Fanfic Piratas del Caribe -El Libro del Destino- *Capítulo 6: Preparativos *

                                            Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: EL LIBRO DEL DESTINO*

PRIMERA PARTE: PLANES


¡Jack y Jacky se separaron! ¡ahora son 2! ¡Un hombre y una mujer! ¡Doble problemas para todos! ¿Lograrán cambiar sus destinos y el de los demás? Continuaciòn de La Maldición del Anillo de la Calavera. James y Jacky pasan su primera noche juntos...¿pero será la última?

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 6: Preparativos *


Los días pasaban, James y Billy avanzaban bastante rápido con sus
lecciones de "Comunicación por Señas" gracias a que Madame Foubert era
muy buena enseñando; además, la sola presencia de Norrington, animaba a
Billy con sus estudios y éste había progresado muchísimo con su nuevo
leguaje. El mismo pequeño se daba cuenta de lo mucho que comenzaba a
servirle sus nuevas habilidades, pues, para su sorpresa, ya podía
mantener una conversación con su querido protector y eso lo hacía muy
feliz. Paradójicamente, la manera en que agradeció al ama de llaves
tanta "amabilidad" no fue exactamente lo que ella esperaba, pues el
chico, travieso por naturaleza, le hacía las mil y un bromas pesadas. Un
día le había echado engrudo a sus zapatos antes de que ella se
despertara al amanecer, Madame se los puso y… casi vomitó por el asco
que le causó aquella masa viscosa de harina y agua en sus esbeltos pies.
Billy fue castigado severamente con limpiar el baño todos los días. En
una tarde lluviosa, después de que Foubert le hubiera regañado por no
hacer su tarea, Billy había logrado meter un montón de perros sucios y
mojados a la habitación de la mujer, provocando tal desastre, que Annete
tuvo que irse a dormir a la habitación del chico, donde ella lo mantuvo
como a su esclavo personal haciendo todo lo que Annete le pedía a modo
de castigo. Deseoso de venganza, el incorregible muchachito echó una
buena cantidad de polvo de rábano picante a la sopa de la cena. Pero le
salió el tiro por la culta, pues gracias a eso, todos los integrantes de
la casa (incluyéndolo a él), enfermaron del estómago. Al día siguiente
todos amanecieron sintiéndose bastante mal, pero justo cuando más
necesitaban un doctor y no los remedios caseros de Madame Foubert, dos
personas muy queridas por el comodoro James Norrington, llegaron de
visita a su casa.

—¡George¡Doctor Jacobson¡Qué gusto volver a verlos! —saludó James
alegremente mientras entraba por la puerta del salón y se dirigía hacia
los recién llegados, quienes habían estado esperándolo después de que la
doncella que los había hecho pasar fuera a darle la buena nueva al amo
de la casa.

—También comparto tu alegría de vernos de nuevo, amigo mío —le dijo
George tomando la mano que Norrington le tendía amistosamente. El sólo
tacto de su piel, puso a Isabel un tanto nerviosa, pero logró contenerse
para no sonrojarse y ponerse en evidencia.

—Doctor Jacobson, se lo ve tan bien como siempre¿cómo estuvo el viaje?

—Como todo viaje, joven James, tranquilamente aburrido —con una
simpática sonrisa dirigida al comodoro, inclinó su cabeza a modo de
saludo. El visitado respondió de igual manera.

El almirante George Jacobson se rió de buena gana.

—Creo que mi tío se ha aficionado demasiado a mis aventuras.

—No lo dudo —rió también James—, pero creo que los "peligros" que hay
ahora en mi casa no son nada comparados a esas aventuras.

—¿A qué te refieres? —inquirió George extrañado.

—Bien, pues, una especie de "batalla" se ha organizado en mi hogar entre
el pequeño Billy y mi vieja ama de llaves. Verás, los dos…, no se soportan.

—¿Te refieres al niño sordomudo que tomaste a tu cargo? Ya sabía que era
un truhan —comentó con desaprobación.

—Bueno, no es toda su culpa… Lo que pasa es que mi ama de llaves no es
muy fácil de tratar que digamos…

Apenas terminó de decir eso, que los tres escucharon a una mujer
exclamar en voz alta por el corredor:

—¡No se corre por los pasillos, mocoso malcriado!

