Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 16-

                                                                    



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 16

Taroon se sentó a los mandos, echándose hacia delante como si pudiera obligar a la nave a ir más deprisa. Qui-Gon estaba tranquilo. Como siempre, Obi- Wan admiró la capacidad de su Maestro para invocar la serenidad en mitad de una situación tensa.

—Vuelvo a estar confuso —dijo Obi-Wan, acercándose a Qui-Gon y hablando en voz baja—. Pensé que Taroon odiaba a Drenna. ¿Por qué ha cambiado de opinión al saber que Drenna estaba en peligro?

Qui-Gon sonrió brevemente.

—Recuerda lo que te dije al principio de la misión, padawan. Las palabras no siempre reflejan los sentimientos. Viste a dos enemigos. Yo vi a dos seres luchando contra una atracción que les parecía inapropiada.

Obi-Wan negó con la cabeza.

—Yo no vi eso en absoluto.

—No te preocupes —dijo Qui-Gon con serenidad—. Quizá lo hubieras visto si fueras un poco mayor. De cualquier manera, hay cosas que tú ves y yo no. Ésa es la esencia de una relación efectiva entre Maestro y padawan.

—Esperemos que lleguemos a tiempo para salvar a Drenna —dijo Obi-Wan.

—Ya hemos llegado —exclamó Taroon con alivio—. No veo nada. Puede que se suspendiera la cacería.

—Aterriza enseguida —dijo Qui-Gon, escudriñando la zona.

Obi-Wan se unió a él, observando el horizonte en todas direcciones mientras Taroon hacía descender la nave. Obi-Wan vio unos puntos en movimiento a lo lejos en el cielo.

—Ahí —susurró a Qui-Gon.

—Sí —dijo Qui-Gon en voz baja—. Baja cuanto antes, Taroon —le dijo con calma. Obi-Wan sabía que su Maestro no quería alarmar al joven.

¡Ahí está Drenna! —exclamó Taroon, distrayéndose por un momento—. Está saliendo del bosque.

Drenna salió de entre los árboles con el arco amarrado a la espalda. Obi-Wan echó una ojeada rápida a los puntos parpadeantes que tenía a su izquierda. Ahora podía distinguir claramente que eran androides rastreadores... quizás una docena. Se los señaló en silencio a Qui-Gon. Sabía por experiencia lo rápido que podían rastrear esos androides.

Drenna miró hacia arriba y vio la nave. Se tapó los ojos del sol, pero no podía ver en el interior del vehículo. Se dirigió hacia las casetas.

¡No! —gritó Taroon. El transporte se estremeció cuando sus manos se agitaron.

 

Qui-Gon saltó hacia delante. Le quitó los mandos a Taroon con una serie de movimientos rápidos y experimentados, y aterrizó la nave al lado de las casetas. Activó la rampa de descenso.

—Date prisa, padawan —le apremió.

Bajaron la rampa corriendo, con los sables láser activados y listos.

Drenna ya casi estaba en la puerta de las casetas. Los androides rastreadores comenzaron a iluminarse mientras se acercaban al objetivo.

¡Drenna! —gritó Qui-Gon—. ¡Arriba! ¡Ten cuidado!

Los reflejos de Drenna eran muy rápidos. Se dio la vuelta, mirando hacia arriba. Apenas tardó un momento en ver el peligro antes de echar el brazo atrás para llevarse el arco al hombro.

Qui-Gon dio un impresionante salto en el aire, aferrando el sable láser, que brillaba con su resplandor verde contra el cielo gris. Aplastó el androide rastreador que volaba más bajo. El sable láser lo atravesó suavemente, cortándolo en dos. Una pequeña explosión dejó escapar una nubecilla de humo. Mientras los androides rastreadores no tocaran el suelo, no provocarían una explosión a gran escala.

Obi-Wan, saltando a su vez, siguió a Qui-Gon. No podía subir tan alto como su Maestro, y su primera estocada cortó el aire; pero Drenna ya había cargado su arco y había tirado la primera flecha láser, que dio en el blanco. Otro androide cayó al suelo echando humo y chisporroteando.

Qui-Gon saltó sobre el tejadito de la entrada de las casetas. Desde ahí podía ir de un lado al otro, derribando a los androides mientras se acercaban a las casetas. Podía oír los gruñidos de los perros a medida que se acercaban los androides.

