Fanfic Piratas del Caribe -El Libro del Destino- *Capítulo 29: Buscando a Jack Sparrow*

        Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: EL LIBRO DEL DESTINO*

LIBRO SEGUNDO: EL COFRE DEL HOMBRE MUERTO

QUINTA PARTE: DAVY JONES

¡Jack y Jacky se separaron! ¡ahora son 2! ¡Un hombre y una mujer! ¡Doble problemas para todos! ¿Lograrán cambiar sus destinos y el de los demás? Continuaciòn de La Maldición del Anillo de la Calavera. James y Jacky pasan su primera noche juntos...¿pero será la última?

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 29: Buscando a Jack Sparrow*


Luego de haberle contado al padre de Elizabeth todo lo que había hablado
con Beckett, William Turner decidió que ya era tiempo de empezar con su
misión de encontrar al capitán Jack Sparrow, intercambiar o, en su
defecto, quitarle la brújula por la patente de corso y así salvar el
cuello de su adorada Elizabeth. Pero antes de partir, tenía que
comunicárselo a ella, así que junto al gobernador Weathervy Swann, ambos
se dirigieron hacia el fuerte en donde Elizabeth se encontraba
prisionera en uno de los sucios calabozos de la prisión.

Bajando apresuradamente por las frías escaleras de piedra, Will ni
siquiera reparó en el guardia que estaba vigilando aquel sector de la
prisión.

—¡Oiga! ¡No puede pasar, señor! —exclamó el guardia tratando de
detenerlo mientras el recién llegado pasaba de largo buscando a su
prometida.

—Yo le permití entrar —le aclaró el Weathervy, deteniendo al fusilero.

—¡Pero, señor Swann…! —protestó el preocupado.

Terriblemente ofendido, el aludido se volvió con los ojos en llamas.

—/Gobernador/ Swann, aún —aclaró—. ¿O crees que esta peluca es para que
no se me enfríe la cabeza?

En aquellos tiempos, llevar una peluca significaba cierto poder y
estatus social, de la que ahora el gobernador Swann parecía carecer
gracias a la intromisión de Lord Beckett.

Viéndose obligado a obedecer al gobernador de Port Royal, /su/
gobernador, el guardia le hizo una venia y se retiró a su puesto,
quedándose allí mientras que Will, habiendo encontrado a Elizabeth, se
colocaba de cuclillas frente a ella para poder contarle todo lo que
Beckett le había propuesto.

—¿La brújula de Jack? —preguntó la chica bastante asombrada mientras se
aferraba a las fuertes manos de su prometido—. ¿Para qué la quiere?

—Eso no importa —replicó el desesperado muchacho mirándola a los ojos.
Odiaba verla encerrada en un calabozo como si fuera la peor de las
criminales—. Debo buscar a Jack y convencerlo de regresar a Port Royal,
a cambio, retirarán los cargos contra nosotros.

—¡No! —intervino el padre de Elizabeth—. ¡Debemos sacarte de esta
prisión por nuestros propios medios!

—¿Tiene poca confianza en Jack o en mí? —replicó Will un tanto ofendido.

—Que arriesgaras tú vida salvando a Sparrow, no significa que él sea
capaz de hacer lo mismo por los demás.

Fue duro admitirlo, pero Will y Elizabeth sabían que, en parte, él
podría tener algo de razón al decirlo.

—Ahora… ¿En dónde está ese perro con las llaves? —se preguntó Weathervy
mientras comenzaba a mirar hacia todos lados buscando al canino animal
que portaba las llaves.

Mientras su padre se alejaba de ellos silbando y llamando al can
desaparecido, nuestra joven pareja renovó sus esperanzas.

—Yo tengo fe en ti —declaró Elizabeth acariciando con enorme dulzura la
mejilla de su novio—. En los dos —aclaró con firmeza.

Will levantó la cabeza y la miró fijamente, sorprendido por escuchar
aquella última declaración, le extrañaba un poco al ver lo mucho que
ella creía en Jack Sparrow

—¿Dónde lo vas a buscar? —le preguntó la chica.

—En Tortuga —respondió con decisión—. Comenzaré por allí y no me
detendré hasta encontrarlo y traerlo de vuelta… Y luego regresaré aquí,
para casarme contigo —le sonrió tiernamente al igual que ella.

—¿Como es debido? —preguntó llena de ilusión mientras seguía acariciando
suavemente el atractivo rostro de su prometido.

—Como ansío, si tú aún lo deseas… —le dijo mientras acercaba su rostro
al de ella.

—Si no habría barrotes ya estaríamos juntos… —declaró dulcemente la
muchacha.

De pronto, una repentina exclamación de susto por parte de su padre,
quien tras haberse sujetado a uno de los tantos candiles que se
encontraban estratégicamente ubicadas a lo largo de las paredes de
piedra, casi se había caído al suelo al romperlo sin querer,
interrumpiendo aquella romántica escena entre los dos jóvenes amantes,
que se le habían quedado mirando. Tanto fastidiado como desesperado,
Weathervy lanzó el candil al suelo y se cruzó de brazos para hacer tiempo.

—Te voy a esperar —declaró dulcemente una decidida Elizabeth, volviendo
a reclamar la atención de su novio, quien la miró con una expresión de
triste admiración.

—No pierdas de vista el horizonte —trató de infundirle valor y esperanza
mientras nuevamente acercaba su rostro al de ella para besarla a través
de los barrotes; pero, sin poder soportar más tiempo aquella horrible
situación, el muchacho se apartó repentinamente de Elizabeth y se alejó
lo más rápido posible, ocasionando que la pobre desdichada casi besara
los barrotes.

Muy preocupado por la situación de su hija, el gobernador Weathervy
Swann lo vio alejarse por las escaleras. Él no podía esperarlo como su
hija deseaba, pues sabía a los peligros que estaban expuestos, sobre
todo ella al haber participado en la huída del capitán Jack Sparrow y,
aunque el joven Turner actuara con la mejor de las intenciones, no
estaba muy seguro de que aquel pirata accedería, y aunque éste llegara a
acceder (cosa muy improbable), no era seguro de que su hija y su
prometido escaparan de la horca. No, no podía confiar en el joven Turner
y el capitán Sparrow, debía rescatar a su hija él mismo antes de que le
ocurriera una desgracia aún mayor que estar encerrada en un calabozo.

