Fanfic Piratas del Caribe -Bajo la Espada de Odìn- *Capítulo 36: El Regreso*

                                  Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: BAJO LA ESPADA DE ODÍN*

PENÚLTIMA PARTE: LA BAHÍA DEL NAUFRAGIO


Beckett quiere gobernar el mundo;Morgan quiere asesinar a todos;Jack y jacky quieren ser uno solo;Will quiere liberar a su padre;Isabel quiere vengar a sus padres;James quiere encontrar el perdón. ¿Quién lo logrará?Cont de El Libro del Destino. EL FINAL

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado (Publicada en Fanfiction el 17 de Agosto del 2009 hasta el 21 de Marzo del 2011)
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 36: El Regreso*


Fue una gran sorpresa para todos el que James Norrington comenzara a
recuperarse rápidamente tanto de su estado físico como anémico
prescindiendo de los poderes curativos de la pequeña Alwine, pues,
orgulloso como era, quería demostrarle a todos (sobre todo a Jacky) lo
fuerte y decidido que era para recuperarse. Muy pronto estuvo de pie a
pesar de las quejas y consejos del doctor de que permaneciera en cama un
tiempo más, pero James estaba ansioso por poner a trabajar su mente en
contra de los planes de conquista de Lord Beckett, y cuando supo por
Elizabeth que Weathervy Swann había regresado a Inglaterra, entendió que
el Rey, a pesar de que ganaba mucho por la mano ambiciosa de Beckett, no
le convenía a sus intereses políticos la muerte de tantos inocentes,
sobre todo de la clase alta y aristócrata. A Beckett se la había ido la
mano y el Rey debía detenerlo. Pero esperar a que esto sucediera tomaría
algún tiempo más y el enfrentamiento entre Beckett y los piratas sería
inminente, así que James, aunque no le agradaba en absoluto el
involucrarse tan activamente con los piratas, no tenía otra opción que
unirse a ellos para derrotar a su enemigo en común.

A James también le intrigaba mucho la suerte de su amiga Isabel, pero no
le quedaba otra que relegarla en lo más profundo de su mente porque no
podía hacer nada por ella. Ahora era Jacky la que lo absorbía por
completo, pues esta, a pesar de haberle confesado su amor y de estar
embarazada, no había dejado de ser "Jacky", por lo que le salía siempre
con alguna de sus ocurrencias, haciéndolo rabiar, pero siempre terminaba
perdonándola.

Jacky, a pesar de que no quería admitirlo tan abiertamente a todo el
mundo, amaba con locura a ese hombre orgulloso y testarudo, y su mayor
ambición era verlo completamente repuesto tanto física como mentalmente,
y claro, sus "tácticas" eran las de siempre: fastidiándolo. Pero ahora
la diferencia radicaba en que ya no jugaba con sus sentimientos, había
aprendido a respetarlo y por nada del mundo quería verlo triste; enojado
y molesto sí, pero triste no. Jacky se sentía terrible cada vez que lo
pillaba con un gesto de tristeza en el rostro o cuando podía leer en sus
ojos verdes una profunda tristeza que provenía de su alma a pesar de su
semblante serio o detrás de su tranquila sonrisa. Jacky, sabiendo del
porqué de esa tristeza, estaba decidida a encontrar la manera de hacerlo
feliz, pero aún no sabía cómo lograrlo…

Ni por asomo Beckett representaba una preocupación para la atolondrada
pirata, el primerísimo puesto lo ocupaba su querido James,
(asombrosamente, su propio ego pasó a segundo lugar), y el tercer lugar
lo representaban sus bebés. A diferencia de ella, aquellos pobres niños
eran la mayor preocupación del padre, puesto que Jacky no podía
comportarse como una embarazada común y no se quedaba quieta ni por un
solo momento. Lo fastidiaba con sus "caprichos" y "antojos" de
embarazada, y no solo él debía sufrirlos, sino también todo el resto de
la tripulación que no podían negarse a ninguno de sus deseos por temor a
que perdiera los bebés… Y esa era una situación que Jacky aprovechaba
con gran malevolencia.

Pero tanto Jacky como James era una preocupación constante para el
doctor Jacobson, puesto que como su médico, no paraba de aconsejarles lo
mejor que pudiera tratando de mantener la calma con unos pacientes tan
testarudos. Pero el capitán Seagull Hood era también un gran clavo en su
zapato, puesto que éste no dejaba de fastidiarlo cada vez que se
cruzaban. No entendía por qué Hood lo detestaba tanto, pero comprendía
que no podía utilizar su ingenio para rebatirle, pues corría el riesgo
de ser sobrepasado (no de una manera muy agradable) por aquel pirata tan
peculiar.

