Fanfic Piratas del Caribe -Bajo la Espada de Odìn- *Capítulo 37: El Honor Está en Juego*

                                   Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: BAJO LA ESPADA DE ODÍN*

PENÚLTIMA PARTE: LA BAHÍA DEL NAUFRAGIO


Beckett quiere gobernar el mundo;Morgan quiere asesinar a todos;Jack y jacky quieren ser uno solo;Will quiere liberar a su padre;Isabel quiere vengar a sus padres;James quiere encontrar el perdón. ¿Quién lo logrará?Cont de El Libro del Destino. EL FINAL

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado (Publicada en Fanfiction el 17 de Agosto del 2009 hasta el 21 de Marzo del 2011)
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 37: El Honor Está en Juego*


—¿Almirante… Jacobson? —inquirió Beckett, mirando extrañado a la recién
llegada.

Ella no respondió inmediatamente a su pregunta, no hizo falta que lo
hiciera, puesto que su sola e imponente presencia era suficiente:

La hermosa mujer llevaba una elegante casaca lila claro de corte
masculino, su tricornio era del mismo color al igual que su chaleco y
sus calzones. Las medias eran blancas y sus zapatos eran negros como el
lazo que ataba sus largos bucles dorados. Su piel marmolea era
contrastada por sus intensos ojos celestes llenos de inteligencia y
determinación. Cada rasgo de su rostro era hermoso, pero éste era frío y
exento de sentimientos.

Además de una pistola y una espada, también llevaba una caja larga de
color azul atada con un lazo rojo.

—Mi nombre verdadero es Isabel Jacobson, Lord Beckett, usted lo sabe muy
bien.

—Es verdad… —asintió.

Los tres hombres estaban tan absortos ante la belleza que tenían frente
a ellos, que no lograron pronunciar ni tres palabras seguidas. Isabel
aprovechó aquel atontamiento a su favor y le quitó la brújula de las
manos de Will Turner.

—Como les dije hace un momento, caballeros, la mayor prioridad aquí será
encontrar a Bart "Sangre Negra" Morgan.

—¡Ah, no! —se quejó el capitán Davy Jones, logrando por fin salir de su
desconcierto, caminando amenazante hacia ella—. ¡Las mujeres aquí no
tienen voto ni capricho qué conceder!

Con un rápido movimiento, Isabel desenfundó su espada y Jones se vio
obligado a detenerse cuando sintió la fría punta de aquella arma fija
sobre su garganta.

—Bart "Sangre Negra" Morgan consiguió la Sagrada Espada de Odín —declaró
secamente.

—¡Oh! —fue lo único que dijo Cutler, poniéndose más pálido de lo que era
y dejándose caer sobre una silla.

Will miraba de un lado a otro sin lograr comprender nada de lo que
estaba sucediendo.

—¿La espada de Odín? ¿Qué significa eso?

—Significa que las cosas se están poniendo verdaderamente difíciles
—respondió el comerciante.

—¿Por qué?

—Porque esa espada es tan poderosa que podría partir en dos a un navío
de un solo golpe —le informó Isabel, apartando la espada del cuello de
Jones.

—Eso es imposible —frunció el ceño, negando con la cabeza. Ella lo
atravesó con una fría mirada de advertencia que el chico no pudo evitar
estremecerse de temor.

—Nada es imposible mientras exista lo posible, joven Turner —le
advirtió—. ¿Acaso no fue usted el que se topó con un barco pirata
llamado /Perla Negra/? ¿No fue usted el que presenció a Jack Sparrow
convertido en mujer? ¿Acaso le parece imposible la existencia del
/Holandés Errante/ y su monstruoso capitán?

Viéndose superado por aquella larga lista de firmes evidencias, William
se dio por vencido y él también se dejó caer sobre otra silla.

—¿Qué vamos a hacer, entonces? —preguntó, llevándose la mano a la
cabeza, desesperado por el rumbo que estaban tomando las cosas y el
destino incierto de sus seres queridos.

Un pesado silencio y una terrible sensación de incertidumbre gobernaron
los espíritus de los tres hombres hasta que una risita de
condescendencia los espabiló, volviéndolos a la realidad.

—¿De qué se ríe? —se molestó Beckett, cruzándose de brazos mientras le
dirigía una terrible mirada asesina a la joven.

