Fanfic Piratas del Caribe -El Libro del Destino- *Capítulo 1: El Pasado de Isabel, 1ª Parte: La Familia Jacobson*

                                       Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: EL LIBRO DEL DESTINO*

PRIMERA PARTE: PLANES


¡Jack y Jacky se separaron! ¡ahora son 2! ¡Un hombre y una mujer! ¡Doble problemas para todos! ¿Lograrán cambiar sus destinos y el de los demás? Continuaciòn de La Maldición del Anillo de la Calavera. James y Jacky pasan su primera noche juntos...¿pero será la última?

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 1: El Pasado de Isabel**, 1ª Parte: La Familia Jacobson*


Hace aproximadamente 25 años atrás…

—¡Mamá, mamá! —Gritaba desesperadamente una pequeña y hermosa niñita
llorosa de largos cabellos dorados y ojos celestes mientras corría a
través de los muelles de Liverpool vestida con un hermoso vestidito
celeste haciendo juego con los moños que llevaba en su cabeza. La
chiquilla estaba bastante mal criada y sus caprichos iban a la par junto
a sus rabietas—. ¡George me está molestando!

Y efectivamente, un chiquillo de la misma edad que ella la estaba
persiguiendo con un pequeño pulpo en la mano. Este niño era el hermano
gemelo de Isabel y su aspecto era igual que el de su hermana. Él era un
chico muy inquieto y travieso, pero como Isabel, poseía un alma noble y
un corazón de oro.

Los hermanos se acercaron corriendo hasta una bella mujer que estaba
mirando el atardecer marítimo, ella se dio media vuelta para mirarlos a
ambos y les sonrió tiernamente.

Esta delicada mujer tenía una hermosura angelical, cabellos dorados,
ojos celestes, un rostro que invitaba a la bondad de tez tersa y blanca.
Su talla era esbelta y siempre la resaltaba con los vestidos más bellos
y modernos que tanto exigía la moda parisiense. Mary Ann Livsey parecía
un ángel que había descendido del mismo cielo para bendecir a todos con
su bondad y dulzura.

—¡Oh, niños¿Cuándo será el día en que se traten como hermanos? —les dijo
amablemente mientras se ponía en cuclillas y le quitaba el pobre
octópodo a su hijo y secaba la mijada mejilla de su hija con un pañuelo.

—¡Lo que pasa es que Isabel es una llorona! —se mofó el chico mientras
le sacaba la lengua a su hermana, quien al verlo, comenzó a hacer
puchero y nuevamente se puso a llorar.

—¿Lo ves, mamá¡La tonta llora por cualquier cosa!

—¡Shit! —Le hizo callar poniéndole suavemente el dedo índice en la
boca—. George, tu hermana es una dama, tú no deberías molestarla,
deberías protegerla como todo caballero.

—¿Así como papá te protege a ti, mamá? —preguntó su hijo con vivo interés.

—Así es, hijito —asintió con una hermosa sonrisa—. Tu padre es todo un
caballero y jamás permitiría que nos ocurriera nada malo. ¡Hasta el
mismo rey Jorge lo nombró Caballero de la Corte Real!

—¡Oh¡Yo quiero ser como él, mamá! —exclamó el chiquillo muy entusiasmado.

Pero antes de que ella respondiera, una voz masculina lo hizo:

—Y lo serás, pequeño caballerito, tan cierto como me llamo Steven Jacobson.

—¡Papá! —exclamaron muy felices los dos niños al unísono y se lanzaron a
sus brazos cuando éste se puso en cuclillas y abrió sus brazos cuan
largos eran para recibirlos en ellos con un cariñoso abrazo paternal.

Mientras él los abrazaba y los besaba afectuosamente, Mary lo observaba
con gran amor.