--

A pesar de sentirse terriblemente humillada por lo que le había hecho el
capitán Seagull Hood el día anterior, Isabel decidió que ya era hora de
poner las cosas en claro con aquel patán. Ya no pensaba en su tío, ya no
pensaba en James, solamente pensaba en vengarse del capitán Hood por
haberse osado a besarla sin su consentimiento.

"¡Maldito! —pensó—. ¡Jamás le hubiera dado mi consentimiento!".

Pero se veía obligada a aceptar que, después de todo, le había gustado
aquel inesperado beso pasional. Nunca nadie la había besado y nunca
nadie la había tratado como una mujer, ni siquiera James y su tío.

Una vez en cubierta, la joven volvió a sentirse revitalizada por la
brisa marina, su dura personalidadvolvió a gobernarla dejando atrás a la
débil mujer. Y así, decidida, se dirigió hacia el puente de mando para
encontrarse con el desfachatado capitán del /Intrépido Brabucón/ y tener
una seria entrevista con él, si es que se podía tenerla con él…

Al principio se había sentido bastante extraña al tener que moverse
entre aquellos sucios piratas con su verdadera apariencia femenina,
vistiendo ropas de mujer en vez de las de un hombre. No sentía miedo
alguno, pues sabía que podía acabar con cualquiera que osara propasarse
con ella puesto que ya había notado que ninguno de ellos tenía la misma
habilidad que su jefe, por quien realmente se sentía preocupada al notar
que no era un hombre común.

"Ahora que lo pienso… —meditó mientras se llevaba la mano al mentón—, no
sé cómo se llaman este barco ni el hombre que lo comanda…".

—Veo que decidió volver a salir de su camarote, señorita, ¿ya se
encuentra mejor de salud?

Ella se volvió un tanto sorprendida al haber escuchado aquella pregunta
tan amable en un sucio barco repleto de gente indecente. ¿Cómo era
posible eso?

Era el maestre McGiben el que le había hablado, aquel hombrecillo
regordete que usaba unos pequeños anteojos redondos.

—¿Puedo saber cuál es su nombre, señor…? —Isabel quiso saber sin
siquiera responderle a su pregunta.

—Me apellido McGiven, señorita, encantado de conocerla —le hizo una
cordial venia.

La joven frunció el entrecejo, ya estaba a punto de preguntarle por el
nombre de su capitán cuando apareció el doctor.

—Guter Morgen, meine fraulein… —comenzó a saludar en alemán, pero
enseguida se detuvo y no supo cómo seguir.

—Isabel, mi nombre es Isabel, herr…

—Adler, fraulein Isabel, soy el doctor y magistrado que atendió sus
heridas todo este tiempo.

—¿Y se puede saber cómo un caballero como usted está a bordo de un barco
como éste, herr Adler?

McGiben pareció ofenderse con aquel tono despectivo con que la joven se
había referido a su querida nave, pero el doctor, un hombre de edad
madura, no muy apuesto, rubio, robusto, colorado, de ojos celestes
clarísimos acompañados por unos anteojos redondos y vestido con ropas
sencillas de caballero, solamente se limitó a sonreírle toscamente con
una casi imperceptible expresión de tristeza en sus ojos.

—No puedo volver a mi país, meine fraulein, me han exiliado por mis
ideas radicales y han asesinado a toda mi familia…. Como usted ve —miró
a su alrededor—, en este lugar me necesitan y toda la tripulación ha
pasado a ser mi familia sustituta.

—¡Pero son sólo piratas!

—Son buenas personas, meine fraulien, y cada uno tiene una historia qué
contar sobre su pasado, por ejemplo, mire usted a herr McGiven, él tuvo
que huir de Irlanda y dejar a su familia tras haber participado en una
revuelta contra los ingleses que le habían quitado sus tierras luego de
haberlos asfixiados con los impuesto más exorbitantes. Herr ·"Pequeño
Tom", tuvo que huir de su amada Inglaterra cuando se vio obligado a
matar a unos terratenientes que habían tomado prisionero injustamente a
su hermano menor, pretendiendo ahorcarlo por un par de pollos
desaparecidos. Y hasta nuestro amado capitán se vio obligado a abandonar
sus bastas tierras tras haber vengado la muerte de su joven y hermosa
esposa en manos de un codicioso obispo… Como verá, meine frulien, cada
miembro de esta tripulación tiene motivos sobrados para escapar de la
justicia del hombre tras haber hecho justicia por sus propias manos en
nombre de Dios.

Isabel guardó silencio por unos momentos, mirando detenidamente a cada
uno de los hombres que habían comenzado a acercársele con rostro
sonriente y bondadoso, pero habiendo en ellos un pequeño atisbo de
triste resignación. Si todas aquellas historias habían sido ciertas, no
le importaba, a ella de daba igual pues esos hombres habían cometido
delitos y debían expiarlos ante la justicia de los pueblos a los que
habían traicionado. Su duro y rígido corazón jamás daría lugar al perdón
o a la compasión como solía hacerlo su tío Christian.

—¿Cuál es el nombre de su navío?

—/El Intrépido Brabucón/, señorita Isabel —respondió McGiven con presteza.

—Bien. ¿Y cómo se llama su capitán?

—¡Oh, no! —protestó el doctor mientras revolvía los ojos visiblemente
fastidiado y se llevaba una mano a la cabeza—. ¡Otra vez no! ¡No
pregunte eso!

—¿Qué? ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué no quiere que lo haga? —se
preocupó la joven mujer bastante preocupada al ver la reacción de aquel
hombre—. ¿Qué es lo que pasa?

—Lo que pasa —comenzó a explicarle de repente el reaparecido capitán del
/Intrépido Brabucón/ mientras bajaba por las escaleras del puente de
mando—, es que mis alegres muchachos y yo, su alegre capitán, cada vez
que alguien pregunta por mí o por ellos, lo explicamos como mejor lo
sabemos hacer: cantando.

—¿Eh? —exclamó totalmente incrédula, no habiendo comprendido nada
aquello último, pues le parecía completamente irracional que unos
asquerosos piratas cantaran, a menos, claro, que sea una de esas típicas
y viejas canciones piratas.

Trepando hacia unos toneles y agarrándose al mástil mayor, el sonriente
capitán Seagull Hood extendió su mano hacia el cielo azul y exclamó:

—¡Muchachos, la dama quiere saber quienes somos! ¿Se lo contamos?

—¡¡Sí, Señor!! —respondieron todos al unísono, sonriendo también.

