Qui-Gon ya estaba calculando el siguiente movimiento. —Podemos correr hasta el final de la cala por allí. La marea nos alcanzará, así que tendremos que nadar para rodear el acantilado. Al menos no hay rocas en aquel extremo. Podemos lograrlo.
—Yo no sé nadar —rugió Taroon—. Los rutanianos no nadamos. Nadar es para primitivos.
—Ahora mismo, nadar es para sobrevivir —dijo Qui-Gon con aspereza. Escudriñó el mar. Vio remolinos y una marea extremadamente peligrosa. Obi-Wan y él podían conseguirlo: eran Jedi, pero no podía arriesgar la vida de Taroon. Tampoco quería poner en peligro la de Obi-Wan.
Retrocedieron rápidamente cuando la siguiente ola les golpeó en la cintura. Su fuerza era impresionante. Taroon casi cayó al suelo, pero Qui-Gon le cogió por el brazo para mantenerlo en pie.
—Odio el mar —murmuró Taroon. Se quitó el pelo mojado de los ojos.
— ¿Y qué te parece la escalada? —le preguntó Qui-Gon. Taroon contempló el acantilado.
— ¡Será una broma! —exclamó—. No hay manera de escalar esta pared.
Qui-Gon no respondió. Sabía que no había tiempo que perder. Se quitó los electrobinoculares del cinturón y miró el acantilado, buscando salientes para los pies y las manos. No había muchos. Y la pared era tan elevada que sus lanzacables no llegarían hasta arriba. Tampoco había nada con lo que engancharse al muro.
El agua se arremolinaba alrededor de sus rodillas e intentaba arrastrarlo hacia atrás. Taroon se agarró a Obi-Wan para apoyarse.
— ¿Cómo habéis podido meternos en esto? —preguntó a los Jedi— ¡Esa hembra nos ha engañado!
Qui-Gon ajustó los electrobinoculares. Vio una pequeña fisura en la roca, lo justo para que la punta del gancho de su lanzacables pudiera agarrarse. Tendría que funcionar.
Se guardó los electrobinoculares y sacó el lanzacables, indicando a Obi-Wan que hiciera lo mismo.
—Espera a que el mío se enganche y lanza el tuyo —le instruyó.
Qui-Gon lo consiguió a la primera, lo que fue una suerte, ya que la siguiente ola le llegó al Jedi hasta los hombros. Obi-Wan enganchó el suyo al segundo intento, cuando bajaba el agua. Tiraron para probar y vieron que aguantaba.
—Adelante —dijo brevemente Qui-Gon. Luego indicó a Taroon que se agarrara al cable. Él se quedaría detrás del príncipe para protegerle si se caía.
Qui-Gon esperaba que los lanzacables les elevaran lo suficiente como para
escapar del oleaje. La vegetación de la pared le indicó que la mayor parte de la misma quedaba sumergida al subir la marea. No le apetecía nada quedarse colgando en el aire mientras veían el mar acercándose cada vez más.
Vio subir a su padawan arrastrado por el cable. Se mecía por encima de ellos.
—Agárrate —ordenó Qui-Gon a Taroon. El cable comenzó a recogerse, elevándoles por encima de la playa. Se quedaron suspendidos cerca de la pared del acantilado.
— ¿Crees que el agua nos alcanzará? —preguntó Taroon, comenzando a girarse.
—No mires abajo —le ordenó Qui-Gon, pero era demasiado tarde. Taroon había visto lo alto que estaban. Se estremeció y se golpeó la rodilla contra la pared de roca. Dio un grito y cerró los ojos.
—Estoy detrás de ti, Taroon —le dijo Qui-Gon—. Saldremos de ésta si no te dejas llevar por el pánico. El cable aguanta nuestro peso. No mires hacia abajo.
Taroon respiró hondo.
—No pasa nada —dijo—. Es sólo que me ha sorprendido.
Qui-Gon admiró su compostura. Sabía que Taroon tenía miedo.
—Busca un saliente para apoyar el pie —le indicó Qui-Gon—. Eso aliviará la tensión de tus brazos. No puedes caerte. Estás enganchado al cable.
Qui-Gon miró hacia arriba. No veía ninguna fisura. Tendrían que quedarse allí colgados y con la esperanza de que el mar no subiera hasta ahogarles. Sabía que Obi-Wan y él aguantarían horas en caso necesario, pero no estaba seguro de que Taroon pudiera hacerlo.
—La marea sigue subiendo —le dijo Obi-Wan con calma—. Las olas podrían romper por encima de nosotros. Quizá deberíamos ponernos los respiradores.
Qui-Gon asintió. Era una buena sugerencia.
—Dentro de un minuto —no quería poner nervioso a Taroon.
— ¿No podemos subir más? —preguntó Taroon nervioso—. Me están salpicando las olas.
—De momento estamos bien —dijo Qui-Gon. Pero veía que era cuestión de minutos que las olas les golpearan.
De repente, vio otro cable bajando desde la cumbre, a unos cien metros por encima de ellos, que quedó colgando entre Qui-Gon y Obi-Wan.
— ¡Cogedlo! —gritó alguien—. ¡Os subirá a todos! ¡El mar está subiendo!
Qui-Gon agarró el cable y lo probó. Luego intercambió una mirada con Obi- Wan.
— ¿Deberíamos hacerlo?, le preguntó Obi-Wan en silencio.
—No tenemos elección, le respondió Qui-Gon.
Obi-Wan asintió y fue el primero en agarrar el cable. Taroon le siguió. Después Qui-Gon. Ahora los tres colgaban de un cable y tenían que confiar en la persona que sujetaba el otro extremo.
El cable comenzó a recogerse lentamente, elevándoles con suavidad por la pared del acantilado hacia la cima. Obi-Wan se izó hasta el suelo, seguido por Taroon. Qui-Gon fue el último en llegar arriba y se puso en pie de inmediato.
Un indígena alto y fuerte estaba frente a ellos. Llevaba un collar y una pulsera de corales rosas. Les sonrió.
—Me alegro de que lo hayáis conseguido. Taroon se quedó boquiabierto.
— ¡Leed!
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