Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 8-

                                                                  



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 8

Leed se abalanzó alegremente hacia su hermano y ambos se fundieron en un abrazo. — ¡Hermano! —gritó Leed.

¡Hermano! —respondió Taroon.

—Cómo me alegra que estés aquí —dijo Leed—, Ya casi eres tan alto como yo.

—Soy más alto —dijo Taroon sonriendo.

Dieron un paso atrás. Leed se volvió hacia los Jedi.

—Y vosotros tenéis que ser los Jedi, enviados para llevarme de vuelta a Rutan.

—Yo soy Qui-Gon Jinn y él es Obi-Wan Kenobi —dijo Qui-Gon—. Estamos aquí para asegurarnos de que permaneces en este planeta por voluntad propia, y que no estás siendo obligado o manipulado.

—Ya veis que no es ninguna de las dos cosas —dijo Leed.

—No he tenido tiempo de ver mucho todavía —respondió Qui-Gon en tono amable.

Leed se volvió hacia su hermano.

—Tengo que pedirte disculpas por Drenna. Su intención no era matarte, sino protegerme.

—Puede que su intención no fuera ésa, pero lo cierto es que casi me mata — dijo Taroon en tono amenazador—. ¡Podría haberme ahogado!

—Pero no ha sido así—dijo Leed—. Sal ya, Drenna. Ya ves que no van a hacerme daño.

Las hojas crujieron y Drenna emergió de las sombras verdes y azules de los frondosos árboles. Se había camuflado perfectamente en el claroscuro. Taroon se sorprendió al verla, pero Obi-Wan percibió por la expresión de Qui-Gon que éste había intuido su presencia.

Drenna se quedó apartada del grupo. Les miraba cautelosa, y era evidente que aún no estaba segura de que no fueran a llevarse a Leed.

Se volvió hacia los Jedi y Taroon.

¿Y bien? Ahora que habéis visto que Leed está aquí por su propia voluntad, podéis regresar a Rutan.

Qui-Gon se dirigió a Leed.

—Si de veras deseas quedarte en Senali, deberías ir a decírselo a tu padre. Leed negó firmemente con la cabeza.

—Nada me hará volver. Él me obligará a quedarme. Me encarcelará.

¿Si te damos nuestra palabra de que no permitiremos que tu padre te obligue a quedarte, vendrás? —preguntó Qui-Gon.

 

—No es que no respete los inmensos poderes de los Jedi —dijo Leed despacio

—. No quiero ofenderos. Pero mi padre cuenta con trucos y engaños que no conocéis. Hay cosas de las que no podéis protegerme.

¡Eso no es verdad! —protestó Taroon.

—Si eso es lo que sientes, tenemos un problema —dijo Qui-Gon a Leed, amable pero firme—. No volverás a Rutan. Y a nosotros nos va a resultar muy difícil irnos de Senali sin ti.

Leed miró a Qui-Gon fríamente. Ninguno de los dos se movió. La mirada de Obi-Wan iba de uno a otro. Vio en ambos una convicción inamovible. Qui-Gon era una presencia tan poderosa que era difícil imaginar lo que ocurriría si se le contrariaba.

Pero él, Obi-Wan, lo hizo una vez.

En Melida/Daan él se había enfrentado a la voluntad de Qui-Gon con la suya propia. Habían chocado y se habían separado. Obi-Wan creyó entonces de todo corazón que estaba haciendo lo correcto; pero llegó a darse cuenta de que le había cegado la lealtad a una causa que no era la suya.

¿Y qué pasaba con Leed? Había vivido en Senali casi toda su infancia. Allí se había convertido en un hombre. Obi-Wan no podía evitar simpatizar con los deseos de Leed. Era evidente que amaba a su hermano, pero estaba claro que su unión con su hermana adoptiva, Drenna, era igual de fuerte.

Con un abrupto cambio de humor que a Obi-Wan le recordó al padre de Leed, el chico rompió la tensión, encogiéndose de hombros y sonriendo amablemente.

—Está bien. Si vais a ser mis huéspedes, tendré que llevaros a mi hogar. Venid.

***

Leed les guió por un laberinto de senderos y después se internó en una marisma, moviéndose con facilidad entre las rocas apenas sumergidas y el suelo firme indetectable para el ojo inexperto. El aire era espeso y cerrado. Había criaturas de vivos colores zumbando y cantando sobre sus cabezas.

Finalmente, emergieron por encima de la costa, en un

acantilado similar al que habían dejado atrás. Pero aquí el mar estaba tranquilo en la curva de la orilla, que creaba un puerto natural. A lo lejos se veía una cadena de islas.

Bajaron hasta la playa, en la que Leed y Drenna apartaron unas pesadas ramas para descubrir un bote.