Dando un suspiró de fastidio luego de haber discutido vanamente con
James y Jacky pidiéndoles en vano de que se cuidaran, Christian se acodó
sobre la balaustrada y posó sus hermosos ojos celestes sobre el
firmamento estrellado. Según había predicho Ana María, al día siguiente
iban a divisar la Bahía de los Naufragios.

Se estremeció, una brisa fría lo había atravesado y el silencio que lo
rodeaba era un tanto sobrecogedor. Miró a su alrededor y no vio a nadie
sobre la cubierta. Todos estaban durmiendo ya y parecía que él era el
único que estaba despierto, excepto un vigía chino, quien vigilaba el
horizonte con el temple de un terrier subido al "nido de cuervo".

Se afirmó nuevamente sobre la balaustrada y dejó que sus pensamientos
divagaran a su antojo. Con gran pesar recordó su querida Annete y se
preguntó si alguna vez volvería a ver a su sobrina… su querida sobrina…
Aunque estaba muy decepcionado y enojado con ella, aún la seguía
queriendo como si fuera su propia hija y deseaba salvar su alma como
fuera, costara lo que costara.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar en ella, ¡no sabía lo mucho
que la extrañaba! ¿Y por qué no lo haría? Habían pasado más de 25 años
juntos, uno al lado del otro apoyándose mutuamente a pesar de sus
diferencias… Después de todo, él la había criado como si fuera su propia
hija…

—Isabel… —murmuró tristemente, sacándose los anteojos para enjuagándose
las lágrimas con su pañuelo.

De pronto, sintió un leve toquecito en el hombro derecho que lo hizo
volverse con un sobresalto hacia ese costado, pero al no ver a nadie, se
volvió hacia el otro lado sólo para darse frente a frente contra el
mismísimo capitán Hood, quien le sonreía burlonamente.

—¡Capitán Hood! —exclamó sorprendido.

—El mismo que calza y viste, doc.

Había algo en el tono de su voz que alarmó sobremanera al doctor, por lo
que éste decidió marcharse inmediatamente pero el pirata lo tomó
fuertemente de la muñeca y lo tironeó hacia él. Christian, al estar tan
cerca de él, pudo sentir el aliento a ron que salía de su boca y aquello
no le gustó ni pizca.

—¡Suélteme ahora mismo, capitán Hood! —exigió, poniéndose muy tenso—.
¿Qué cree que está haciendo?

—Trato de consolarte, doc… ¡Te veías tan triste y solitario!

—¿Consolarme? No sé de qué me habla. ¿Podría usted tener la decencia de
soltarme de una vez?

—¿Decencia? —sonrió sarcásticamente—. Yo seré el Robin Hood del mar,
doc, pero no tengo una pizca de decencia…

Y apretando con más fuerza la muñeca de su prisionero, llevó la mano por
detrás de la cintura del doctor y lo atrajo aún más contra él.

—¡Suélteme! ¿Qué es lo que pretende? ¡Yo no soy de su clase! —se quejó,
tratando de desembarazarse de él, pero sus esfuerzos fueron vanos,
Seagull Hood era mucho más fuerte que él y lo tenía dominado.

—¿Y de qué clase crees que soy, doc?

Christian lo asesinó con la mirada.

—A mí me gustan las mujeres, no los hombres.

Seagull se alzó de hombros.

—¿Y eso qué? A mí también me gustan las mujeres, sino pregúnteselo a su
sobrina… Pero tampoco me niego a algunas excepciones cuando éstas valen
la pena… —lo miró tan significativamente que Christian no pudo evitar
sentirse muy incómodo además de aterrorizado—… y tú eres la excepción
más encantadora que he conocido…

Se agachó para besarlo en la boca, pero el doctor volvió rápidamente la
cabeza y logró evitar tamaña ofensa. Seagull sonrió complacido.

—Me encanta que te resistas, pero no lograrás evadirme por mucho que lo
intentes. Mis encantos son muy poderosos y nadie ha logrado rechazarme
por mucho tiempo por más recatada que fuera una mujer o por más hombre
que se crea un tipo. ¿Por qué crees que los Sparrow me detestan tanto?

—¿Su amor por mi sobrina es tan efímero como parece, señor Hood? —se
volteó y lo atravesó con la mirada, Seagull no pudo evitar torcer el
gesto: aquello había sido un golpe muy bajo—. Cuando nos conocimos usted
me declaró lo mucho que la amaba y que estaba dispuesto a hacer
cualquier cosa para ayudarla… Por lo que veo fueron puras palabras
carentes de sentido de un hombre que cree ser honorable.

