Fanfic Piratas del Caribe -El Libro del Destino- *Capítulo 7: Un Baile de Máscaras Lleno de Sorpresas*

                                             Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: EL LIBRO DEL DESTINO*

SEGUNDA PARTE: NO TODO LO QUE SE PLANEA SALE BIEN

¡Jack y Jacky se separaron! ¡ahora son 2! ¡Un hombre y una mujer! ¡Doble problemas para todos! ¿Lograrán cambiar sus destinos y el de los demás? Continuaciòn de La Maldición del Anillo de la Calavera. James y Jacky pasan su primera noche juntos...¿pero será la última?

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 7: Un Baile de Máscaras Lleno de Sorpresas*


La noche había resultado magnífica para la celebración del compromiso de
Elizabeth; cientos de estrellas titilaban sobre el cielo azul abovedado
dando la bienvenida a los invitados; una brisa fresca soplaba sobre la
región habitada de Port Royal y el clima caluroso de verano se hacía
menos intenso, permitiendo así que los invitados asistieran con sus
mejores trajes de gala.

Toda la gente en la ciudad sabía sobre el motivo del baile celebrado por
la hija del gobernador Swann, todo el mundo sabía que ella se casaría
con William Turner, un joven y modesto muchacho que trabajaba hábilmente
como herrero del pueblo y armero de la milicia. Claro que aquello había
sorprendido un poco a los que estaban al corriente de aquella relación y
sorprendido bastante a otros que habían creído firmemente que la joven y
hermosa Elizabeth Swann se casaría con el respetado comodoro James
Norrington. Tanto mujeres como hombres tenían una opinión diferente
respecto al sorprendente resultado de la efímera relación. Algunas
decían un tanto envidiosas: "Hizo muy bien, el joven herrero era mucho
más apuesto que el comodoro"; "¡Pero el comodoro Norrington tiene mucha
mejor posición social que él¡Una buena paga!" decían otras que pensaban
más en la posición social que el amor. "Ese William se salió con la
suya, el arrogante de Norrington tuvo lo que se merecía" decían otros a
quienes jamás les había caído simpático el oficial. "Esa mujer es una
cualquiera, el comodoro Norrington bien puede conseguirse algo mejor"
decían los que estimaban al oficial. Pero no importaban demasiado las
habladurías de todos los que habitaban el pueblo, Elizabeth era dichosa
y Will estaba más feliz que nunca.

Tanto él, Elizabeth y su padre, estaban encantadoramente arreglados para
recibir a los invitados que comenzaron a llegar a partir de las siete de
la noche. Elizabeth llevaba un precioso vestido de seda color durazno
lleno de lazos, vuelos y encajes, era la última moda parisiense, también
llevaba un antifaz blanco perlado y unas hermosas flores blancas sobre
sus rubios cabellos recogidos. Will vestía un fino traje azul adornado
con botones y bordes dorados, camisa y medias blancas, zapatos negros al
igual que el lazo que ataba su liso cabello castaño; tenía puesto un
sencillo antifaz negro. El gobernador Weathervy Swann, mucho más
señorial que los dos anteriores, llevaba un fino traje de terciopelo
gris oscuro adornado con bordes y botones dorados, camisa y medias de
seda blancos, zapatos negros de charol, peluquín níveo muy bien
cepillado y atado con un moño del mismo color que su casaca; su duro
antifaz forrado de terciopelo negro tenía un manguito en uno de sus
costados para que su dueño lo tomara elegantemente con la mano. A pesar
de que su querida hija iba a terminar casándose con un "don nadie", se
encontraba tremendamente feliz al verla llena de júbilo por el anuncio
de su compromiso; claro que él hubiera deseado algo mejor para su hija,
pero si ella consideraba que iba a ser feliz con un simple armero, pues,
bendecía su unión y les deseaba lo mejor.