Obi-Wan saltó para unirse a él. Drenna se quedó en el suelo, con el arco en el hombro, disparando tan rápido que su brazo era como una centella mientras lanzaba una flecha tras otra. Obi-Wan dio un salto y, con una estocada de arriba abajo, derribó un androide. Después cambió de dirección y abatió a otro.

Les llegó el ruido de cascos al galope, y Obi-Wan vio al Rey y a su séquito corriendo hacia ellos. Les ignoró y devolvió su atención a los androides que se dirigían hacia él. Eran máquinas incansables, que atacaban constantemente su objetivo.

Uno a uno, los Jedi y Drenna acabaron con los androides. Sólo quedaba uno, girando sin control hacia las casetas. Oyeron una pequeña explosión y el androide comenzó a echar humo. Taroon lo había abatido con su pistola láser.

Los cuatro tiraron las armas al suelo. Drenna se secó el sudor de la frente con la manga de la túnica.

¿Os importaría explicarme qué ha pasado? ¿Y qué estás haciendo aquí? — preguntó ella a Taroon.

¡Yo debería hacer la misma pregunta! —gritó el rey Frane, saltando de su

 

montura y avanzando a zancadas hacia ellos—. ¿Por qué están aquí mis androides en lugar de estar rastreando a los kudana? ¿Y por qué los habéis destruido? —miró colérico a los Jedi—. Ya os perdoné una vez. ¿Qué os hace pensar que volvería a hacerlo?

—Creo que es hora de que te expliques, Taroon —dijo Qui-Gon, mirándole fijamente.

—Estaba muy enfadado —dijo Taroon a su padre—. Y pensé... que si Leed rechaza lo que yo deseo con todas mis fuerzas, ¿por qué no podía tenerlo yo?

¿Por qué debería obtener él un premio que yo ambiciono?

¿Quieres gobernar? —preguntó incrédulo el rey Frane.

—Sí, padre, quiero gobernar —dijo Taroon—. A pesar de que soy el hijo menor, y que a tus ojos sea torpe y débil. A pesar de que no sea tan bueno en todo como tu primogénito. Supe que la única forma de conseguir lo que quería era hacer que ocurriera. Así que cuando Leed comenzó a insinuar que quería quedarse en Senali, vi lo que podría ocurrir. Sabía que él estaba buscando un enfrentamiento. Sabía que no daría su brazo a torcer y que tú subestimarías su cabezonería. Así que reuní un grupo de seguidores y lo envié a Senali para que actuara como clan marginal. Mi plan era que tanto los rutanianos como los senalitas pensaran que Leed era el cabecilla de ese clan marginal. Planeé el ataque con los androides rastreadores para que todos pensaran que Leed era el responsable. Habría amenaza de guerra, pero no pensé que llegara a ocurrir de verdad. Leed se quedaría en Senali. Eso fue antes de que se metieran por medio los Jedi —le dedicó a Qui-Gon una débil sonrisa—. Ellos estropearon todos mis planes.

El rey Frane miró a su hijo con incredulidad.

¿Querías atacar tu propio planeta?

—No se iban a perder vidas —insistió Taroon—. Sólo perros de batalla nek, y eso no tiene consecuencias.

¡Son seres vivos! —gritó Drenna enfadada.

¡Se comen a los suyos! Se les cría para destruir —dijo Taroon—. Unos cuantos menos no se notará.

¿Destruirías cualquier cosa para obtener lo que pretendes? —preguntó Drenna con desdén—. ¿Por eso casi me destruyes?

—Lo siento de verdad —dijo Taroon, volviéndose hacia ella—. El pabellón de caza lleva quince años deshabitado. No tenía ni idea de que estuvieras ahí.

—Tus disculpas no me servirían de mucho si hubiera muerto —replicó Drenna.

¿Queréis parar los dos? —rugió el rey Frane—. ¡Yo soy el que sale perdiendo! ¡Mis casetas están casi destruidas! Y tú —dijo a Taroon—. ¿Me estás diciendo que reclutaste un escuadrón, invadiste un planeta y pensaste un plan para incriminar a tu hermano y obtener el poder?

Taroon asintió.