Y en ese momento, un ridículo espectáculo jamás visto por los graves
ojos de Isabel, dio comienzo, dejándola completamente atónita, pues
nunca comprendió de dónde habían sacado aquellos piratas los
instrumentos que comenzaron a tocar alegremente ni tampoco el baile y el
canto tan diferente a las demás canciones piratas que ella tenía la
desgracia de conocer. Los tripulantes del /Intrépido Brabucón/ estaban
locos, completamente locos.

Veinte tripulantes formaron dos filas paralelas y comenzaron a danzar
con un increíble juego de zapateo, moviéndose al compás de las
guitarras, los violines, timbales, xilofones, gongs, flautas y tambores
que tocaban magistralmente otros miembros de la tripulación que se
encontraban sentados sobre las balaustradas de estribor y babor, y
entonces, el infierno de Isabel comenzó, pues toda la tripulación empezó
a cantar (hasta el doctor, que lo hacía de muy mala gana y con los
brazos cruzados) este estribillo:

/¡Yo-jo-jo! ¡Yo-jo-jo!/

/Los alegres piratas del capitán Seagull Hood/

/¡Esos somos nosotros!/

/Navegamos por los siete mares y más allá/

/¡Esos somos nosotros!/

McGiven se acercó bailando hacia a la sorprendida Isabel y le cantó sin
perder la sonrisa un segundo:

/A los ricos robamos y a los pobres les damos/

/¡Esos somos nosotros! /(En esta parte siempre cantaba toda la tripulación)

/Nos temen los malos, nos quieren los buenos/

/¡Esos somos nosotros!/

Más arriba, en los palos de los mástiles, otro grupo de la tripulación
que balanceando sus piernas como si fueran chiquillos, con los brazos
entrelazados e inclinándose de izquierda a derecha, comenzó a cantar:

/No somos santos ni tampoco pecadores/

/¡Esos somos nosotros!/

/Somos hombres comunes que amamos hacer el bien/

/¡Esos somos nosotros!/

Esta vez, fue el capitán Hood quién se acercó a ella danzando
magistralmente como nadie, con los brazos extendidos, una hermosa
sonrisa perlada en su rostro y con sus ojos brillando de emoción.
Colocándose detrás de la furiosa pero desconcertada Isabel, se movió de
lado a lado mientras ella intentaba mirarlo sin lograr cruzar su mirada
con él. Entonces, fue su turno de cantar:

/Navegamos a bordo del Intrépido Brabucón/

/¡Esos somos nosotros!/

/Nuestro capitán es el apuesto y valiente Seagull Hood/

/¡Esos somos nosotros!/

Se alejó de Isabel (bailando, por supuesto), subió por las escaleras
haciendo gala de su hermoso y perfecto cuerpo varonil que tantos hombres
envidiaban y tantas mujeres deseaban. En ese momento, varios piratas
comenzaron a danzar girando alrededor de la abochornada mujer mientras
cantaban junto a su capitán y al resto de la tripulación:

/¡Yo-jo-jo! ¡Yo-jo-jo!/

/Los alegres piratas del capitán Seagull Hood/

/¡Esos somos nosotros!/

/Navegamos por los siete mares y más allá/

/¡Esos somos nosotros!/

Justo al final de la alegre música instrumental, el capitán Seagull Hood
se dejó resbalar sobre la balaustrada de la cubierta de mando y cayó
hincado y con los brazos extendidos a los pies de Isabel, sonriéndole
estúpidamente mientras los demás miembros de la tripulación también se
congelaba en una posición exageradamente estúpida. El show había terminado.

Jamás en su vida, la seria y rígida Isabel se había imaginado tener
presenciar semejante despliegue de estupidez humana. ¡Aquellos sujetos
estaban completamente locos! Pero al tener conocimiento de quién era la
persona que la había rescatado de la muerte, la llenó de confianza otra
vez sobre su destino.

Ella no corría ningún peligro en aquel barco.

—¿Dices que tu nombre es Seagull Hood y que tu barco se llama /El
Intrépido Brabucón/? —le preguntó seriamente con los brazos cruzados.

—¡Exactamente! —le respondió sonriente.

—¿Entonces eres el pirata más buscado de los siete mares debido a tus
rapaces hurtos a los ricos para luego, supuestamente, darles a los pobres?

—Así es.

Y así, frunciendo el entrecejo y la boca, Isabel le dijo:

—Eres un bufón.

—¡El mismo que calza y viste, mi querida Isabel!

Y sin que Seagull se lo esperara, la chica lo tomó bruscamente de la
chaqueta y, acercando su furioso rostro al sonriente de él, le advirtió:

—¡Jamás vuelvas a decirme "mi querida"! ¿Entendiste, bufón?

—Como nunca en la vida —y siguió sonriendo, cosa que exasperó a Isabel,
quien lo soltó de inmediato luego de dar un bufido de fastidio.

—Me alegra que ya estés mejor —le dijo él.

—Mucho mejor que antes, gracias —le respondió despectivamente mientras
se cruzaba de brazos y miraba hacia el horizonte—. ¿Hacia dónde nos
dirigimos, capitán Hood?

—Hacia Port Royal —fue la sorprendente respuesta—. ¿No es ahí donde
quieres ir?

Isabel estaba más que atónita.

—¿Y cómo supiste que quería ir a Port Royal?

—Lo dijiste entre sueños, estuve cuidándote todas las noches en que
estuviste inconsciente y afiebrada… —le respondió con un brillo muy
especial en sus ojos celestes—. Hablas mucho dormida, ¿sabías?

Blanca como un papel, la pobre almirante se le quedó mirando con la boca
abierta, muerta de vergüenza, preocupación y espanto. ¿Qué más sabía
acerca de ella aquel desagradable sujeto? Si él supiera sobre su doble
identidad, seguramente se aprovecharía de ella sin dudarlo un instante….
Entonces, todo vestigio de seguridad en sí misma se vino abajo. ¡Todo
estaba perdido! ¡Había sido descubierta por un miserable y ridículo
pirata! ¡Su vida había acabado para siempre! ¡Su puesto! ¡Su comisión!
¡Sus riquezas! ¡Sus honores! ¡James!

Viendo su evidente preocupación, el capitán Hood se acercó a ella y le
susurró al oído:

—Tranquila, mi querida Isabel, su secreto está a salvo conmigo… Nadie
más que yo lo sabe en este barco…

Isabel volvió su rostro hacia él, sorprendida y muy extrañada, pero
justo cuando iba a preguntarle qué sabía exactamente de ella, uno de los
vigías que estaba subido en su puesto de vigilancia, dio una inesperada
voz de alarma:

—¡¡Barco a la vistaaa!! ¡¡A babooor!!

