Fanfic Los Miserables -Una Segunda Oportunidad- *Capítulo 5: Un Nuevo Inspector de Policía y Otro Inquilino Inesperado*

     Sinopsis: Es la historia de Jean Valjean, un convicto que estuvo injustamente encarcelado por 19 años por haberse robado una rebanada de pan. Al ser liberado de su injusta condena, Valjean trata de escapar de su pasado, lleno de maldad y depravación, para vivir una vida digna y honesta, pero es perseguido durante décadas por el despiadado policía Javert después de haberse saltado la condicional. Cuando Valjean accede a cuidar a Cosette, la joven hija de Fantine, sus vidas cambiarán para siempre.




UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Un asesino quiere vengarse de Javert pidiéndole ayuda de Jean Valjean, pero Valjean rescató a Javert de las aguas del Sena y todo cambió entre ellos. Una nueva amistad y una vieja amistad están ahora en juego hasta el punto de arriesgar las vidas de todos los miembros de la familia de Valjean.

Género: drama, suspenso, amistad
Pareja: ninguna
Calificación: para mayores de 13 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 7 capítulos
Estado: en proceso/sin acabar
Año de creación: 2007 (Publicada en Fanfiction)
Escritora: Gabriella Yu


PRIMERA PARTE:

SEGUNDA PARTE: LA TELARAÑA

*Capítulo 5: Un Nuevo Inspector de Policía y Otro Inquilino Inesperado*


Al día siguiente, mientras almorzaban, Javert sorprendió a todos
diciéndoles que iría a presentarse a su trabajo.

—¿Está seguro, Javert? —quiso saber Jean Valjean con un dejo de
preocupación en su tono de voz, dejando caer la taza de café humeante
sobre el platillo—. ¿Cree estar lo suficientemente fuerte como para
volver al trabajo?

—No veo la necesidad de discutir este asunto con usted, Valjean
—respondió secamente mientras se ponía de pie y se dirigía hacia el
perchero de madera tallada para recoger su sombrero y ponérselo—. Ya he
faltado demasiado tiempo y tengo mucho trabajo qué hacer.

Dicho esto, cerró la puerta de calle tras él, dejando a sus tres
compañeros bastante aturdidos con aquella inesperada decisión.

—Papá… —la chica se volvió con cara de consternación—, creí que el señor
Javert había renunciado a la policía.

—Yo también, Cosette, pero veo que ambos nos hemos equivocado.

—¿Habrá renunciado entonces a su antigua manera de actuar y pensar? —se
preguntó en voz alta el joven Marius.

Jean lo miró con detenimiento para luego perderse en sus propios
pensamientos. No podía evitar sentirse algo preocupado por el destino su
nuevo amigo.

—Por el bien de su alma, espero que así sea.

XOX

—¡Javert! —exclamó el sorprendido procurador de la policía, poniéndose
de pie en cuanto lo vio entrar por la puerta de su oficina. Si no fuera
porque era pleno día y estaba rodeado de gente, hubiera jurado estar
viendo un fantasma—. ¿En dónde ha estado usted durante todo este tiempo?
Realmente temí por su vida cuando recibí aquella extraña nota que me
envió el día de su desaparición. Espero que tenga una muy buena
explicación para todo esto, Javert.

Con el sombrero sujeto entre las manos, el aludido clavó su fría mirada
sobre su jefe, logrando estremecerlo levemente a causa de su aparente
falta de sentimientos.

—Lamento haberle preocupado, señor —respondió sin un atisbo de emoción
en su voz pero con el tono propio de quien confía en sí mismo—, me
gustaría poder explicarle lo que pasó, pero intentarlo tan sólo sería
confundir aún más las cosas.

El procurador frunció el entrecejo, no pudiendo comprender del todo
aquella ambigua respuesta por parte de su más hábil e implacable policía.

—¿Acaso el asunto de Jean Valjean tuvo algo que ver con su desaparición,
Javert?