 

El rey Frane se quedó congelado. Luego echó hacia atrás la cabeza y comenzó a reír estruendosamente.

¡Qué os parece eso! ¡Es un líder! ¡Esa astucia! ¡Esas artimañas! Serás un buen gobernante. ¿A que soy sabio, habiendo criado a semejante hijo? —dio unas palmadas en la espalda a Taroon—. Lo único que te falta es una Reina que pelee contigo cada día, como tu amada madre hizo conmigo. ¡Menuda guerrera era! — miró a Drenna—. Bueno, con un poco de suerte, es posible que encuentres a esa Reina no muy lejos.

Drenna miró hacia otro lado con las mejillas de piel azulada teñidas de rosa. Taroon también estaba colorado. Leed miró a ambos, sorprendido, y luego sonrió.

—Después de todo, quizás algún día los senalitas y los rutanianos encuentren la forma de convivir en paz —dijo.

¿Y nosotros, hermano? —preguntó Taroon, volviéndose hacia Leed—.

¿Estamos en paz? ¿Me perdonas?

Leed agarró los antebrazos de Taroon en un gesto afectuoso.

—Te comprendo y te perdono, hermano.

Los ojos del rey Frane se humedecieron. El monarca se aclaró la garganta estruendosamente.

—Yo también quiero la paz. Estoy cansado del intercambio de amenazas con Meenon. Interfiere con mis cacerías y en mis banquetes. Yo digo que Leed ha de ser el primer embajador de ambos planetas. Fomentará la comprensión y el comercio entre los dos mundos.

—Es una idea maravillosa, padre —dijo Leed con la voz llena de alegría—. ¿Y me permitirás irme de Rutan?

El rey Frane hizo un gesto despreocupado con la mano.

—También estoy harto de tus suspiros y tus lamentos continuos. Ha sido muy deprimente tenerte por aquí —sonrió a sus dos hijos—. Ahora veo que tengo dos hijos que se están convirtiendo en hombres sin miedo a obtener lo que desean. Lo he hecho bien —se volvió hacia los Jedi—. Os perdono por destruir mis androides.

¡Otra vez! ¿A que soy generoso? Y os invito a mi banquete.

Qui-Gon se inclinó.

—Será un honor para nosotros.

***

Al día siguiente, los Jedi partieron junto a Leed en una nave que el rey Frane insistió en regalarles para compensar la que él había destruido.

El planeta verdeazulado de Senali relucía a medida que se acercaban. Aterrizaron y volvieron junto a Leed a su hogar. El clan Banoosh-Walore salió corriendo de la vivienda en dirección a Leed, gritando expresiones de cariño y bienvenida. El chico desapareció instantáneamente en una nube de besos y abrazos.

 

—Pensé que ya había aprendido lo que necesitaba saber sobre lo que la felicidad personal puede afectar al deber de cada uno —dijo Obi-Wan contemplando a Leed—. Al principio pensaba que Leed debía quedarse aquí. Luego pensé con la misma profunda convicción que debía regresar a su planeta. Y ahora siento que, después de todo, éste es su sitio —suspiró—. Me he pasado la mayor parte de esta misión en un estado de confusión.

—Eso es bueno, padawan —dijo Qui-Gon—. Significa que estás aprendiendo.

—Cuando pienso en cómo abandoné la Orden Jedi, el recuerdo es muy doloroso —dijo Obi-Wan lentamente—. Es difícil no desalentarse cuando me queda tanto por aprender.

—Eso no debería ser causa de desaliento —dijo Qui-Gon suavemente—. La vida es aprender y volver a aprender. Puedes enfrentarte al mismo problema una y otra vez y encontrar un significado más profundo cada vez. El aprendizaje se vuelve más intenso, y eso es lo que nos mueve. Debería consolarte el hecho de que la vida te da sorpresas. Tú me enseñaste tras el asunto de Melida/Daan que necesitaba expandir mi mente. Me quedan algunas cosas por aprender.

—Bueno, me alegra oír que no lo sabes todo —dijo Obi-Wan a su Maestro con una sonrisa.

—Ni de cerca, padawan —dijo Qui-Gon—. Sospecho que ni de cerca. Incluso en la certeza debe haber duda. Es el estilo Jedi.





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