De repente, la puerta de la elegante sala se abrió y entró Billy tan de
prisa como si estuviera persiguiéndole el mismo diablo, detrás de él
entró Annete Foubert murmurando muy enojada y con pasos firmes y decididos:

—No sé para qué le levanto la voz a este niño si ni siquiera escucha los
truenos más ruidosos… —inmediatamente se quedó muda y tiesa como un palo
al darse súbitamente de frente con las visitas, Billy también se había
sorprendido al ver al estoico almirante George Jacobson, a quien le
guardaba bastante recelo.

Solamente bastaron unos segundos, pero las miradas del doctor Jacobson y
Madame Foubert se cruzaron por un instante y ambos se quedaron
inmediatamente prendados del uno al otro, pero como ella era tan
orgullosa y él tan burlón, ninguno de los dos lo demostró a ojos vistas.

—Buenos días, me llamo Christian Jacobson —saludó rápidamente el doctor
con su habitual calma—. Encantado de conocerla, señora…

—Mademoiselle sería lo correcto, Monsieur Jacobson, pero debido a mi
edad correspondería llamarme Madame Foubert, Annete Foubert —replicó la
elocuente ama de llaves.

—Pues yo preferiría llamarla Mademoiselle Foubert, sería lo correcto, mi
querida Annete —le dedicó una radiante y hermosa sonrisa.

Sin comprender muy bien el porqué, la francesa se puso nerviosa y
enseguida se puso a la defensiva.

—Monsieur Jacobson, veo que usted no es todo un caballero como lo
aparenta, debería respetar los deseos de una dama; usted me llamará por
Madame Foubert y no de otra forma¿ha entendido?

—No se preocupe, siempre respeto los deseos de una bella dama, madame
Foubert, pero no significa que esté en absoluto de acuerdo con ellos… —y
se inclinó ligeramente ante ella, sonriéndole amistosamente.

Annete se le quedó mirando y luego bufó fastidiada, por lo visto, aquel
hombre no se amedrentaba para nada con su fuerte carácter.

—Bien… —comenzó a decir James un tanto asombrado—¿qué les parece si
vamos a tomar un poco de té para celebrar vuestra llegada?

—Sería lo correcto —argullo el ama de llaves, y no sin mirar antes de
reojo al doctor, se marchó a la cocina para poner a la cocinera y a la
servidumbre al tanto.

Una vez que la mujer desapareció del salón, Isabel se aproximó a su tío
y le dijo:

—Pero, tío¿qué les pasa? Es como si estuvieran batallando una partida de
ajedrez mental.

Christian la miró sonriente, sus ojos celestes brillaban juguetones a
través de sus pequeños anteojos redondos.

—Lo que pasa, mi querido sobrino, es que esa dama ha cautivado por
completo mi corazón y no descansaré hasta hacérselo saber en cuanto ella
esté lista para aceptarme. Y ahora, vamos al salón del té que me muero
por probar sus bocadillos…

Estupefactos, James e Isabel vieron al incorregible y sincero doctor
dirigirse hacia la cocina, seguramente a "jugar otra partida de ajedrez
intelectual" con la mujer francesa.

El doctor Christian Jacobson, había percibido con su natural y profunda
inteligencia intuitiva, que Mademoiselle Annete Foubert también había
sentido una especie de atracción hacia él, y viendo en ella a una mujer
inteligente y de buen corazón, no había dudado en cortejarla. A juzgar
por su temperamento, Christian sabía que la francesa iba a ser un "hueso
duro de roer", pero él, como todo buen Jacobson, no era hombre de
hacharse para atrás cuando se decidía a conseguir algo, así que estaba
dispuesto a conquistar a aquella fina dama por más que se le resistiera.

El doctor Jacobson podría ser bastante enamoradizo, pero una vez que se
prendaba de alguien, le era absolutamente fiel hasta la muerte.

Vale la pena relatar un poco sobre la vida de este distinguido
caballero, pues su experiencia en la vida le había valido una gran
sabiduría, sobre todo en el amor.