—¡Maldito seas, doc! —se quejó el pirata, soltándolo de golpe—. ¡Sí que
sabes cómo apagar el fuego de la pasión!

—¡Bien! ¡Con eso aprenderá a no molestarme! —se cruzó de brazos muy molesto.

Seagull, acicateado, le dio la espalda para marcharse con el rabo entre
las patas, pero, para la sorpresa de Christian, éste se volvió veloz
como un rayo y lo tomó fuertemente de la cabeza y lo besó furiosamente
en la boca, dejándolo completamente pasmado. Luego lo soltó con
brusquedad y escupió con desprecio al suelo antes de irse.

El pobre de Christian se quedó muy quieto, palidísimo y con los ojos
bien abiertos. Poco a poco su orgullo masculino comenzó a ser más fuerte
que su razón

—¡Pero qué hombre tan impertinente! —se quejó con un furioso taconazo en
el suelo—. ¡Va a volverme loco! —y se limpió la boca con su pañuelo—.
¡Señor Hood, exijo una satisfacción!

El aludido giró sobre sí mismo.

—Como tú quieras, encanto —su blanca sonrisa volvió a relucir—. ¿A qué
hora quieres que sea el duelo?

—Que sea a la madrugada —respondió muy decidido.

—Muy bien. Tus encantos son órdenes para mí, encanto —lo saludó con la
mano en la cabeza.

—¡Oh! ¡Ya váyase a dormir que mañana tendrá que madrugar! —replicó
fastidiado.

—Tienes razón. Mejor me voy a soñar con tus encantos. ¡Muero por volver
a verte mañana! —y desapareció por la puerta de la bodega soltando una
carcajada estruendosa y sarcástica.

—¡Por el amor de Dios! —se quejó Christian, llevándose la mano a la
cabeza—. ¡Ese hombre es incorregible!

Finalmente dio un pequeño suspiro de cansancio y también se marchó.

Oculta entre las sombras y sin que ninguno de ellos dos hubiera reparado
en ella, la capitana Jacky Sparrow se reía entre dientes mientras
frotaba malvadamente sus manos, cual mosca en aseo, pensando en lo mucho
que podría divertirse con aquella situación.

Al día siguiente, el /Perla Negra/ navegaba tranquilamente cerca de las
costas de la Caleta del Naufragio: una isla con altísimos acantilados
rodeada por un bellísimo mar azul.

—¡Mantengan los ojos abiertos! —les aconsejaba el contramaestre Gibbs a
sus hombres—. ¡No por nada la llaman la Isla del Naufragio! ¡Allí están
la Bahía del Naufragio y la Aldea del Naufragio!

—¡Ya lo escucharon! ¡No se duerman! —exclamó Pintel, y todos volvieron a
sus puestos mientras Gibbs se dedicaba a seguir al capitán Jack Sparrow
en su paseo por la cubierta mientras comía un pedazo de queso.

—Aunque tenemos fama de astutos, nos falta imaginación cuando le damos
nombres a las cosas —le comentó Jack un tanto decepcionado.

—Cierto.

El capitán Sparrow se detuvo y se volvió hacia él.

—Un día conocí a un anciano que perdió los brazos y parte de un ojo… —le
dijo un tanto pensativo.

—¿Y cómo lo llamaste?

—… Larry… —y siguió su camino un tanto contrariado al igual que su
confundido contramaestre.

—¡Pequeño Billy! ¡Felices los ojos que te ven! —Jack festejó en cuanto
vio al jovencito italiano abrazando a Pirata, el perro color azabache de
la difunta Elena.

Lanzándole una feroz mirada, el chico se levantó y se fue rápidamente de
allí, dándole la espalda con desprecio, a lo que el pirata se quedó
bastante desconcertado.

Girándose un tanto tambaleante hacia Gibbs, apuntó hacia el muchacho por
encima de su propio hombro y dijo:

—¿Qué le pasa a éste?

—Descubrió que usted hizo un trato con el capitán Sao Feng haciéndole
entrega de las mujeres y del doctor, Jack.

El pirata enarcó la ceja y giró la cabeza hacia el muchacho que se
escabullía entre los demás piratas junto con el can.

—Ahora entiendo… Pero no está enojado porque también le entregué al
puerco de Seagull, ¿verdad?

—No lo creo.

—Perfecto, entonces.

