Fanfic Piratas del Caribe -Bajo la Espada de Odìn- *Capítulo 14: Los Piratas de Singapur*

             Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: BAJO LA ESPADA DE ODÍN*

LIBRO SEGUNDO: EN EL FIN DEL MUNDO

SEGUNDA PARTE: RESCATANDO AL CAPITÁN SPARROW


Beckett quiere gobernar el mundo;Morgan quiere asesinar a todos;Jack y jacky quieren ser uno solo;Will quiere liberar a su padre;Isabel quiere vengar a sus padres;James quiere encontrar el perdón. ¿Quién lo logrará?Cont de El Libro del Destino. EL FINAL

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado (Publicada en Fanfiction el 17 de Agosto del 2009 hasta el 21 de Marzo del 2011)
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 14: Los Piratas de Singapur*


"/Con el objeto de poner fin de inmediato a unas condiciones de vida en
deterioro y garantizar el bien común, se declara el estado de emergencia
para estos territorios, por orden de Lord Cutler Beckett, el
representante oficial de Su Majestad, el Rey. En acuerdo con esta Ley
Marcial, los siguientes estatutos quedan provisionalmente enmendados:
derecho a asamblea, suspendido; derecho al Habeas Corpus, suspendido;
derecho a Defensa Jurídica, suspendido; derecho a veredicto por parte de
un jurado, suspendido. Por decreto, toda persona declarada culpable de
piratería, de ayudar a una persona culpable de piratería o de
relacionarse con una persona culpable de piratería, será sentenciada a
colgar del cuello hasta morir."/

Y mientras que bajo esta nueva ley sin sentido y sin justicia, las
ejecuciones seguían realizándose en Port Royal bajo las indiferentes
insignias flameantes de Inglaterra y la Compañía de las Indias
Orientales, aún había personas que anidaban esperanzas de un cambio
venturoso y de un futuro mejor… Personas que muy pronto deberían rendir
cuentas por sus actos pasados, buscando la redención.

Aquella era una hora oscura para los piratas: mientras la East India
Company los perseguía a través de los mares para eliminarlos de la faz
de la Tierra, perdonando únicamente a aquellos que optaban por servirles
como corsarios e hicieran negocios con los gobernadores de las Américas,
Elizabeth Swann remaba por las oscuras aguas de las costas de Singapur a
bordo de una vieja chalupa, observándolo todo con ojo avizor y cantando
una antigua canción, la misma que las victimas de Beckett cantaban con
resignación rumbo al cadalso: "/Hoist The Colours/", una antigua canción
acerca de viejos mitos piratas; una misteriosa canción que ella misma
estaba utilizando como una especie de llamada para convocar a los
piratas chinos que tenían su refugio bajo los muelles de Singapur:

/El rey y sus hombres
Robaron a la reina de su cama
Y la ataron en sus huesos
Los océanos son nuestros
Y por los poderes
Y donde debamos rondaremos/

Yo, ho, tiren juntos
Hizen los colores en alto
Levanten, ho, ladrones y mendigos
Nunca moriremos

Algunos hombres han muerto
Y otros están vivos
Y otros navegan en el mar
Con las llaves de la celda
Y el demonio a pagar
¡Colocamos al "Fiddler's Green"!

La campana ha sido levantada
De su acuosa tumba
¿Escuchas su tono sepulcral?
Debemos llamar a todos
Pagar por adelantado la ráfaga
Y girar la vela hacia el hogar

Yo, ho, tiren juntos
Hizen los colores en alto
Levanten, ho, ladrones y mendigos
Nunca moriremos

Aparentemente desentendidos con aquella lastimera canción pirata, los
habitantes del pueblo de Singapur continuaban sus vidas nocturnas
alrededor de la muchacha, tratando de llevar sus existencias lo más
natural posible a pesar de la presencia de los soldados ingleses que se
encontraban merodeando por allí con intenciones hostiles y coloniales,
controlándolo todo y a todos.

Vestida con simples ropas orientales, Elizabeth atracó en el puerto y,
dejando bien amarrado el bote, ingresó de lleno a aquel mundo irreal al
que una jovencita consentida como lo había sido ella debía acostumbrarse
por la fuerza si quería que su antiguo mundo en el que había crecido,
regresara.

Después de que los soldados de la East India Company liderados por
Mercer hubieran pasado, aquellos que podían ser sus aliados contestaron
prontamente a su llamada, ocultos bajo las oscuras sombras de la noche.

—Es una canción muy peligrosa para quien no conoce su significado… —le
advirtió uno de ellos, un pirata chino acompañado por otros dos. Sonrió
maliciosamente ante la sobrecogida joven—. En especial para una dama; y
más aún si aquella dama está sola...

—¿Qué te hace pensar que está sola? —lo corrigió el mismísimo capitán
Hector Barbossa, bajando por una de las escaleras laterales del muelle,
advirtiendo al hombre con la mirada.

—¿Tú la proteges? —replicó el pirata, desafiando al recién llegado.

De pronto y sin previo aviso, Elizabeth se lanzó contra el rufián y lo
aprisionó por la espalda, colocándole un cuchillo en la garganta, sin
siquiera darle tiempo a sus compañeros de reaccionar.

—¿Crees que necesito protección? —le espetó ofendida, ignorando los
arcabuces que apuntaban amenazadores hacia su cabeza.

La situación estaba que ardía y a Barbossa no le convenía para nada en
sus planes que comenzara un altercado en ese momento y en ese lugar.
¡Esa tonta jovencita inexperta y su odioso orgullo, siempre lo metía en
problemas!

