Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 11-

                                                                  



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 11

Taroon hizo el equipaje de forma apresurada, cogiendo sus cosas y metiéndolas desordenadamente.

—Necesitarás un guía —dijo Qui-Gon—. Quizá Drenna te lleve de vuelta.

—Yo no necesito que me guíen —dijo Taroon enfadado—. Hará que me pierda y me dejará morir, sin duda.

Drenna clavó su fría mirada plateada en los ojos de Taroon.

—No seas tonto. Si vas solo, te perderás. Si esperas al amanecer, los Nali-Erun te llevarán a la carretera principal.

—Eso es más tiempo del que deseo quedarme en este sucio planeta —dijo Taroon—. Cada minuto que paso aquí es una tortura.

Drenna se encogió de hombros.

—Entonces nada hasta la orilla y ábrete paso por el pantano. Ahógate o piérdete. A mí me da igual.

Él la miró con odio, pero ella le ignoró. Finalmente, Taroon salió al exterior. Se sentó en el muelle, lejos de ellos, mirando al horizonte en el punto por el que el sol aparecería pronto.

Qui-Gon se acercó a Obi-Wan.

—Hemos de contactar con Meenon y decirle que el rey Frane amenaza con invadir Senali.

Obi-Wan asintió.

—Espero que no te insulte como lo hizo el rey Frane. La mirada azul de Qui-Gon era transparente.

—El rey Frane enmascara su miedo con improperios; pero lo que ha dicho es cierto, padawan. Yo debería haber estado más alerta. No pensé que fuera necesario permanecer despiertos o dormir por turnos. No percibí nada de aprensión o de peligro.

—Yo tampoco —admitió Obi-Wan—. Ambos estábamos equivocados.

—Entonces hemos de aceptar las consecuencias —dijo Qui-Gon—. Y ahora, enfrentémonos a Meenon.

Qui-Gon activó el holocom. Supuso que tendrían que despertar a Meenon, pero el líder de Senali apareció de inmediato.

—No tenéis que ponerme al día —dijo él apesadumbrado—. El rey Frane ha amenazado con invadirnos. Tenéis que tener presente que si esto ocurre, será una catástrofe para el planeta Rutan. Los senalitas no permitirán que les aplaste el yugo de las fuerzas rutanianas. Todos los senalitas lucharán, como lo hicimos en la gran guerra. Y volveremos a triunfar.

Las duras palabras de Meenon estaban ahogadas en ira. La imagen oscilante

 

era débil, pero transmitía todos los matices de su expresión.

—Se perdieron muchas vidas en esa guerra —dijo Qui-Gon—. Dejó atrás un planeta devastado. A Senali le llevó varias generaciones recuperarse.

¡Pero luchará de nuevo! —gritó Meenon—. ¡No permitiremos que se produzca una invasión!

—Creo que la calma es tan necesaria como difícil de encontrar —dijo Qui-Gon

—. Ni Senali ni Rutan quieren entrar en guerra...

Meenon alzó la mano.

—Silencio. No lo entiendes. El rey Frane ha encarcelado a mi hija, Yaana. Mi amada hija, que confié a su cuidado. La ha arrojado a una sucia mazmorra llena de criminales. Pagará por ello.

Aquello sí que era una mala noticia. Qui-Gon se lo temía. Cada paso que daba el rey Frane colocaba a su planeta más cerca de la guerra, pero a él no parecía importarle.

—Yo no quiero una guerra, es cierto —continuó Meenon—, pero un gobernante sería un inepto si no estuviera preparado para la batalla. Mis tropas se están movilizando. Haremos frente a su ofensiva con nuestra propia fuerza. No esperaremos a que nos invadan. ¡Nosotros les invadiremos primero!

—Yo respeto tu ira y tu sufrimiento —dijo Qui-Gon con cautela—, pero, si se pudiera hacer algo para liberar a tu hija e impedir la guerra, ¿lo harías? Y, si procedes a la invasión, ¿cómo sabes que el rey Frane no mandará ejecutar a tu hija?

Meenon dudó.

—Yo no soy un salvaje sediento de sangre como el rey Frane —dijo finalmente

—. Por supuesto que me gustaría impedir la guerra. No quiero ver morir a los hijos y las hijas de Senali.

—Entonces déjanos encontrar a Leed y a Yaana —le apremió Qui-Gon—. Danos doce horas y ayúdanos. Dinos si hay alguna facción, algún clan en Senali capaz de hacer esto. Les vimos a la luz de la luna. Tenían la piel pintada con arcilla blanca y llevaban coronas de coral blanco...