El inspector lo miró más fijo que nunca.

—Jean Valjean está muerto para mí señor —replicó.

Era como si hubiera dicho que aquel asunto estaba ya muerto y enterrado
para él y que ya no había la más mínima necesidad de hablar sobre ello,
por lo menos eso fue lo que entendió el obeso procurador.

—Bueno… ¡Ejém! —carraspeó un tanto incómodo mientras volvía a tomar
asiento—. Entonces debo suponer que vuelve usted a la carga, ¿no es así?

—Así es, señor.

—Bien, realmente me hace mucha falta alguien como usted, Javert. Éste
trabajo es bastante duro, como sabrá.

—Lo sé muy bien, señor, y es por eso que debo volver al trabajo
inmediatamente —replicó con frialdad para luego inclinarse levemente
ente su jefe en señal de despedida, pero, en cuanto le volvió la
espalda, una repentina pregunta de parte el Procurador, lo paró en seco.

—Ha estado usted muy enfermo, ¿no es así, Javert?

—¿Por qué lo dice, señor? —le preguntó, dominando su sorpresa y su posición.

—Se le nota, Javert.

El aludido guardó silencio por algunos segundos antes de responder,
perdido en sus pensamientos.

—Sí, señor. Lo he estado por mucho tiempo…

—Entonces procure cuidar más de su salud, Javert; sería una verdadera
pena perder a alguien como usted en la Fuerza.

Javert sonrió para sus adentros, el Procurador no había comprendido el
doble sentido de sus palabras. ¡Si supiera la clase de enfermedad que lo
había estado aquejando tanto tiempo! Pero ahora estaba completamente
curado y listo para comenzar un nuevo sendero en su vida, uno en el que
esperaba encontrar la paz y sosiego que tanto necesitaba su alma.

—Disculpe, señor, pero debo trabajar. Tengo mucho trabajo qué hacer.

—Adelante, Javert —le hizo una seña significativa con la pluma en la
mano y levantó la vista del papeleo que había por todo su escritorio,
sonriéndole a medias—. Bienvenido a bordo.

El inspector simplemente sonrió imperceptiblemente y se marchó hacia su
escritorio, dejando a su jefe profundamente atareado con sus propios
asuntos.

Y así daba inicio a un nuevo capítulo en su vida sin tener idea que muy
pronto la cruel sombra de sus crueles acciones pasadas caería sobre él.

XOX

Luego de ser apagada la llama de la revolución estudiantil, todo había
vuelto a la normalidad para los parisienses, sin exceptuar a Jean
Valjean, quien, junto a su hija Cosette, volvieron a dedicarse a la
caridad donando su tiempo y comida a los más necesitados.

Mientras los menesterosos hacían fila para llenar sus cuencos de la sopa
humeante que nuestros caritativos protagonistas les ofrecían tan
solícitamente, un hombre de gran estatura y musculatura se metió en la
fila para la molestia de los que estaban esperando detrás, quienes
comenzaron a protestar contra el irrespetuoso hasta que éste volvió el
rostro hacia ellos y los petrificó de miedo con una espeluznante mirada
de advertencia, dejándolos mudos de espanto.

Uno a uno, Valjean y su hija fueron sirviendo el espeso alimento casi
sin mirarlos a la cara porque los pobres hambrientos estaban tan
desesperados por comer que muy pocos se detenían a levantar el rostro
del plato y dar las gracias. Poco importaba a nuestro protagonista
aquella actitud poco agradecida, puesto que como él mismo había sido una
persona pobre y hambrienta, los comprendía perfectamente.

Tan inmerso estaba en su generosa actividad y en sus propias
cavilaciones, que ni siquiera se percató de la verdadera identidad del
grotesco gigante que se paró delante de él. Llenó su cuenco con un
movimiento mecánico y esperó al siguiente sin percatarse de la burlona
sonrisa del hombre que aún permanecía frente suyo.