—Tu amo Sao Feng nos está esperando; él nos ha prometido un pasaje
seguro, y una muerte inesperada ensombrecería ligeramente nuestra
reunión —les advirtió, haciendo entrar en razón a Elizabeth y a los
demás, quienes bajaron sus armas, justo a tiempo, puesto que un séquito
de vigilancia que pasó muy cerca de allí los obligó a todos a ocultarse
entre las sombras del muelle.

Pasado ya el peligro, ingresaron en silencio por los oscuros y húmedos
pasadizos subterráneos del muelle que conectaba al sector de una casa de
baño.

El pirata Sao Feng quizás le había prometido un pasaje seguro, pero
Barbossa era un pirata inteligente y lo bastante desconfiado como para
tener a mano una ruta alternativa de escape, por lo que en ese preciso
momento, el contramaestre Gibbs y algunos miembros de la tripulación del
/Perla Negra/ se encontraban nadando a través de los afluentes que
alimentaba el mar y que cruzaban la zona rivereña ciudad, ocultándose
rápidamente de los soldados que cruzaban de tanto en tanto los
aparentemente frágiles puentecillos de madera con forma de arco:
sumergiéndose en las aguas sucias, mimetizándose entre las sombras o
protegiéndose detrás de los postes de madera que sostenían el muelle
hasta que lograron alcanzar el lugar en dónde seguramente estarían el
capitán Barbossa y Elizabeth, pero por debajo de sus pies.

Tenían que pasar a través de una reja que protegía la entrada
subterránea de la casa de baño que Sao Feng utilizaba como refugio,
debiendo cortar los barrotes con una lima. Afortunadamente para ellos,
el sonido de la lima quedó cubierto por las melodías estridentes de un
órgano ambulante cuya propietaria era una mendiga que se detuvo justo
sobre ellos. Aquella mujer con el rostro cubierto no era otra que la
mismísima sacerdotisa vudú que respondía al nombre de Tía Dalma, quien
estaba siendo acompañada por el loro de Cotton y el monito Jack.

Mientras tanto, el capitán Barbossa y Elizabeth eran conducidos hacia el
escondite de Feng a través de callejuelas inmundas de los barrios bajos
de Singapur, repleta de vendedores, compradores y gente sospechosa que
seguramente eran piratas bajo el mando del mencionado pirata.

—¿Hay noticias sobre Will? —le preguntó por lo bajo la preocupada muchacha.

—Confío en que el joven Turner ya habrá obtenido las cartas de
navegación y que tú sepas comportante en presencia del capitán Sao Feng,
o no me atrevería a enfrentarlo yo sólo —le advirtió su compañero.

—¿Acaso es tan atemorizante? —se burló, sonriendo presuntuosa.

—Se parece a mí, pero carece de mi carácter compasivo y mi sentido del
juego limpio —le contestó sonriente, burlándose de sí mismo.

Se detuvieron frente a los portones principales de la casa de baño se
Sao Feng, entonces el pirata chino que los guiaba llamó a la puerta
resguardada por mujeres de apariencia "sospechosa", quienes miraron con
curiosidad a los extranjeros recién llegados, ocultando sus rostros
detrás de unos abanicos. Una portezuela se abrió y el guía le dio la
contraseña fijada a los guardias y estos abrieron las puertas y los
dejaron pasar.

A todo eso, Gibbs y compañía ya habían acerrado los barrotes los
suficiente como para poder ingresar a los subterráneos de la casa de
baño, por lo que entraron con sigilo sobre sus cuatro patas, llevando
consigo armas de fuego y un mini cañón, tratando de ignorar las ratas
que pululaban a su alrededor. ¡Sería el colmo de la mala suerte si
aquellos roedores se atrevieran a atacarlos!

Antes de reunirse con el misterioso Sao Feng, Barbossa y Elizabeth
tuvieron que entregar todas sus armas a sus lugartenientes para evitar
cualquier intento de traición por su parte. Pero cuando la joven quiso
seguir adelante, uno de los guardias de mayor rango la detuvo.

—¿Crees que por ser una mujer no sospecharíamos que pudieras
traicionarnos llevando algún arma escondida? —le advirtió, llevando su
mirada desde la joven hasta su compañero.

—Bueno, si lo ponen así… —Hector Barbossa asintió sonriendo
nerviosamente. Conocía lo suficiente a Elizabeth como para sospechar que
había escondido una que otra arma entre sus prendas.

—Despójate de la túnica, por favor —le pidió el hombre de larga trenza
negra que parecía ser el edecán de Sao Feng.

Muy fastidiada, la joven Swann hizo lo que le pedían, sacándose la
túnica y dejando al descubierto un verdadero arsenal, ¡hasta tenía una
pequeña bomba! El pobre de Barbossa, que no sabía nada acerca de eso, no
pudo hacer otra cosa que sonreírle tontamente al enfadado edecán de Sao
Feng.

Pero la cosa no iba a terminar allí, puesto que cuando Elitszabeth quiso
seguir con su camino, otra vez el edecán le cerró el paso, sonriéndole
lujuriosamente.

—También del resto de la ropa, por favor.

Un rato después, la bella Elizabeth Swann caminaba bastante nerviosa por
detrás del capitán Barbossa, vestida apenas con una prenda que apenas le
tapaba la parte superior del cuerpo, dejando al descubierto sus esbeltas
y bien formadas piernas, llamando la atención de los piratas y bandidos
que se encontraban en los baños. Aquel sitio era enorme, con la
atmósfera cubierta por vapor caliente y con un ligero aroma a opio; con
hombres chinos tomando un descansado baño en grandes tinas circulares de
madera, abanicados por las esclavas.