A medida que los invitados llegaban y entraban por la puerta principal
del gran salón de baile, se maravillaban con lo que veían: enormes y
elegantes candeleros de techo alumbraban la suntuosa habitación, largas
cortinas rojas de seda color bermellón cubrían los grandes ventanales,
las paredes de suaves tonos pasteles estaban adornadas con elegantes
cuadros de elaborados marcos dorados, altas columnas renacentistas se
encontraban proporcionalmente repartidas por todo el salón, hermosos
jarrones con bellísimas flores se encontraban en lugares estratégicos a
lo largo de las cuatro paredes; al fondo en el lado izquierdo, había una
especie de plataforma escalonada lo suficientemente grande como para
albergar a toda una sinfónica, que en esos momentos se encontraba
tocando sus instrumentos interpretando las piezas más de moda en ese
entonces. En la pared derecha, una larga mesa ofrecía una buena cantidad
y variedad de platos y bebidas para comensales de paladares exigentes.
Todo aquello era una maravilla, todo estaba hecho para terminar de la
mejor forma sin que ningún desagradable incidente les echara a perder la
noche tanto a los anfitriones como a los invitados, pero, con los dos
capitanes Sparrow muy cerca de allí, era algo muy difícil de hacerse
realidad.

Grande fue la sorpresa de Will y Elizabeth cuando vieron llegar bastante
tarde al comodoro Norrington con el doctor Jacobson y una desconocida en
vez del almirante Jacobson, pues, con la presencia de éste último, el
baile se iba a tornar muy prestigioso. Luego de los infaltables saludos,
la joven Swann preguntó por el ausente.

—El almirante Jacobson lamenta mucho tener que rechazar tu invitación,
Elizabeth —James comenzó a explicar—, pero le ha dado una terrible
migraña esta mañana y se le ha hecho imposible asistir a tu baile de
máscaras.

—¡Oh! Espero que se recupere pronto… —dijo la joven con evidente desencanto.

Antes de que la vieja institutriz de Norrington se presentara ante la
joven pareja, Christian Jacobson se le adelantó:

—En su lugar le presento a madame Annete Foubert, es una fina dama muy
distinguida de París que he tenido el placer de conocer gracias a James
e invitarla a este feliz acontecimiento gracias a la repentina migraña
de mi sobrino. Espero que no les moleste…

—¡Oh no! Es usted bienvenida a nuestra casa, madame Foubert —le dijo la
muchacha con verdadera efusión. Al pobre Will no le gustó mucho aquello
de "nuestra casa", puesto que aunque él estuviera comprometido con ella,
no se sentía con el derecho ni la vanidad de sentirla como tal. ¡Él
quería darle a su amada una casa que fuera completamente suya ganada con
el sudor de su frente! No quería vivir de la caridad de su suegro,
quería demostrarles a todos que él no se estaba por casar con Elizabeth
por su dinero ni por su posición social, sino, por verdadero amor.
Repentinamente, le llamó la atención que el comodoro Norrington y el
doctor Jacobson lo estaban mirando fijamente, pero lo que no pudo
deducir era en qué estaban pensando.

Más invitados llegaron en ese momento y la pareja tuvo que excusarse
para ir a recibir a los recién llegados. James se les quedó mirando por
un buen rato antes de suspirar con fastidio y dirigirse hacia la mesa de
bebidas.

—¿A dónde va, señorito Norrington? —Annete le preguntó un tanto alarmada
al verlo alejarse de ellos, pero el doctor le colocó suavemente la mano
sobre su hombro y dijo con su habitual tranquilidad:

—Déjelo solo, Madame, esta fiesta de compromiso pudo haber sido suya.

La mujer lo miró por unos segundos, preocupada, luego miró hacia donde
ahora se encontraba su antiguo pupilo y su preocupación se acentuó junto
con una sensación de tristeza al verlo tomar una copa tras otra de brandy.

—James… —murmuró.

—No se preocupe, sólo déle un poco de tiempo, Annete. Él ha sufrido la
pérdida de una persona a la que había amado con toda su alma… —miró al
comodoro con una mirada casi distante, su voz parecía perderse en la
lejanía de los recuerdos—, sólo el tiempo puede curar esa clase de herida…

Aquella última declaración llamó la atención de la mujer y lo miró
detenidamente, preguntándose si Christian habría sufrido una experiencia
semejante en el pasado. No lograba imaginarse al risueño y tranquilo
doctor en un estado de aletargada tristeza.

