Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 3-

                                                                 



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 3

Los Jedi fueron guiados a un amplio salón de piedra en el centro del palacio real. Una enorme hoguera ardía en un hoyo en mitad de la estancia. Las paredes estaban ennegrecidas por el humo. Los perros de guerra nek yacían en el frío suelo de piedra, encadenados a estacas grabadas con escenas de pasadas batallas. En las paredes, a distancias regulares, había cabezas disecadas de kudanas y otras criaturas nativas del planeta. A la entrada del salón, un gran kudana disecado y de aspecto fiero estaba colocado sobre sus patas traseras y enseñando los dientes. Qui-Gon pensó que era uno de los comedores menos sugerentes que había visto en su vida.

Mientras seguían al rey Frane a la mesa principal, junto a la chimenea, el olor de la carne asada llenaba la estancia. El humo les daba en la cara. Obi-Wan tosió y contempló asqueado la sangrante pieza de carne que giraba sobre las llamas. Qui-Gon estaba convencido de que su hambriento padawan no tendría mucho apetito aquella noche.

—Sentaos, sentaos —les dijo el rey Frane mientras ocupaba el lugar de honor en la mesa—. No, Taroon. Deja que los Jedi se sienten junto a mí.

Un rutaniano alto de piel azul celeste y con las trenzas anudadas en bucles alrededor de la cabeza dio un paso atrás y miró amenazador a los Jedi.

—Mi hijo, el príncipe Taroon —dijo el rey Frane. Qui-Gon se giró para saludarle, pero el Rey indicó con un gesto a Taroon que ocupara el asiento opuesto al suyo

—. Hablemos de Leed. Es la razón por la que habéis venido, ¿no?

Qui-Gon se sentó mientras un criado le ponía un enorme plato de carne delante. El Jedi asintió a modo de agradecimiento.

—El príncipe Leed ha decidido quedarse en Senali... —comenzó él.

  ¡Decidido! —interrumpió el rey Frane con un rugido. Luego dio un puñetazo en la mesa—. ¡Eso es lo que me dice ese dinko mentiroso de Meenon! ¡A mi hijo lo han secuestrado!

—Pero vos mismo visteis el holocom —señaló Qui-Gon—. Yo también lo he visto. El príncipe Leed parece sincero.

—Le han coaccionado o amenazado —insistió el rey Frane, trinchando un gran pedazo de carne. A continuación lo agitó ante Qui-Gon—. O le han dado una de sus pociones. Son primitivos. Pueden utilizar hierbas y plantas para nublar la mente. Leed nunca hubiera decidido quedarse. ¡Nunca!

Súbitamente, mientras miraba a Qui-Gon, los grandes ojos verdes de Frane se llenaron de lágrimas. Cogió su servilleta y se secó los ojos.

—Mi hijo mayor. Mi tesoro. ¿Por qué no viene a mí? —se sonó la nariz en la servilleta y se quedó pensativo. Cuando volvió a mirar al Jedi, su cara estaba desfigurada por la ira—. ¡Esos sucios senalitas le están obligando! —rugió—. ¿Por qué no viene a enfrentarse a mí?

Quizá porque te tiene miedo, pensó Qui-Gon, pero no podía decirlo en voz alta.


Los cambios de humor del Rey eran alarmantes, pero parecían sinceros.

  ¿Qué puedo hacer, Jedi? —el rey Frane trinchó de nuevo la carne y le dio un vigoroso mordisco—. ¿Declarar la guerra?

—Evidentemente, nos oponemos a ese paso —dijo Qui-Gon—. Por eso hemos venido. Podemos reunimos con Leed y aclarar la situación.

—Traedle a casa —dijo el rey Frane—. Y comeos la cena. Es lo mejor que puede ofrecer Rutan.

Qui-Gon dio unos bocados de cortesía.

—Meenon ha accedido a que le visitemos.

   ¡Es un cerdo! ¡Un salvaje! —gritó el rey Frane—. No creáis ni una palabra suya. Me robó a mi hijo. ¿Qué sabe él de lealtad? Mi hijo es una joya. Yo seguí sus progresos en ese asqueroso planeta. Tienen competiciones anuales de velocidad, resistencia y habilidad. Él ha ganado todos los años desde que cumplió los trece. Es una joya, os lo digo yo. ¡Un líder nato! —dio un golpe en la mesa—. Ha de ser mi heredero. ¡Es el único que puede sucederme! Todo lo que tengo, todos los que me rodean no valen nada si mi primogénito no me sucede.

Qui-Gon miró a Taroon. El hijo menor fingía no estar escuchando, pero el grito del rey Frane era francamente audible. ¿Por qué le trataba su padre como si fuera invisible? Leed sólo era un año mayor que él, un hombre joven, delgado y desgarbado, con largos brazos y piernas. ¿Acaso él no era valioso para su padre?