Luego de abrirse paso entre toda esa gente y guiados por los guardias,
los dos visitantes llegaron ante el tan buscado Sao Feng, quien se
encontraba de espaldas a ellos, ataviado con ropas de mucha mejor
calidad que la del resto y flanqueado por dos de sus elegantes
sirvientes. El jefe pirata se volvió lentamente hacia ellos, mostrando
su calva cabeza, una barba larga e insípida; su rostro estaba marcado
por varias cicatrices de diferentes longitudes. Su sola presencia
resultaba imponente.

El capitán Barbossa se apresuró a inclinarse ante él, haciéndole señas a
Elizabeth para que lo imitara. Una vez que los dos le demostraran su
respeto, el poderoso e solemne pirata lo saludó con total tranquilidad:

—Capitán Barbossa, bienvenido a Singapur.

El aludido y su compañera se irguieron tras el saludo de bienvenida.

—Capitán Sao Feng, gracias por concederme esta audiencia —le agradeció,
por el momento, parecía que todo iba a ir sobre ruedas.

—Más vapor —le ordenó Sao Fen a una de sus sirvientas.

Ni lerda ni perezosa, la joven tiró de una piedra atada a una cuerda
para que una especie de dispositivo de madera, rudimentario pero
ingenioso, sonara y diera aviso a los hombres que se encargaban de
liberar vapor desde el subterráneo, quienes obedecieron en el acto.
Agazapados en un oscuro y angosto pasaje, se encontraban escondidos
Gibbs y los demás piratas, observando con preocupación todo el ajetreo
que aquellos hombres fornidos realizaban, ataviados con poca ropa,
sudando ante el calor del fuego que ellos mismos mantenían encendido con
la ayuda de grandes y pesados fuelles. Un enorme tipo obeso se encargaba
de alimentar el fuego de un horno de hierro arrojándole carbón con una
pala, justo al lado del escondite de los intrusos.

Raggeti, muerto de miedo, trató de huir pegando la media vuelta, pero
Gibbs lo detuvo atrapándolo por el brazo.

—¡Ni lo sueñes! —exclamó el contramaestre—. ¡Si las cosas no van como lo
hemos planeado, solamente nosotros seremos su única oportunidad! —e
inmediatamente lo empujó a su lugar, entre sus temblorosos compañeros.

Ajeno a lo que estaba ocurriendo debajo de sus pies, Sao Feng continuó
con el tema de la reunión.

—Tengo entiendo que tienen una petición qué hacerme… —se acercó a Barbossa.

—Más bien plantearle una propuesta que petición. Comenzaré un viaje y me
veo en la necesidad de conseguir una nave con su tripulación.

—¡Hum! Qué extraña coincidencia… —el pirata chino se rascó la cabeza con
sus largas uñas, aparentemente desconcertado.

—¿Porque tiene de sobra una nave y una tripulación que no necesita?
—inquirió Elizabeth, ansiosa.

—No… —negó, caminando apaciblemente hacia un anciano que sostenía un
antiguo rollo hecho con tiras de bambú atadas entre sí—. Porque hoy
mismo, hace unas horas, no muy lejos de aquí; un ladrón entró al templo
más sagrado de mi tío y trató de robarse esto —Tomó el rollo y giró
hacia los visitantes, quienes se miraron entre sí, muy preocupados—: las
cartas de navegación con la ruta a la Puerta Más Distante. Pero
afortunadamente, Jade Feng estaba de guardia y lo detuvo, como lo habrán
notado.

Y con una furia muy bien disimulada, lanzó el precioso rollo a las manos
de un joven chino vestido como un guerrero, en el que ninguno de los dos
había notado su presencia. Decirle joven era demasiado, más bien parecía
un niño, uno bastante jovencito.

—Fue todo un placer detenerlo, mi Señor; pero me hubiera gustado que
presentara más pelea —dijo, sonriendo burlonamente, haciéndole una
reverencia. Elizabeth sintió deseos de estrangular al muchachito engreído.

Asintiendo complacido, Sao Feng se volvió hacia Barbossa.

—¿No crees que sería muy sorprendente si tu viaje secreto te condujera
al mundo más allá de éste?

—Eso sería una sorprendente casualidad —le respondió con una sonrisa,
pero tan pálido como un muerto.

Sao Feng nada más dijo, solamente se limitó a hacerle una seña con la
cabeza a dos de sus hombres que se encontraban a cada lado de una de las
tinas, quienes de inmediato sacaron de allí al mismísimo William Turner,
casi ahogado y con ambas manos atadas a cada extremo de una vara de
metal que cruzaba dolorosamente por sobre su espalda.

—¡Will…! —susurró Elizabeth, llena de angustia.

"¡Haber sido capturado no era parte del plan! ¡Y mucho menos ser
atrapado por un niño!" —se quejó Barbossa en sus pensamientos.

—Éste es el ladrón —Sao Feng se detuvo al lado del prisionero y lo
señaló—. ¿Su rostro les parece familiar?

Los aludidos, boquiabiertos, no pudieron hacer otra cosa que negarlo con
la cabeza, no queriéndose poner en más problemas ni a ellos ni a él.

Feng sonrió maliciosamente.

—Entonces ya no les va a hacer falta… —y sacó de improviso una filosa y
puntiaguda arma e hizo el amague de clavársela al aterrorizado muchacho.

—¡No! —exclamó Elizabeth, tapándose la boca al mismo tiempo que daba un
paso hacia adelante, confirmando sin querer lo que el jefe pirata tanto
sospechaba.

Todos se rieron ante el espontáneo accionar de la joven, pero el joven
guerrero no le quitaba la vista de encima, observándola detenidamente.