De pronto, el hombre se volvió hacia ella con una gran sonrisa en el
rostro y le preguntó:

—¿Me concede esta pieza, madame Foubert?

—¿Eh? —Tomada por sorpresa, la aludida miró con ojos grandes la mano
tendida de quien la había invitado, como si aquellas dolientes palabras
de hacía unos segundos no hubieran salido nunca de su boca. Orgullosa
como era, Annete se repuso enseguida y decidió que no iba a ceder tan
fácilmente al pedido de aquel caballero tan atrayente y simpático, ya
que, después de todo, ella era una mujer y no podía resistir la
tentación de hacerse de rogar al verse pretendida por un hombre como él.

—¡Oh! Es toda suya, monsieur Jacobson, disfrútela —le replicó con una
sonrisa malvada mientras se cruzaba de brazos.

El doctor se quedó un tanto perplejo, pero enseguida se repuso y se
dispuso a tener una batalla de astucia con su pretendida.

—Muchas gracias por su amabilidad, madame Foubert, pero me gustaría más
compartir este baile con usted.

—Como usted quiera; puede elegir a su compañera de baile, yo elegiré al
mío y así compartiremos esta magnifica pieza de baile.

—No me entendió usted, madame, me refiero a que ambos bailemos juntos.

—¿Bailar juntos? —lo miró de soslayo— ¿Y es usted un excelente bailarín,
monsieur? Yo no bailo con cualquiera...

—Tan bueno que he llagado a ganar varios concursos, madame¿y usted?

—He enseñado en las academias de baile más prestigiosas, monsieur.

—¡Oh¡Eso suena magnífico¿Qué le parece entonces una comparación de
habilidades? Veremos quién de los dos es mejor en el arte de la danza.

—Usted utiliza elegantes palabras para convencer a una dama, monsieur.
Acepto su desafío con gran placer.

—No sabe lo mucho que me alegra oírle decir eso, madame —le dijo
mientras se inclinaba respetuosamente ante ella y le ofrecía su brazo
para que lo tomara.

Mientras los dos se dirigían hacia el centro del salón, ella murmuró
sonriente:

—Tendrá que rendirse a mis pies en cuanto vea mi superioridad en el baile.

El doctor la miró significativamente.

—Ya estoy rendido a sus pies, madame.

—Tonterías —replicó la mujer con fingido desprecio pero sintiéndose
alagada a la vez.

A todo eso, el comodoro James Norrington se encontraba muy entretenido
bebiendo cada copa de alcohol que se le cruzaba frente a sus ojos,
tratando en vano de ahogar sus penas y despechos. ¡Y pensar que aquella
fiesta bien nomás podría haber sido en su honor y el de Elizabeth! Pero
claro, tenía que interponerse en su camino aquel muchachito de cuento de
hadas y arrebatarle a la joven…

Volvió a tomar un buen poco de ron, que resultó ser tan fuerte que lo
hizo toser cuando sintió que le ardía la garganta.

Pero claro, aquel deseo irrealizado no era nada comparado con lo que
ahora sentía con respecto a la pérdida de su amada Jacky… ¡Cómo se
burlaban de él las personas que no lo querían! "Otra vez lo abandonaron"
decían, "Ese muchachito Turner le dio su merecido por ser tan
arrogante". Pero esas murmuraciones no eran peores que la de otros que
sentían lástima por él: "¡Pobrecito, y tan bueno que es!" decían
"Abandonado otra vez… ¡Está condenado a vivir solo todo el resto de su
vida!" o "Que tonta es esa muchacha, decidió quedarse con un pobretón
antes que un hombre de posición tan conveniente".

—Puras habladurías de viejas chismosas… —farfulló de muy mal humor
mientras volvía a echarse otro poco de aquel líquido fuerte, luego, se
quedó mirando al vacío, pensando.

—Los hombres buenos y honrados son unos patéticos perdedores… ¡Debería
haber obligado a esas estúpidas a casarse conmigo! —exclamó furioso.