—Me río de la triste incompetencia de los hombres, Lord Beckett.
¡Ciertamente se dejan amedrentar tan rápido con los inconvenientes!

—¡No me parece divertido! —se quejó el capitán Jones, golpeando
fuertemente con su puño la mesa.

—¿Acaso tienes un plan? —preguntó Will, siempre más cabal aunque se
sintiera ofendido.

—Veo que alguien aquí tiene un poco de sentido común. —dijo Isabel,
sonriéndole astutamente, luego de volvió hacia Cutler y le dijo—: Ten
cuidado con este chico; es de esos que se mueven con el viento como una
veleta.

—¡Oiga! —el muchacho dio un paso adelante, irritado.

—¡Basta! —Beckett lo silenció de inmediato, alzando la mano y
advirtiéndole con la mirada, luego se giró hacia la mujer—. Dinos de una
vez lo que pretendes, no hay tiempo para adivinanzas.

—Bien, como quieras…

Y ante la curiosidad de los otros, Isabel tiró todo lo que había en la
mesa con una sola barrida de su brazo (Beckett puso cara de dolor al ver
toda su porcelana rota tirada en el suelo), luego puso sobre ella la
caja que llevaba consigo, desató el listón, la abrió y ante el asombro
de todos, alzó ceremoniosamente una majestuosa espada envainada.

Jones, Will y Cutler se miraron entre ellos bastante confundidos.

—¿Y qué se supone que es esa espada? —quiso saber Beckett con marcado
desdén.

—Esta espada, caballeros, es la famosa y mística Excalibur. La espada
del legendario rey Arturo.

—¿Qué? ¡Imposible! —exclamó William.

—Ya te dije que nada es imposible mientras exista lo posible —le
advirtió la Jacobson—. Esta espada ha formado parte de mi colección de
antigüedades desde hace ya mucho tiempo. Jamás pensé que tendría que
usarla y por eso le prometí a la Dama del Lago que nunca la utilizaría
para ese fin, pero ahora que ese maldito pirata tiene la otra espada, me
veo obligada a romper mi promesa y hacer uso de ella…

Dicho esto, alzó la hermosa espada sobre su cabeza y la desenvainó,
deslumbrando a todos con su brillo plateado y asombrándolos con el
inmenso poder que emanaba de ella, convenciéndolos así de su legitimidad
como la legendaria espada del rey Arturo.

—Es… ¡magnífica! —apenas pudo decir Davy Jones. Los otros dos ni
siquiera pudieron cerrar la boca por lo impresionados que estaban.

—Excalibur es la espada de la Soberanía que garantiza el triunfo en
cualquier batalla. Su funda impide que su poseedor derrame su sangre en
las batallas. —La bajó y les sonrió triunfalmente—. ¿Y bien? ¿Qué dicen?

Will y Jones se miraron entre ellos y luego se volvieron hacia Lord
Beckett, interrogantes. Éste los miró también y finalmente se puso de
pie y declaró tranquilamente mientras sorbía otro poco de té en la única
taza de porcelana china que le había quedado:

—Que la batalla contra los piratas se llevará a cabo sin retraso alguno
y usted obtendrá su venganza mientras nos ayude a eliminarlos a todos,
señorita… Jacobson.

—Que así sea —asintió con una maliciosa sonrisa.

Al amanecer del día siguiente y con la Bahía del Naufragio como fondo,
tal y como Christian y Seagull habían pactado, ambos se encontraron
frente a frente para poner punto final a sus desavenencias en un duelo
con armas. Pero bien pronto descubrieron que la noticia de su
enfrentamiento había corrido como un reguero de pólvora por todo el
/Emperatriz/, cuyos tripulantes asistieron todos a tropel para
contemplar aquel combate con gran interés.

—Lo siento, pero esto es un asunto entre caballeros, no una pelea de
gallos (a las cuales detesto). —Les dijo el doctor con una bonita media
sonrisa.

—¿Bromea? —replicó Jacky, acercándosele con su característico andar
oscilante, sonriéndole pícaramente y extendiendo los brazos—. ¡No sabe
la cantidad de dinero que he recolectado con la apuesta!

—¿Apuesta? —parpadeó el perplejo doctor. Seagull simplemente se echó a
reír con aquella ocurrencia.

