Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 5-

                                                                 



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 5

La vivienda roja y azul del clan Banoosh-Walore formaba parte de la ciudad de Senali, que se levantaba sobre plataformas flotantes. Las distintas islas estaban conectadas entre sí mediante elegantes puentes de plata que se arqueaban sobre las aguas azules.

La brillante construcción se extendía por una amplia zona. El área principal de la vivienda no era más que una estructura formada por paredes de hojas entretejidas que se enrollaban para dejar correr la brisa marina. Una de las paredes estaba desplegada para proteger del sol el interior de la morada. Las otras tres estaban abiertas. No era necesario llamar. Podían ver a los miembros del clan reunidos en la gran sala central.

Una hembra senalita de elevada estatura y con corales rosas unidos a sus cortos cabellos les invitó a entrar.

—Meenon me dijo que veníais. ¡Bienvenidos, bienvenidos! Dejadme que os presente. Yo soy Ganeed, la hermana de Meenon. Éstos son mis hijos, Hinen y Jaret, y ésta es la mujer de Jaret, Mesan, y su hija, Tawn. Aquéllos son Drenna, mi hija pequeña; Wek, el hijo de mi hermana; Nonce, mi marido; Garth y Tonai, mi padre. Ah, y ella es mi nodriza, Nin; y el bebé, a la que llamamos Bu.

Un niño pequeño tiró a Ganeed de la túnica.

¡Y yo! —dijo.

Ella le puso una mano sobre la cabeza.

—Claro, Tinta. No te he olvidado. Te he dejado para el final porque eres muy importante.

Obi-Wan saludó con una inclinación de cabeza al nutrido y animado grupo. Sabía que sería incapaz de acordarse de todos los nombres. Había comenzado hacía poco su entrenamiento de memoria en el Templo. Podía dibujar de memoria un boceto técnico que apenas había contemplado durante diez segundos, o recitar una complicada fórmula que había oído hacía tiempo, pero aún no se le daba bien recordar los nombres de un grupo de seres vivos. Esperaba que Qui-Gon sí fuera capaz.

Uno de los hijos de Ganeed, Jaret o Hinen, se sentó en una larga mesa. Estaba pelando fruta junto a una joven hembra senalita. ¿Sería Wek o Mesan? La senalita de más edad se hallaba frente a un fogón, removiendo en un cazo algo que olía deliciosamente. Un joven acunaba al bebé, y una bella joven senalita de pelo plateado estaba sentada en una esquina, arreglando una red de pesca. Todos parecían hablar al mismo tiempo y no se podía distinguir ninguna voz, excepto la de Ganeed, que pedía a todos que guardaran silencio. Al final optó por coger una cacerola y la golpeó con una cuchara. Los miembros del clan se callaron.

—Así —dijo ella satisfecha.

Taroon seguía rígido al lado de Obi-Wan, que también se sentía incómodo. Admiró la forma en la que Qui-Gon apoyó una pierna sobre una banqueta y

 

comenzó a hablar tranquilamente con Tinta, alabando un juguete que el pequeño tenía en la mano. Obi-Wan no tenía esa facilidad para hablar con extraños.

—Lo primero que debería deciros es que no tenemos ni idea de dónde está Leed —dijo Ganeed sin esperar a que Qui-Gon le preguntara—. Dejó una nota diciendo que lo mejor para su clan era que no lo supiéramos.

Qui-Gon asintió.

—Entiendo.

Uno de los hijos de Ganeed tomó la palabra.

—Leed es así. No le gusta causar problemas. Su mujer asintió.

—Es muy considerado.

El marido de Ganeed, Garth, intervino a su vez.

—Incluso cuando era un niño, su bondad hacía que todos le apreciaran. Es una verdadera lástima que le haya pasado esto.

—Es una lástima que su padre no entre en razón —dijo Hinen. ¿O era Jaret?

Obi-Wan vio los puños de Taroon ocultos bajo la túnica. El príncipe estaba luchando por controlarse. Qui-Gon le había advertido que dejara que los Jedi se ocuparan de todo.

La anciana Nin les miró desde el fogón.

—El siempre hacía las cosas a su manera, nuestro Leed. Wek, por favor, pon la mesa para comer. ¿Nuestros invitados se quedarán?

—Lo siento, no podemos, pero gracias —dijo Qui-Gon amablemente.

El joven Wek comenzó a poner la gran mesa. Apenas parecía uno o dos años menor que Leed. Obi-Wan se preguntó si serían amigos.

Qui-Gon debió de pensar lo mismo.

¿Hay algún sitio especial adonde le guste ir a Leed, Wek? —le preguntó en tono cortés.

Wek colocó un cuenco en la mesa.

—Bueno, le gusta nadar —dijo.

—Y eso cuando no está navegando —dijo Jaret o Hinen.

—Es cierto, Jaret —dijo el otro hijo. Por fin, Obi-Wan supo quién era quién.

¡Me encanta navegar! —gritó Tinta—. Leed me enseñó a hacerlo y...

—Pero no olvidéis que siempre estaba dando paseos por el bosque — interrumpió Mesan mirando a Jaret—. Ahí es donde buscaría yo... —se detuvo de repente para coger al bebé, Bu, que había empezado a llorar.

—Ahí sólo va en primavera —dijo Nonce por encima del llanto del bebé. Fue

 

hasta el fogón y comenzó a ayudar a Nin, cortando el pan para la comida—. A él...

¡También va en verano! ¡Todo el mundo va en verano! —replicó Wek—. Tú no lo sabes porque...