Steven Jacobson era un importante empresario de la marina mercante,
descendiente de una familia adinerada y con conexiones muy ligadas a la
familia real de Inglaterra. Hombre muy buen mozo, de ojos verdes y
cabellos castaños, buen físico y lo suficientemente alto sin llegar a
exagerar. Divertido en sus opiniones y completamente tranquilo e
inteligente. Era valiente y noble, capaz de hacer cualquier cosa por los
seres que amaba. Compartía con su esposa el gusto por la filantropía y
la caridad hacia instituciones benéficas. Vestía como todo hombre del
siglo XVIII, camisa blanca, chaleco amarillo, tricornio, casaca y
pantalones azules. Sus zapatos y el listón que ceñía su largo cabello
eran negros.

Él provenía de una familia exitosa en cualquier aspecto de la vida, pero
la desgracia siempre había marcado con saña todas las generaciones de
los Jacobson. Steven, quien rezaba a Dios e iba a la iglesia todos los
días, pedía que la desgracia no alcanzara a sus queridos hijos.

Luego de aquel afectuoso recibimiento por parte de sus pequeños, Steven
se puso en pie y miró con ternura a su bella esposa. La encontraba tan
hermosa como el día en que la había visto por primera vez en el parque
cuando apenas tenían 14 años. Desde que se habían casado hacía ya diez
años cuando ambos tenían 18 años, sus vidas habían sido tranquilas y
felices, muy pocas desavenencias habían tenido estos dos amantes esposos
durante toda su vida de casados.

Lentamente se acercó a ella y la tomó delicadamente de la mano para
luego besarla tiernamente en la frente.

—¿Estás lista, querida? —preguntó Steven.

—Tanto como nuestras cosas, querido —le sonrió dulcemente.

Y volviéndose él hacia sus hijos, les preguntó:

—¿Y ustedes también están listos, pequeños aventureros?

—¡¡Sí!! —le respondieron al mismo tiempo entre risotadas de alegría.

—¡Entonces partamos hacia América, la Tierra de la Oportunidad!

Todos rieron felices y se dirigieron hacia uno de los tantos barcos que
le pertenecía a Steven Jacobson para abordarlo y zarpar de inmediato
hacia la tierra prometida, en donde él pensaba fundar otra de sus tantas
empresas mercantes marítimas.

Ninguno de ellos imaginaba siquiera que muy pronto sus vidas cambiarían
completamente, sobretodo para la pequeña Isabel.

Varios días después, más exactamente el 19 de Marzo…

Toda la familia Jacobson se encontraba en cubierta observando el inmenso
y majestuoso mar. Mary tomaba de la mano a su hijo George y Steven tenía
a su hija Isabel alzada en brazos. Todos en el barco adoraban aquella
hermosa familia.

—¿En América hay escuelas, papá? —preguntó la chiquilla.

—Claro que sí, y muy pronto serán de las mejores —sonrió el orgulloso padre.

—¿Y también tienen muchos libros de cuentos?

—Muchos, tantos como en Inglaterra.

Entonces, la niña, miró hacia el cielo y extendió los bracitos diciendo
muy entusiasmada:

—¡Quiero ser una gran escritora, papá¡Quiero contar todas nuestras
aventuras en el mar y que todo el mundo las lean!

Steven rió de buena gana, no burlándose, sino acordándose de alguien muy
especial que siempre había dicho lo mismo cuando él era un niño.

—¡Te pareces tanto a tu tío Chris, querida¡Él decía exactamente lo mismo
cuando éramos pequeños!

—Pero el tiito escribe cosas aburridas —Isabel frunció el entrecejo y se
cruzó de brazos, tan seriecita que daba gracia—, yo quiero escribir cuentos.

—Tú escribirás lo que quieras, hija, lo que pasa es que tu tío es un
gran doctor y le encanta hablar de política y de libertad.

—Estoy de acuerdo con sus ideas —dijo de pronto Mary Ann—. Todos debemos
tener los mismos derechos no importa nuestra condición social.

—Esas ideas son un poco peligrosas para quienes viven bajo un gobierno
monárquico, querida, por esa razón mi hermano tuvo que escapar de
Francia y refugiarse en Portugal.