—Los Espectros... —interrumpió Meenon—. No puedo asegurarlo, pero podría ser. Se consideran un clan, pero no tiene lazos de sangre. No sabemos a ciencia cierta quiénes son. Hace poco que han aparecido. Causan conflictos entre los clanes. Están en contra del intercambio de los hijos de los monarcas y de cualquier otro tipo de contacto con Rutan. No sé qué podrían ganar con ello, pero es probable que a Leed se lo hayan llevado los Espectros.

¿Sabes dónde están? —preguntó Qui-Gon. Meenon negó con la cabeza.

—Son nómadas. No tienen un único campamento. Necesitaréis un buen rastreador, alguien que pueda seguir pistas incluso en el agua.

 

—Encuéntranos uno inmediatamente y envíanoslo —le apremió Qui-Gon.

—Pero si tenéis al mejor con vosotros —dijo Meenon—. Drenna.

Meenon apagó la transmisión. Qui-Gon se volvió para buscar a Drenna. Taroon estaba sentado lo más lejos posible de ellos.

El resto del embarcadero estaba desierto. Drenna se había ido.

¿Adónde ha ido? —jadeó Obi-Wan. No la había oído en absoluto.

Taroon vio a los Jedi buscando por el embarcadero. Se levantó y se acercó a ellos rápidamente.

¿Me creéis ahora? —preguntó—. Ella desapareció cuando vosotros estabais ocupados y yo estaba de espaldas. Ella está detrás del secuestro de Leed. ¡Ha ido a encontrarse con él!

Qui-Gon escudriñó la oscura laguna. El cielo morado oscuro estaba aclarándose. En el horizonte se dibujaba una fina línea de luz que indicaba la inminente salida del sol. Podía oler la mañana.

A lo lejos, en la laguna, percibió una pequeña onda. Podría haber sido un pez, pero él sabía que no lo era. Drenna estaba nadando, a punto de llegar al otro extremo de la laguna para salir a mar abierto.

Taroon siguió la mirada de Qui-Gon.

¡A por ella!

La brazada firme de Drenna se frenó. Se sumergió bajo la superficie. Cuando volvió a aparecer, cambió de dirección ligeramente.

—Ha ido a buscar a Leed, cierto —dijo Qui-Gon—, pero no porque sea una de ellos. Está siguiendo su rastro —se giró hacia Obi-Wan—. Ponte el respirador. Tenemos que alcanzarla.

—Yo voy con vosotros —dijo Taroon.

—No. No podrías seguir nuestro ritmo, Taroon. Y tu padre quiere que regreses a Rutan —Qui-Gon le puso la mano a Taroon en el hombro—. Sé que ansias encontrar a tu hermano, pero tienes que confiar en nosotros. Vuelve a Rutan. No empeores el humor de tu padre. Los dos planetas están muy cerca de la guerra. Te traeremos a Leed sano y salvo.

Taroon asintió reacio. Vio a Qui-Gon y a Obi-Wan poniéndose los dispositivos de respiración y sumergiéndose en el agua.

El agua estaba muy fría, pero la natación les calentó los músculos. De vez en cuando, Qui-Gon subía a la superficie para no perder de vista a Drenna. Se movía a un ritmo irregular, nadando deprisa, buceando y cambiando de dirección de vez en cuando. Cada pocos metros se sumergía de nuevo.

Finalmente la alcanzaron. Estaba bajo el agua, nadando lentamente por el fondo de la laguna. Cuando les vio, señaló hacia arriba y subió a la superficie.

Qui-Gon y Obi-Wan la siguieron. El sol ya se veía en el horizonte y teñía la

 

laguna de un pálido resplandor rosáceo.

¿Cómo los estás siguiendo? —preguntó Qui-Gon—. ¿Podemos ayudar?

—Los peces de las rocas —dijo ella—. Cuando un barco circula por la superficie bloquea la luz. Los peces de las rocas son muy tímidos y se entierran en la arena un rato cuando pasan las embarcaciones. Por eso sólo se pueden cazar a nado. Es una suerte que la noche haya sido tan luminosa. Estoy siguiendo los montículos. Son difíciles de ver si uno no sabe dónde mirar. Vosotros seguidme.

Volvieron a sumergirse. Drenna recorría el fondo, moviendo la cabeza de un lado a otro para escudriñar el suelo arenoso. De vez en cuando, subía a por aire y señalaba en otra dirección. Obi-Wan no tenía ni idea de lo que impulsaba sus movimientos. Él apenas veía los montículos de arena. ¿Estaría Drenna guiándoles a la deriva mientras los secuestradores se escapaban?

