse antes que entregar a
Jean Valjean a la justicia! ¿Pero por qué había llegado a una decisión
tan exagerada? ¡Matarse! ¡Cuando bien podía haber apresado a Valjean!

Cuando estaban en el callejón, él desarmado y en manos de Valjean quien
portaba un arma, él le había ordenado que lo matara o si no, no lo
dejaría en paz hasta atraparlo. Jean pareció dudar por un momento,
quizás pensando en todo lo que iba a perder si Javert lo detenía, pero
en cambio disparó al aire y le dijo:

"Ya está muerto, Javert"

Y se fue, dejándolo solo con sus pensamientos y el impacto del momento.

¡Qué palabras tan extrañas y tan ciertas al mismo tiempo…! De alguna
manera, él, Javert, había muerto aquella noche. Y a la mañana siguiente,
cuando volvió a encontrarlo otra vez, al final de las cloacas de París,
Valjean transportaba sobre sus fuertes espaldas a un joven gravemente
herido que respondía al nombre de Marius Pontmercy, uno de los rebeldes.
¡Qué grande fue su sorpresa cuando aquel supuesto convicto perverso le
pidió dejar ir al muchacho a cambio de su captura! Y Javert accedió, sí,
accedió casi sin problemas a la petición del condenado cuando bien
podría habérselo negado y conducido a la cárcel junto a Pontmercy. ¿Por
qué lo había permitido? ¿Por qué? Ésa era la pregunta que atormentaba su
alma y su corazón. ¡Maldito Jean Valjean! ¡Maldito él y su muestra de
bondad! ¿Es que acaso una mala persona podía llevar buenos sentimientos
en su interior? ¿Acaso eso era posible? Y si lo era… ¡él había estado
completamente equivocado en sus creencias! ¡Su única ley en la vida
había sido en creer ciegamente en las leyes de la justicia de los
hombres! Pero ahora…, dudaba, dudaba y eso lo hacía estremecerse de
pavor. ¡Verse obligado a pensar sobre sus actos y sus creencias y
pesarlos sobre la balanza de la realidad era doloroso para él! ¡Oh!
¡Cuán equivocado había estado en juzgar ciegamente a quien no se lo merecía!

Javert recordaba las palabras que Jean Valjean le había dicho sobre sí
mismo en el callejón:

"¡No soy nada, no soy nadie!"

No, en eso Jean Valjean estaba equivocado, él había sido el bondadoso
alcalde de Vigo, el alcalde Madeleine. ¡Y también el salvador de aquella
prostituta y su hija! Sí…, aquella mujer se llamaba Fantine… ¿cómo
olvidarlo ahora? La pobre mujer había caído en desgracia y vendido su
orgullo y su cuerpo para lograr mantener a su pequeña hija gracias a los
prejuicios impiadosos de la gente y de él… ¡Sí! ¡Él había provocado su
muerte prematura cuando fue a apresar a su salvador en frente de sus
moribundos ojos! Crueldad. Casi maldad. Insensibilidad… Eso era Javert,
el mismo demonio vestido de policía. ¡Oh, cruel realidad! ¡Darse de
topes contra la dura pared que era la realidad al darse cuenta lo
injusto que había sido en contra de muchos!

La ley, que había sido su estilo de vida, temblaba bajo sus pies y lo
dejaba con una sensación de abandono indecible. Javert sentía su mente
completamente embotada, confundida, perdida. Tanto las palabras de
Cosette como la de Valjean carcomían su mente sin piedad, Javert quería
que aquellos ecos se acabaran y lo dejaran en paz de una buena vez. Él
ya no quería seguir pensando, ya no quería seguir batallando contra sus
viejas convicciones y sus recientes sentimientos despertados.

Cuando Javert por fin pudo salir de su afiebrado ensueño, se dio cuenta
de que estaba parado sobre uno de los tantos puentes de piedra que
cruzaban el río Sena y, acercándose al borde para observar sus oscuras
aguas revueltas, llegó a la conclusión que aquel martirio moral podía
terminar allí mismo, bajo aquellas impiadosas aguas.

Sin pensarlo siquiera, Javert se subió a la baranda del puente y
permaneció parado sobre él por algunos segundos, inclinándose hacia el
abismo, hacia una muerte segura. Ningún pensamiento pasaba por su mente
absolutamente confundida, ningún sentimiento se definía claramente en su
corazón, Javert solamente sabía que ya no podía seguir viviendo como
había vivido hasta ese momento y no podía cambiar su forma de pensar,
no, eso significaría un profundo fracaso para sus férreas convicciones,
por lo tanto, él tenía que morir junto con ellas.