—¡Maldito seas, Jack Sparrow! —se oyó gritar al iracundo capitán
Barbossa. Jack puso los ojos en blanco y se volvió hacia él.

—¿Ahora tú también te unes al club "odiemos a Jack Sparrow"?

—¿De qué demonios estás hablando, rata hedionda? ¡Quisiera saber por qué
demonios tuviste que entregar también a Tia Dalma a Sao Feng! ¡No sé
cómo no la vi entre las demás cuando se la llevaron! ¡No lo habría
permitido!

—¡Ah! ¿Era eso? —comenzó a pasear tranquilamente por el puente, seguido
por su furioso compañero y su curioso contramaestre.

—¡Sí! ¡Eso! ¿Acaso no sabías que la necesitábamos para derrotar a Beckett?

Jack se volvió sonriente hacia Barbossa, casi pegando su rostro al de él.

—¿Y tú no sabías que Sao Feng la llevará al mismo lugar al que nosotros
iremos? ¡Da lo mismo, hermano! —extendió los brazos echándose para atrás
y ampliando grandemente su triunfante sonrisa.

—¡Eso lo veremos! —gruñó el capitán, haciéndolo bruscamente a un costado
para seguir con su camino.

Jack y Gibbs se le quedaron mirando en silencio por algunos momentos.

—Oye, Jack —comenzó a decir el obeso pirata—. Necesitamos nueve Señores
Piratas para quitarle el sello a Tia Dalma, ¿verdad?

—Sip.

Gibbs lo miró a la cara, preocupado.

—Con la capitana Jacky sumamos diez Señores Piratas.

Jack lo miró también.

—Cierto. Ése es un pequeño gran problema que pienso que no será gran un
problema.

El contramaestre pestañeó un tanto confundido.

Entretanto, el furioso capitán del /Holandés Errante/, Davy Jones, subía
a bordo del /Endeavour/ para reunirse con Lord Beckett, quien lo había
hecho llamar con presteza ante su presencia debido a los últimos
acontecimientos.

—¡No soy un perro para que puedan llamarme cuando se les antoje! —se
quejó en cuanto entró al camarote del Lord, empujando sin concesiones a
uno de los sirvientes, haciéndolo tambalear.

El hombrecillo calculador lo miró con frialdad.

—Al parecer sí lo es —replicó mientras tomaba tranquilamente una taza de
té con una persona sentada frente a él, quien le daba la espalda a Jones
mientras tomaba el té él también.

—Ambos ya se conocían, ¿no es así? —dijo Cutler, extendiendo la mano
hacia el desconocido.

El invitado se volvió y le hizo un gesto de asentimiento a Davy Jones.
Aquella persona no era otro que el recién rescatado William Turner.

—¡Ajá! —se rió el pirata, aproximándosele—. ¿Has vuelto para unirte a
nosotros, mozo Turner?

—No a ustedes… A él —le aclaró, señalando a Beckett con la cabeza.

Se llevó la taza a los labios, pero enseguida recordó algo y se volvió
hacia Jones.

—Jack Sparrow te envía saludos.

—¿Sparrow? ¡Pero él está muerto! —exclamó confundido, por lo que Will se
volvió un tanto intrigado hacia el hombre de la Compañía de Indias
Orientales.

—¿No le dijiste?

Por toda respuesta, Cutler prefirió guardar silencio, así que el joven
ex herrero decidió ser más explícito.

—Rescatamos a Jack del fondo junto con el /Perla Negra/.

Contrariado y muy molesto por aquella malísima noticia, Jones se acercó
a Beckett en busca de más revelaciones funestas.

—¿Y qué más estás ocultándome tú?

—Tengo cosas —respondió calmadamente, tomando su taza de la mesa para
levantarse de la silla, dándole la espalda—. Cosas mucho más
importantes… —Se volvió—. Dime… ¿Te es familiar el nombre de Calipso?

Jones se le quedó mirando de hito en hito, comenzando a balbucear
inteligiblemente.

—No es una persona —logró decir al fin, dominando por fin sus
sentimientos—. Es una diosa cruel que se deleita torturando hombres con
sus seños y esperanzas para convertirlos en ilusiones vacías… El mundo
está mejor sin ella.

—Pues nadie se ha deshecho de ella —replicó Will, tomando otro sorbo de
té mientras Jones y Cutler lo miraban intrigados—. Barbossa ha convocado
a La Corte de la Hermandad con el propósito de liberarla.

—¡No! ¡Eso nunca! ¡La Primera Corte prometió aprisionarla para siempre!
¡Ese fue el acuerdo!