Ya completamente seguro de sus dudas, Sao Feng guardó su arma y se
acercó nuevamente a sus dos visitantes.

—Entran a mi ciudad y se burlan de mi hospitalidad… ¿Cómo se atreven a
burlarse así de mí? —se quejó con una extraña calma, aquella que precede
a un aterrador tsunami.

—Sao Feng, te aseguro de que no tenía ni idea… —Barbossa quiso
excusarse, pero su anfitrión lo interrumpió, gritando furioso.

—¡¿De que lo atraparían?!

Al escuchar a su amo chillar, todos sus sirvientes sacaron sus armas y
se acercaron a los temblorosos visitantes, listos para acabar con ellos.

—Tu intención es viajar hasta el dominio de Davy Jones y ahogarte en el
mar —continuó diciendo el jefe chino, dándoles la espalda, consiguiendo
calmarse un poco—, y no puedo evitar preguntarme:… ¿Por qué?

Por toda respuesta, el capitán Hector Barbossa le lanzó una moneda que
Sao Feng atrapó al vuelo. Rápidamente sopló sobre ella y se la llevó al
oído, escuchando su extraña pero significativa vibración. Jade observó
todo aquello con gran atención.

—No tenemos tiempo —comenzó a decir Barbossa, muy serio—. La canción ya
fue cantada; se acerca el momento. La Corte de Hermandad debe reunirse;
Debemos convocarla a una asamblea en la Caleta del Naufragio. Como uno
de los nueve señores piratas, debes responder al llamado.

Conmocionado, Sao Feng cerró fuertemente su puño con la moneda dentro.
¡La Corte de la Hermandad! ¡La gran reunión de los Señores Piratas!
¡Para unirse siempre debían mostrar un símbolo de mando llamado Pieza de
Ocho de la moneda española! Ya no había nada más qué hacer…, el momento
de enfrentarse a un gran enemigo, ya había llegado.

—Más vapor… —pidió a sus esclavas—. ¡Más vapor! —volvió a exigir al
notar que nada sucedía.

Abajo, en las profundidades de los baños, Gibbs y los demás ya habían
reducido a sus enemigos, a quienes habían tomado por sorpresa y no
habían representado una verdadera dificultad. Afortunadamente, Raggeti
se percató de la segunda llamada que pedía más vapor y le señaló en
silencio a uno de sus compañeros de que se encargara de liberarlo para
no ser descubiertos.

Tanto la sirviente de Sao Feng como Barbossa suspiraron aliviados al ver
que por fin el vapor tan esperado ascendía hacia ellos.

—Hay un precio por nuestras cabezas —comenzó a decir el señor pirata,
llamando su atención, paseando lentamente con la mano sobre el puñal de
su espada envainada.

—Así es —asintió Barbossa.

—Desde luego, parece que hoy en día el único modo de ganarse la vida u
obtener beneficios es…: traicionando a otros piratas —replicó Sao Feng,
dirigiendo una mirada significativa hacia el joven prisionero, quien no
pudo evitar sentirse algo incomodado, una acción que había llamado
poderosamente la atención de Jade.

Abajo, las cosas iban poniéndose más y más tensas.

—Esperen la señal —Gibbs le susurró a sus compañeros mientras tomaban
las armas, alistándose a entrar en acción. Ajeno al preparativo, Raggeti
había descubierto que podía observar la entrepierna de la incauta
Elizabeth a través de las rendijas del piso de madera, llenándolo de
lasciva felicidad.

—Es momento de dejar a un lado nuestras diferencias, reunir la Corte de
la Hermandad y enfrentarnos al enemigo ahora que nuestro régimen ha sido
desafiado por Lord Cutler Beckett —replicó Barbossa muy decidido a
convencer a su compañero pirata.

—¿Y qué puede hacer la Corte de la Hermandad contra la Compañía de las
Indias Orientales? ¿Qué fuerza tiene la asamblea de Hermanos contra Lord
Cutler Beckett? ¿Qué otra alternativa hay? ¿Qué podemos hacer nosotros?
—inquirió Sao Feng, poco dispuesto a semejante enfrentamiento.

—¡Pueden pelear! —intervino Elizabeth Swann, adelantándose hacia él. Un
guardia obeso trató de detenerla, pero ella de desasió de él con gran
determinación, dejando que el desilusionado de Pintel sea el que
terminara viendo la entrepierna de aquel hombre—. ¡Eres Sao Feng, el
Señor Pirata de Singapur! ¡Tú mandas en la era de la piratería! ¿Dejarás
que esa era finalice mientras tú solo te quedas mirando? ¡Los piratas
más grandes del mundo entero se están aliando contra su enemigo mientras
tú te ocultas dentro de tu bañera envuelto en una nube de vapor!
¡Deberías saber que los que superan el miedo se convierten en leyenda!
¿Acaso no quieres convertirte en una?

Sao Feng había escuchado atentamente cada palabra que Elizabeth había
pronunciado, y cuando la diatriba terminó, se acercó a ella cuan
majestuoso era luego de haberle lanzado otra mirada significativa al
joven Jade.

Swann se atemorizó al no saber cómo iba a reaccionar aquel hombre, igual
se asustado estaba el pobre infeliz que había intentado detenerla.

—¡Orgullosas palabras, Elizabeth Swann! Hay más en ti de lo que parece…
¿no es así? —comenzó a rodearla lentamente, incomodándola, admirando
cada aspecto de su ser y provocando la ira en el joven herrero. Tal vez,
aquella simple muchacha pudiera ser… —. Eres lista y delicada… Tienes
algo que no se aprecia a simple vista, y la vista no queda insatisfecha…

Regresó a la escalinata, pero esta vez se dirigió hacia Barbossa,
apuntando amenazadoramente, reprimiendo su furia.