Extrañado porque la fila no avanzaba, por fin Jean Valjean levantó la
vista hacia el desconocido y no pudo evitar sentirse un tanto
sobresaltado al contemplar su curtido y robusto rostro. Muy dentro de él
creyó conocerlo de algún lado.

—Qué gusto volverte a ver, compañero —le dijo el extraño con una enorme
y maliciosa sonrisa.

—¿Perdón? Acaso… ¿lo conozco?

—Fuimos compañeros por muchos, muchos años, número 24.601

—¡LeBlanc! —exclamó, con los ojos como platos, sorprendidísimo—. Pero
tú… ¿No deberías estar en prisión?

—Me escapé —respondió, fresco como una lechuga—. Así que ahora necesito
de tu ayuda para esconderme hasta que los perros dejen de buscarme,
amigo mío.

—¿Esconderte? ¿En dónde?

LeBlanc sonrió ampliamente, tratando de esconder toda la malicia que
anidaba en su interior, saboreando el momento de ponerle las manos
encima a Javert.

—En tu casa.

—¡¿En mi casa? —repitió espantado, pues en un segundo pasaron por su
mente todas las atrocidades que LeBlanc había cometido en el pasado en
contra de hombres, mujeres y niños. Él representaba un gran peligro para
cualquiera, sobre todo para su hija e inclusive para el inspector
Javert, quien había sido su carcelero por varios años.

No puedes quedarte en mi casa —replicó rápidamente, endureciendo su rostro.

—¿Cómo? —frunció el entrecejo, sinceramente sorprendido, pues no
esperaba esa respuesta. Pero él no era hombre que renunciaba con
facilidad, por lo que decidió poner las cosas en claro.

Entonces, acercando su rostro a la de su viejo compañero de presidio, se
inclinó un poco para poder mirarlo a los ojos y declaró con tono amenazante:

—¿Es que acaso te has olvidado de todo lo que he hecho por ti cuando
estuvimos encerrados como ratas? ¿Has olvidado lo mucho que sufrí por
ti? ¿Así es como me lo agradeces, /amigo/? —remarcó la última palabra
con la vista fija sobre Jean Valjean, dejándolo impactado.

Por su mente pasaron velozmente una por una todas las vicisitudes que
había pasado junto a su compañero cuando ambos estuvieron en las crueles
canteras, los castigos que LeBlanc había sufrido cuando se adjudicaba
sobre sí mismo los errores que él cometía, confesándole luego con una
sonrisa que él hacía eso porque siempre iba a soportarlo mejor que él y
que algún día le pediría algo a cambio por su "desinteresado" sacrificio
y que estaba seguro de que su "amigo" jamás le negaría ayuda alguna.

Tras recordar todo esto, Jean, pestañó unos segundos hasta que por fin
reaccionó y tomó al convicto fuertemente por el brazo y se lo llevó de
allí hasta un lugar apartado bajo la sorprendida mirada de la joven Cosette.

—¡LeBlanc! —exclamó un tanto molesto—. ¿Qué intentas hacer? ¿Sobornarme?
Yo no…

—¿Acaso pedirle ayuda a un amigo es un soborno? —replicó astutamente,
tocando el bondadoso y ya endeble corazón de nuestro protagonista.

A Jean no le quedó otra cosa que fruncir el entrecejo y ceder.

—Te quedarás con nosotros solamente hasta esta noche, LeBlanc; haré
arreglos para que puedas salir de Francia mañana mismo. De momento
deberás esperarme aquí, oculto entre las sombras del edificio, hasta que
mi hija y yo terminemos de alimentar a los pobres.

El bandido asintió obediente, y mientras observaba a su ingenuo amigo
dirigirse hacia el comedor improvisado y unirse a una intrigada Cosette,
sonrió como un demonio: muy pronto, tanto la chica como Javert, le
ofrecerían una gran diversión.



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