Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 12-

                                                                   



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 12

Los senalitas estaban armados con cerbatanas, los utensilios propios de su planeta. Qui-Gon pensó que los dardos estarían impregnados de algún ungüento paralizador. Quizá Leed estuviera paralizado cuando consiguieran liberarle.

Los dardos llovían desde arriba. Qui-Gon y Obi-Wan se quedaron espalda contra espalda para cubrir un círculo completo. Sus sables láser giraban sobre sus cabezas brillando con un resplandor azul y verde, mientras rechazaban un dardo tras otro, sin dejar de avanzar hacia Leed.

Las ramas de los árboles estaban enredadas. No sería difícil trepar por el árbol al que estaba atado Leed. Pero ¿podrían trepar, rechazar dardos y bajar a Leed del árbol de forma simultánea? Sería muy difícil, pensó Obi-Wan apesadumbrado.

—Tenemos que conseguir que bajen de ahí —le dijo Qui-Gon sombrío—. Si logramos pelear con ellos en el suelo, Drenna podrá rescatar a Leed.

—Yo haré que bajen —dijo Drenna.

La joven se llevó el arco al hombro y comenzó a disparar una veloz ráfaga de flechas láser a los árboles. A la velocidad del rayo, lanzaba cinco flechas a la vez y apenas se detenía para recargar antes de disparar de nuevo. Los secuestradores empezaron a bajar de los árboles para huir de las flechas que volaban sobre sus cabezas.

—Cubridme —gritó a Qui-Gon y a Obi-Wan, y se dirigió hacia Leed.

Estaban rodeados de enemigos. Qui-Gon y Obi-Wan realizaban una danza constante de movimientos, rechazando los dardos envenenados y alejando de Drenna a los senalitas mientras ella subía al árbol. La joven extrajo un pequeño cortador láser de su cinturón y cortó cuidadosamente el cable que ataba los tobillos y las muñecas de Leed. Él cayó sobre ella, pero cuando la chica le ayudó a ponerse en pie, él mismo fue capaz de recorrer la rama hacia el tronco. Tenía las piernas rígidas, pero podía caminar.

Qui-Gon se acercó a Obi-Wan.

—Acorrálalos bajo ese árbol —dijo, señalando a un árbol cercano.

Mano a mano, los dos giraron y atacaron, haciendo retroceder a los senalitas mientras esquivaban los dardos. De ese modo consiguieron juntarles en círculo en el punto que Qui-Gon había indicado.

El Maestro Jedi saltó en el aire y agarró una rama alta. Al saltar, apuntó el sable láser a la red que contenía el bote. Con una serie de rápidas estocadas, cortó la gruesa malla. El bote, junto con las provisiones, comenzó a caerse. De un golpe final, seccionó los últimos sedales, y la barca cayó al suelo.

Los secuestradores lo vieron caer y se tiraron al suelo. El barco giró en el aire y cayó sobre ellos, aprisionándoles firmemente. Las provisiones también cayeron del bote: comida, tubos respiradores, equipos de ayuda y botiquines.

—Quedaos bajo la barca o acabaremos con vosotros

 

—les advirtió Drenna en tono grave. Luego arqueó una ceja mirando a Qui-Gon.

Él miró hacia la playa, y el grupo se marchó en esa dirección. Lo más probable era que a los secuestradores les diera miedo seguirles... al menos durante un rato.

Qui-Gon y Obi-Wan ayudaron a Leed a correr hacia la playa y se metieron en las cálidas aguas. Leed fue cogiendo fuerza a medida que nadaba, con Drenna ayudándole en todo momento.

Drenna señaló una isla a lo lejos.

—Allí —dijo ella—. Ésa es la península. Desde allí podremos llegar a la carretera principal.

Se dirigieron hacia la orilla. Leed flaqueó a medida que se acercaban, y Obi- Wan y Qui-Gon tuvieron que remolcarlo hasta la playa. El chico cayó sobre la arena jadeando profundamente.

—Gracias —dijo cuando pudo hablar—. No habría escapado solo —les sonrió débilmente—. Creo que ya os habréis dado cuenta.

¿Sabes quiénes eran tus secuestradores? —preguntó Qui-Gon. Él negó con la cabeza.

—No hablaron. No respondían a mis preguntas. No sé por qué me cogieron ni lo que están planeando.

—Me alegro de que estés a salvo —le dijo Drenna, mirándole ansiosa—, pero estás muy débil.

—Es el dardo paralizador —dijo él—. En breve estaré mejor.