—Debiste haberle dicho que se viniera con nosotros a América, pues
escuché que allá los colonos tienen pensamientos muy independientes.

—No creo que él lo hubiera querido —negó suavemente con la cabeza y una
ligera sonrisa—, él no es un hombre muy afecto a las aventuras ni a los
viajes largos, querida…

—¡Pero el "Tío Espejitos" da unos obsequios formidables para Navidad y
cuenta chistes graciosísimos! —fue la jocosa intervención del pequeño
George que provocó la risa de toda su familia.

"Tío Espejitos" era un apodo que cariñosamente los gemelos le habían
puesto a su tío debido a su bondad y sus pequeños anteojos redondos.

Luego de unos momentos, cuando todos ya se hubieron calmado, Steven miró
hacia el horizonte y dijo un tanto triste:

—¿A ti te hubiera gustado que yo fuera tan liberal como mi hermano
mayor, Mary¿Te hubiera gustado más escapar por tus ideales que vivir
cómodamente bajo la monarquía¿Acaso prefieres que cambie mi manera de
ser para que ames mi forma de pensar?

Ella lo miró con ternura y colocó una de sus delicadas manos sobre el
brazo de su esposo. Los niños la miraron con interés.

—¡Mi querido Steven¿Cómo se te ocurre decir algo así? Tu hermosa
personalidad fue lo que me atrajo de ti, y en vez de refugiarme en otro
país, mi refugio fue tu cálido corazón, pues siempre fuiste y serás la
felicidad que siempre iluminará mi alma para toda la eternidad…

Él se volvió para mirarla, sus ojos vidriosos rebelaban la inmensa
gratitud que él le profesaba a esas palabras.

—Pues entonces¿me sigues amando, mi amor?

—Sin ninguna duda, querido. ¡Con toda mi alma!

Y sin decir una sola palabra más, Steven Jacobson acercó lentamente su
rostro al de ella y unieron sus labios en un tierno beso de amor. Isabel
y George, muy colorados, comenzaron a reírse y se taparon los ojos muy
avergonzados.

Pero aquella hermosa escena familiar fue interrumpida repentinamente por
unos horribles estruendos que se asemejaban a un potente trueno, era
algo extraño, ya que el cielo estaba completamente despejado.

—¡Al suelo! —exclamó Steven Jacobson y lanzó bruscamente a toda su
familia sobre el suelo de la cubierta y los cubrió con su cuerpo justo a
tiempo, ya que una tremenda explosión hizo volar parte de la barandilla
muy cerca de donde ellos se encontraban.

—¡¡PIRATAS A POPA!! —gritó de repente uno de los vigías que estaba sobre
uno de los puntos de observación en lo más alto de uno de los mástiles.

—¡¡Todos a sus puestos¡¡Encárguense de los aparejos¡¡Desplieguen todas
las velas¡¡Quiero toda la velocidad posible para poder escapar de esos
malditos piratas!! —gritaba muy preocupado el capitán del /Saint
Prudence /mientras iba y venía por la cubierta y el puente. En un
momento dado, se detuvo ante su naviero y su asustada familia y les dijo:

—Mi señor, ruego a Dios que aquellos perversos no nos alcancen hasta que
estemos en aguas seguras, pero si el destino está en nuestra contra, le
sugiero que busque un buen refugio para usted y su familia y se queden
allí hasta que pase el peligro —y dicho esto, se fue tan rápidamente
como habló.

Steven, tan anonadado como los demás pasajeros (que eran pocos, pues el
navío era especialmente mercante), se quedó mirando cómo se iba el
capitán Farrawey hacia el puente de mando para seguir dando órdenes a su
temerosa tripulación.

El dueño del navío notó con angustia cómo los marineros comenzaron a
armarse. Desesperado y preocupado por su familia, Jacobson se volvió a
ellos, notándolos muertos de miedo, así que decidió mostrarse valiente e
infundirles valor.

—Debemos buscar refugio de inmediato —les dijo mientras los abrazaba con
firmeza—, no debemos perder el tiempo.

