Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 10. EL FIN DE LA PAZ -Capítulo 9-

                                                                  



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***
La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo
***
Durante generaciones, los hijos primogénitos de los gobernantes de los planetas Rutan y Senali han sido intercambiados a la edad de siete años.
De esa forma se pretendía fomentar la paz
Y el entendimiento entre las dos culturas, pero ahora esa tradición está a punto de conducirles a la guerra.

Leed, el heredero del trono en Rutan, no quiere regresar a su planeta natal, pero su padre no se detendrá ante nada para hacerle volver.
Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi deben impedir que este conflicto conduzca a un derramamiento de sangre innecesario.
Es el desafío más importante al que se han enfrentado.


Capítulo 9

La noche cayó rápidamente sobre Senali, y aparecieron las cuatro lunas y las estrellas. Leed desenrolló las camas en silencio para ellos y les colocó delante un sencillo plato de comida a cada uno. Nadie habló. Qui-Gon pensó que era mejor que las tensiones se relajaran. Había aprendido por experiencia que todas las culturas de todos los planetas tenían algo en común: hasta las crisis más extremas se veían mejor por la mañana.

Se tumbó en su jergón junto a Obi-Wan.

¿Tú qué piensas, padawan? —preguntó en voz baja—. ¿Leed tiene razón o no?

—No soy quién para decirlo —respondió Obi-Wan tras un breve silencio—.

Debo permanecer neutral.

—Pero te estoy preguntando lo que opinas —dijo Qui-Gon—. Puedes albergar sentimientos. Aunque debes evitar que afecten a tu comportamiento.

Obi-Wan dudó de nuevo.

—Creo que la felicidad personal es menos importante que las obligaciones.

Qui-Gon frunció el ceño. Su padawan había evitado la pregunta. No había mentido, pero tampoco había dicho la verdad. Pero Qui-Gon no iba a recriminárselo. La evasión la provocaban los buenos deseos. De alguna manera, Obi-Wan pensaba que decirle a Qui-Gon la verdad no era lo más adecuado. Qui- Gon dejaría la pregunta en el aire. No insistiría más. Estaba aprendiendo a ser Maestro tanto como Obi-Wan estaba aprendiendo a ser padawan.

Aprender a no enseñar debes, le había dicho Yoda. En la misma medida en la que seas guiado guiar debes.

Se quedaron dormidos mientras las olas rozaban suavemente el embarcadero. El sol salió, y los trinos de los pájaros y los chapoteos de los peces en el mar les despertó.

—Lo siento, pero no me queda comida —les dijo Leed. Estaba más amable que la noche anterior. Qui-Gon pensó que era una buena señal y le reafirmó en su decisión de no insistir aquel día. Se quedaría en un segundo plano y esperaría que Leed y Taroon se encontraran el uno al otro.

Drenna llevaba despierta un tiempo. Había desenredado un sedal y había alineado unos arpones cortos para ellos.

—En Senali nos enseñan desde muy pequeños a responsabilizarnos de nuestra propia alimentación —les dijo ella—. Si queréis comer, tendréis que pescar.

—Yo no tengo hambre —dijo Taroon con brusquedad. Drenna le miró fijamente.

—Eso no es cierto —dijo ella—. Tienes hambre. Y tienes miedo.

Taroon se encolerizó, y Qui-Gon se preparó para otra discusión. Pero decidió

 

que esta vez no permitiría que fuera tan lejos. Un día de armonía les vendría a todos muy bien.

Pero antes de que Taroon pudiera hablar, Drenna añadió en tono amable:

—Es normal tenerle miedo al agua cuando no se sabe nadar, pero yo te enseñaré. Los senalitas y los rutanianos son de la misma especie. Si nosotros podemos ser excelentes nadadores, vosotros también.

Taroon dudó.

—Claro que... —dijo Drenna, encogiéndose de hombros— igual tienes un problema. No puedes enviar a los androides rastreadores a perseguir a los peces. Y si les disparas con una pistola láser, te quedas sin desayuno.

Le dedicó una sonrisa picara a Taroon. Qui-Gon se dio cuenta de que Drenna estaba retándole.

—Yo puedo aprender solo —dijo Taroon.

—No, no puedes. No te preocupes —dijo Drenna en voz baja—. No me reiré de ti. Yo también tuve que aprender en su momento.

Taroon se levantó rígido y cogió un poco de sedal y un arpón.

—Está bien. Vamos.

Dando un alarido de alegría, Leed saltó al agua. Qui-Gon y Obi-Wan se lanzaron a las cálidas y transparentes aguas tras él. Drenna se fue con Taroon en la barca cerca de la orilla para darle sus primeras lecciones de natación.

Qui-Gon y Obi-Wan se pusieron los respiradores mientras Leed se mantenía a flote.