Se calló, asustado por sus propias palabras¿acaso él podía llegar a
cometer cualquier locura con tal de realizar sus propósitos? Entonces,
sin quererlo, las sabias palabras de aquella extraña pitonisa que había
conocido algunos meses atrás vinieron a su memoria:

"/Ten cuidado con la desesperación —le había advertido—-, tienes buen
corazón, pero la desesperación te llevará a cometer errores con lo que
tendrías que pagar con tu vida [… piensa bien en lo que vas a hacer…"./

"¿Acaso puedo llegar a ser tan peligroso como para traicionar mis
propios principios?" —Pensó con gran aflicción, mirando hacia el vacío
con la mirada perdida—. "¿De qué sería yo capaz si lo perdiera todo?".

No se animó a contestar su propia pregunta, temeroso de su respuesta, de
repente, una voz que le sonaba muy lejana lo volvió hacia el lugar en
donde debía estar.

—Perdón¿cómo ha dicho, gobernador Swann? —logró preguntar mientras
reordenaba sus pensamientos.

—Dije que aquella pareja es magnífica bailando —volvió a decir el
aludido mientras tomaba un vaso de Whisky y miraba muy interesado hacia
los bailarines—, es de las pocas que he visto bailar con tanta gracia…
¿Quiénes serán?

Norrington dirigió su vista hacia el centro del salón en donde danzaban
alegremente las parejas enmascaradas; trajes multicolores se mezclaban
con las elegantes y armoniosas melodías tocadas por las diestras manos
de los integrantes de la sinfónica. Y en efecto, vio que un grupo de
gente había formado un gran círculo en torno de la dichosa pareja de
bailarines, que desplegaban sus maravillosas habilidades para la danza,
dejando a todo el mundo pasmado ante tanta gracia y elegancia.

—Los conozco muy bien, gobernador Swann —contestó por fin el oficial—,
son el doctor Christian Jacobson y madame Annete Foubert.

—¡Oh¿Entonces él es el tío del famoso almirante George Jacobson¡Hacía
varios años que no lo veía! —comentó asombrado—. ¿Y qué pasó con su
sobrino¿Ha venido al baile? —preguntó mientras miraba hacia todos lados
tratando de visualizarlo.

—No ha podido venir, Señor, le ha dado una terrible jaqueca. Una
migraña, creo yo.

—¡Oh! Es una pena escuchar eso… —murmuró desencantado, pues habría sido
muy beneficioso para el compromiso de su hija anunciarlo frente a un
personaje tan importante.

Pero se olvidó de ello en un instante, y se interesó una vez más en
aquella elegante pareja que ya estaba por terminar de bailar aquel
hermoso vals. Sus ojos brillaron ante la perspectiva que se le había
presentado.

—Veo que ambos están muy enamorados uno del otro, hacen una magnífica
pareja. ¿Quién es la dama?

—Ella fue mi institutriz cuando yo era un niño, ahora es el ama de
llaves de mi familia… —Lo miró—. La estimamos mucho¿sabe? Es una
excelente persona—. Miró hacia ellos otra vez y suspiró—. El señor
Jacobson es el hombre perfecto para ella, solo espero que madame Foubert
se de una oportunidad de ser feliz con él.

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Mientras tanto, afuera de la mansión de los Swann, un carruaje de
alquiler se detuvo frente al enorme jardín que rodeaba la mencionada
residencia. De él bajaron nuestros queridos y alocados protagonistas de
esta historia: Jack y Jacky Sparrow. Jacky casi se cae el suelo al
tropezar con la falda de su propio vestido cuando había comenzado a
bajar por la escalerilla del carruaje, pero Jack pudo sostenerla a
tiempo tomándola por la cintura.

—¡Epa¡Cuidado con tu valiosa mercancía, querida! Si te pasa algo, no
lograremos engatusar al tonto de Norrington.

—¿Solamente eso se preocupa? —lo miró de soslayo haciéndose la
ofendida—. ¡Pero que poco estimas a esta fina dama!