Navegaron por las apacibles aguas verdeazuladas, siguiendo la orilla hasta llegar a una laguna rodeada por un grupo de pequeñas islas. En un embarcadero flotante había una choza, construida con troncos y hojas trenzadas. Leed amarró la barca y el grupo desembarcó.

—El clan Nali-Erun vive en aquella isla —dijo Leed, señalando a una isla de exuberante vegetación a unos kilómetros de distancia—. Ellos velan por mi

 

seguridad.

—Todos los senalitas se cuidan unos a otros —dijo Drenna.

¿Por qué te escondes en un área tan remota, Leed? —preguntó Qui-Gon—.

¿Tienes miedo de que tu padre pueda llegar tan lejos?

Leed asintió mientras se agachaba para desenredar una cuerda de pescar.

—He hablado con mi padre muchas veces. Nos comunicábamos periódicamente, igual que con Taroon. Pero cuando le conté mi decisión dejó de hablarme. Se negó a escucharme. Dijo que Meenon me había influido. Si tanto le duele oír el deseo más profundo de mi corazón, ¿por qué debería seguir intentando hablar con él?

Qui-Gon se sentó en el embarcadero, junto a Leed, para poder mirarle a los ojos, y comenzó a ayudarle a desenredar la madeja.

—Porque es tu padre —dijo—. Y tiene miedo de haber perdido a su hijo. Las manos de Leed se quedaron quietas.

—Sigo siendo su hijo —dijo con firmeza—. Y si no fuera tan cabezota, estaríamos en contacto permanente. Podría ir a Rutan de visita de vez en cuando y él podría venir aquí; pero desde la guerra nadie viaja entre los dos planetas. Me gustaría cambiar eso.

Qui-Gon asintió.

—Sería un buen cambio. Es una de las cosas que podrías hacer como gobernante de Rutan. Tendrías poder para cambiar muchas cosas. ¿Por qué no quieres ayudar a tu mundo, a tu pueblo?

Leed miró a lo lejos sobre la laguna.

—Porque no siento que Rutan sea mi mundo. No siento que su pueblo sea el mío. Es difícil de explicar, pero aquí me encontré a mí mismo. Bajo este sol me siento como en casa. Y si Rutan ya no es mi hogar, no tengo derecho a gobernarlo. Senali está en mi sangre y en mis huesos. Es algo que no puedo evitar. Ni siquiera cuando era pequeño me sentí parte de Rutan. Me daba miedo dejar a mi familia y venir aquí, pero en cuanto salí de la nave me sentí como en casa —miró a Drenna—. Aquí me he encontrado a mí mismo —dijo.

Obi-Wan vio que a Taroon le ofendían las palabras de Leed. Cuando su hermano compartió una sonrisa cómplice con Drenna, el rostro de Taroon se tensó de rabia.

Se suponía que los Jedi tenían que permanecer imparciales, pero Obi-Wan sintió que las palabras de Leed le llegaban al corazón. Esta vez, sin embargo, en lugar de conectarlas con lo que había sentido en Melida/Daan, las relacionó con el Templo. Él no había nacido allí. Los Maestros Jedi no eran sus padres, pero era su hogar, y lo sabía desde lo más profundo de su corazón. Pensó que Leed se sentiría igual.

—Comprendo todo lo que dices —dijo Qui-Gon—. Y te pregunto esto: ¿crees

 

que merece la pena que dos planetas entren en guerra porque tú hayas decidido actuar de acuerdo a tus deseos? ¿Tus deseos individuales son tan importantes?

Leed tiró a un lado el sedal con rabia.

—Yo no voy a provocar una guerra. Es mi padre el que lo hace.

—Lo hace por ti —le dijo Qui-Gon.

¡Lo hace por él! —protestó Leed.

Taroon se había estado conteniendo, pero entonces dio un paso adelante.

—No te comprendo, hermano —dijo—. ¿Qué es lo que vale tanto para ti? ¿Un mundo de extraños? ¿Cómo puedes arriesgar la paz de tu planeta natal sólo por tus deseos personales?

—No lo entiendes —dijo Leed, negando con la cabeza.

¡No, claro que no! —gritó enfadado Taroon—. No entiendo ese deseo tan profundo de tu corazón. ¿Acaso es más importante para ti vivir entre primitivos que ejercer tu derecho como primogénito?

¿Primitivos? —exclamó Drenna—. ¡Cómo te atreves a llamarnos eso! Taroon se volvió hacia ella.

¿Dónde están vuestras grandes ciudades? —preguntó—. Un puñado de chabolas flotando en el mar. ¿Dónde está vuestra cultura, vuestro arte, el comercio y la riqueza? En Rutan tenemos centros educativos. Desarrollamos nuevos medicamentos y tecnologías. Exploramos la galaxia...