—La principal fuente de alimento para muchos senalitas es el pez de las rocas

—explicó—. Tiene espinas por todo el cuerpo y tres grandes pinzas. Si coges sólo una, el animal puede seguir viviendo y desarrolla una nueva. Se pincha al pez por la cola, ya que ahí no tiene terminaciones nerviosas. Después se agarra la pinza y se retuerce con fuerza. Tened cuidado, podéis perder los dedos. Si queréis, podéis verme a mí primero cogiendo una pinza.

—Eso me parece buena idea —dijo Qui-Gon.

Se sumergieron en lo profundo de la laguna, donde el agua estaba más fría y era más clara. Qui-Gon y Obi-Wan siguieron a Leed cuando atrapó con facilidad a un pez de las rocas, y luego a otro, agarrando una pinza y girándola para arrancarla, para luego depositarla en la bolsa que llevaba en la cintura. Obi-Wan y Qui-Gon atraparon también sus peces de las rocas y muy pronto sus bolsas estaban llenas de las carnosas pinzas.

Ya estaban a punto de volver cuando vieron a Taroon y a Drenna nadando a poca distancia. Taroon se deslizaba por el agua. Drenna le había enseñado bien. Las largas extremidades de Taroon se coordinaban con suaves brazadas y potentes patadas. No parecía tan patoso como fuera del agua. Atrapó un pez de las rocas tras otro. Drenna nadaba junto a él, señalando los peces y atrapando

 

algunos con sus disparos certeros y su perfecta puntería.

Cuando subieron a la superficie, Taroon sonrió, mostrando su bolsa llena. Qui- Gon se dio cuenta de que nunca había visto a Taroon sonreír.

—Está muy bien para ser la primera vez —dijo Drenna—. Aprendes rápido.

—Tú me has ayudado —admitió él.

—Yo tardé semanas en aprender a nadar así de bien —dijo Leed a su hermano con admiración.

Taroon volvió la cabeza para escudriñar la playa. Qui-Gon vio que estaba intentando disimular la ilusión que le había provocado el cumplido de Leed.

—Bueno, es mejor que ahogarse —dijo él entre dientes.

Nadaron hasta la orilla de la laguna, donde Leed y Drenna estaban haciendo una hoguera. Asaron las pinzas y las abrieron, aliñándolas con el jugo de unos cítricos que Leed y Drenna habían recogido.

Fue una comida deliciosa. Comieron hasta hartarse y vieron que les sobraba más de la mitad.

—Podemos llevárselo al clan Nali-Erun —dijo.

Fueron remando hasta la isla cercana. El clan había construido sus viviendas en el centro de la isla, bajo la fresca sombra de los árboles. Las estructuras eran diferentes a las de la ciudad principal. En la isla estaban construidas con hojas y cañas, tenían un aspecto endeble y algunas parecían a punto de caer. Cuando Leed mostró los pescados que había llevado, los niños corrieron hacia él hambrientos.

¿Por qué tienen hambre? —preguntó Obi-Wan.

—No pueden pescar en la laguna —les explicó Leed en voz baja—. El clan Homd-Resa controla esta zona. Estos dos clanes han tenido sus diferencias hace poco. Los Homd-Resa arrasaron la isla y destruyeron casi todas sus casas. Los Nali-Erun tuvieron que volver a construirlas rápidamente. Aún no se han recuperado y llevan meses viviendo de los frutos, los cereales y el pescado que podían conseguir comerciando.

Taroon arqueó una ceja mirando a Drenna.

¿Todos los senalitas se cuidan unos a otros? Drenna parecía incómoda.

—Es normal que algunos clanes tengan enfrentamientos. Nunca dije que Senali fuera el planeta perfecto.

¿Y por qué no interviene Meenon? —preguntó Obi-Wan.

—Porque los clanes son independientes —explicó Drenna—. Meenon es más un símbolo para nosotros que un gobernante real.

El clan Nali-Erun repartió alegremente el pescado y le ofreció un poco al grupo.

 

Leed rehusó, pero aceptó una bolsa de pashie, la fruta dulce que crecía en abundancia en los árboles de los Nali-Erun.

Drenna también dio al jefe del clan una bolsa de conchas que había recogido del suelo marino. Los miembros del clan alzaron las conchas y las admiraron. Uno de los miembros comenzó a unir las más bellas con un cordel para confeccionar un collar.

Una vez terminado, se lo entregó a Drenna. Ella lo cogió sonriendo y después dudó.

Su sonrisa se tornó picara, y se volvió hacia Taroon para ponerle el collar.

—Ahora eres un auténtico senalita —le dijo, alzando la cabeza y sonriéndole. Taroon se quedó sorprendido. Se tocó el collar y miró a Leed.

—Sigo siendo rutaniano —dijo—, pero estoy aprendiendo.

***

Capturaron unos pequeños peces plateados para la cena y Leed preparó un guiso delicioso. Taroon lo puso en los cuencos. Qui-Gon contempló a los dos hermanos pasándose los cuencos el uno al otro. Su relación era más suave. Las cuatro lunas, altas y llenas, se alzaron en el cielo labrando cuatro caminos de plata en el mar oscuro.

