Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 2-

                                                                 



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 2

Los kudanas salieron de entre la niebla. El ruido de sus cascos era como un trueno. Eran unos animales muy bellos, y su piel, de color bronce metalizado, era muy valorada en toda la galaxia. Tenían los ojos desorbitados por el miedo y emitían agudos relinchos que se parecían mucho a un grito. Obi-Wan podía oler el pánico, pero estaba más preocupado por los cascos y las potentes patas.

El androide rastreador planeó en su dirección, disparando su láser hacia Qui- Gon. Sin duda, estaba transmitiendo la señal de su localización.

¿Preparado, Obi-Wan? —gritó Qui-Gon por encima del estruendo—. Escoge a un kudana y corre a su lado. Usa la Fuerza para concentrarte y conectarte a él. Y, si puedes, cabálgalo.

Obi-Wan comenzó a correr. Qui-Gon iba delante de él, a la misma velocidad que los animales. Rozó el flanco del animal que tenía más cerca y corrió a su lado. Obi-Wan supo que su Maestro estaba utilizando la Fuerza.

Dando un gigantesco salto, Qui-Gon aterrizó en el lomo del animal, que se encabritó y giró, intentando derribarle. Mientras tanto, Qui-Gon asestó al androide rastreador con el sable láser. El metal siseó y el ser mecánico humeante fue a parar al suelo. Qui-Gon se agachó y se abrazó al cuello del animal, que se tranquilizó y permitió que le cabalgara.

Obi-Wan no vio nada de esto. Estaba ocupado intentando evitar los rápidos cascos de los kudanas que le rodeaban. Sus aterrorizados intentos de evitar las ráfagas de láser les hacían moverse de un lado a otro. Pronto se dio cuenta de que si no inutilizaba a los androides rastreadores moriría aplastado.

Él también rozó a uno de los animales que tenía más cerca, y notó cómo se le estiraban y se le contraían los músculos. Saltó cuanto pudo y aterrizó de pie sobre el lomo del kudana. Se sentó rápidamente y adoptó el ritmo de su montura para no caer. Se concentró y se conectó con la atemorizada mente del animal, intuyendo sus movimientos.

Manteniendo el equilibrio, Qui-Gon giró el sable láser por encima de la cabeza hacia el siguiente androide rastreador, y lo partió en dos.

Obi-Wan se agarró a las sedosas crines del kudana durante un momento para equilibrarse, y saltó por encima del animal para aterrizar sobre otro. Dando una estocada en el aire, cortó limpiamente por la mitad a otro androide rastreador.

El cuarto androide zumbó sobre él y se abalanzó para bloquear la posición de Obi-Wan. Qui-Gon cabalgaba un kudana junto a su padawan, manteniéndose en perfecto equilibrio y balanceándose con el impulso del movimiento.

¡Yo me encargo de ése, padawan! —gritó. Alzó su arma y, con un golpe de izquierda a derecha, destrozó al androide rastreador. Luego bajó del kudana, sin dejar de correr junto a la manada. Le indicó a Obi-Wan que hiciera lo mismo.

Obi-Wan saltó y corrió junto al kudana. Ahora que ya no veían los láseres rojos, los animales comenzaron a calmarse. Corrían más tranquilos, sin el pánico que les

 

había hecho encabritarse. Los kudanas avanzaron en manada, y Obi-Wan se encontró junto a Qui-Gon.

Qui-Gon redujo el paso y apagó su sable láser.

—Bien, padawan —dijo—. Creo que nuestra misión ha comenzado.

Obi-Wan intentó recuperar el aliento y sintió el suelo temblar bajo sus pies una vez más. Ambos se giraron al mismo tiempo. Nubes de polvo se elevaban en la distancia.

¿Más kudanas? —preguntó Obi-Wan.

—No —dijo Qui-Gon—. Hemos visto a la presa. Ahora conoceremos a los cazadores.