—¡Oh, vamos, hermanita! —la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza. Sus
rostros casi se tocaron—. Tú sabes muy bien que sin ti yo estaría
perdido… ¿sabes?

—Y tú sabes muy bien que sin ti yo sería el verdadero capitán Jack
Sparrow¿sabes? —y con una pícara sonrisa, la mujer pirata se desembarazó
suavemente de los brazos de su "hermano" y se dirigió hacia el "cochero"
del carruaje y le dijo:

—Abre bien los ojos, Gibbs, puede que tengamos que partir inmediatamente.

—¿Y por qué, mi capitana? —quiso saber el segundo al mando mientras se
acomodaba el tricornio negro que tenía sobre su cabeza. Gibbs estaba
vestido como el cochero del carruaje que había transportado a los
Sparrow desde el puerto hacia la casa del gobernador. ¿De dónde había
sacado esas ropas? Era fácil, bueno, fácil para ellos, pero no lo fue
para el pobre cochero original del carruaje, a quien los tres piratas
habían atrapado y despojado de sus pertenencias para dejarlo desnudo y
abandonado en el puerto dentro de un barril de manzanas que estaba vacío.

—Por si nos descubren, Gibbs, por si nos descubren —aclaró el capitán
Sparrow mientras le ofrecía su brazo a su contraparte femenina, quien lo
aceptó gustosamente.

Mientras los veía alejarse por la senda que conducía hacia la mansión
del gobernador, el contramaestre murmuró muy preocupado:

—Mejor me pongo a rezar para que no los descubran y no nos condenen a la
horca…

Jack y Jacky iban caminando con exagerado contoneo a través de los
jardines de los Swann, (algo que aumentaba aún más el aspecto
extravagante de ambos), mascullando sus planes actuales y futuros de lo
que podrían conseguir engañando al comodoro James Norrington. Claro
está, que Jacky no quería aceptar que se moría de ganas de volver a ver
a su "caballo-caballero".

—Norrington no tiene que saber de inmediato que estamos juntos, sino, va
a sospechar que lo estamos engañando —comentó Jack indiferente ante los
verdaderos pensamientos de su compañera.

Sobresaltada, pero reponiéndose en el acto, la aludida hizo como si nada
la perturbara.

—No temas, hermanito, ya sabes que tanto tú como yo, somos excelentes
actores. Muy pronto lo tendré entregado a mis brazos y hará todo lo que
le pida sin importar nada más.

—¿Ah sí? —a Jack se le había ocurrido una estupenda e deshonesta idea—.
¿Y lo tendrías rendido en una semana?

—¡Por supuesto!

—¡Ah! Si tan segura estás¿qué te parece si hacemos una apuesta?

Jacky se detuvo de golpe y miró a su compañero con gran interés y
curiosidad.

—¿Una apuesta¿Y de qué se trata?

Entonces, el capitán del /Perla Negra/ se paró frente a ella un tanto
inclinado y comenzó a revelarle su perversa apuesta.

—Escucha bien, hermanita, mi propuesta es esta: Si tú consigues que el
comodoro Norrington nos permita piratear a gusto por todo el mar Caribe
en el lapso de una semana, te entregaré el mando del /Perla Negra/.

—Interesante… ¿Y si no lo logro?

—Pues… —se acercó a ella con cara de perro en celo—, tendrás que
entregarte a mí y pasar la noche más sensual de tu vida con el
inigualable capitán Jack Sparrow… ¿Qué te parece¿Aceptas?

Antes de contestarle, la igualmente atrevida pirata, tomó a Jack por la
solapa de su casaca y lo acercó bruscamente hacia ella.

—Déjame aclarar esto¿Tú dices que si Norrington se entrega a mí, tú me
entregarás el /Perla Negra/ y entonces yo no tendré que entregarme a ti,
pero si Norrington no se entrega a mí, entonces yo tendré que entregarme
a ti y tú no tendrás que entregarme al /Perla Negra/, no es así?

—Eeeh…, sí. Creo que eso fue lo que dije —contestó el capitán Jack
Sparrow pestañeando algo confundido y meneando la cabeza.