Christian Jacobson, de un sentido del humor fino e inteligente, siempre
sabía llevar una simpática sonrisa en su resplandeciente rostro maduro.
Pero, su manera de ser rebelaba a un hombre totalmente romántico.

Tres veces había entregado su corazón y tres veces se lo habían roto; La
primera vez se había enamorado locamente de una bellísima dama que había
conocido apenas cumplidos sus 16 años de edad, pero ésta lo había
engañado reiteradamente con diferentes caballeros, hiriendo su corazón;
luego, cuando había cumplido 23 años, se había enamorado de una fina y
dulce dama con quien se había casado de inmediato y tenido dos hermosos
hijos a quienes amaba muchísimo, pero luego de un par de años, una
terrible peste se los había arrebato de su vida dándole uno de los
peores golpes de toda su existencia. Luego de pasados algunos años de
respetuosa viudez, había tomado a su cargo a la pequeña Isabel y
conocido a una buena señora, viuda como él, con quien había decidido
casarse, pero después de haber conocido los planes de su sobrina, él
había resuelto romper el compromiso, así como el corazón de su prometida
y el suyo propio para ayudar en los planes se Isabel.

A pesar de todo lo que había vivido en su dura vida, a diferencia de su
sobrina, Christian mantenía una poderosa fe en el destino y en sí mismo.
Convencido con la idea de que todas las personas venían a este mundo a
cumplir con un destino, y creía fielmente en que su destino era ayudar
desinteresadamente a los demás.

Quizás su romanticismo innato era lo que había logrado que se conmoviera
por la infortunada historia de amor de aquella extraña pero atractiva
pareja que formaban Jacky y Norry. Christian no era hombre de
prejuicios, su mente estaba abierta a todo estilo de vida y opiniones
diversas, por eso era que no veía nada de malo en que aquellos dos se
hubieran querido. Pero lo que ahora lo preocupaba, era que su sobrina
Isabel no había tolerado ni toleraría semejante suceso, ya que sabía que
ella estaba enamorada del comodoro Norrington y era muy testaruda como
para darse por vencida. Ella había hecho cualquier cosa por separarlos y
haría cualquier cosa para tener a James como su esposo.

.Christian no era un hombre muy fuerte físicamente, ya que siempre había
sido enfermizo desde pequeño, pero poseía una tremenda fuerza de
voluntad que siempre lo ayudaba a hacer frente a cualquier problema que
se le presentara o ayudar a quien lo necesitara. Por eso, aunque nunca
estuviera al cien por ciento, como buen Jacobson que era, jamás desoía a
su innata testarudez para prestar su ayuda a quien lo necesitara. Como
su sobrina, por ejemplo, por quien daría su propia vida sin dudarlo.

Isabel casi nunca lo había visto enojado, ya que él era un hombre
pacífico y bondadoso, renuente a las peleas. Pero aún así él no era
ningún cobarde, ya que si tenía que enfrentarse a alguien para salvar a
algún ser desafortunado, lo hacía sin dudarlo. Aún así, el doctor
Christian confiaba plenamente en que las disputas podían arreglarse con
el poder de la palabra y no con el filo de una espada. Pero, si por
alguna situación él llegaba a enojarse, resultaba ser un enojo de
tranquilo reproche, su mirada era franca y directa, de su boca salían
graves palabras llenas de verdad que hacían pensar a cualquiera que
tuviera algo de sesos en la cabeza.

El doctor no era un hombre perfecto, ni mucho menos un santo, tan solo
era un hombre dotado de una gran sabiduría y bondad. Su sobrina Isabel
siempre bromeaba con él diciéndole que se había equivocado de profesión,
que él tenía que haberse convertido en una especie de monje Zen o monje
Franciscano. Pero por más bueno que éste fuera, jamás se dejaba pisotear
por nadie, ya que no era ningún tonto y sabía muy bien cuáles eran sus
derechos. Detestaba la injusticia, los excesos de poder y la
irracionalidad de los que se creían más que los demás. Tan grande era su
ideal, que en su juventud había integrado una pequeña banda de muchachos
revolucionarios. Quizás, aquel idealismo provenía de su línea materna de
origen francés, que más adelante, dicho idealismo llevaría a la
Revolución Francesa en el lejano año 1789. Y justamente ése fuerte
idealismo de "Libertad, Igualdad y Fraternidad", tan diferente a la de
su sobrina quien creía en el idealismo inglés del "Imperialismo
Capitalista", lo que llevaba a ambos a protagonizar algunos pequeños
desacuerdos políticos y una que otra escaramuza sin importancia.