—Más no creas que no he podido evitar darme cuanta de que tú no has
respondido a mí pregunta… ¿Puedo saber qué es lo buscan ahogándose en el
mar, en el Mundo del Más allá? ¿Qué desean encontrar en los dominios de
Davy Jones?

—A Jack Sparrow —Will respondió de inmediato, sorprendiendo al pirata y
provocando una risita de burla en las esclavas, a quienes Sao Feng
silenció con una terrible mirada de advertencia—. Él es uno de los
Señores Piratas, al igual que tú.

—¿Jack Sparrow? —murmuró para el joven guerrero, asombradísimo—. Yo
creía que él había muerto…

Y entregando el papiro a su anciano tío, corrió hacia su Señor.

—¡Padre! ¿Por qué me dijiste que Jack Sparrow había muerto? —se quejó,
pero Sao Feng levantó la mano en un claro mandato de silencio, y el
jovencito acató de inmediato aquella orden, no sin un dejo de desencanto.

—¿E-ese jovencito es su hijo? —Elizabeth apenas pudo decir, tan
sorprendida por la noticia como Will y Barbossa.

—El único motivo para desear que Jack Sparrow regresara de la Tierra de
los Muertos… ¡sería para enviarlo de vuelta yo mismo! —gritó el
enfurecido Sao Feng, dándole una buena patada a una mesita de té. El
sólo nombre de aquel sucio pirata lo enloquecía.

—Jack Sparrow tiene una de las nueve piezas de ocho, lamentablemente no
pudo entregársela a un sucesor antes de morir, por eso tenemos que
traerlo de vuelta —le explicó el capitán Barbossa, tratando de
persuadirlo para que les prestara su ayuda.

Pero justo en ese momento, Sao Feng había notado algo extraño: el
tatuaje falso de un dragón en el omóplato de uno de sus "guardias", cuya
tinta había comenzado a correrse debido al calor del baño.

Frunció la boca, conteniendo su ira.

—Entonces admites que ibas a engañarme… —replicó, molesto por las tretas
de los recién llegados—. ¡A las armas!

Y en un segundo todos los hombres de Sao Feng desenvainaron sus espadas,
incluyendo a Jade, y se dispusieron a acabar con el enemigo. Viendo que
las cosas se habían salido de control, Gibbs decidió que ya era hora de
las "negociaciones hostiles".

—¡Armas…! —susurró a sus compañeros, quienes obedecieron de inmediato,
preparándose para la confrontación con sables y armas de fuego.

—Sao Feng, te aseguro que nuestras intenciones son de lo más honradas
—quiso explicarse el muy nervioso capitán Barbossa, retrocediendo hasta
donde estaba Elizabeth, aún rodeados por el enemigo.

Apenas terminó de hablar cuando, de repente dos pares de espadas fueron
empujadas a través de las tablas del piso por Gibbs y su tripulación…
¡cayendo justo en sus manos y en las de Elizabeth!

Todos se miraron un tanto consternados y Hector no pudo hacer otra cosa
que sonreír nerviosamente; después de todo, Sao Feng siempre había
tenido razón al desconfiar de él.

Viendo que las cosas se habían puesto bastante espinosas, el jefe chino
capturó al supuesto guardia con el tatuaje sudado para tener alguna
ventaja, pues no estaba seguro si había más espías como ése en su baño.

—¡Suelten sus armas o juro que mato a su hombre! —amenazó, colocando su
filosa espada en el cuello del asustado prisionero, mirando hacia todos
lados, tratando de ubicar a los demás compinches de Barbossa entre sus
hombres.

Éste y Elizabeth se miraron algo confusos.

—Mátalo. Ese hombre no es de los nuestros —declaró el aludido de lo más
impasible.

Ahora fue el turno del pirata Sao Feng el estar confundido, y se volvió
hacia su rehén, quien lo miraba muy asustado y nervioso.

—Si no es de ustedes ni tampoco de los nuestros, ¿con quién está?
—preguntó Will muy preocupado.

Apenas terminó de decir esto cuando un contingente de soldados de las
Indias Orientales comandados por Mercer irrumpieron en el lugar,
disparando con sus mosquetes a todo aquel que se le cruzara en el
camino. En realidad, el traidor era un espía que trabajaba para el
propio Mercer.

Tomados por sorpresa, los atacados intentaron defenderse
desesperadamente de aquel ataque traicionero, cayendo muchos de ellos
bajo las balas del enemigo. Mientras William Turner aprovechaba la
confusión para golpear a sus apresadores con los extremos de la barreta,
su prometida hacía gala de sus nuevas habilidades con la espada que
había aprendido en los meses anteriores, derrotando a varios de sus
contrincantes. Uno de los soldados intentó atacar a Will con un ataque
vertical de espada, pero éste usó la barreta como escudo y la espada
resbaló hacia uno de los extremos, cortando la soga que lo ataba por la
muñeca. Aprovechando aquello, el joven herrero utilizó la barreta para
golpear a todo aquel que lo atacara hasta que Elizabeth le lanzó una de
sus espadas y él también hizo gala de sus habilidades como espadachín,
que habían mejorado considerablemente en los últimos meses.

Valiente y leal como era para con su padre, Jade también se dispuso a
protegerlo a pesar de que él también era un habilidoso espadachín.

—¡Ve por el rollo, Jade! —le ordenó mientras peleaba contra uno de los
soldados.

—¡Pero, padre!