—Verás cómo nos divertiremos, mi querida hermanita… —entonces se le
acercó aún más, intentando besarla.

Jacky hizo el ademán de besarlo también, pero lo soltó bruscamente y le
replicó con una amplia sonrisa:

—No te ilusiones tan rápido, hermanito, que aún no está nada dicho.
Acepto la apuesta, puesto que voy a ganarla. —y comenzó a caminar muy
contenta con su habitual contoneo con los brazos levantados. El capitán
Sparrow la siguió con la mirada, una sonrisa perversa se dibujó en su
rostro moreno.

—No te confíes tanto, hermanita, que aún no está nada dicho… Yo nunca
apostaría mi querido /Perla Negra/ si no estuviera seguro de ganar una
apuesta —murmuró para luego empezar a seguirla hacia la gran casa, claro
está, caminando de la misma manera que ella.

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Una vez que el doctor Christian Jacobson y Annete Foubert hubieran
terminado de bailar, se dirigieron hacia donde se encontraban el
comodoro James Norrington y el gobernador Weathervy Swann. Tanto los
jóvenes como los adultos, los aplaudieron muy entusiasmados con
semejante exhibición de baile.

—Es un enorme gusto volver a verlo después de tantos años, Christian. Es
impresionante ver a una pareja como ustedes danzar de esa manera tan
armoniosa y elegante —les dijo el gobernador en cuanto ellos se
detuvieron frente a él.

—Lo mismo digo, Weathervy. Muchas gracias por tus halagos. ¡Hacía tanto
tiempo que no bailaba con alguien tan ágil! —exclamó el doctor, más para
Annete que para el gobernador. Y volviéndose hacia ella, le tomó
delicadamente la mano y se la besó diciendo:

—Mis más sinceras gracias por haberme concedido esta pieza, mi querida
dama, me ha hecho usted el hombre más feliz sobre la tierra. ¡Hacía
tanto que no me sentía realmente vivo!

Colorada y bastante ofuscada por semejante demostración de cariño y
devoción, el ama de llaves se quedó un momento en silencio antes de
poder encontrar su perdida voz y contestarle.

—Exagera, monsieur Jacobson —trató de parecer lo más indiferente posible
a pesar de que sentía que el corazón iba a salírsele del pecho por lo
rápido que le latía—. Pero me parece que le he demostrado quién era el
más hábil para el baile.

—De eso no hay duda, madame, usted me ha dejado sin palabras y me
inclino ante su gracia. Me ha ganado sin duda alguna, y también mi
corazón —y se inclinó graciosamente ante ella.

A pesar de la extraña máscara italiana que el doctor llevaba puesto,
Annete sabía muy bien que una sonrisa burlona se asomaba en aquel rostro
maduro pero hermoso. ¿Qué se traía entre manos aquel hombre¡Por supuesto
que ella no estaba nada dispuesta a ceder ante sus evidentes
demostraciones de amor! Si alguien iba a confesar su amor, esa persona
tenía que ser Christian, no ella.

—¡Oh¡Ya basta de tonterías, monsieur Jacobson! —Exclamó con fingida
coquetería e indiferencia—. ¿Por qué no hace una obra de caridad y me
trae un postre?

No terminó de decir la oración, que el doctor enseguida se puso en
camino para acatar su pedido. Con una sonrisa de satisfacción, Weathervy
Swann declaró:

—¡Mi señora¡Usted ha conquistado plenamente el corazón de ese buen
hombre¡La felicito! Ha hecho usted una magnífica elección. Le doy mi
palabra que el doctor Christian Jacobson es una persona digna de amar y
de ser amado, así que espero que usted le devuelva la felicidad, que una
persona tan generosa como él, la haya perdido tan tristemente hace ya
tanto tiempo.

Annete estaba estupefacta ante lo que acababa de escuchar.

—Perdón¿cómo dice? —preguntó muy intrigada.