Entonces, toda la tripulación dirigió su mirada hacia babor y se
percataron de que era un hermoso navío mercante, justo lo que más les
gustaba atracar por las innumerables riquezas que transportaba.

—¡¡Todos a sus puestos inmediatamente!! —les ordenó su capitán—. ¡¡Vamos
a abordarlooo!!

Exclamando un grito de euforia, todos los piratas se pusieron manos a la
obra ante el horror de Isabel. ¡Iban a cometer un grave delito en frente
de sus ojos siendo ella un oficial de la armada inglesa! ¡No! ¡Eso jamás
lo permitiría! Y entonces, tomando una decisión, Isabel Jacobson caminó
hacia donde se encontraba el capitán Seagull Hood y lo tomó bruscamente
del brazo para darlo media vuelta y obligarlo a mirara a la cara.

—¡¿Cómo se atreven a hacer esto en frente mío?! ¡¡Jamás se los
permitiré!! ¡¡Les ordeno que detenga a sus hombres en éste mismo momento!!

Limitándose únicamente a sonreírle, Seagull replicó:

—Perdóneme, mi querida niña, pero aquí el único que ordena en este nave,
soy yo.

Y antes de que Isabel pudiera hacer algo al respecto, él la levantó en
brazos como si fuera una pluma y la colocó boca abajo sobre uno de sus
anchos hombros y se dirigió inmediatamente hacia su cabina para
encerrarla allí y no molestara a nadie.

—¡¡Suélteme en este mismo instante, maldito bufón!! ¡¿Pero quién se ha
creído usted que es?! ¡¡Suélteme, le digo!! ¡¿Cómo se atreve a tocarme?!
—Isabel le gritaba histérica mientras pataleaba y lo golpeaba con sus
puños la ancha espalda de su captor, quien no la dejó libre hasta que
llegaron al camarote y la lanzó sobre la cama con muy poca cortesía.

—Quédese allí muy quietecita y sin hacer berrinches de malcriada hasta
que termine con mi asunto, ¿entendido?

—¡¡Váyase al diablo!! —replicó furiosa y humillada.

Y sin dejar de sonreírle un solo momento, el capitán Seagull Hood salió
afuera y trabó la puerta para la desesperación de su prisionera, quien
se dedicó a golpearla y a patearla con extremada furia e impotencia.

¡Maldito Seagull Hood!! ¡¡Me las pagarás todas juntas!! ¡¡Ya lo
veráaas!! —gritaba muerta de furia.

--

En un comienzo, cuando William Turner llegó a la Isla Tortuga, sus
pesquisas sobre el paradero del capitán Jack Sparrow no dieron frutos:
Un isleño un tanto decepcionado le había dicho que el capitán Sparrow le
debía nueve doblones y que lo creía muerto, un pescador le contó que
había escuchado, asegurando, que Jack Sparrow se encontraba en Singapur
ebrio y sonriente. Hasta allí todo iba mal, pero pronto iría a empeorar,
ya que el pobre muchacho recibió una buena bofetada por parte de las
antiguas y furiosas amantes de Jack en el poblado pirata: Scarlett y
Giselle, quienes declararon que no lo habían visto en un mes y que le
trasmitiera aquel doloroso mensaje.

Luego de varios fracasos rotundos, el desafortunado Turner pareció
encontrar algo de suerte en el muelle de Tortuga, justo en el momento en
que una vieja embarcación mercantil se estaba preparando para zarpar.

—No he visto a Jack Sparrow —le comentó su capitán, quien era un hombre
joven de piel oscura y la cabeza cubierta de rastas mientras hilaba
tranquilamente una red de pesca esperando a que todo estuviera listo—,
pero hay una isla, al sur del estrecho, donde cambio especias por… —se
regodeó sonriente recordando aquella "exquisitez"—, deliciosa carne
humana… —Pero volvió de las nubes y miró muy serio al joven muchacho—.
No se qué fue de Jack, pero verás su navío, un navío con velas negras…

Aquella era una pista bastante segura, y como aquellos hombres iban a
hacerse a la mar aquel mismo día, Will quiso ir con ellos para
investigar sobre el misterioso navío de velas negras y constatar de que
era el mismísimo /Perla Negra/.

El viaje no fue muy largo desde Isla Tortuga hasta la isla Pelegostos,
que así se llamaba el lugar, pero había habido tiempo de sobre para que
aquellos comerciantes le contaran al joven sobre los peligros que se
exponía yendo a esa isla, pero no lo hicieron, aquello no era su asunto.

Ya cerca de las costas de la isla Pelegostos, pudieron divisar la nave
de velas negras encallada en la arena. No había duda, aquel navío era el
/Perla Negra./

—Mi hermano te acercará —le dijo el capitán mientras plegaba su
catalejo, observando al joven con una expresión entre lástima y
preocupación.

Y así, un miembro de la tripulación, otro hombre de piel oscura y de
aspecto fortachón, llevó a Will en un pequeño bote remando hasta quedar
cerca de la costa, en donde se detuvo repentinamente.

William se le quedó mirando por unos instantes, sin comprender el porqué
de su actitud tan extraña, era como si le temiera a algo terrible.

—¿Qué pasa? La playa está allí —le dijo un tanto extrañado.

En un buen francés, aquel hombre le dio a entender muy decidido, que no
lo llevaría hasta lo orilla porque no estaba loco como para hacerlo y
que, si él quería llegar a la isla, tenía que hacerlo nadando.

Viendo que nada podía hacerse, el valiente muchacho decidió seguir
adelante con su misión costara lo que costara, pues estaba en sus manos
la libertad de su querida prometida. Ya tomada ya la decisión, se puso
de pie sobre la chalupa y se lanzó al agua.

—¡Bon voyage, monsieur! —le deseó de todo corazón aquel hombre.

Con el barco mercante alejándose de aquella peligrosa isla y luego de
haber cubierto a nado la distancia que lo separaba del las costas de
isla Pelegostos, William logró poner los pies sobre tierra firme, justo
donde se encontraba encallado el /Perla Negra/.

Chorreando agua y caminando alrededor del enorme navío que se encontraba
asegurado firmemente al suelo con sogas y varias estacas, Will no pudo
evitar sentir un frío escalofrío recorrer su espalda: había un silencio
un tanto aterrador en aquel solitario lugar y lo incomodaba sobremanera.