—¡Obedece! ¡Nadie más que tú puede protegerlos!

Muy en contra se su voluntad, Jade Feng se abrió paso entre los
combatientes en busca de su tío y el rollo, a veces respondiendo a los
ataques y otras veces esquivándolos. En tanto, la batalla seguía su
curso con Mercer recién llegado, rodeado por sus hombres para protegerlo
de cualquier ataque. Con la frialdad y crueldad que lo caracterizaba,
sacó un arma y apuntó directo a la cabeza de Elizabeth, con la intención
de acabar con su vida, pero Will se percató a tiempo de su malvada
intención y logró apartar a su novia a tiempo para esquivar el disparo,
que impactó justo en medio de la frente de una de las sirvientes de Sao
Feng, quien, junto a la otra, también habían estado luchando contra el
enemigo utilizando sus artes marciales. Al ver a su compañera muerta en
sus brazos, la chica sobreviviente juró vengarse.

Minutos después, superados en número y armamento, Will, Sao Feng y los
demás fueron acorralados y una cuadrilla se dispuso a fusilarlos a la
orden de su oficial superior. Pero los explosivos que Gibbs y los otros
llevaron en caso de que tuvieran que ayudar a Barbossa en su escape, ¡se
convirtieron en la única forma de detener la ejecución! Antes de que la
palabra "¡fuego!" fuera pronunciada por el oficial, Marty encendió la
mecha de la pólvora y ésta hizo explosión debajo de los pies de los
soldados, salvando la vida de nuestros protagonistas.

—¡Salgan! ¡Afuera! —ordenó Sao Feng, aprovechando el breve momento de
confusión del enemigo. Debían llegar a las embarcaciones para tener
alguna chance de salvarse.

Todos salieron a tropel por la entrada de la casa de baño, corriendo
hacia el puerto entre medio de los confundidos transeúntes y
comerciantes, perseguidos de cerca por el contingente de soldados y de
las detonaciones de sus armas de fuego a las que debían evitar con
presteza. Gibbs y sus hombres salieron de los subterráneos de los baños
y se unieron a la batalla en contra de los hombres de Mercer.

Tan grande era la batahola que se había armado, que todo el mundo había
tomado un camino diferente, encontrándose en cada esquina a algún
enemigo con intenciones hostiles. Varios hombres de Sao Feng estaban
cayendo bajo una ráfaga de balas que un grupo de soldados bien
disciplinado les estaban disparando desde una distancia segura. El
órgano de tía Dalma había quedado abandonado muy cerca de ellos, y,
cuando la triste melodía que salía de él se detuvo, hizo una gran
explosión en el instante en que los soldados estaban disponiéndose a
disparar de nuevo, eliminándolos a todos. La sacerdotisa vudú, oculta
entre las sombras, sonrió complacida.

Mercer estaba corriendo a través de los pasajes del puerto cuando la
esclava sobreviviente le cortó el paso, dispuesta a vengar la muerte de
su compañera.

—¡Maldito asesino! ¡Te mataré! —exclamó en mandarín, amenazándolo con un
cuchillo.

En vez de temer por su vida, aquel hombre funesto sonrió malignamente,
haciendo flaquear la voluntad de la mujer. Aprovechando su vacilación,
sacó su arma y le apuntó, tan frío como la misma muerte.

—Hasta aquí llegaste, patética ramera…

Disparó, la muchacha se había quedado tiesa como una tabla: iba a morir,
pero alguien la empujó inesperadamente al suelo, recibiendo la bala por
ella.

—¡Jade! ¿Pero qué has hecho? ¿Estás bien? ¡Tu padre me asesinará cuando
sepa que lo hiciste por mí! —exclamó asustada, con su impensado salvador
encima de ella.

—… No te preocupes, Wai… —le dijo, sonriéndole y giñándole un ojos
mientras se agarraba el hombro herido—… Sólo fue un rasguño…

Mercer, sorprendido por aquella imprevista interrupción, decidió acabar
de una vez por todas con sus vidas y sacó otra arma para terminar el
trabajo, una bala no era suficiente... Wai ayudó a Jade a ponerse de
pie, con los ojos fijos en su enemigo, acorralados como fieras. El
muchachito, a pesar de estar herido, sacó sus espadas gemelas, dispuesto
a batirse a duelo con su sanguinario enemigo. El esbirro de Beckett
sonrió divertido, ¿qué podía hacerle aquel pequeñín? Se notaba que la
herida lo había debilitado considerablemente.

—Despídanse de este mundo —amenazó.

Ya comenzaba a apretar el gatillo cuando vio pasar a William Turner muy
cerca de allí, así que, lanzando una mirada de fastidio a sus victimas,
corrió hacia la misma dirección que el joven había tomado.

Al ver que su temible contrincante se había marchado, Jade suspiró
aliviado y cayó sentado al suelo mientras la mujer se arrodillaba a su
lado, abrazándolo cariñosamente, también muy aliviada por haber escapado
de los oscuros brazos de la muerte.

Mientras corría a través de todo el pandemónium que provocaba el
enfrentamiento entre los piratas y los soldados de Becket, Will fue
capturado por la espalda por el mismísimo Sao Feng, quien lo obligó a
meterse a un cuchitril con persianas de bambú para poder conversar en
paz, alejados de tanto desastre.

—Qué extraña casualidad, ¿no crees? La East India Company me descubre
cuando ustedes arriban a Singapur —le espetó, con el filo de la espada
sobre el cuello del joven.