Hábil en el manejo de la espada como en el uso de las armas de fuego, se
negaba a utilizarlas en contra de alguien, salvo si la vida de algún
inocente necesitara de su protección. El doctor Christian amaba a los
animales y adoraba la naturaleza, y desde muy temprana edad se había
negado a comer cualquier ser vivo convirtiéndose en todo un vegetariano.

Él era un hombre que creía en el destino, en la justicia, en la bondad
oculta en la persona más corrupta, los libros y la lógica. Sabía
escuchar y dar consejos a quien los necesitara, sin interesarse si los
seguían o no, ya que él dejaba que los demás tomaran sus propias
decisiones, que siguieran su propio camino, sea bueno o malo.

Por eso, el doctor no le había objetado nada a su sobrina cuando ésta
había tramado aquel sucio plan. La había ayudado sin chistar, pero al
ver el sufrimiento y la ira que crecían cada vez más y más en el corazón
de Isabel con cada año que pasaba, la culpa comenzó a gobernar su
espíritu, considerándose un auténtico fracaso como "protector" de su
sobrina. Ahora, Christian Jacobson, intentaría por todos los medios
persuadir a su sobrina de tomar un camino diferente en la vida, uno que
fuera tan normal como la de cualquier mujer, y también, claro está,
Mademoiselle Foubert formaría parte de su vida.

—¿Así que te han invitado al baile de máscaras de los Swann, James¿Y tú
deseas asistir? —preguntó George "Isabel" Jacobson mientras se llevaba
una taza de delicioso té a la boca.

—No siento muchos deseos de ir, pero sería una descortesía no hacerlo…
—respondió su amigo tomando de la bandeja de plata uno de los deliciosos
sándwiches ingleses que tan bien le quedaban a Annete.

James, Isabel, Christian y Annete se encontraban en el hermoso y pequeño
jardín de la casa del comodoro, todos estaban sentados bajo un gran
tejado cubierto por una bellísima enredadera de flores anaranjadas. Unas
aristócratas sillas blancas y una mesita de té estaban dispuestas para
quienes deseaban un momento de paz y relajación en aquel tranquilo jardín.

El comodoro miró detenidamente a su compañero y preguntó:

—Tal vez, si tú asistieras, yo no me sentiría tan a disgusto…

—¿Te parece? —replicó su amiga, y aunque mantenía una gran seriedad en
su semblante, su cabeza comenzó a trabajar en una idea brillante que se
le acababa de ocurrir—. Lo siento mucho, James, pero sin una invitación
sería una falta de respeto ir a ese baile.

—¡Pero eres una persona distinguida e importante! No creo que te nieguen
la entrada.

—Lo siento, pero no es mi costumbre romper con las normas de la sociedad.

—Pues eso suena algo extraño viniendo de alguien como tú… —protestó su
amigo mientras se reclinaba sombre su silla algo contrariado. Isabel lo
miró un tanto divertida; ¡ni por todo el oro del mundo asistiría a ese
baile como el almirante Jacobson!

—Señorito Norrington —comenzó a decir Annete con su inconfundible tono
altanero—, el señor Jacobson tiene toda la razón, él no puede asistir a
un baile en el cual no fue invitado. Debería usted seguir su ejemplo, el
señor Jacobson sí sabe cómo comportarse en…

—¿Juega usted al ajedrez, Madame? —La interrumpió de repente el doctor
Jacobson; un tanto ofendida, el ama de llaves respondió con celeridad y
con un ligero tono desafiante:

—Tan bien como el que más, Monsieur Jacobson.

—¿Pues qué le parece jugar una partida?

—Encantada. Verá cómo le gano, siempre he sido la mejor de mi clase.