—Pues verá, mi estimada señora… —carraspeó con afectación para darse más
importancia—, supe por boca de su sobrino George Jacobson (no la del
doctor Jacobson, ya que él jamás habla de su pasado), que nuestro buen
doctor enviudó y perdió a sus pequeños hijos, a los que amaba muchísimo,
en una terrible peste cuando era un muchacho. ¡Terrible¿No es así? Desde
entonces, el señor Jacobson no se ha atrevido a amar con locura a otra
mujer. Estuvo cerca de casarse con otra buena dama, pero rompió el
compromiso al final. Nadie sabe muy bien el porqué, pero yo creo que
tuvo miedo de revivir el pasado…

Annete y James lo observaron con interés, prestando toda su atención a
las palabras del gobernador, quien estaba en su elemento como pez en el
agua al tener tan interesada audiencia. Entonces, siguió contándoles sus
propias ideas.

—Yo creo, señora, que usted ha logrado conquistarlo del todo y le ha
devuelto buena parte de su alegría perdida; lo he notado por la forma en
que él se comporta con usted… ¡Mis más grandes felicitaciones¡Usted es
realmente afortunada¡Él es la persona más buena y desinteresada que he
conocido en mi vida!

La ama de llaves no dijo nada, sólo se limitó a mirar hacia el pulido
piso de mármol blanco, pensativa.

—¿Devolverle la felicidad? —Repitió James intrigado—Pero siempre lo he
visto con una sonrisa en el rostro, nunca parece estar triste.

—¡Oh, comodoro Norrington¡Pero qué ingenuo es usted a veces! —Replicó el
padre de Elizabeth con una sonrisa compasiva—El doctor Christian
Jacobson de por sí es un hombre amable y feliz, (y muy fuerte, de eso no
hay duda), jamás verá al buen doctor mostrarle una cara infeliz. ¡Está
en su naturaleza!

James no replicó a eso, pero hubo una vez en que lo vio muy preocupado,
terriblemente preocupado por Isabel cuando éste se había llevado a Jacky
para entregarla a Beckett.

—¡Mire, mi afortunada señora¡Allí viene su príncipe azul! —exclamó
radiante el gobernador.

Annete alzó la vista y, aterrorizada, lo vio aproximarse. Pero antes de
que éste llegar con ellos, la asustada mujer salió huyendo de allí,
dejando a los hombres muy consternados.

—¿Le ha ocurrido algo malo a madame Foubert? —preguntó el doctor muy
preocupado.

—Creo que nuestro estimado gobernador habló de más, señor Jacobson
—respondió un tanto indiferente el comodoro Norrington mientras se
llevaba una copa de coñac a la boca. Weathervy lo miró significativamente.

Y sin decir una sola palabra más, el doctor le entregó a un sobresaltado
gobernador el postre que le había traído a Annete y se fue detrás de
ella para alcanzarla.

Mientras se comía el postre, el incorregible padre de Elizabeth no pudo
evitar dar su opinión al respecto.

—Definitivamente, la ama… Y ella a él. No hay duda de eso.

—Pero no creo que ella le corresponda tan fácilmente, Señor —dijo
Norrington con cierto menosprecio—, a ellas les gusta hacerse de rogar.
Uno debería dejar de comportarse como un estúpido sentimental y
obligarlas a acatar nuestros deseos.

Sorprendido y horrorizado por haber escuchado aquellas palabras tan
frías proveniente de su oficial favorito, el gobernador Weathervy Swann
se volvió hacia el comodoro y se lo reprochó seriamente.

—Espero, comodoro James Norrington, que lo que usted acaba de decir, sea
fruto de su borrachera y no de su corazón.

James sonrió y se tomó otra copa de ron.

—No es el único en sorprenderse, Señor —se rió. Era una risa muy
extraña—, pero es la pura verdad… ¿Importa ya eso?

Weathervy se sorprendió aún más, le llamó la atención que el dolor de
corazón que había notado en su oficial, se había acentuado
peligrosamente con la bebida, volviéndolo frío e insensible. Estuvo a
punto de decirle algo, pero en ese mismo momento se le acercó uno de los
fusileros y le comunicó algo alarmante al oído.

—¡¿Qué dice, soldado?! —exclamó muy sorprendido con los ojos
completamente abiertos luego de haberlo escuchado—. ¡¿Hay una pareja de
españoles que quieren presentarme sus respetos?!