—Nuestra riqueza está en nuestra tierra, en nuestros mares y en nuestra gente

—dijo Drenna, enfrentándose a él—. Nuestra cultura y nuestro arte forman parte de nuestras vidas cotidianas. Llevas medio día en Senali. ¿Cómo te atreves a juzgarnos?

—Conozco vuestro mundo —dijo Taroon—. La poca cultura que tenéis la trajeron los rutanianos.

—Lo que yo sé es que trajisteis vuestro gusto por los deportes sangrientos y vuestra arrogancia —replicó Drenna—. Nos libramos de todo eso cuando nos libramos de vosotros. Si matamos a una criatura, la matamos para alimentarnos. No la matamos por diversión ni para vender su piel. ¡Y vosotros nos llamáis primitivos!

—No creo que ayude en nada discutir las diferencias entre Rutan y Senali cuando... —comenzó a decir Qui-Gon, pero Drenna le interrumpió furiosa.

—Sólo un tonto discute con un ignorante —dijo ella orgullosa—. ¡Yo no discuto!

Digo la verdad.

—Hablas con tu propia arrogancia —exclamó Taroon—. ¡No conoces Rutan más de lo que yo conozco Senali! Sólo tienes prejuicios y desprecio.

—Has venido para humillarnos —dijo Drenna con desdén—. Me di cuenta enseguida. ¿Por qué piensas que tu hermano debería escucharte cuando tu

 

opinión está condicionada por tus propios prejuicios?

¡Porque soy su familia! —rugió Taroon.

¡Y yo también! —replicó Drenna.

—Tú no eres su familia —gritó Taroon—. Sólo fuisteis sus cuidadores.

¡Nosotros somos su sangre!

—No, Taroon —Leed se interpuso entre ambos—. Drenna es tan hermana mía como tú. Y tiene razón. Esto es lo que dejé en Rutan —continuó, elevando la voz hasta que alcanzó el volumen de Drenna y Taroon—. Esta actitud de superioridad con respecto a los senalitas. No conocéis Senali, ni deseáis hacerlo. ¿De veras quieres llevar la vida de nuestro padre, que vive sólo para cazar animales y celebrar banquetes hasta la extenuación? ¿Quieres que el objetivo de tu vida sea juntar cada vez más riquezas, sólo por el hecho de tenerlas?

¿Es eso lo que piensas de nosotros? —inquirió Taroon—. ¡Ahora ya sé que te han lavado el cerebro! Rutan es mucho más que eso, y también lo es nuestro padre.

—He hablado con dureza —dijo Leed, intentando controlar su voz—. Lo siento.

Sí, hay cosas buenas en Rutan. Pero no son cosas que me interesen.

Taroon agarró el brazo de su hermano.

—Leed, ¿por qué ibas a querer vivir así? Leed se soltó bruscamente.

Drenna se dirigió a Leed.

¿Lo ves? Ya te hablé del desprecio que nos tienen los rutanianos. Incluido tu hermano. No quisiste creerme. Ahora te darás cuenta de que no puedes volver.

—No —dijo Leed—. No puedo volver.

—No puedes enfrentarte a nuestro padre porque sabes que no tienes razón — dijo Taroon—. Le tienes miedo.

—No le tengo miedo —replicó Leed enfadado—. No me fío de él, que no es lo mismo. No quiero estar bajo su influencia. Me alegro de que me criaran otros, sin estar expuesto a todos sus defectos. Sabes que desde que murió nuestra madre no ha habido nadie para controlarle. No es un mal hombre, Taroon, es sólo un mal padre.

El rostro de Taroon estaba tenso.

—Y yo me he criado junto a él y he heredado todas sus malas características, mientras que tú te has llevado lo bueno, ¿no?

Leed respiró hondo.

—No estoy diciendo eso —se pasó las manos por el pelo con frustración—. No voy a volver, Taroon.

—Está bien —dijo Taroon, y su fría rabia comenzó a arder—. Ahora me doy

 

cuenta de lo equivocado que estaba al intentar convencerte. Porque aunque cambiaras de idea, yo no me quedaría aquí en tu lugar.

Qui-Gon intercambió una mirada indefensa con Obi-Wan. Habían ido a Senali con la esperanza de que unas palabras suaves sirvieran para convencerlo. Qui- Gon pensó que de hermano a hermano, el evidente afecto que había entre Leed y Taroon les llevaría a un terreno común.

Pero, en lugar de eso, los dos hermanos se habían alejado más que nunca. Y los dos mundos estaban ahora más cerca de la guerra.

 





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