—¡Bien! ¡Bien! ¡Basta de charla, amigos! ¡Queremos ver acción! —aplaudió
la atolondrada pirata mientras caminaba hacia los demás piratas
alborotados y dejaba a los dos duelistas parados en medio de la cubierta
principal.

James, vestido como un civil y con la ayuda de un bastón, salió para ver
lo que estaba ocurriendo.

—No pueden hacer un duelo si no tienen un testigo, caballeros —les dijo
severamente—. Me ofrezco como tal a su propósito.

—¡Pero usted debe descansar! —se quejó Christian.

—¡Nada de eso! —intervino Jacky—. Si él quiere ser testigo de ustedes,
él será testigo de ustedes… Además, no necesita estar de pie, ¿no? Con
que esté sentado y viéndolo todo será suficiente, ¿verdad?

El doctor Jacobson no pudo más que asentir con la cabeza, derrotado.

—¡Excelente! ¡Pues manos a la obra! Digo… ¡Manos a las armas!

Y tomó a James del brazo y lo ayudó a sentarse sobre un cajón de madera.

—Abre bien los ojos, Norry, las ganancias de las apuestas dependen de ello.

—¡Pero, Jacky! ¡Esto es un asunto muy serio! —comenzó a quejarse, pero
ella lo tomó de las mejillas y lo silenció con un enérgico beso,
dejándolo boquiabierto. Y mientras Jacky se inclinaba exageradamente
ante un auditorio que aullaba enloquecido ante aquella muestra de amor,
el rostro de James se puso tan colorado que parecía un tomate.

Seagull sonrió complacido y miró al doctor.

—¿Y qué le parece, doc? Aquellos podríamos ser nosotros dos.

—Ni lo sueñe —replicó, cortándole en seco.

—Soñar no cuesta nada.

—Claro que no, pero procure que no se convierta en una pesadilla —le
sonrió maliciosamente.

El pirata torció el gesto, ¡cómo odiaba la inteligencia sarcástica de
aquel hombre! Sabía que Christian era más astuto y atractivo que él y
por eso su única salida era sobrepasarlo con su poca moralidad, y para
eso lo necesitaba cerca, muy cerca de él…

—¿Qué armas prefiere? ¿Pistolas o espadas? —preguntó un tanto molesto.

Jacobson estuvo a punto de contestar, pero Norrington intervino.

—Como juez y testigo de este duelo, propongo lanzar una moneda para
decidir quién elegirá las armas.

Y fue la atolondrada Jacky la que rápidamente le entregó una pieza de
ocho para que realizara el lanzamiento, despidiéndose de él con un
pícaro guiño. James se le quedó mirando un tanto perplejo, pero
enseguida se volvió hacia los dos duelistas y les preguntó:

—¿Cara o cruz, caballeros?

—Cara —eligió Seagull.

—Cruz —declaró el doctor.

James se volvió hacia Jade.

—¿No existe ningún impedimento de su parte, capitana?

La chica se alzó de hombros.

—Creo que no. Es un duelo de honor y no hay nada más noble que eso.

—Bien, entonces…

—¡Papi! —gritó de repente la pequeña Alwine bañada en lágrimas,
lanzándose desesperada a los brazos del doctor—. ¡No quiero que te
mueras! ¡No pelees!

Entonces, el enternecido Christian se hincó y la tomó por los hombros
para secarle cariñosamente las lágrimas con su pañuelo.

—No temas, mi niña, no te preocupes, no me pasará nada malo.

—Pero… —hipeó.

—Recuerda que volví para quedarme contigo para siempre y así será.

Alwine sonrió como cualquier otro niño que respondía ante la más mínima
esperanza.

—¿Entonces no te pasará nada?

—Ni siquiera tendré un solo rasguño. Pero no lo lograré si no confías en
mi, querida Alwine… ¿Confías en mí?

—¡Sí, papá! —exclamó, lanzándose nuevamente a sus brazos pero esta vez
llena de felicidad.

Finalmente el doctor se puso de pie y le dijo con una bonita y
tranquilizadora sonrisa:

—Entonces no te preocupes y ve a esperarme como una niña buena junto a
tu madre, ¿sí?

—¡Sí! —asintió llena de energía y salió corriendo hacia Alrun, quien la
tomó de la mano mientras vigilaba atentamente cada movimiento de
aquellos dos duelistas.