—¡Oh¡Veo que usted ha sido muy bien educada, madame Foubert!

—Siempre me ha gustado poner a hombres "sabelotodo" en su lugar,
Monsieur Jacobson.

—¿Me pondrá entonces en mi lugar, madame?

—¡Oh! Eso no lo sé, pues aún no lo considero un "sabelotodo", Monsieur.

—¿Debo tomarlo como un cumplido, entonces?

—No, debe usted tomarlo como un doble sentido.

—¿Acepta entonces, madame?

—Acepto, Monsieur.

Una vez terminado el cruce de palabras ingeniosas entre los dos, ambos
se dirigieron hacia la biblioteca en donde James tenía un hermoso
tablero de ajedrez.

—Se ven muy pintorescos aquellos dos cuando están "peleando" —comentó
Norrington con un cierto dejo de triste añoranza en sus ojos.

—Sí, nunca he visto a mi tío tan feliz, y eso que siempre está feliz...
—la sonrisa del rostro de Isabel desapareció inmediatamente al notar
aquella extraña expresión en la cara de su amigo. Ella sabía
perfectamente lo que él estaba pensando en ese momento, y no le gustó en
lo absoluto.

— ¿Aún la extrañas? —preguntó fríamente.

El comodoro James Norrington, sobresaltado, la miró muy colorado.

—¿A-a quién te refieres? —trató de disimular la repentina angustia que
había gobernado su corazón.

La joven mujer disfrazada de Almirante bufó fastidiada.

—No me engañas, James —dijo—, sé muy bien que estás pensando en esa
sucia pirata.

Su amigo estaba a punto de replicarle, pero supo de inmediato que le
sería casi imposible engañar a su amiga, así que cerró la boca y se
quedó callado a la espera del sermón.

—Eres un tonto sentimental, James, estás perdiendo el tiempo en una
mujer que jamás existió en realidad. ¡Piensa en lo mucho que se debe
estar riendo de ti ese maldito truhan de Jack Sparrow¡Eres el hazmerreír
de todos¿Por qué no te olvidas de ella de una vez y te dedicas a buscar
a otra mujer que realmente te quiera y te valore como lo que eres?

Aunque dichas con sinceridad, aquellas ciertas pero duras palabras se
clavaban cada una ferozmente en el destrozado corazón del comodoro, pero
como todo buen inglés, supo disimular su dolor y mantener el semblante
tan estoico como pudo.

—… Quizás tengas razón, amigo mío…, quizás tengas razón, pero…, yo…
—trato de hablar lo más serenamente posible, pero su voz casi se quebró
al final y la taza que mantenía en sus manos tembló y se cayó al suelo,
haciéndose mil pedazos.

—¡Oh, James! —exclamó Isabel muy afligida mientras se levantaba de su
silla y se dirigía velozmente hacia su amigo para arrodillarse ante él y
tomar sus temblorosas manos. El comodoro Norrington mantenía su cabeza
baja, sin animarse a levantar la vista y mirar a su amiga.

—¡Oh, James! —volvió a repetir la joven mientras apretaba fuertemente
las manos de su amor secreto—. Es doloroso aceptarlo¡pero ya es hora de
que te olvides de ella, que olvides el pasado y pienses en el
futuro¡Piensa en tu vida¡Piensa en tu trabajo¿Acaso no te darás otra
oportunidad para volver a ser feliz?

James la miró a los ojos y ella se quedó estupefacta¡pudo ver que en esa
triste mirada había una enorme determinación y firme entereza!

—No es otra oportunidad lo que busco, George, ya he renunciado a ella
cuando perdí a Jacky…

Se levantó y miró hacia el hermoso cielo azul con estoica resignación.

—Desde ahora en adelante, pondré toda mi vida y voluntad en mi trabajo.
Buscaré a Jack Sparrow y le haré pagar por todo lo que me hizo, cueste
lo que me cueste.

Isabel Jacobson no dijo nada, pero se prometió a sí misma que se
mostraría ante James como la hermosa mujer que era y le demostraría que
sí había otra oportunidad para ser feliz.