—¡¡Jack!! ¡¡Jack Sparrow!! —gritó ahuecando las manos sobre su boca y
así poder hacer más potente su voz. Al no recibir repuesta alguna,
siguió intentando con los nombres de los demás miembros de la
tripulación que él conocía, pero por más que lo intentó, nadie salió a
su encuentro, nadie se asomó para contestarle.

Comprendiendo que no había un alma a bordo del /Perla Negra/, decidió
buscarlos en los alrededores internándose en la espesa vegetación
tropical, en donde, sorpresivamente, fue recibido por el papagayo azul
de Cotton.

—¡Ah! ¡Un amigo al fin! —sonrió sintiéndose algo más tranquilo al ver
por fin a alguien conocido, aunque fuera un ave. Si el loro estaba allí,
significaba que los demás también estarían muy cerca.

—¡Wah! ¡No me coman! —exclamó sorpresivamente aquella carismática ave de
color azul y amarillo, cosa que dejó a Will bastante confundido.

—No voy a hacerte daño...

—¡No me coman! ¡No! ¡No me coman! —repetía incansablemente dicho loro
ante la extrañeza de nuestro joven protagonista, que decidió ignorarlo y
seguir adelante con su búsqueda.

—A ver…, una jungla tiene arañas y serpientes, pero eso no me asusta…
—se iba diciendo a sí mismo mientras se abría camino entre la vegetación
con la ayuda de su espada, pero entonces, algo llamó su atención: una
cantimplora colgada de las ramas de una planta.

—¡Gibbs…! —exclamó cuando se hubo apoderado de la cantimplora,
reconociendo inmediatamente a su dueño y preguntándose en dónde estaría.

Pero aquello no fue lo único que llamó su atención, pues pudo notar que
la cantimplora estaba atada a una larga y delgada cuerda vegetal.
Sintiendo una gran curiosidad del porqué de esta soga, la desasió del
viejo recipiente de cuero y, tomándola en sus manos, comenzó a seguirla
por un buen trecho hasta que llegó al otro extremo, desilusionándolo y
desconcertándolo al no encontrar nada del otro lado. Pero como bien reza
el dicho: "la curiosidad mató al gato", el joven William Turner había
caído ingenuamente en una sucia trampa urdida por los habitantes de
aquella isla, puesto que, sin siquiera esperárselo, uno de los nativos
que se encontraba escondido entre la espesa vegetación justo al final de
la soga, emergió de repente dando un espantoso grito que asustó
terriblemente al joven muchacho, haciéndolo retroceder y trampearse el
tobillo con otra soga mucho más fuerte que lo aprisionó y lo jaló hacia
arriba para quedar finalmente colgando cabeza abajo a varios metros de
altura y a merced de sus crueles captores, quienes salieron rápidamente
a montones de sus escondites para atraparlo con lanzas en las manos.

Pero Will Turner no era de esos que se daban por vencido tan fácilmente
y como aun tenía su espada al cinto, la sacó y comenzó a blandirla
valiente e ingenuamente ante el enemigo.

—¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vengan! ¿Qué esperan? ¡Atáquenme! ¿Quién se atreve?
—los amenazaba mientras los pelegostos comenzaban a rodearlo y a
amenazarlo con sus lanzas—. ¡Puedo estar así todo el día!

Los aborígenes se miraron un tanto desconcertados por aquella actitud
tan inútil y estúpida que había tomado aquel hombre, así que decidieron
calmarlo de una vez y, ante una señal de uno de sus compañeros, uno de
ellos apuntó su cerbatana hacia la inquieta presa y le disparó un dardo
envenenado al cuello, durmiéndolo enseguida y dejándolo a merced de
aquellos salvajes tras soltar su espada.

Los pelegostos eran conocidos por aquella zona caribeña como una tribu
salvaje que se dedicaba a practicar el canibalismo y a otras actividades
tachadas como "inhumanas" para el resto de la sociedad civilizada. Por
aquella razón era que nadie que tenía dos dedos de frente, se animaba a
pisar aquella isla, su territorio.

Estos salvajes nativos llevaban la cara pintada al igual que sus
desnudos cuerpos morenos, utilizando tan sólo un simple taparrabos,
utilizando además como macabros adornos algunos huesecillos productos de
sus actividades caníbales. Los Pelegostos construían y adornaban sus
chozas con ramas enlazadas y materiales dejados por sus enemigos: huesos
y demás residuos. Por ejemplo, en lugar de cortinas de cuentas en la
entrada circular de las chozas, lo que había era cortinas de pequeños
huesos. Raíces y ramas de los árboles cubrían finalmente toda la
estructura de las chozas, mimetizándolas con el ambiente en el que
vivían. Además, saltaba a la vista de cualquiera que las calaveras eran
un motivo predominante para su cultura, utilizadas en todas sus formas
morbosas posibles. El extraño leguaje que estos nativos hablaban era el
"Umshoko", que muy pocos extranjeros eran afortunados de hablar.

Con su aldea estratégicamente ubicada sobre las simas de las montañas
cubiertas por la niebla, los Pelegostos podían considerarse muy seguros
de sus enemigos, y allí llevaron a nuestro desafortunado protagonista,
colgado de una larga y resistente vara atado de pies y manos y
transportado por dos de los nativos mientras se dirigían con sus
compañeros de caza a presentarle su nueva presa ante sus dioses.

Luego de haber cruzado uno de los largos y desvencijados puentes
colgantes hechos con sogas que servían como comunicación entre las
aldeas que se encontraban esparcidas a lo largo de las simas de las
montañas y bajo la atenta mirada de los aldeanos —uno de ellos, muy
acalorado, llevaba sobre su cabeza la blanca peluca de un desdichado
magistrado que seguramente había pasado sus últimos días en aquel
inconveniente lugar—, los cazadores llegaron ante sus dioses, quienes no
eran otros que los mismísimos hermanos Sparrows.

Ambos tenían ocho ojos pintados en el rostro, con dos de ellos sobre sus
párpados, (seguramente insinuando que aquellos "dioses" seguían
vigilándolo todo aunque estuvieran dormidos). Sentados sobre dos
siniestros tronos gemelos construidos por huesos humanos, los capitanes
pudieron disimular muy bien su sorpresa en cuanto reconocieron a dicho
prisionero como su antiguo compañero de correrías, el joven William Turner.

—¡Harly, harly! ¡Heren daya! —saludó el líder de los cazadores a los
"dioses".