—¿S-son piratas de verdad, papá? —preguntó el pequeño George, temeroso
pero sin poder evitar su natural curiosidad infantil.

—Sí, es por eso que debemos hacer lo que nos dice el capitán.

—¡Oh, querido¿Qué vamos a hacer si toman el barco? —Mary,
angustiadísima, hizo una pregunta que nadie hubiera querido formular.
Pero así era ella, práctica y realista.

Él la miró muy preocupado y lentamente rozó con su mano la tersa mejilla
de su amada esposa.

—Tenemos las pastillas, querida, no permitiremos que nos atrapen con vida.

Mary abrió grandemente sus ojos, sorprendida. Ella recordaba esas
pastillas, eran un veneno muy poderoso que mataría en unos segundos a
quien las tomara. Muerta de miedo, pero entendiendo perfectamente a su
esposo, asintió lentamente con resignada tristeza porque era preferible
morir antes de caer en manos de crueles piratas que eran capaces de
hacerles cualquier cosa terrible a ella y a los niños si los atrapaban.

Isabel nada decía, pero tenía aferrada entre sus manitas la delicada
mano de su madre. Estaba muy asustada y se esforzaba por no llorar, pues
quería ser fuerte como sus padres.

Sin decir nada más, Steven Jacobson tomo a Mary Ann de la mano y alzó a
la pequeña Isabel en brazos mientras su esposa tomaba a George de la
manita y juntos se dirigieron hacia el sector de los camarotes entre las
corridas de los asustados marineros y los ataques incesantes de los
cañonazos del barco pirata que cada vez estaba más cerca del navío mercante.

De repente, una bala de cañón destrozó uno de los mástiles partiéndolo
por la mitad y provocando que éste se viniera abajo con la mayor parte
de los aparejos, estrellándose contra la cubierta de babor, haciéndola
pedazos y dejando al descubierto la bodega repleta de mercadería. Con la
velocidad minimizada, las balas de cañón piratas comenzaron a destrozar
el casco del barco permitiendo así que el agua comenzara a inundar las
bodegas. En pocos minutos, el barco pirata repleto de bandidos, estaba
ya a unos pocos metros del navío mercante dispuestos a abordarlo y
eliminar a quien se le cruce en el camino para evitar que tomaran su
preciosa carga.

Ambos bandos se disparaban entre sí con sus mosquetes, pero los piratas
aventajaban a los marineros en municiones y armamento, puesto que ellos
llevaban una vida más violenta que los marines mercantes.

Una de los disparos impactó de lleno en la garganta del capitán
Farrawey, acabando con su vida en un instante y dejando a /Saint
Prudence/ sin dirección alguna y abandonado a su suerte, ya que el
segundo oficial también había sido asesinado.

Mientras tanto, en el camarote de los esposos Jacobson, Steven había
ocultado a su familia en un escondrijo secreto que él mismo había
diseñado en el suelo de madera: una especie de "doble fondo", un
diminuto cuartito en que sólo se podía estar en cuclillas unas cuantas
personas.

Una vez abierta la tapa, la mujer y los dos pequeños entraron con ayuda
del padre, pero Mary notó angustiada que su esposo se había quedado
arriba. Él no iba esconderse con ellos.

—Steven, tú…

Él, silencioso, asintió con triste resignación, pero en sus ojos se
leían el valor y la decisión que siempre habían caracterizado a los
Jacobson.

—Debo estar arriba en cubierta, querida, mi deber como hombre es ayudar
a los demás defendiendo el barco de los piratas.

—No… —Mary Ann quiso negarse, pero sabía que sería inútil. Quiso
contener las lágrimas, pero no pudo, éstas comenzaron a correr por sus
mejillas con impunidad. Lo único que pudo hacer, fue extender su
temblorosa mano hacia él.

Entonces, los asustados y afligidos niños, vieron cómo su querido padre
tomaba delicadamente la mano de su madre y la besaba con profunda pasión.