Obi-Wan comenzó a distinguir a las criaturas llamadas huds acercándose en la distancia. Esas criaturas, nativas de Rutan, tenían cuatro patas y pieles listadas de negro y rojo, y se criaban por su fuerza y su velocidad. Los rutanianos de piel azulada cabalgaban sobre ellos, vistiendo coloridas pieles. Atados a los ronzales de las monturas iban los fieros perros de batalla nek, ladrando junto a ellas y saltando de vez en cuando para esquivar los cascos de los hud. A pesar de su naturaleza violenta e imprevisible, muchos rutanianos criaban esas criaturas para la caza y como mascotas.

Qui-Gon esperó a que el grupo llegara hasta ellos. El rutaniano que iba en cabeza descendió bruscamente de su hud.

Los rutanianos eran conocidos por su altura, casi un metro más elevada que la de Qui-Gon. Este rutaniano era más alto que la mayoría. Su aspecto era hostil e iba vestido con las pieles y pellejos de varias criaturas que, cosidos con un hilo de plata, formaban un colorido conjunto. Su larga y brillante cabellera estaba cuidadosamente trenzada y le colgaba sobre los hombros. Tenía los dedos gruesos, muy peludos, cubiertos de anillos.

¡Habéis asustado a mi manada! —bramó, avanzando pesadamente hacia los Jedi con sus botazas—. ¡Por todos los agujeros negros, que explote la galaxia!

¿Qué clase de idiotas sois?

—Somos los Jedi que hicisteis venir desde Coruscant, rey Frane —dijo Qui-Gon con calma.

¡No sois más que un par de cerebros de gundark! —continuó increpándoles el rey Frane—. ¿Visteis aquella manada? Podríamos haber capturado al menos veinticinco pieles. Llevo siguiéndoles tres días. ¡Vais a pagar por esto!

Obi-Wan miró a Qui-Gon para ver cómo respondía ante aquello. No podía creer que el rey Frane hubiera insultado a los Jedi de forma tan ruda. ¿Se marcharía Qui-Gon?

Qui-Gon guardó silencio un momento y miró al rey Frane sin aspereza, esperando a que se calmara. La inteligencia y la tranquilidad de la mirada del Jedi pronto incomodó al rey Frane. Su incomodidad se tornó rápidamente en ira.

¡No intentes utilizar tus trucos Jedi conmigo! —rugió—. Habéis estropeado la

 

caza de hoy. ¡Estoy pensando que a lo mejor os envío de vuelta a vuestro Templo y le declaro la guerra a los senalitas! Por lo menos sé que a ellos puedo destrozarlos antes de que escapen.

—Sobre todo teniendo en cuenta que tiene androides rastreadores para seguirles —dijo Qui-Gon—. ¿Acaso no son ilegales en Rutan? Tenía entendido que se prohibieron para que todos los rutanianos tuvieran las mismas posibilidades en el juego. Incluido el Rey —señaló Qui-Gon.

Los ojos verdes cristalinos del rey Frane brillaban sobre su piel azulada. Obi- Wan no podía describir lo que veía en ellos. ¿Explotaría el Rey y les insultaría todavía más? Obi-Wan sabía que la caza era un pasatiempo popular en Rutan. El cuero rutaniano era conocido en toda la galaxia entre aquellos que vestían atuendos semejantes. Los animales se criaban expresamente por la suavidad y belleza de sus pieles. Luego se les dejaba en libertad para que proporcionaran diversión a la población.

El rey Frane se jactaba de ser el mejor cazador de todos. Las listas de las presas se anunciaban al final de cada año, y el Rey siempre estaba en primer lugar. Y ahora Qui-Gon había señalado el hecho de que hacía trampas.

De repente, el rey Frane soltó una estruendosa y explosiva carcajada. La corte real que estaba tras él también rió nerviosamente.

¡Pillado por un Jedi! ¡Yo sí que soy un cerebro de gundark! —rió el rey Frane

—. Ya veo que hice venir a las mejores mentes de la galaxia. Eso significa que soy tan listo como ellos, ¿no?

Pasó amistosamente el brazo por los hombros de Qui-Gon.

—Ven, amigo —dijo—. Me alegro de veros, después de todo. Tu joven compañero y tú sois bienvenidos a mi fiesta. Allí hablaremos de los tramposos y traicioneros senalitas.





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