—¿Tú estuviste ahí? —fue la inesperada pregunta del astuto Lord Beckett,
quien le dirigió una mirada bastante significativa. Jones comprendió que
se había descubierto solo.

—Yo… —comenzó a decir un tanto incomodado, paseando nervioso por el
camarote—… Yo les dije cómo capturarla… Ella no era de fiar… Yo… Eh… No
me dejó elección. Debemos actuar antes de que la liberen. ¡Ella nos
destruirá a todos si lo logran!

Will se levantó lentamente de su asiento, sorprendido. Por fin había
comprendido el motivo del extraño comportamiento de Davy Jones.

—La amabas… —le dijo, Jones se volvió hacia él, boquiabierto—… y después
la traicionaste...

—¡Sólo fingió amarme! —replicó lleno de furia y rencor, acercándose al
muchacho mientras éste tomaba otro sorbo más de té al igual que el
interesado pero tranquilo Beckett—. ¡Fue ella la que me traicionó a mí!

Will se volvió, quedando frente a frente con su enemigo, desafiándolo.

—Tú le dijiste a la Primera Corte cómo aprisionarla, y para eso te
arrancaste el corazón.

Furioso, el descubierto e impotente pirata le tiró la taza de la mano
con un enérgico manotazo, estrellándose ésta con platillo y todo al
suelo. Beckett lamentó la pérdida en silencio. Era una pieza de
porcelana china magnífica.

—No juegues conmigo —le advirtió Jones.

—No he terminado —replicó terminantemente y sin temor alguno, haciendo
caso omiso a su mirada asesina—. Tú liberarás a mi padre.

Se dirigió hacia Lord Beckett, muy seguro de sí mismo.

—Y tú garantizarás la libertad de Elizabeth junto con la mía —le demandó
más que pidió.

—Exiges mucho, joven Turner —le dijo Cutler siempre con su tono frío y
tranquilo, preguntándose para sus adentros quién demonios se creía aquel
donnadie—. A cambio espero algo valioso —le advirtió con la mirada.

—Sólo hay un precio que aceptaré —los interrumpió el capitán Jones—.
¡Quiero a Calipso muerta!

William enarcó una ceja. Aquello iba a ser más fácil de lo que había creído.

—Calipso está a bordo del /Emperatriz/ —le informó sin asomo de culpa
por la traición que estaba cometiendo. Jones abrió enormemente los ojos.

—¿¡Cómo dijiste! —se acercó raudamente al muchacho—. ¿¡Ella está a bordo
del /Emperatriz/! ¿Entonces por qué demonios no sentí su presencia
cuando los ataqué?

—¿Atacaste al /Emperatriz/? —repitió Will, palideciendo como un muerto,
afligiéndose por la suerte que Elizabeth podría haber corrido durante
aquel ataque—. ¿Y qué pasó con la tripulación?

—Escaparon —le contestó Beckett, lanzándole una severa mirada al
capitán—. Un fallo muy grave de su parte.

Pero Jones no le prestó atención, estaba muy confundido. ¿Por qué no
había sentido la presencia de Calipso cuando la tenía justo a bordo en
su propio barco? Aquello era algo muy extraño… En su forma humana, ella
era mucho más débil y jamás hubiera podido camuflar su presencia.

Will, tranquilizándose con la respuesta de Beckett, decidió confiar en
la suerte de su prometida y siguió con el plan.

—Entonces Sao Feng dirigirá al /Emperatriz /a la Bahía del Naufragio.

—Sao Feng está muerto —Jones lo corrigió secamente—, en su lugar tienen
a otro capitán.

—Eso no es problema. Estoy seguro que igual se dirigirán al mismo destino.

Cutler Beckett miró de reojo al joven, visiblemente desconfiado.

—Si ya no estás a bordo, ¿cómo piensas llevarnos hasta allá?

Jones se le abalanzó en contra del muchacho en busca de una pronta
respuesta, deseando retorcerle el pescuezo si los defraudaba.

Entonces el chico sonrió confiadamente y sacó la brújula mágica que Jack
le había entregado antes de lanzarlo al mar.

—¿Qué es lo que anhelas más? —le preguntó a Beckett, y éste sonrió
complacido.

—Yo anhelo encontrar al pirata Bart "Sangre Negra" Morgan, caballeros
—los sobresaltó una inesperada voz femenina muy autoritaria.

Entonces los tres hombres se volvieron hacia la puerta y se encontraron
frente a frente con la desaparecida pero muy peligrosa Isabel Jacobson.


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