—Mary… —murmuró Steven con voz quebrada mientras sentía que la pena
comenzaba a embargar su corazón—, te he amado desde la primera vez que
te vi, mi querido ángel… Sólo quiero que sepas que si llegara a pasarme
algo malo, te estaré esperando en el Cielo, amada mía¡y nunca más
volveremos a separarnos!

—Steven…

Con el corazón roto, Steven Jacobson soltó la trémula mano de su amada y
antes de cerrar la portezuela, dio una última mirada a sus pequeños
hijos, quienes sollozaban en silencio.

—Adiós, pequeños, cuiden a su madre y sean valientes… y recuerden que su
padre siempre los ha amado.

Ya cerraba la portezuela cuando su hijita Isabel no pudo aguantar por
más tiempo la tristeza y corrió desesperadamente hacia su padre y se
aferró fuertemente a su mano mientras gritaba entre lágrimas:

—¡Papi! Papi¡No te vayas por favor¡No me dejes¡No quiero que te mueras!

Su padre, tratando de contenerse, pasó cariñosamente su mano sobre la
rubia cabecita de su hija, y luego de acallar un gemido de angustia, le
dijo:

—Mi querida princesa, no llores por tu papá, debes ser valiente para
darme valor, querida…

—¡No…! —negó ella aferrándose más al brazo de su padre. Ella se negaba a
soltarlo, pues sabía que si lo hacía, nunca más volvería a verlo.

Steven abrió la boca para decirle algo, pero en ese momento, se escuchó
un terrible golpe y todo el navío se estremeció. Los piratas habían
logrado capturar el barco y muy pronto lo abordarían. Entonces, sin
decir nada más, Steven Jacobson trató de desembarazarse de su hija, pero
ella era tan testaruda que se aferraba con fuerza a su brazo.
Sintiéndolo en su corazón, él tiró bruscamente de Isabel y se la entregó
a su angustiada madre. La niña chillaba y pataleaba para que la soltaran.

—Los amo —se despidió Steven con lágrimas en los ojos y cerró la
portezuela, llevándose en su alma las tristes expresiones de sus rostros.

Angustiados y temerosos, la madre y sus hijos escucharon los pasos de
Steven alejándose de allí para luego perderse entre la ruidosa batahola
provocada por la batalla. Muy pronto, su padre se uniría a la batalla en
donde probablemente no saldría vivo.

Los tres permanecieron en absoluto silencio (excepto por algunos
ocasionales llantos de los niños), escuchando todo lo que ocurría en el
navío: disparos, gritos aterradores, blasfemias proferidas por los
piratas, detonaciones de los cañones, etc. Mary Ann abrazaba con fuerza
a sus pequeños hijos, de tanto en tanto les decía palabras de consuelo
tratando de calmarlos y siempre rezaba para sus adentros que Dios
acogiera el alma de su marido si éste llegara a perecer.

Por cada grito que ella escuchaba, sentía que su corazón se encogía de
dudas y dolor al pensar en que el muerto podría ser su marido, pero, un
terrible golpazo en la puerta de entrada a la sección de los camarotes,
hizo que se olvidara de Steven para tratar de escuchar con atención cómo
alguien abría la puerta con dureza para después escuchar pasos de
pesadas botas sobre el piso, deteniéndose de tanto en tanto. Parecía ser
que el dueño de aquellas botas estaba registrando todo a su alrededor.
Asustada y alertada, Mary temió que aquel sujeto los descubriera¡no
quería pensar siquiera lo que un sucio pirata podría hacerle a sus hijos
si los atrapaba! Había que hacer algo de inmediato, debía alejarlo de
sus hijos.

Ya resuelta, Mary se volvió a sus hijos y les pidió que por nada del
mundo salieran de allí.

—¿A dónde vas, mamá? —preguntó muy afligido su hijo George.

—Voy a buscar a tu padre —mintió, ella no quería preocupar a sus hijos
sobre su posible destino.

George e Isabel se pusieron muy contentos con la idea de ver pronto a su
padre, olvidando sus temores momentáneamente como sólo los niños de su
edad saben hacerlo.