"Se lo diré después del baile —pensó con determinación—, y él me
aceptará como su esposa así tengamos que casarnos en secreto o huir".

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El comodoro James Norrington les ofreció a sus amigos hospedarse en su
casa, quienes aceptaron gustosos aquella propuesta. Mientras los dos
oficiales disfrutaban de su buena amistad, Christian y Annete se
dedicaban a una batalla intelectual entre los dos cada vez que se veían;
a cual de los dos más sagaces. El pobre Billy tenía que seguir
estudiando sus lecciones, pero aprovechaba cada tanto para hacerle una
que otra travesura a su "maestra".

Isabel nada dijo a su tío sobre sus planes para la noche del baile, pero
a él se le hizo algo extraño cuando justo el día anterior a dicho
acontecimiento social, su sobrina volvió de uno de sus paseos por la
colonia de Port Royal con un gran paquete bajo el brazo. Suponiendo que
Isabel era lo suficientemente madura como para no cometer una tontería,
el doctor Jacobson no hizo ninguna pregunta al respecto y dejó a su
sobrina hacer lo que le pareciera.

La noche del baile de máscaras ofrecida por la hija del gobernador,
Elizabeth Swann, para celebrar su compromiso con el joven y buen mozo
William Turner, llegó tan rápido para James que no le dio mucho tiempo
para prepararse debidamente sin correr el riesgo de llegar tarde al
baile. Ya vestido para aquella ocasión tan especial, James se miró en el
gran espejo de su habitación: vestía su elegante traje de ceremonia con
el que había recibido la nominación de comodoro del gobernador aquel día
en que se le había declarado a Elizabeth y encontrado con Jack Sparrow
por primera vez. También llevaba la bella espada que Turner le había
fabricado en una hermosa vaina. Frunció el ceño, faltaba lo más
importante: la máscara.

Isabel Jacobson, alias, George Jacobson, estaba en el salón esperando a
que su amigo apareciera por las escaleras. Sentada sobre un gran sofá
carmesí vestida con ropas de hombre, mantenía su mirada fija en la gran
puerta de ébano, ansiosa por verlo con sus galantes ropajes. Y cuando ya
estaba poniéndose nerviosa, una de las dos hojas de la puerta se abrió y
dio paso a un elegante y atractivo comodoro James Norrington, quien
llevaba un hermoso antifaz blanco perlado sobre su rostro cuidadosamente
empolvado. Su amiga sintió cómo su corazón comenzaba a latirle con
pasmosa velocidad, hasta podía sentir la clásica sensación de
"mariposas" en el estómago. ¡Él se veía tan guapo¡Parecía un príncipe!

—¿Me veo bien? —le preguntó James con cierto pavoneo.

—Serás la envidia de todos los demás caballeros —no quiso agregar "la
atracción de todas las damas", pues estaba muerta de celos.

—Vamos, George, no es para tanto… —sus palabras sonaron un poco faltas
de modestia, pero no pudo evitar ponerse colorado. Miró el reloj, ya
eran las nueve y media de la noche.

—Ya tengo que irme, llegaré tarde al baile —Farfullo y se dirigió
apresuradamente hacia la puerta, pero antes de desaparecer tras ella,
volvió la cabeza hacia su amiga y le dijo con pesar:

—Es una verdadera lástima que no puedas acompañarme por culpa de tu
jaqueca, amigo mío, la invitación que recibiste esta mañana se
desperdiciará.

—No te preocupes por eso, mi tío empleará muy bien esa invitación, ya lo
verás —sonrió pícaramente y se inclinó hacia atrás con la mano sobre la
frente, fingiendo una vez más su falso padecimiento—. Cuando regreses
estaré mucho mejor, tú diviértete por mí… —lo miró fijamente—. Sé que no
te arrepentirás de haber asistido, te lo aseguro…

James frunció una ceja un tanto confundido, pero se despidió de su amiga
y salió al corredor en donde el doctor Christian Jacobson lo estaba
esperando en compañía de madame Foubert. Los dos estaban vestidos sobria
pero elegantemente, con un traje de terciopelo negro él y con un vestido
gris de tarlatana ella. El doctor llevaba una máscara propia de los
festivales de Venecia, era blanca, con una nariz larga, líneas rojas
sobre los orificios de los ojos y una marcada sonrisa negra algo burlona
y siniestra a la vez pintada sobre la máscara. El ama de llaves llevaba
puesto un delicado antifaz color plata con largo y delgado mango lateral.