Separando los brazos del cuerpo, el inspector Javert se dejó caer
finalmente hacia aquel oscuro abismo, deseando ser recibido por aquellas
turbulentas aguas del río Sena y enviado a una muerte eterna. Pero, para
su sorpresa, escuchó a alguien gritar detrás de él, tomándolo
fuertemente de la muñeca y dejándolo colgado del puente. Al alzar la
vista para saber quién había evitado nuevamente su suicidio, grande fue
su sorpresa al ver que, nuevamente, había sido el ex convicto Jean
Valjean el que había evitado su tan buscada muerte.

—¿Tú otra vez? —se quejó Javert—. ¿Es que jamás vas a dejarme tranquilo?

—¡Si te refieres a dejar que te suicides, jamás lo permitiré mientras
esté en mis manos, Javert! ¿Por qué insistes con esto? ¿Es que no puedes
contemplar otra salida?

—¡No! ¡No puedo hacerlo! ¡No puedo vivir de otra forma de la que he vivido!

—¡Es mentira! ¡Usted puede rehacer su vida! ¡Inténtelo!

—¡No! ¡No puedo! ¡Nadie puede cambiar su nacimiento!

—¡Míreme a mí, Javert! ¡Yo logré cambiar!

—¡No! ¡Usted sigue siendo el mismo criminal de antes!

—¡Míreme, Javert! —sus ojos brillaron y su mano se aferró con más fuerza
sobre la muñeca—. ¿Está seguro de que no he cambiado? ¿Está seguro?

El inspector no dijo nada esta vez, simplemente miró a los ojos a aquel
hombre a quien aún consideraba su enemigo. Su mente, aun confundida,
logró reordenarse el tiempo suficiente como para que lograra meditar
aquellas palabras.

—No… —respondió con menos vehemencia que antes—. Ya no estoy seguro de
nada… Ni siquiera puedo estar seguro de mí mismo…

El noble corazón de Valjean sintió compasión por aquel hombre que había
sido su más acérrimo enemigo. Podía comprender su confusión, él también
había pasado por la misma situación hacía mucho tiempo atrás.

—Vamos, Javert, no se rinda. ¿No cree que sería mejor buscarle otro
sentido a su vida?

—¿Otro sentido a mi vida…? —repitió sorprendido.

—Sí. Usted es fuerte, Javert, ¿por qué no lo intenta?

El aludido se le quedó mirando en silencio por unos momentos, suspendido
en el aire mientras Jean Valjean seguía sosteniéndolo por la muñeca.

—¿Por qué lo hace, Valjean? ¿Por qué insiste en ayudarme? Yo siempre
quise destruirlo… No lo entiendo…

Jean sonrió amistosamente.

—No lo sé, Javert, tal vez porque creo que usted y yo podemos llegar a
ser muy buenos amigos… ¡Hemos estado tan pendientes del uno y del otro
durante tanto tiempo que no concibo la idea de que estemos separados por
la infranqueable barrera de la muerte… No aún.

—¿Ser amigos? ¿Usted y yo…? —pareció pensarlo—. Yo nunca tuve amigos, ¿sabe?

—Yo tampoco los he tenido... ¿No cree que éste sería un buen momento
para tener uno?

Javert guardó silencio, meditando aquellas palabras, aquella
posibilidad. Nunca había tenido un solo amigo en su vida pues todos lo
habían despreciado por su origen u odiado por su frialdad. Siempre había
pensado que nunca iba a necesitar tener un amigo, pero ahora, aquella
idea de tenerlo le parecía nueva y tentadora. Pero tenerlo sería de por
sí un cambio en su personalidad, en su forma de pensar, pero tener a
Jean Valjean como amigo era ya un cambio enorme que aún no se sentía
preparado para concederse a sí mismo porque aún anidaba en él el odio,
la dureza y, sobre todo, el remordimiento, sí, un enorme remordimiento
que había anidado en su corazón durante años desde la muerte de Fantine,
un remordimiento del que no se había percatado de su existencia hasta el
momento en que Valjean le había perdonado la vida… ¿Cómo podía ser amigo
del hombre cuya mujer él había condenado a la muerte?

Y así, volviendo su fría mirada hacia nuestro protagonista, le dijo:

—Llévame hasta la tumba de aquella mujer, Valjean.

—¿Cuál mujer? —preguntó sorprendido.

—De Fantine. De la madre de tu hija Cosette.

Valjean se quedó atónito; jamás se hubiera esperado semejante pedido por
parte de aquel sujeto que había sido el culpable indirecto de la muerte
de su querida Fantine.

—¿P-por qué quieres visitar la tumba de Fantine?

Javert guardó silencio por algunos segundos, segundos que le parecieron
eternos al ansioso ex convicto.

—Porque quiero pedirle perdón —fue la sorprendente y determinada respuesta.

Si Javert no lo estuviera viendo a los ojos con una férrea
determinación, Valjean jamás le hubiera creído y, sujetando con más
fuerza la muñeca de su enemigo para izarlo, declaró:

—Vamos entonces.


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