Antes de abrir la portezuela, ella le entregó un frasquito a su hijo y
le dijo:

—Escucha, hijo mío, si yo no regreso de inmediato, quiero que tú y tu
hermana tomen una pastilla de este frasco cada uno¿entendido?

El pequeño asintió, pero Isabel, con su espíritu siempre cuestionador
preguntó:

—¿Y para qué son, mamá?

Ella la miró detenidamente antes de contestar.

—Les ayudará a dormir, y cuando despierten, todos volveremos a estar juntos.

Los gemelos volvieron a sonreír, e inocentemente, creyeron las palabras
de su madre.

—Recuerden que su mamá siempre los ha amado mucho más que a su propia
vida, mis angelitos…

Entonces, Mary Ann besó a cada uno de sus hijos en la frente mientras
trataba de contener sus lágrimas y salió rápidamente del escondite
dejando la portezuela bien cerrada y a sus hijos muy preocupados.

La mujer caminó con cautela y sin hacer ruido a través del camarote,
cuando estuvo ya frente a la puerta, se paró y suspiró tratando de
reunir valor. Si uno de aquellos espantosos piratas había entrado al
pasillo, ella debía alejarlo del escondite de sus hijos y hacerle pensar
que ella era la única en ése lugar. Mary sabía lo que aquellos salvajes
podían hacerle, la aterrorizaba la idea, pero con tal de salvar a sus
hijos era capaz de cualquier sacrificio.

Una vez decidida, la joven abrió la puerta y se encontró de lleno con un
asqueroso pirata inmundo, quien se regodeó de lujuria al ver semejante
belleza.

Asustados, Isabel y George escucharon a su madre gritar y se quedaron
como petrificados, luego, empezó una especie de lucha, pues los niños
escucharon forcejeos, fuertes pisadas y gemidos de riña.

—¡Mamá! —llamó desesperadamente la pequeña Isabel entre la oscuridad del
escondite.

—¡Cállate! —le gritó autoritariamente mientras seguía luchando
heroicamente contra el pirata.

—¿Así que tienes una renacuaja escondida aquí? —dijo el maligno hombre,
sonriendo maliciosamente mientras sujetaba fuertemente las muñecas de la
joven contra la pared—. Quizás ella quiera participar en la juerga¿no te
parece¡Jah jah jah jah jah!

Al escuchar semejante blasfemia, Mary Ann sintió una ira tal que le dio
una tremenda patada en la entrepierna al malvado pirata, dejándolo
seriamente lastimado en el suelo.

Con la ropa hecha jirones, la mujer se sintió vengada, pero no pudo
disfrutar mucho tiempo su victoria, puesto que otro pirata entró y le
dio una tremenda bofetada lanzándola contra la cama y se le tiró encima
dispuesto a abusar de ella. El despreciable sujeto comenzó a despedazar
su vestido, golpearla en la cara para apaciguar su lucha y a tratar de
manosearla y besarla. Mary Ann resistía como podía, en su mente no
estaba la intención de salvarse a sí misma, sino el alejar a aquel
repugnante pirata de allí, alejarlo del escondite de sus hijos.

Mientras ellos dos luchaban en la cama, Steven Jacobson hizo su
repentina aparición y le disparó por la espalda al pirata con su
mosquete, matándolo en el acto.

—¡Querido! —exclamó gratamente su esposa entre lágrimas, muy sorprendida
al verlo con vida. Inmediatamente él se lanzó a sus brazos y la abrazó
con todas sus fuerzas.

—¡Mary Ann¡Dios mío¡Te dije que no salieras! —le recriminaba mientras la
llenaba de besos.

—¡Es papá¡Es papá! —exclamaba lleno de alegría el pequeño Jacobson
mientras miraba todo por una rendija de la portezuela.

—¡Sí! —exclamó su hermana llena de alegría.

Pero, sin que nadie se lo esperara, otro pirata hizo su aparición e
inesperadamente sacó su cuchillo y tomando a Steven del cabello, le
cortó el cuello, matándolo en el acto.