—Yo leeré la verdad en los ojos de Leed —prosiguió el rey Frane, poniendo otro enorme pedazo de carne en el rebosante plato de Qui-Gon—. Traédmelo y yo lo sabré.

Si no le dejan marchar, invadiré su planeta y les haré arrodillarse. Díselo a Meenon.

—Los Jedi no comunican amenazas —dijo Qui-Gon firmemente—. Intentaremos convencer a vuestro hijo de que vuelva. No le obligaremos a él ni al Gobierno de Senali. Pero si le traemos de vuelta, no podréis obligarle a que se quede. Debéis darme vuestra palabra.

—Sí, sí, tenéis mi palabra. Pero Leed querrá quedarse, os lo aseguro. El chico es consciente de sus deberes. Enviaré con vosotros a mi hijo menor, Taroon, para que le comunique mi amenaza a Meenon. También ocupará el lugar de Leed en Senali cuando mi hijo regrese a casa.

—Tampoco permitiré que Taroon sea mensajero de amenazas —dijo Qui-Gon

—. Si ése es vuestro objetivo, Taroon se quedará aquí. Su presencia podría comprometer una misión diplomática. Meenon podría sentirse presionado por la presencia de alguien de la Familia Real. Además, los Jedi siempre negocian solos.

El rey Frane rasgó un trozo de carne con sus afilados dientes amarillentos. La astucia brillaba en sus ojos.

—Acabo de firmar la orden de encarcelamiento de la hija de Meenon, Yaana, aquí en Rutan. que Meenon la aprecia tanto como yo a Leed. ¡Que conozca el


sufrimiento de un padre! ¿Qué te parece eso, Jedi?

—Es un error —dijo Qui-Gon suavemente—. Mee-non lo tomará como una provocación. Podría significar la guerra. Y, por mucho que digáis, no creo que lo deseéis. Vuestro pueblo no desea entrar en guerra.

  ¡Mi pueblo quiere lo que yo le digo que quiera! —gritó el rey Frane furioso—.

¿Acaso no soy el Rey?

Qui-Gon no parpadeó.

—Permitiremos que Taroon nos acompañe si anuláis la orden de encarcelamiento de Yaana.

El rey Frane dejó de masticar y contempló duramente a Qui-Gon unos segundos. Luego volvió a golpear la mesa.

    ¡Hecho! ¡El Jedi es listo! —se volvió sonriente hacia el resto de los comensales—. Los Jedi traerán a Leed de vuelta a casa.

El resto de la corte comenzó a vitorear.

El rey Frane se volvió de nuevo hacia Qui-Gon.

—En tres días —dijo—. Eso es todo lo que os ofrezco. Si no volvéis con Leed, Yaana acabará en la peor mazmorra de Rutan —con otro brusco cambio de humor, le dio una palmada a Qui-Gon en la espalda—. Y ahora, ¡a disfrutar!

El resto de la corte se sintió más relajada para gozar de su comida y todos comenzaron a conversar entre ellos.

Obi-Wan se aproximó a Qui-Gon.

—Taroon no parece contento con la idea de acompañarnos —dijo en voz baja.

—Ya me he dado cuenta —respondió Qui-Gon—, pero la negociación ha ido bien. Siempre quise que Taroon viniera con nosotros. Sospeché que el rey Frane encarcelaría a Yaana. Hemos conseguido unos cuantos días más de libertad para ella.

—Pero ¿cómo supiste esas cosas? —preguntó Obi-Wan, asombrado.

—Encuentra el sentimiento, predice la acción —respondió Qui-Gon—. Era una consecuencia lógica. Es lo único con lo que el rey Frane puede amenazar a Meenon. El Rey es el típico gobernante que golpea de la única forma que sabe. Pero le tiene miedo a la guerra, así que dejará que le convenzan de que es mejor esperar. Ahora lo único que tenemos que hacer es volver con Leed. Si pensamos que de verdad quiere quedarse en Senali, entonces tendremos que ayudarle a que su padre comprenda la decisión. Si nada sale mal y ambas partes actúan con sinceridad y tolerancia, la situación se resolverá sola.

Qui-Gon miró a Taroon. El joven rutaniano no se había unido al banquete ni a la conversación, sino que permanecía con los brazos cruzados. Su mirada era hosca y vigilante.

  ¿Así que no crees que corramos peligro? —preguntó Obi-Wan.

Qui-Gon sonrió ligeramente.

—Veo lealtades enredadas y un gran potencial para el malentendido. Y hasta el menor de los malentendidos puede atraer el peligro cuando una situación es tan delicada como ésta. Las palabras no siempre reflejan lo que está en el corazón. Y las cosas no suelen ser nunca tan fáciles como parecen.






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