—Debemos llegar a la carretera principal y encontrar la forma de volver a la capital y a nuestra nave —dijo Qui-Gon. Después se volvió hacia Leed—. Tu padre amenaza con invadir Senali. Y me temo que esta vez lo dice en serio.

—Taroon está furioso —intervino Drenna con los ojos brillantes—. Cree que tú y yo planeamos lo del secuestro. Sin duda se lo dirá a tu padre.

Leed tenía la mirada serena.

—Tengo que volver —dijo él.

—Estamos cerca de un camino por el que suelen llevar mercancías a la ciudad

—dijo Drenna a los Jedi—. Podemos parar algún vehículo.

—Entonces vamos —dijo Qui-Gon.

La suerte estaba de su parte. Pararon un transporte y el conductor accedió rápidamente a llevarles a la ciudad flotante. Desde allí, se apresuraron a llegar a la nave Jedi. Le enviaron un mensaje a Meenon diciendo que el chico estaba a salvo y salieron hacia Rutan.

—Me alegro de que vengáis con nosotros —dijo Leed a Drenna—. No va a ser un viaje de placer.

—No te hubiera dejado ir solo —dijo Drenna dulcemente—. Necesitas que te

 

cuiden.

—Lo mejor será que llame a tu padre —dijo Qui-Gon a Leed—. No hay tiempo que perder —se dirigió rápidamente al comunicador y estableció contacto con el rey Frane. Le dijo que ya estaban de camino hacia Rutan.

—Lo creeré cuando lo tenga frente a mí en su propio reino —dijo el rey Frane, cortando bruscamente la conexión.

—De nada —murmuró Obi-Wan.

—Sigue preocupado por su hijo —comentó Qui-Gon amablemente—. Oculta bien su miedo.

—Oculta aún mejor sus modales —dijo Obi-Wan.

Aterrizaron en los terrenos de palacio y fueron al encuentro del Rey, que paseaba de arriba a abajo en el Gran Salón. Cuando vio a Leed, su expresión severa se tornó alegre.

¡Ah! ¡Temía que algo fuera mal! ¡Hijo mío, hijo mío! —el rey Frane fue corriendo hasta Leed y lo abrazó. Cuando le soltó, se secó las lágrimas con la túnica—. ¡Cómo te he echado de menos! Gracias a las estrellas que has vuelto a casa.

—He vuelto para hablar contigo, padre —le dijo Leed—. No para quedarme. El rostro del rey Frane se puso colorado.

¿No para quedarte? —gritó—. ¡Eso es imposible! Estás aquí. ¡Te quedarás!

—Padre, ¿podemos hablar sin gritar? —preguntó Leed.

¡No estoy gritando! —aulló el rey Frane. Luego bajó la voz—. Es sólo que tengo que hacerme oír porque parece que nadie me escucha.

—He escuchado todo lo que Taroon y tú habéis dicho —respondió Leed con firmeza—. He intentado encontrar la forma de cumplir con mi deber, pero, padre, sé que si regreso se me romperá el corazón. No puedo gobernar este mundo... no lo conozco. No lo amo como amo Senali. Me enviaste allí y te aseguraste de que me cuidaran. Y lo hiciste bien. Creé una nueva familia. Es mi sitio. Pero te garantizo que no deseo ser un extraño para mi familia de sangre o para Rutan. Senali está cerca...

—Está cerca, ¿pero quién quiere ir allí? —dijo el rey Frane furioso—. Es evidente que te han comido la cabeza en Senali, pero estoy seguro de que si pasas algo de tiempo en Rutan, olvidarás todas esas tonterías.

—No las olvidaré —dijo Leed, exasperado—. Forman parte de mí.

El rey Frane se calmó visiblemente, dejando caer las manos y respirando profundamente.

—Leed, tengo que hablar contigo como Rey tanto como padre —dijo con un tono que a duras penas mantenía su firmeza—. No quiero obligarte a que cumplas con tu deber, una opción que, como Rey, podría tomar; pero, como padre, prefiero

 

hacerlo de forma razonable. Me romperás el corazón si haces esto. Matarás mi amor por ti.

¿Ésa es tu forma de pensar? —le preguntó Leed atónito.

—Escúchame —dijo el rey Frane, alzando una mano—. Nuestra estirpe lleva cien años gobernando. El primogénito del Rey o de la Reina ha ocupado siempre su lugar sin excepción. ¿Eres consciente de lo que haces rompiendo la cadena?

¿Te tomas tan a la ligera tu responsabilidad con tu familia y tu mundo? ¿Cómo puedes, siendo tan joven, decidir lo que será mejor para el resto de tu vida?