—¿Así que saldrás de ésta sin un solo rasguño? ¿No es eso demasiado
pretencioso? —se burló Seagull.

—Mi pretensión es darle a usted una buena lección, señor Hood.

—¿Ah, sí? Pues también esa es mi pretensión, doc, darle una bueeena
lección —rebatió con una mirada tan significativa que obligó a Christian
a torcer el gesto, disgustado.

—¿Están preparados, caballeros? —les preguntó James un tanto molesto por
las interrupciones y las tardanzas.

—Sí, perdone la demora —se disculpó el doctor; el pirata simplemente le
hizo una venia acompañada con una sonrisa burlona.

—Bien. Aquí va —y lanzó la moneda al aire, que fue seguida por los ojos
de todos, dio unas cuantas vueltas y cayó pesadamente sobre la palma del
que la había lanzado.

—Cruz —reveló—. Será el doctor Christian Jacobson el que escoja las armas.

—Escojo las dos armas: primero la pistola y después, si es preciso, el
sable —fue la sorprendente declaración del aludido, asombrando a todo el
mundo.

—La quiere hacer en grande, ¿verdad, doc? —replicó el sonriente pirata.

Christian lo miró fijamente.

—No. Lo que quiero es darte una lección para que me respetes.

—Te equivocas. Yo te daré una lección para que aprendas quién es la
estrella aquí. Además, ya hemos combatido antes y conozco muy bien tus
movimientos.

—No lo crea, apenas ha visto la punta del iceberg, capitán Hood.

Y allí terminó la conversación, pues los dos hombres se miraron entre
ellos con gran resentimiento.

—¡Prepárense! —les ordenó Norrington en voz alta—. ¡Tomen sus
posiciones! ¡El doctor Jacobson caminará hacia estribor y el capitán
Hood hacia babor!

—¡Suban sus apuestas, damas y caballeros! —comenzó a gritar la
atolondrada Jacky para el disgusto de James—. ¡Apuesten por el mejor!
¿Cuál de los dos ganará?

Y mientras los dos duelistas tomaban sus respectivos lugares, espalda
contra espalda, con las pistolas en las manos y las espadas enfundadas,
los piratas gritaban eufóricos por la apuesta y la fortuna que les
sonreiría si ganaba alguno de ellos dos. Las monedas tintineaban dentro
de la bolsa de Jacky que comenzaba a llenarse rápidamente. Una vez
acabada aquella batahola, Norrington intervino.

—¿Ya está? —le preguntó a Jacky con tono de fastidio.

Ella se volvió dichosa hacia él.

—Ya. Y yo me quedaré con el 50 por ciento de las ganancias.

—¡¿QUÉEEE? ¡NOOOOO! —se quejaron los apostadores al escucharla, así la
pirata hizo uso de sus habilidades actorales y se volvió hacia ellos con
un exagerado gesto de victimismo, llevándose la mano a la frente.

—¿Qué sucede? ¿Es que planean arrebatarle el dinero a esta pobre y
delicada embarazada? ¡Pero qué insensibles! ¿Cómo podré mantener a mis
bebés? ¡Qué mundo tan cruel en el que vivimos!

—Desgraciada… —murmuró la enfurecida Ana Maria, quedándose, como sus
demás compañeros, con las ganas de estrangularla. Tia Dalma y Alrun
simplemente sonrieron por la oportunista astucia de Jacky.

James puso los ojos en blanco y prefirió continuar con lo que más importaba.

—¿Están listos?

—Sí —asintieron al unísono los dos duelistas.

—Bien. A la cuenta de diez pasos se volverán y atacarán al otro,
¿entendido? Mucho cuidado hacia dónde disparan… ¡Comiencen!

De inmediato, cada uno comenzó a caminar bajo su propio conteo mientras
escuchaban a toda la tripulación gritar a más no poder debido al gran
entusiasmo que sentían al presenciar un duelo. (Olvidándose
momentáneamente del dinero perdido en manos de Jacky). Ella, por su
parte, seguía contando descaradamente sus ganancias recién adquiridas
sobre un tonel.

Cuando llegaron a diez, todo se volvió tan silencioso como una tumba,
salvo el sonido de las olas, y decenas de pares de ojos se fijaron sobre
sus elegidos, quienes giraron sobre sus pies, apuntaron hacia el otro y
dispararon.


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