Lentamente Will comenzó a recuperar el sentido, sorprendiéndose al ver
ante él a la persona que más interesado estaba por encontrar y a la
mismísima amante del comodoro Norrington. Aunque se sentía un poco
desconcertado al notar su enorme parecido, una felicidad indescriptible
gobernó su corazón, pues ya casi se había resignado a su prematuro final
y al de su querida Elizabeth.

—¿Jack? ¿Jack Sparrow? —logró decir lleno de felicidad e incredulidad—.
¡No creí decir esto, pero ahora puedo decir sinceramente que me alegro
de verte!

Pero para sorpresa del muchacho, el aludido comenzó a hacerle unos
gestos extraños a su acompañante, y luego de que esta le contestara de
la misma forma, Jack se levantó de su trono y se dirigió hacia Will en
completo silencio con su habitual y extraño andar amanerado, llevando
una especie de plumero en su mano izquierda como si fuera su cetro real.
Una vez al lado del joven Turner, le golpeó el hombro con el dedo y acto
seguido se dirigió hacia los cazadores que lo habían capturado.

—¡Jack! ¿Qué pasa? ¡Soy yo! ¡Will Turner! —exclamó desesperado el
prisionero, pero el aludido seguía ignorándolo adrede.

—Mazekao —Jack comenzó a hablar el idioma Umshoko, demostrando su gran
conocimiento de aquel idioma. Parecía querer averiguar algo.

—¡Gin dada! ¡Izipi! —le respondió muy decidido el líder de los cazadores
mientras los demás miembros de la aldea comenzaban a repetir la palabra
"¡Izipi!", "¡Izipi".

—¡Vamos! ¡Diles que me liberen! —siguió insistiendo el muchacho.

—Konela… —comentó el pirata convertido en dios mientras miraba
despectivamente al muchacho—, lam piki piki, lam winzi winzi.

Y entonces, agachándose detrás del confundido Will Turner, le miró la
entrepierna y luego a los pelegostos.

—Lam sei sei, euniki yuraki, snip snip —frunció el entrecejo mientras
simulaba una tijera con su mano, dándole a entender a los nativos que el
pobre chico era un eunuco.

El pobre Turner frunció el entrecejo al comprender lo que Jack le estaba
insinuando a los caníbales, quienes murmuraron sorprendidos y hasta
asqueados ante aquella vergonzosa noticia.

Una vez aclarado el asunto, el capitán del /Perla Negra/ se dio media
vuelta para dirigirse hacia su trono mientras su hermana reprimía la
risa con su mano en la boca, momento en que Will logró ver en su
cinturón la tan ansiada brújula que tanto le había encargado Cutler
Beckett para dejar libre a Elizabeth. Era ahora o nunca.

—¡Jack! ¡La brújula! —pidió desesperadamente—. ¡La necesito! ¡Sólo eso
quiero! ¡Elizabeth está en peligro!

Al escuchar aquello último, Jack Sparrow se detuvo y Jacky alzó la vista
con una expresión muy seria en su bello rostro, pues aún sentían un
especial cariño por aquella jovencita tan rebelde.

—¡Nos arrestaron por tratar de salvarte! —insistió el valiente muchacho
logrando llamar al fin su atención—. ¡La enviarán a la horca!

Entonces, ambos hermanos cruzaron sus preocupadas miradas entre ellos y
decidieron que debía de hacerse algo al respecto. Volviendo nuevamente
hacia los cazadores, Jack Sparrow decidió ganar algo de tiempo para su
amigo.

—Se se lan chup chup sha slamisali shuko, /¿savvy?/ —les aconsejó.

Los nativos lo miraron un tanto desconcertados.

—Parlekeleke —les ordenó Jack haciendo una seña con las manos,
indicándoles que se llevaran al prisionero.

Como los pelegostos no podían negarse ante el deseo de sus dos Dioses,
decidieron obedecer sus órdenes y comenzaron a repetir muy entusiasmados
la palabra "Parlekeleke".

Y lo peor de todo, ante la desagradable sorpresa de Will Turner, el
capitán Sparrow se acercó a él y le pidió disimuladamente con un
murmullo que los salvara, dejándolo completamente anonadado mientras los
caníbales comenzaban a llevárselo.

—¿¡Qué le dijiste a los nativos!? ¡Jack! —gritaba desesperado mientras
lo alejaban de allí—. ¿¡Qué vas a hacer con Elizabeth!? ¡¡Jaaaaaack!!

Y mientras observaban cómo se llevaban al pobre muchacho, ambos hermanos
se miraron nerviosamente a los ojos y comprendieron que debían hacer
algo de inmediato para escapar de aquel terrible lugar.

--

La noche había caído ya, y a pesar de su situación lamentable, su futuro
incierto y su estado sucio y deplorable, la joven y hermosa Elizabeth
Swann permanecía estoicamente sentada en el inmundo piso de la celda en
el que estaba encerrada, ignorando las obscenas insinuaciones de los
demás prisioneros que no tenían nada de "caballeros" y pensando en su
querido William Turner, la única persona en el mundo por quien estaba
preocupada.

¿Tendría éxito en su misión? ¿Encontraría a Jack Sparrow? ¿Estaría Jack
Sparrow dispuesto a ayudarlos? No estaba muy segura de esto último, pero
quería confiar en que así sería…

De pronto, apareció el carcelero y abrió la puerta de la celda,
sacándola de sus profundas cavilaciones y volviéndola a la realidad,
sorprendiéndose al ver a su padre detenerse en el umbral de la puerta.

—¡Rápido, hija! —le pidió en un apresurado susurro, a lo que ella
reaccionó de inmediato y salió de la celda para seguirlo velozmente a
través de los mal iluminados corredores de aquel fúnebre lugar.

—¿Vas a decirme qué pasa? —quiso saber la chica.

—Nuestro nombre aún vale algo para el rey —comenzó a explicarle, iba
vestido con una larga capa gris—. Conseguí un pasaje a Inglaterra, el
capitán es amigo mío.

—¡No! —su hija se detuvo muy molesta y ofendida. ¿Cómo se atrevía su
padre a actuar por su propia cuenta sin tener consideración por los
demás?—. ¡Will fue en busca de Jack!

—¡No podemos depender de William Turner! ¡Vamos! —replicó preocupado, no
había tiempo qué perder así que asió a su hija por el brazo y la obligó
a seguirlo.