—¡¡Papá!! —gritaron los gemelos al unísono mientras veían a su padre
caer pesadamente al suelo ya sin vida. Fortalecida por la ira y la
desolación de ver muerto a su amado esposo, Mary Ann se lanzó encima del
asesino y comenzó a golpearlo y a arañarlo entre insultos. El pirata,
que era muy alto y joven, rió despectivamente y de un solo movimiento
tiró a la mujer al suelo, en donde el repulsivo pirata quiso desatar sus
impulsos lujuriosos sobre ella.

Al ver a su madre en peligro, el instinto natural de Geroge fue salir a
ayudar a su madre como fuera, y así lo decidió. Tomó a su hermana por
los hombros y le dijo con un tono muy serio para su edad:

—Tú quédate aquí, hermanita, es hora de que yo me comporte como un
caballero.

—¡No! —negó la llorosa niña.

—¡Tienes que hacerme caso, tonta¡Soy tu hermano mayor!

—S-sólo porque tú naciste antes que yo eso no te da derecho a decirme lo
que tengo que hacer… —replicó Isabel entre sollozos.

Geroge sonrió, siempre habían tenido aquella clase de rencillas, pero
siempre habían sido muy buenos amigos a pesar de todo.

Un grito de su madre le hizo volver a la realidad.

—¡Tengo que ir a ayudar a mamá! —exclamó el valiente niño mientras
soltaba a su hermana y se disponía a abrir la portezuela, pero Isabel lo
sujetó del brazo y se negó a soltarlo.

—¡No vayas¡No me dejes sola!

Viendo que su hermana no lo dejaría ir, George hizo acopio de toda su
voluntad para darle un severo empujón a Isabel, lanzándola de golpe al
suelo, y mirándola con lágrimas en los ojos, le dijo:

—Adiós, hermanita, cuídate.

Y salió de su escondite, dejando a su hermana llorando desconsoladamente.

Entonces, Isabel se incorporó, y parándose sobre un cajón, abrió un poco
la portezuela par ver lo que estaba ocurriendo.

El pequeño pero valiente niño se había lanzado contra el pirata que
atacaba a su madre, y con sus pequeños puños y sus débiles patadas, lo
atacaba con mucho empeño para que soltara a su madre. Un tremendo
mordiscón en la oreja del atacado, hizo que este por fin le tomara en
serio y dejó a la golpeada mujer para tomar al niño por el cuello y
comenzar a ahorcarlo. Mary Ann quiso intervenir y tomando el cuchillo
con el que habían matado a su esposo, se lo clavó en la pierna, puesto
que el pirata seguía encima de ella. Enfurecido por el dolor y la rabia,
el hombre sacó su mosquete y le disparó a la valiente madre a la cara,
asesinándola.

Isabel se quedó completamente estupefacta, sin habla, como si se hubiera
convertido en piedra, ni siquiera pudo reaccionar cuando vio a su
hermanito expirar bajo la poderosa mano de aquel maldito asesino. Todo
lo que estaba sucediendo no podía ser verdad, era una horrorosa
pesadilla, solo era eso.

De pronto, el pirata de negros dientes y oreja sangrante la miró con
aquellos ojos inyectados en sangre.

—De modo que solamente quedas tú, mocosa del demonio…

—¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhhh!!!! —Isabel se despertó gritando con
desesperación en la cama, cubierta de sudor, pero pronto pudo aclarar su
mente y supo que otra vez había tenido aquella horrible pesadilla¡pero a
excepción de que esta vez había sido tan real¡Tan exacta¡Aún le parecía
ver todo con absoluta claridad!

Sollozando desconsoladamente al recordar a su querida familia, Isabel se
cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar desconsoladamente.
Momentos después, mientras intentaba calmarse, murmuró para sí:

—Maldito seas Jack Sparrow, la primera vez te perdoné por consideración
a James, pero ahora nada podrá impedir que yo acabe con tu vida de una
buena vez y concluya con mi venganza.




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