—¿El doctor la invitó al baile, madame Foubert? —preguntó asombrado el
comodoro.

—Más bien yo le pedí que me diera la invitación si ésta no iba a ser
aprovechada, señorito Norrington —le replicó tan ufana como un pavo
real—, debo vigilar que "esa" mujer no vuelva a acercarse a usted.
Seguramente aprovechará este baile para volver a conquistarlo o algo así.

James torció el gesto disgustado, no le gustaba para nada que lo esté
vigilando a su edad¡él ya no era un muchacho, por el amor de Dios!

—Bien, ya vámonos que se ha hecho muy tarde ya —dijo un tanto molesto el
comodoro Norrington mientras se dirigía a la puerta principal.

Justo cuando Annete estaba por seguir a su niño, el doctor Jacobson se
adelantó a ella y le ofreció su brazo mientras le decía galantemente:

—¿Nos vamos, Madame Foubert? Puede usted tomarse de mi brazo con confianza.

Ello lo miró con su peculiar vista de halcón y le dijo con un tono
bastante presuntuoso:

—Es confianza lo que no le tengo a usted, Monsieur Jacobson, es
demasiado inteligente para mi gusto.

—Puede tenerme toda la confianza que quiera en mí, madame Foubert, usted
es demasiado inteligente para mí —su sonrisa era tan encantadora, que la
pobre mujer no pudo negarse por más tiempo a su petición y se tomó del
brazo del doctor, no sin antes titubear un poco.

Los tres subieron al carruaje que los estaba esperando afuera. De más
está decir que James se quedó totalmente boquiabierto cuando vio a su
áspera nanny tomada del brazo del sonriente doctor Jacobson.

Mientras tanto, Isabel observaba la partida del carruaje hacia la casa
del gobernador desde una de las grandes y elegantes ventanas del salón.
Por fin estaba sola.

—¡Bien¡Comencemos con el plan! —exclamó radiante y se dirigió velozmente
a su dormitorio para deshacer el misterioso paquete.

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Aquella noche del sábado pareció estar hecha especialmente para el baile
de máscaras que había organizado Elizabeth. Era una noche mágica,
propicia para que cualquier pareja enamorada renovara sus votos de amor
eterno: el límpido cielo nocturno estaba poblado de infinitas estrellas,
que titilaban alegremente al compás de la música de la orquesta
contratada por el gobernador de Port Royal. La suave y fresca brisa del
mar soplaba sobre la ciudad costera, lo que evitaba que el clima fuera
demasiado caluroso. Elizabeth Swann estaba radiante, aquella noche era
perfecta y nadie la estropearía, absolutamente nadie.

Toda la tripulación del /Perla Negra/ se encontraba reunida en la
cubierta frente al camarote del capitán Jack Sparrow, o de la capitana
Jacky Sparrow, o del capitán Hector Barbossa, pues nadie sabía con plena
certeza quién sería el verdadero capitán del barco pirata. Ya se había
explicado con anterioridad a la confundida tripulación sobre la
repentina aparición de Jacky Sparrow. Por supuesto que nadie sabía cómo
y porqué había sucedido tal cosa, pero muy pronto supieron que si un
Sparrow provocaba tantos problemas, dos Sparrow provocarían el doble de
problemas, eso era completamente seguro. La aceptación de aquel nuevo y
extraño personaje fue simplemente resignada a la suerte.

Los bucaneros se encontraban ansiosos por ver salir del camarote a los
dos Sparrow, pues como ambos irían al baile, le habían despojado de sus
elegantes ropas a una rica pareja que se encontraba en un viaje de
placer navegando en su propio navío, (dicho sea de paso, también les
robaron otras cosillas). Luego, como la cosa más asombrosa de todos los
tiempos y luego de que Gibbs declarara que se "vendría fin del mundo",
Jack y Jacky se bañaron para poder quitarse la suciedad y la pestilencia
a ron que los caracterizaba. "El sacrificio vale la pena", había
declarado Jack Sparrow a su pasmada tripulación. Ambos se vestirían como
si fueran personajes de la más alta sociedad para asistir a dicho baile.