—¡Es un buen hombre aunque le tengas poca fe…! —Elizabeth se quejó
mientras comenzaba a caminar muy a su pesar. ¿Por qué nunca su padre
había confiado en su querido Will después de todo lo que había hecho él
por ella? Seguramente, si ella se hubiera comprometido con James, la
cosa hubiera sido otra.

—A veces eres demasiado ingenua… —se quejó el gobernador Weathervy Swann
mientras su hija lo miraba muy ofendida—. Beckett ofreció un perdón,
¡sólo uno!, y se lo prometió a Jack Sparrow…

Ya habían llegado a la salida de la cárcel y un carruaje estaba
esperándolos afuera, listo para comenzar la huída. Ambos se detuvieron
en el umbral de la puerta, la expresión de Weathervy era ahora una
mezcla entre ruego y preocupación.

—Aún si Will tiene éxito, no me pidas que resista ver a mi hija
caminando hacia la horca… No puedo hacerlo..., eso no.

Y conduciendo a su enfadada hija hacia el interior del carruaje, quiso
tranquilizarla un poco respecto al destino de su prometido.

—Tal vez pueda arreglar un juicio justo para Will…, si es que regresa.

—¡De todos modos van a colgarlo…! —replicó Elizabeth muy enojada con lo
que había dicho su padre.

Mirándola con suma gravedad, su padre, el gobernador Weathervy Swann,
dijo algo que más adelante se haría realidad, una dolorosa realidad.

—Ya no queda nada para ti en este lugar —y diciendo esto, cerró la
portezuela y se subió al asiento del conductor para conducir él mismo a
los caballos, pues nadie más estaba con ellos.

A él no le importaba en lo más mínimo que su hija estuviera enfadada con
él, más tarde se le pasaría, cuando fuera más madura, lo que ahora
importaba era sacarla de Port Royal lo más pronto posible y que se
dirigiera hacia Inglaterra en donde estaría mucho más segura, lejos de
las garras del codicioso y frío Lord Cutler Beckett, pues estando él al
mando de la colonia, nada aseguraba que su hija, Will y hasta Jack
Sparrow, salieran con vida del atolladero en el que estaban metidos. No
importaba si a él mismo le ocurría algo malo, mientras su hija estuviera
fuera de peligro, ninguna otra cosa le importaba.

Conduciendo el carruaje a toda velocidad bajo los briosos corceles entre
las callejuelas del enmudecido pueblo, el gobernador recorrió
rápidamente la corta distancia que había desde el fuerte hasta el lugar
de su destino: el muelle, en donde había logrado convencer al capitán de
un navío mercante que llevara a Elizabeth a Inglaterra.

—Espera adentro —le ordenó a su hija luego de detener el carruaje y
apearse de el para dirigirse hacia el mencionado capitán, quien se
encontraba esperándolo, de espaldas.

—¿Capitán? —lo llamó mientras se acercaba a él, pero había algo que lo
alarmó al no recibir respuesta alguna ni percibir ningún movimiento en
aquel buen hombre—. ¡Capitán!

Pero al acercarse aun más, grande fue su terror al ver aparecer
repentinamente de detrás del capitán, a Mercer, el despiadado lacayo de
Lord Cutler Beckett, quien lo dejó caer muerto a suelo tras haberlo
apuñalado.

—¡Dios mío! ¡Lo mató! —exclamó incrédulo el gobernador de Port Royal.

—Hola, gobernador —saludó sonriente el inhumano hombre mientras limpiaba
el ensangrentado cuchillo con un pañuelo—. Una lástima… Llevaba esto
encima, es una carta dirigida al Rey… —le mostró el dichoso sobre—,
firmada por usted.

—¡No! ¡No! ¡No! —repitió desesperado el padre de Elizabeth al comprender
que había sido descubierto y que las cosas podrían empeorar mucho más
tanto para él y para su hija, así que, muy angustiado, se volvió y se
dirigió inmediatamente hacia el carruaje que ya estaba siendo rodeado
por varios fusileros.

—¡Elizabeth! ¡Yo…! —pero uno de los soldado lo detuvo con el fusil,
negándole llegar hasta el carruaje.

—¡¿Qué están haciendo?! —exclamó desesperado.

Haciéndolo bruscamente a un lado, Mercer se acercó al coche y abrió la
puerta, dándose con la desagradable sorpresa de que en su interior no
había nadie. Furioso, se volvió hacia el gobernador.

—¿Dónde está? —le preguntó.

—¿Quién? —le respondió haciéndose el tonto a pesar de que ni él tenía la
más remota idea de qué se había hecho su hija.

Enfurecido, Mercer lo tomó bruscamente de sus ropas y lo golpeó
duramente contra el carruaje. La buena fortuna del gobernador de Port
Royal, Weathervy Swann, se había acabado.

--

Minutos más tarde, en la residencia de Lord Cutler Beckett, éste entraba
a su oficina leyendo uno de sus tantos documentos comerciales
iluminándose con un farol, pero en cuanto llegó a su escritorio, se
percató de que su cofrecillo estaba abierto y que la Patente de Corso ya
no estaba allí.

—Sin duda, usted ya descubrió que la lealtad ya no es el lenguaje del
Rey, no como su padre supone —habló como si ya supiera quién estaba allí
escondido.

Y como él había supuesto, la joven Elizabeth Swann emergió de entre las
sombras del salón detrás de él, que con la luz de la luna, se asemejaba
a un fantasma vestido de novia.

—¿Y cuál es? —le preguntó conteniendo su furia.

—Me temo que el dinero es el lenguaje del reino —le contestó
tranquilamente mientras se daba media vuelta para mirarla.

—Espero entonces, que podamos llegar a un acuerdo —le dijo acercándose
lentamente hacia él—. He venido a negociar.

—La escucho… —replicó mientras se acercaba arrogantemente hacia ella,
pero ésta no le permitió acercarse más a ella sacando rápidamente un
arma de detrás suyo y apuntándole directamente a la cara.

—Y la escucho con mucha atención —terminó aclarando Beckett al darse
cuenta de que aquella joven no se andaba con rodeos.

—Estas Patentes de Corso están firmadas por el Rey —comenzó a decir
nuestra protagonista mientras le mostraba dichos documentos.

—Sí, y no son válidas hasta que lleven mi firma y mi cello —le respondió
sonriente.

—Por eso estoy aquí todavía —replicó irónicamente mientras bajaba un
poco el arma—. Envió a Will a conseguir la brújula de Jack Sparrow, no
va a servir de nada.