—¡Sólo es una coincidencia! —replicó, sacando velozmente el cuchillo que
su padre le había obsequiado para colocarlo amenazadoramente sobre el
cuello de su contrincante—. ¡Si quieres hacer un pacto con Beckett,
necesitas lo que te ofrecí cuando nos encontramos!

—Traicionaste a Barbossa, estuviste dispuesto a traicionar a Jack
Sparrow; ¿por qué serías diferente conmigo? —replicó, desconfiando de
sus palabras a pesar de que había seguido paso a paso el plan que habían
tramado para engañar a Barbossa y los suyos.

—Necesito el /Perla Negra/ para salvar a mi padre, ya lo sabes… —sacó la
daga de su cuello, ya más tranquilo—, ayúdame a conseguirlo. Confía en mí.

El jefe pirata se le quedó mirando bastante desconcertado, le tenía
demasiada desconfianza para como para aceptar su trato por más tentador
que fuera, pero parecía sincero en sus palabras. Pero la repentina
aparición de Jade y Wai lo sacaron de sus pensamientos.

Ninguno de los presentes se había dado cuenta de que Mercer se
encontraba oculto muy cerca de allí, escuchándolo todo.

—Padre, deja que yo acompañe al traidor. Yo me ocuparé de que no te
engañe —se ofreció el chico, pues había alcanzado a escuchar el final de
la conversación entre su padre y aquel muchacho.

—¿Qué te ha ocurrido? —le preguntó con un semblante áspero y serio a la
vez, notando la herida en el hombro de su hijo e ignorando
momentáneamente su ofrecimiento.

—¡Oh! Sólo es una rozadura de bala, padre. Nada de qué preocuparse
—respondió, alzando los hombros para minimizar lo ocurrido.

Ya más tranquilo, Feng le lanzó una terrible mirada de amenaza a su
sirviente.

—Espero que tú no hayas tenido nada qué ver con eso, ¿verdad? Por que
juro que te despellejaré viva si fue así.

La muchacha se puso pálida como un muerto y comenzó a retroceder
torpemente, aterrorizada. Pero Jade no era alguien que dejaba a otro en
problemas por su culpa, así que intervino.

—No, padre, te equivocas, ella no tiene nada que ver. Esta herida mía
fue producto de mi torpeza.

Él se le quedó mirando por un instante. Conocía muy bien el buen corazón
que anidaba en su Jade. Era capaz de cualquier cosa con tal se salvar a
quienes conocía, su lealtad era impresionante.

—¿De verdad quieres arriesgarte con éste traidor? —inquirió finalmente.

Jade asintió con firmeza.

—Ya es hora de que me otorgues una misión de importancia, padre. Me he
estado preparando todos estos años para servirte con lealtad y
obediencia, demostrándote todo mi valor y mi capacidad.

—¿Acaso ya te crees capaz de realizar una misión así? ¿Lejos de la
protección de tu padre?

—Yo atrapé al traidor cuando quiso llevarse las cartas, ¿verdad? ¿No te
es suficiente eso?

—Tal vez se dejó capturar… —replicó dudoso.

—O tal vez no —rebatió decidida.

Nada más se dijo entre ellos, Sao Feng desvió la mirada, dubitativo,
pero se lo pensó mejor y le dijo a Will:

—Está bien, te ayudaré con lo que me pides, pero… si la traicionas, ¡te
corto la garganta! —amenazó furioso, asombrando al joven y llenando de
felicidad a Jade.

—¿T-traicionarla? —volvió su rostro hacia el supuesto "hijo" de Sao
Feng—. ¿A-acaso es una niña?

—Soy una mujer, tonto, ¿es que no te diste cuenta? —se quejó la aludida.

Will frunció la boca, pues no estaba muy convencido de eso: tenía ante
él a una personita bajita, algo "rellenita", de piel un tanto oscura,
los cabellos negros cortados en punta y vestida completamente de negro.
Su carita redonda era bastante graciosilla, en el sentido de la
simpatía, pero no era precisamente una "lindura". Seguramente su edad
oscilaría entre los catorce y dieciséis años.

—¿Cuántos años tiene? —le preguntó a Sao Feng, curioso.

—Lo suficiente como para cuidarse sola —replicó secamente el aludido—.
Si ella no va contigo, no hay trato.

El muchacho se quedó consternado, y luego de mirar a la niña, se decidió.

—Bien, es un trato —extendió la mano para sellarlo, pero el pirata hizo
caso omiso de eso y se dirigió hacia su hija, deteniéndose delante de
ella con gran solemnidad.

—Recuerda, Jade, todo lo que se te ha enseñado durante estos largos años
de entrenamiento, sólo así lograrás vencer.

—Sí, mi Señor —asintió obediente, tratando de imitar la gravedad de su
progenitor a pesar de que por dentro se deshacía en lágrimas al darse
cuenta de que aquella separación entre ambos iba a ser muy grande esta vez.

—Bien, vete entonces —le dijo, tratando de no dejarse llevar por los
sentimientos, manteniéndose serio, con los ojos fijos hacia un punto
imaginario en el horizonte y cruzándose de brazos.

Ella asintió, pero apenas hizo el amague de irse cuando se volvió
rápidamente hacia su padre y lo abrazó con todas sus fuerzas, intentando
reprimir un sollozo, sin conseguirlo del todo. Sao Feng, impactado, nada
hizo en un principio, pero lentamente llevó su mano hasta la negra y
temblorosa cabecita que apenas le llegaba al pecho, colocándola
suavemente sobre ella. Así se quedaron por un par de segundos hasta que
ella se apartó bruscamente de él y corrió al lado de William Turner.

—Muy bien, padre; estoy lista para partir —le dijo, sonriendo entre
lágrimas, tratando de ser valiente, responsable y optimista a la vez.