—¿Cómo crees que saldrán de allí? —Pintel le susurró curioso a su compañero.

—Creo que por la puerta… —contestó seriamente el otro, lo que le quedaba
cómico por su cara de tonto.

—¡Grrr¡Eres un idiota! —exclamó muy enojado su compañero agarrándolo
fuertemente el cuello para ahorcarlo por su estupidez.

—¡Silencio¡Ya salen! —avisó Marty, el enano, apuntando hacia la puerta.

Todos se quedaron expectantes mirando hacia la puerta del camarote, ésta
se abrió lentamente y dio paso a una pareja irreconocible para todos,
estaban tomados del brazo y se veían demasiado aristocráticos.

El capitán Jack Sparrow, tenía el pelo oscuro admirablemente recogido en
la nuca a pesar de sus rastas, vestía una casaca y pantaloncillos de
seda dorada; los guantes, la camisa repleta de vuelos, el pañuelo y las
medias, todos de seda blanca. Traía zapatos de charol negro con grandes
hebillas doradas y un antifaz negro de paño. Su pícara sonrisa debajo de
aquel antifaz relucía como un bandido disfrazado esperando a hacer una
de sus travesuras.

Jacky Sparrow llevaba un precioso vestido de muselina color amarillo
claro cubierto de suaves encajes de seda en el escote, las mangas y el
borde de la ancha falda; llevaba unos preciosos zapatitos blancos y un
par de guantes de seda del mismo color y los oscuros cabellos
primorosamente desenmarañados con un peinado alto sujeto con una
bellísima guirnalda de flores blancas. Un finísimo antifaz blanco
perlado adornaba su rostro empolvado. Parecía la princesa de algún
cuento de hadas.

—¿Me queda bien este color? —preguntó Jacky Sparrow con fingida afectación.

Todos los hombres asintieron con cara de babosos mientras miraban su
pronunciado escote; Anna María bufó bastante molesta y se cruzó de
brazos¡y pensar que ella había creído que se había liberado de la
libidinosa Jacky Sparrow que siempre hacía quedar muy mal a las de su sexo!

—¿Creen que con esos disfraces los engañarán? —inquirió Barbossa
bastante divertido mientras su mono "Jack" jugaba sobre sus anchos hombros.

—Claro que sí —respondió Jack Sparrow con habla afectada y con el rostro
exageradamente empolvado, sacando un pañuelo con puntillas del
bolsillo—, ya verás cómo nos divertiremos engañándolos. ¿No es así,
"hermanita"?

—Así es, "hermanito", jeh jeh jeh… —se rió malignamente mientras se
cubría con su pañuelo de seda la boca pintada de carmesí.

—Esos dos me asustan… —murmuró un espantado Gibbs—. Nos vamos a meter en
un terrible lío…

—Señores…, y señora —Jack miró a Anna María e inclinó un tanto la cabeza
mientras hablaba con un marcado acento español—: recordarán esta noche
como la noche en que el comodoro Norrington nos permitirá saquear por
todo el Mar del Caribe gracias a nuestra "hermana" aquí presente.

Un "hurra" exclamado con gran vehemencia se dejó escuchar por todo el
navío pirata festejando la "Edad de Oro" que les prometía su capitán.
Jacky les dedicó una hermosa sonrisa y un beso "volador" mientras se
inclinaba llevando una de sus piernas atrás y sujetando los extremos de
su falda, extendiéndola.

Luego, los dos Sparrow tomaron una chalupa junto a Gibbs para cubrir las
varias leguas de distancia que los separaba de la costa de Port Royal,
Barbbosa murmuró sonriendo mientras los veía marcharse:

—¿Alguien les dijo que los españoles son los enemigos mortales de los
ingleses?

La inocente barca se perdió entre la oscuridad del mar, llevándose
consigo a su ignorante tripulación.


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