Llevaban mucho tiempo ocupándose de misiones en las que no sabía de quién fiarse. Qui-Gon parecía tener el don de ver más allá de apariencias, sentimientos y motivaciones que a Obi-Wan se le escapaban. Qui-Gon no parecía equivocarse nunca. Únicamente con su anterior aprendiz, Xánatos, se había confiado demasiado y había acabado mal. Ahora Xánatos estaba muerto. Obi-Wan pensaba que un error de esa magnitud era suficiente para una vida. Si observaba y aprendía de Qui-Gon, quizá pudiera evitar errores como ése en el futuro. Sus experiencias pasadas ya le habían hecho más cauteloso de lo que fue como estudiante. Estaba seguro de que, como resultado, ahora era mejor padawan.

Drenna se movía entre las islitas. Algunas veces tenía que volver sobre el rastro, pero Obi-Wan veía que progresaban de manera uniforme. Él se estaba cansando, pero sabía que tenía reservas de energía que aún no había utilizado.

Finalmente, les indicó por gestos que subieran a la superficie con ella. A poca distancia había una pequeña isla. La joven la señaló con la barbilla.

—Creo que están en esa isla —susurró ella—. Arrastraron el bote hasta esa playa. Intentaron borrar las huellas, pero veo por la superficie de la arena que la han barrido con ramas. Creo que deberíamos dar un rodeo y entrar en tierra.

Qui-Gon contempló la isla.

—Lo más probable es que estén en el centro, escondidos entre los árboles. Drenna asintió.

—Si tenemos suerte, no habrán apostado vigías. Es probable que crean que están a salvo. Este archipiélago está deshabitado. No hay clanes en kilómetros a la redonda.

—Tendremos que arriesgarnos y entrar en la isla —admitió Qui-Gon—. No salgas a la superficie hasta que estemos muy cerca de la orilla. Nosotros te seguiremos.

Respirando profundamente, Drenna desapareció en silencio bajo el agua.

Obi-Wan siguió a Drenna con un nuevo impulso de energía. Ya estaban cerca. Si conseguían rescatar a Leed y llevarlo de vuelta a Rutan, la guerra podría

 

impedirse.

Subieron sigilosos a la superficie y llegaron a la orilla. Después corrieron rápidamente para atravesar la playa descubierta y se ocultaron entre las ramas de los árboles.

—Es una isla pequeña —dijo Qui-Gon tranquilamente—. No tendremos que buscar mucho para encontrarlos.

Los Jedi aprendían muy pronto en el Templo a moverse sin hacer ruido alguno, pero los senalitas eran igual de expertos en esa técnica. Los tres se movieron sin quebrar una hoja. Se fundieron con las sombras de los árboles, buscando alguna pista que les dijera algo.

De repente, Qui-Gon se detuvo y alzó una mano.

Obi-Wan no veía ni oía nada. Había un grupo de árboles frente a ellos, con las ramas tan espesas que el sol solamente penetraba en la maleza como finos y acuosos dedos de luz.

Qui-Gon señaló hacia arriba, llevándose el dedo a los labios.

Obi-Wan tardó un momento en darse cuenta de que los senalitas estaban durmiendo sobre sus cabezas, acomodados en las espesas ramas de los árboles. La preparación del secuestro les había mantenido despiertos toda la noche. Su barca y sus provisiones estaban colgadas de una red por encima del suelo.

Leed estaba atado a una rama, con la espalda contra el tronco. Tenía los ojos cerrados, las manos y los pies atados con un cable y la boca amordazada con una tira de cuero. Se le estaba formando una profunda herida en los pómulos. Su túnica estaba salpicada de sangre seca.

Drenna no parpadeó. Su mandíbula se tensó. La joven extrajo lentamente el arco que llevaba atado a la espalda. Qui-Gon desenvainó el sable láser. Obi-Wan le imitó de inmediato.

Qui-Gon indicó con un gesto que deberían intentar liberar a Leed sin despertar a los captores. Obi-Wan y Drenna asintieron.

Se movieron lentamente, pero uno de los secuestradores se despertó. Los tres se quedaron inmóviles. El secuestrador se estiró y miró hacia abajo casualmente. Se detuvo en mitad de un bostezo, con los ojos abiertos de par en par.

¡Invasión! ¡A las armas! —gritó.





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