Sin volverse a mirarla, el Jefe Pirata ordenó:

—Wai, tú la acompañarás en su viaje y le servirás en lo que te pida,
¿entendido? ¡Ay de ti si me entero que la abandonaste!

—C-como usted ordene, Señor —asintió apresuradamente la joven mujer,
corriendo al lado de Jade, pues se sentía mucho más segura al lado de la
niña que al lado de su violento padre.

—¿Tienes las cartas? —Will le preguntó a la niña.

—Sí, pero no creas que les pondrás las manos encima, traidor —le espetó
con cortedad.

"Simpática, la chiquilla…" —pensó fastidiado—. Vámonos ya, es hora de
partir.

Y mientras se marchaban, Jade giró hacia su padre, quien seguía dándole
la espalda, y le dijo:

—No temas, padre. Prometo que pronto volveré a tu lado y te sentirás muy
orgulloso de mí.

A Sao Feng se le hizo un nudo en la garganta.

—Con perder el tiempo no lograrás impresionarme —replicó con aparente
dureza.

Conociéndolo muy bien, la niña sonrió y se inclinó ante él antes de
salir corriendo por detrás de Will, deseando con toda su alma de que su
padre se mantuviera a salvo hasta que ella regresara.

Con los ojos velados por las lágrimas y en completo silencio, Sao Feng
le deseó a su hija toda la bienaventuranza posible en su viaje. Tal vez,
estando con los otros, ella lograría salvar su vida.

Como consecuencia de esta alianza secreta, Will finalmente logró obtener
lo que él sus compañeros tanto buscaban: las cartas, un barco y una
tripulación. Todo esto conseguido por las conexiones de la joven Jade.
Pero ahora debían escapar con ellos, cosa verdaderamente difícil, puesto
que habían demasiados soldados de la Compañía de las Indias Orientales
como para poder escapar sin sufrir alguna baja importante, pero, gracias
a la buena fortuna, un petardo encendido por el monito Jack fue a parar
justo en un depósito de fuegos artificiales, provocando una batahola tan
grande, que permitió que Will y los demás se reunieran finalmente en el
puerto, sin ningún contratiempo.

—¿Obtuviste las cartas? —le preguntó el capitán Barbossa apenas se
reunieron.

—Y más que eso: un barco tripulado —replicó triunfante.

—¿Y dónde está Sao Feng? —inquirió Elizabeth.

Will quiso responderle, pero Jade lo interrumpió, tan orgullosa como su
padre.

—Mi padre Sao Feng cubrirá nuestro escape y luego nos verá en la Bahía
del Naufragio.

—¿Qué está haciendo este niño aquí? No queremos estorbos —protestó Barbossa.

—"Ella" vendrá con nosotros, Sao Feng lo quiso así —intervino el
muchacho antes de que la chica abriera la boca—. Es la encargada de
cuidar las cartas y de comandar el barco para evitar cualquier acto de
traición o motín.

—¿Este chicuelo es una niña? ¿Y pretende comandar este barco ella sola?
¡Que todos los cielos nos amparen! —se quejó, tan sorprendido como
Elizabeth.

—Diga lo que quiera, pero mi padre me puso al mando del /Hai Peng/ y
usted debe acatar sus órdenes y también las mías si quiere rescatar al
capitán Jack Sparrow —replicó la jovencita con arrogancia, dirigiéndose
hacia el interior del barco, imitando a su padre lo mejor que pudo, sólo
para tropezar en la plancha un segundo después y caer de cara sobre
ella, dejando a todo el mundo más que perplejos.

La pobre Jade Feng se levantó tan colorada como un tomate, sonriendo
nerviosamente.

—Suban a bordo —dijo—. Debemos irnos antes de que la Compañía de las
Indias Orientales nos encuentre.

Mientras subían a bordo, mirándose entre ellos bastante afligidos por el
destino ambiguo que les esperaba a manos de la comandancia de una niña
torpe e inexperta, Barbossa se quejó otra vez.

—¡No tenías que ser capturado! ¡Y mucho menos por una mocosa inepta! ¡De
seguro naufragaremos bajo su comandancia!

—No te preocupes —insistió William—. Sucedió en la forma en que yo quería.

Elizabeth nada dijo, pero había algo en la actitud de su prometido que
la preocupaba muchísimo. Él nunca había sido hábil para esconder
secretos y su semblante reflejaba uno muy grande, y no era de los buenos.

A medida que iban haciéndose a la mar bajo las sorprendentes y acertadas
órdenes de su joven capitana (para la frustración e ira de Barbossa) y
se alejaban de las costas de Singapur y sus peligros, Elizabeth fue a
reunirse con Tía Dalma, quien estaba apaciblemente de pie cerca de la
proa, mirando hacia la profundidad de la noche oceánica.

—Sao Feng ha perdido su escondite y ya no tiene dónde refugiarse...
¿Crees que acuda a la cita? —le preguntó la afligida joven.

—No puedo afirmarlo, pero estoy segura de que no permitirá que nada malo
le pase a su hija.... —le respondió, sin apartar la mirada de la
oscuridad, como si estuviera observando algo realmente preocupante—.
Existe un mal que acecha estas aguas que hasta los más crueles y
despiadados piratas han aprendido a temer…

Lejos de allí, una feroz batalla acababa de terminar en los mares del
Caribe. El /Holandés Errante/, capitaneado por el monstruoso Davy Jones,
había destruido muchos barcos piratas que habían osado en enfrentarlo...
Pero había, quizás, un peligro más grande que éste, proveniente de un
alma oscura y llena de maldad…



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