A James se le cayó la copa de las manos al escuchar semejante noticia.
¿Cómo osaban un par de españoles poner el pie en territorio inglés¡Era
inconcebible!

—Permítame ir con usted, Señor, hay que ser cautelosos —le dijo
seriamente mientras lo tomaba del brazo.

Swann asintió un tanto asustado y nervioso, pensando en un sinfín de
razones por la que los españoles estuvieran allí. Mientras se dirigían
hacia el pequeño salón de recepción en donde la servidumbre los había
instalado cómodamente, el soldado siguió hablándoles sobre los
inesperados visitantes.

—Esa pareja, Señor, son un poco extraños.

—¿Por qué lo dice, soldado? —quiso saber su oficial al mando.

Frunciendo el entrecejo, el aludido respondió:

—Son demasiado extravagantes, Señor, casi hasta la vulgaridad.

—¿Han dado sus nombres y sus motivo por lo que se encuentran aquí?

—Sí, comodoro. Sus nombres son Juan y Juana de Los Gorriones, ambos son
hermanos y dicen que quieren presentarle sus respetos al señor
gobernador y proponerle un "negocio redondo".

—¿Ha dicho usted un "negocio redondo", soldado? —habló esta vez el
gobernador, a quien le brillaron los ojillos bajo la máscara al escuchar
aquellas interesantes palabras.

—Eso es lo que dijeron, Señor.

—¡Oh! Entonces no vienen como enemigos, sino como comerciantes.
Despreocúpese, comodoro Norrington, no tiene nada que temer.

—Yo no estuviera tan seguro de eso, gobernador Swann —murmuró con
preocupación mientras se quitaba el antifaz.

Mientras tanto, en la elegante sala de espera, los dos hermanos
"comerciantes" estaban completamente dedicados a sus "negocios
personales" tomando cualquier objeto pequeño que tenía cierto valor y
guardándoselo apresuradamente en sus ropas antes de que su verdadero
dueño apareciera. Era obvio suponer que los "hermanos" Sparrow no iban a
perder aquella maravillosa oportunidad de robarle a tan importante
personaje. Pero en cuanto sintieron varios pasos aproximárse por el
pasillo, rápidamente los dos ladrones se sentaron "como al descuido" en
un cómodo y elegante diván que se encontraba cerca de un gran ventanal,
por si las dudas eran descubiertos y tenían que huir.

En cuanto el gobernador y el comodoro entraron al saloncito, se dieron
cuenta que el soldado había sido muy acertado en sus descripciones, pues
vieron en los recién llegados a personas muy poco distinguidas

Juan y Juana de Los Gorriones, al verlos entrar, se levantaron de
inmediato de aquel cómodo asiento y se inclinaron exageradamente ante el
gobernador Swann y el comodoro Norrington. Éstos notaron que los dos
españoles tenían el rostro completamente empolvado y maquillado, aparte
de las máscaras que llevaban puestas, como si no quisieran rebelar sus
verdaderas identidades. Aquella situación puso en alerta máxima al
comodoro James Norrington, y si no hubiera sido porque aquella mujer
llamada Juana se le había quedado mirando como una tonta con la boca
abierta, habría llamado a los soldados para que los detuvieran.

Y así era, pues la pobre pirata apenas pudo contener sus emociones al
ver nuevamente al hombre con quien había compartido los momentos más
"románticos" y extraños de su vida. Deteniéndose a sí misma para no
lanzársele encima y comenzar a fastidiarlo, se dio cuenta de la profunda
tristeza que demostraban sus ojos. ¿Acaso sería ella la culpable de
semejante dolor¿Realmente él se había enamorado perdidamente de
ella¿Sería posible?

"Jeh, jeh, jeh… —rió maquiavélicamente en su interior—, yo ganaré la
apuesta, mi estimado hermanito, tengo al tonto de James comiendo
mansamente de mi mano. ¡Recordarás esta noche como la noche en que el
verdadero capitán Jack Sparrow te ganó el /Perla Negra/!"


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