Las palabras del rey Frane impresionaron a Obi-Wan más que cualquier cosa que hubiera oído antes. Cuando abandonó a los Jedi no era plenamente consciente de que no sólo rompía los lazos entre Qui-Gon y él, sino que había roto una tradición entre todos los Maestros y los padawan; pero se dio cuenta de lo importante que era su lugar en esa tradición.

¿Debería volver Leed a Senali y dar la espalda a las generaciones que le habían preparado el camino? De repente, no estaba tan seguro.

—Tú esperabas que subiera al poder dentro de un año —respondió Leed—. Tendré que tomar decisiones importantísimas para todos los rutanianos. Si confías en mí para hacer eso, deberías confiar en mí ahora.

El rey Frane estaba cada vez más enfadado, por mucho que intentara evitarlo.

—Le estás dando la espalda a todos esos rutanianos de los que hablas con tanta ligereza.

—No —dijo Leed con firmeza—. No puedo ser un buen gobernante. Lo sé. Así que cedo el honor a alguien más digno.

¿A tu hermano? —preguntó el rey Frane incrédulo—. Taroon es un blando. No tiene cabeza para el liderazgo. ¿Quién iba a seguirlo? En cuanto fueron a buscarle a ese horrible planeta, lo mandé de vuelta a la escuela, que es donde tiene que estar.

—No le das ni una oportunidad —dijo Leed.

¡Ni tengo que hacerlo! —dijo el rey Frane, levantando la voz de nuevo—.

¡Soy el Rey! ¡Yo elijo! ¡Y elijo a mi primogénito, como mi madre me eligió a mí, y como mi abuelo la eligió a ella!

Leed no respondió y guardó un obstinado silencio.

El rey Frane no dijo nada durante unos instantes. Padre e hijo enfrentados.

Ninguno parpadeó.

Obi-Wan miró a Qui-Gon de reojo, pero, como de costumbre, no daba ningún indicio de lo que estaba pensando. Simplemente esperaba a que la situación se resolviera por sí sola. ¡Estaba tan tranquilo! Obi-Wan sentía la tensión ardiendo en su interior. Intentó invocar la calma propia de los Jedi, pero no la halló. Sólo encontró confusión.

El rey Frane tomó la palabra.

 

—La discusión ha terminado —dijo con rigidez—. No aceptaré la deslealtad ni la traición. Debes hacer frente a tu legado. Mi hijo gobernará después de mí. Estoy haciendo lo mejor para ti.

—No puedes obligarme a hacer esto —dijo Leed firmemente.

La risa del rey Frane tenía un tono áspero. Obi-Wan intentó escuchar como lo haría Qui-Gon. Se dio cuenta de que la risa la provocaba el desconcierto y el dolor, no el desprecio.

¡Claro que puedo! ¡Soy el Rey!

¿Y qué pasa con Yaana? —intervino Qui-Gon—. Te hemos traído a Leed.

Ahora debes cumplir con tu parte del trato y liberarla.

—Yo no hice ningún trato —dijo el rey Frane con un brillo peligroso en la mirada.

—Claro que sí —dijo Qui-Gon con firmeza.

—Bueno, quizá lo hice, pero ahora lo rompo —dijo el rey Frane, mirando temeroso a Qui-Gon—. Yaana permanecerá bajo custodia hasta que Leed acepte comenzar su formación real.

¡Así es como vas a obligarme! —gritó Leed—. ¡Retendrás como rehén a una niña inocente! ¡No eres más que un tirano!

La expresión del rey Frane se tornó en rabia instantáneamente.

—Sí, lo haré —gritó furioso—. ¿Acaso no me has oído, idiota? ¡Soy el Rey!

Puedo hacer lo que me dé la gana. ¡Sé lo que le conviene a Rutan!

El rey Frane salió dando zancadas, seguido por su séquito de consejeros y guardias. Leed le siguió con la mirada y con expresión de disgusto.

¿Entendéis por qué no quería volver? —dijo—. Ha encontrado una forma para que me quede en contra de mi voluntad.

—Eso parece —dijo Qui-Gon en tono neutro.

¿Qué quieres decir? —preguntó Drenna.

—Si devolvemos a Yaana a su padre, el rey Frane no tendrá nada con lo que negociar. Tendrá que enfrentarse a Leed de padre a hijo, no de Rey a súbdito.

—Pero ella está encarcelada —objetó Drenna. —Ésa es la dificultad —dijo Qui- Gon. —No necesariamente —dijo Leed lentamente—. Creo que sé cómo liberarla





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