El grupo se sentó bajo el firmamento. Qui-Gon permaneció en silencio. Percibía que algo estaba creciendo en Taroon, un nuevo sentimiento que el joven luchaba por articular. Deseó que Taroon encontrara valor para hablar. El siguiente día era el tercero. Y Qui-Gon tendría que ponerse en contacto con el rey Frane.

—Creo que ya deberíamos irnos a dormir —dijo Leed finalmente—. Gracias, Qui-Gon, por permitirnos pasar este día sin intentar convencerme para que me vaya.

—Ha sido un buen día —dijo Taroon inseguro—. Y he tomado una decisión. No me opondré a tu deseo de permanecer aquí, hermano. Ahora entiendo lo que te mueve a quedarte. Esta mañana hablé con precipitación —se volvió hacia los Jedi

—. Es un defecto que tengo. Disculpad mi rudeza vosotros también —sonrió con picardía—. Tienes razón, Qui-Gon. He heredado el temperamento de mi padre.

—Gracias, hermano —dijo Leed despacio—. Has abierto tu mente y tu corazón.

Yo haré lo mismo. Volveré a Rutan y me enfrentaré a nuestro padre.

—Y yo ocuparé tu lugar aquí hasta que regreses —dijo Taroon.

—Obi-Wan y yo garantizaremos tu seguridad —prometió Qui-Gon a Leed—.

Serás libre de regresar si lo deseas.

Los dos hermanos se agarraron los antebrazos en un gesto de afecto.

—Que esto no nos separe —dijo Taroon.

Aquello era exactamente lo que Qui-Gon deseaba, pero la tristeza estaba en el aire. Leed había dado el paso de alejarse de su familia y Taroon había reconocido

 

su derecho a hacerlo. Estaba claro que ambos hermanos estaban destrozados.

Se dieron las buenas noches. Obi-Wan desenrolló su lecho junto al de Qui-Gon.

¿Sabías que iba a pasar esto? —susurró—. ¿Por eso no has presionado hoy a Leed?

—Esperaba que el día trajera la reconciliación —respondió Qui-Gon—. Cuando esta mañana Drenna se ofreció para enseñar a Taroon a nadar fue una buena señal. Estoy seguro de que Leed le dijo que fuera amable con su hermano.

—Pero Leed estaba muy enfadado anoche —dijo

Obi-Wan—. Y Drenna también. ¿Por qué iban a cambiar de opinión y ser amables con Taroon?

—Porque es el hermano de Leed —respondió Qui-Gon—. Por encima de todo están unidos. Drenna es fiel a Leed, así que lo normal es que le ayude si él se lo pide.

—No lo entiendo —dijo Obi-Wan—. Todos estaban enfadados y ahora todo está resuelto. ¿De verdad puede ser todo tan fácil?

—Todavía no hemos vuelto a Rutan. Ya veremos.

Qui-Gon se estiró en el pequeño embarcadero y miró al cielo. Sabía que la misión no había terminado. No debía sentir que ya estaba solucionado, pero le gustaba el modo en que los hermanos habían controlado sus sentimientos pasajeros.

A no ser que hubiera sido demasiado fácil, como había dicho Obi-Wan.

El cielo se curvaba sobre su cabeza brillante de lunas plateadas y constelaciones estelares. La atmósfera de Senali daba al cielo nocturno un color único, entre azul marino y morado. Era en esos momentos de belleza silenciosa cuando Qui-Gon sentía que la Fuerza vibraba con toda claridad, desde la llameante energía de las estrellas hasta el suave chapoteo de los peces saltando.

—Las cosas no suelen arreglarse tan fácilmente —dijo en voz baja a Obi-Wan

—. Esperemos que así sea. Ser un Jedi significa que honramos las conexiones.

Obi-Wan asintió, bostezando. Había sido un día largo. Los ojos se le fueron cerrando. El suave movimiento del embarcadero le ayudó a dormirse enseguida. Qui-Gon sintió que se sumía en el sueño con la facilidad con la que se había sumergido en la cálida laguna.

***

El Maestro Jedi se despertó sobresaltado, pero enseguida se serenó, alerta al siguiente sonido. Sólo oía silencio, pero permaneció de pie, con la mano en el sable láser.

Obi-Wan abrió los ojos rápidamente y se puso en pie de un silencioso salto.

Algo iba mal.

Los sonidos más leves le alertaban, incluso el suave oscilar del agua. Qui-Gon

 

se fue rápidamente al otro extremo de la plataforma flotante.

Un grupo de senalitas se alejaban remando velozmente, con la piel pintada enteramente de blanco. Leed, atado y amordazado, yacía en el fondo de la barca.

Qui-Gon buscó el bote de Leed, que debería haber estado amarrado al muelle. No le sorprendió comprobar que ya no estaba. Lo más probable era que lo hubieran hundido.

Estaban demasiado lejos para nadar hasta ellos.

Habían secuestrado a Leed delante de sus narices, justo cuando Qui-Gon soñaba con una galaxia estelar bondadosa y pacífica.

 





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