—Explíquese —exigió Beckett un tanto fastidiado con los juegos de
aquella niña.

—Ya fui a la Isla de la Muerte, he visto el tesoro con mis propios ojos
y hay algo que le debo decir sobre él.

—¡Ah! Entiendo… Cree que esa brújula sólo guía hacia la Isla de la
Muerte y ahora espera salvarme de un funesto destino. Pero no se
preocupe —se dirigió hacia el muro en donde estaba pintado el mapa
mundi—, no me interesa ese oro azteca maldito, mis deseos no son tan
provinciales —se volvió para mirar seriamente a Elizabeth, como si
quisiera darle más énfasis a sus palabras—, hay más de un tesoro de
valor en estos mares…

Nuevamente caminó hacia ella.

—Así que si tiene otra cosa qué ofrecer…—comenzó a decirle, pero
Elizabeth no lo dejó acercarse más, puesto que volvió a apuntarlo al
mentón con el arma y lo obligó a caminar junto a ella hacia el escritorio.

—Considere en sus cálculos que usted me arrebató mi noche de bodas,
Señor —lo acusó furiosa mientras le entregaba con rudeza las Patentes de
Corso.

—Así es… —asintió mientras tomaba los documentos, los firmaba y
estampaba su sello al final de la Patente con un poco de cera roja —. Su
boda interrumpida… o la intervención del destino. Se arriesga mucho para
asegurar la libertad de Jack Sparrow.

—¡Esto no es por Jack! —aclaró ofendida.

—¿Ah, no? —rebatió con sarcasmo—. ¿Para asegurar la vida de Will Turner,
entonces? —La miró como si la estuviera amenazando—. Aún quiero esa
brújula, considérelo en sus cálculos.

Mirándolo detenidamente, la muchacha le arrebató la Patente de Corso y
salió corriendo por las puertas abiertas que daban al jardín,
desapareciendo entre la oscuridad de la noche. Jamás se hubiera
imaginado que su vida nunca más volvería a ser como antes.

--

La batalla había terminado hacía rato entre el barco mercante y el
/Intrépido Brabucón/, pero Seagull Hood no había aparecido en ningún
momento por su camarote para ver a Isabel. Era mejor así, puesto que
Isabel, durante todo aquel tiempo, había permanecido en la cabina del
capitán terriblemente furiosa y humillada al verse obligada a permitir
semejante crimen ante ella y la corona. Pero a medida que el tiempo
había pasado, su actitud fue cambiando radicalmente, una idea y un
fuerte deseo comenzaron a nacer en su mente y su corazón. De pronto, el
capitán Seagull Hood le pareció muy atractivo, un tipo orgulloso, creído
y presumido que valía la pena demostrarle quién mandaba a quién. No iba
a permitirle que la tratara de esa manera, ni siquiera por la razón de
que él supiera quién era ella realmente o que fuera mejor que ella en la
batalla, Isabel sabría cómo dominarlo, pues ahora comprendía que la
mayor debilidad de aquel hombre, era su honradez y sabría aprovecharlo
muy bien.

Isabel se había dado cuenta que aquel beso tan apasionado y seductor que
Seagull le había dado el día anterior, había despertado en ella un
intenso deseo de inmensa pasión por él. Una serie de preguntas
comenzaron a nacer en su mente y su corazón: ¿cómo se sentiría ser
amado? ¿Cómo se sentiría estar en la cama con un hombre? ¿Cómo se
sentiría al hacer el amor? ¿Y después de hacerlo? La curiosidad y la
lujuria gobernaron rápidamente su ser, y sin la presencia de su tío,
ella ya no se sentía atada de ninguna manera.

Ella ahora era completamente libre y podía hacer lo que se le diera en
gana. En ese barco, ella ya no era el almirante George Jacobson,
simplemente era una mujer como cualquier otra, con grandes deseos de
entregarse a la pasión.

¿Pero ella sería capaz de entregarse a un sucio pirata? Ella, el gran
almirante de la Armada Inglesa, ¿mancharía su honor con las asquerosas
manos de un pirata? Había una especie de enorme conflicto entre su alma,
su corazón, su espíritu y sus valores.

Y mientras pensaba en ello, Seagull Hood hizo su aparición en el
camarote, y se le hizo muy extraño la ambigua expresión en el rostro de
Isabel.

—¿Qué ocurre? ¿Por fin te diste cuenta lo maravilloso que soy? —le
preguntó sonriente.

—¡Bah! ¡Vete al diablo! ¡Me repugnas! —replicó furiosa cruzándose de
brazos mientras permanecía arrodillada en la cama—. ¿A cuantas victimas
inocentes asesinaste hoy?

Seagull dejó de sonreír cuando escuchó aquello último, no le hizo nada
de gracia escucharlo con tanto odio, y entonces, aproximándose a la
joven, le dijo:

—No tengo por costumbre asesinar a nadie, Isabel, a menos que se lo
merezca habiendo sido una mala, malísima persona.

Al oírle decir eso, Isabel comenzó a reírse a carcajada, burlándose de
su seriedad.

—¡Ja, ja, ja! ¿Pretende que me crea eso? ¡Tú solamente eres un sucio
pirata que asesina niños y mujeres sin piedad! ¡Maldito cobarde embustero!

Seagull Hood era un caballero, pero tampoco era ningún tonto para
dejarse insultar de aquella manera, así que, molesto, tomó a Isabel
fuertemente del brazo y le dijo:

—Deberías dar las gracias porque estás frente a un caballero, si no…

—¿Si no qué? —lo desafió con la mirada—. ¿Vas a matarme como a todas tus
victimas?

—Conozco una manera de hacerte callar… —la amenazó, y sin siquiera darle
un segundo para reaccionar, la besó en la boca con una enorme furia
pasional.

En un principio, Isabel se resistió terriblemente ante aquel brutal beso
forzoso, pero poco a poco fue cediendo a sus recién despertados
instintos pasionales y, tomando fuertemente a Seagull por el mentón,
comenzó a responder a sus besos con una pasión incontenible.

Aquella noche, Isabel se entregó a la pasión que tanto había reprimido
desde su adolescencia, entregándose a la especie que tanto se había
esperado en destruir: a un pirata, olvidándose de sus convicciones y de
su vida anterior. Ella ahora era libre de hacer lo que quisiera sin que
nadie le dijera que estaba mal.

Isabel Jacobson, por primera vez en su incompleta vida, iba a hacer el
amor, convirtiéndose en una verdadera mujer.


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