¿Quién va en verano? Hace demasiado calor —intervino Tawn—. A Leed le gusta el agua fresca y los largos baños. Y...

—La comida—intervino Hiñen, acercándose a la encimera para coger un pedazo de pan—. A Leed le encanta la comida. Pronto estará de vuelta... ¡Ay! — gritó cuando Nonce le dio en los nudillos con una cuchara de madera.

El bebé comenzó a llorar de nuevo, y Jaret lo cogió de los brazos de Mesan.

Tinta comenzó a pelearse con el otro niño.

—Estoy de acuerdo con Jaret —dijo Tonai con voz serena por encima de los llantos y los gritos de la pelea—. Yo buscaría en el bosque, no en el mar.

¡Yo dije el mar, y no en el bosque! —protestó Jaret—. Nunca escuchas una palabra de lo que...

—De todas formas, yo qué voy a saber —interrumpió Tonai, encogiéndose de hombros.

—Tú sabes mucho, viejo —dijo la anciana Nin—. Excepto cuándo tienes que irte a la cama.

—Sé cuándo tengo que comer —dijo Tonai, sentándose en la mesa con gran satisfacción. Nin sirvió algo de sopa en un cuenco.

—Yo creo que volvió a Rutan por su cuenta —dijo Garth—. Eso tendría sentido.

No quería que nos preocupáramos.

Ese último comentario provocó numerosas intervenciones. Jaret e Hinen comenzaron a gritar. Tinta tiró la bandeja de pan. Bu comenzó a hipar, y Jaret entregó la pequeña a Ganeed.

Ganeed sonrió a los Jedi por encima del hombro del bebé, mientras le daba palmaditas en la espalda.

¿Veis? No tenemos ni idea de dónde puede estar.

—Ni siquiera Drenna lo sabe —dijo Tinta. Qui-Gon clavó su amable mirada en el niño.

¿Drenna es muy amiga de Leed, Tinta?

—Son casi de la misma edad —dijo Ganeed, entregando el bebé a Mesan.

Obi-Wan contempló a Drenna por primera vez. Su densa cabellera parecía casi tan plateada como su piel azul oscuro. La muchacha alzó sus ojos de plata para mirar a los Jedi.

—Ya veis que este sitio es un poco caótico —dijo, haciendo una mueca—. Quizá lo único que Leed buscaba era un poco de paz para aclarar sus ideas. Yo creo que volverá pronto.

 

—Drenna, ayuda a Wek a poner la mesa —exclamó Nin—. Ve a sentarte, chico, estás muy cansado.

—Vamos a comer —dijo Jaret—. Tengo hambre.

—Bueno, pues ven a la mesa —le reprendió Nin—. Yo no puedo hacerlo todo. Drenna se levantó de un salto y comenzó a poner la comida en los cuencos.

—Sí, es probable que Leed vuelva pronto —dijo Qui-Gon—. Echará de menos su clan. Así como vosotros a él.

Los ojos de Ganeed se llenaron de lágrimas.

—Como nosotros a él —dijo ella en voz baja.

El silencio se hizo en el clan por primera vez. Obi-Wan percibía dolor en los rostros. Vio que amaban sinceramente a Leed.

Durante un instante, lo único que se escuchó fueron los pequeños hipos de Bu, que apoyaba su cabecita en el hombro de su madre.

—Esto es una pérdida de tiempo —dijo Taroon de repente—. No nos van a decir nada.

—Os dejamos para que podáis comer —dijo Qui-Gon educadamente e inclinándose para saludar al clan.

—Os deseamos paz y serenidad —dijo Ganeed, sonriendo con los ojos llorosos

—. Y si encontráis a Leed, por favor, protegedle.

—Así lo haremos —prometió Qui-Gon.

Salieron por el pasillo que unía la estructura con el embarcadero principal, de vuelta a la residencia de Meenon.

—No han sido de ninguna ayuda —se quejó Taroon—. No entiendo cómo Leed podía aguantar vivir con tanta gente.

—Ellos parecen disfrutar de la compañía —comentó Qui-Gon.

—Desde luego, les encanta hablar —añadió Obi-Wan. Se había sentido incómodo entre el clan, pero también había sentido la calidez y el visible cariño que sentían unos por otros.

—Pero no han dicho nada —dijo Qui-Gon—. ¿Te has dado cuenta, padawan? Obi-Wan pensó en ello.

—Se contradecían unos a otros. Era como si estuvieran tratando de darnos pistas, pero no lo hacían.

—Exactamente. Y después, cuando desviamos nuestra atención a Drenna, a todos les entró mucha prisa por comer. Por aquí.

Qui-Gon bajó por una pequeña plataforma perpendicular a la principal. Había un pequeño jardín flotante para el disfrute de los habitantes de la ciudad. Qui-Gon se detuvo tras un arbusto repleto de capullos de azahar.

 

¿Qué estamos haciendo? —preguntó Taroon irritado—. No tenemos tiempo de coger flores.

Qui-Gon no respondió. Obi-Wan vio que desde ese punto veían perfectamente la entrada de la residencia del clan. Un momento después, Drenna salió. Se detuvo en el embarcadero, miró a la derecha y luego a la izquierda. Se había colocado un cinto de provisiones por encima de la túnica, y Obi-Wan vio que llevaba el bolsillo lleno.

La joven giró y se alejó rápidamente por la plataforma en dirección opuesta.

—Vamos —dijo Qui-Gon.

¿Por qué íbamos a seguir a una senalita en sus inútiles recados? —protestó Taroon.

—Porque nos conducirá hasta Leed —respondió Qui-Gon.





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