Fanfic Piratas del Caribe -Bajo la Espada de Odìn- *Capítulo 16: Algunos Dudan y Otros Están Seguros*

               Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: BAJO LA ESPADA DE ODÍN*

LIBRO SEGUNDO: EN EL FIN DEL MUNDO

SEGUNDA PARTE: RESCATANDO AL CAPITÁN SPARROW


Beckett quiere gobernar el mundo;Morgan quiere asesinar a todos;Jack y jacky quieren ser uno solo;Will quiere liberar a su padre;Isabel quiere vengar a sus padres;James quiere encontrar el perdón. ¿Quién lo logrará?Cont de El Libro del Destino. EL FINAL

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado (Publicada en Fanfiction el 17 de Agosto del 2009 hasta el 21 de Marzo del 2011)
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 16: Algunos Dudan y Otros Están Seguros*


Históricamente perteneciente al condado de Lancashire, la urbanización y
expansión de Liverpool se debió en gran parte a su condición de ciudad
portuaria importante. En el siglo XVIII, el comercio con la Compañía de
las Indias Orientales, con la Europa continental y el tráfico de
esclavos en el Atlántico, promovió la expansión económica de la ciudad.

La primera dársena de flotación del Reino Unido se construyó en
Liverpool en 1715, al que se le añadieron otras tres antes de mitad de
siglo.

En 1720 Liverpool aún no se comunicaba con Mánchester más que por el
Mersey y el Irwell, pero estos ríos eran poco profundos para tener
circulación de barcos cargados, que bloqueaban con frecuencia la
navegación; fue cuando el duque de Bridgewater, con ayuda del ingeniero
Brindley, abrió una nueva vía bastante importante para satisfacer las
necesidades del comercio.

Tal era el ajetreo de esta gran villa que apenas nadie reparó en una
hermosa joven vestida con ropas masculinas que había desembarcado de un
barco mercante recién llegado. No queriendo tomar ningún carruaje que la
acercara hasta su hogar porque prefería caminar antes que llegar
prontamente a su destino para poder contemplar con suma atención todo
aquel mundo al que apenas había reparado antes a pesar de haber vivido
casi toda su vida en él.

Con los cabellos rubios atados en la nuca con un listón azul y un
tricornio negro resguardando gran parte de su rostro, la joven y
elegante mujer se abrió paso con gran seguridad a través de los
pescadores, cargadores, vendedores, comerciantes y compradores que
pululaban por ahí, sumidos en sus propios asuntos. No faltaban por
supuesto los chiquillos jugando por las calles y los perros y gatos en
busca de algún improvisado alimento. Las cargas subían y bajaban de las
embarcaciones al igual que los pasajeros. El olor a pescado era tan
fuerte como el de la comida callejera recién hecha y, también, como no,
el hedor nauseabundo de la putrefacción, la humedad del pantano
circundante y el hedor de los excrementos de caballo y otros animales.

Aquel sector era lo suficientemente habitado como para que cualquiera
deseara estar en un lugar mucho más tranquilo que ése, la zona
residencial, por ejemplo. Y para allí se dirigía la joven, siempre
acompañada con pasos tranquilos y seguros, contemplando todo a su
alrededor: la gente, las casas, los animales, la vegetación, el hermoso
cielo azul… No importaba la brisa fresca que parecía querer meterse
entre sus ropas ni le molestaba los vendedores ambulantes que trataban
de venderle la mercadería que ofrecían ni el alboroto que armaban los
niños, obligando a los policías que los persiguieran para darles su
merecido… Nada de eso la molestaba, más bien los disfrutaba
imperturbablemente, sabiendo que aquella sería la última vez en su vida
que estaría en aquel lugar y lo había asumido con gran resignación.

Aquel tranquilo derrotero la llevó finalmente hasta la zona residencial
en donde hermosas casonas al estilo rococó se elevaban entre los árboles
y los setos, alcanzando en altura al cielo y mostrando al casual
transeúnte la riqueza de sus pudientes dueños. No le llevó demasiado
tiempo llegar hasta su propia residencia, cosa que la alivió, puesto que
como aquel lugar no era tan poblado como la zona portuaria y comercial
de la villa, los residentes que paseaban por allí la habían observado
con gran curiosidad, desconcierto y hasta con algo de recelo,
obligándola a apurar el paso.

Pero al momento en que atravesó la gran verja blanca, uno de los
cuidadores se le atravesó en el camino, impidiéndole seguir adelante.

—¡Alto ahí! ¿Quién es usted y que está haciendo aquí? Si busca a mi
señor: al almirante Jacobson, él se encuentra de viaje, así que más le
vale dar la media vuelta y retirarse de esta respetable propiedad de
inmediato, señora.

La mujer alzó la vista, sus ojos celestes centellaron y una sonrisa
iluminó su rostro empolvado pero sin maquillaje.

—Debo admitir, a pesar de la rudeza de sus palabras, guarda Finnes, que
cumple fielmente con su trabajo de ahuyentar a los fisgones… aunque
éstos fueran mujeres…

El aludido abrió los ojos cuán grandes pudo.

—Esa voz… ¡Almirante Jacobson! ¡Señor!

—Señora nada más, señor Finnes, señora nada más —y siguió su camino
hacia la casa, dejando a su empleado tan sorprendido y confundido, que
le tomó bastante tiempo asimilar la idea e ir a contárselo a los demás
sirvientes.

Lo mismo sucedió con el ama de llaves y las demás servidumbre, a todos
dejó completamente anonadados la noticia de que su amo no era un hombre,
sino una mujer. ¡Siempre había sido tan cuidadoso que nadie había
sospechado nada durante todos esos años! Las únicas sospechas eran que
su amo, tal vez por su belleza, su delicada figura y el rechazo sucesivo
de damas pretendientes, gustaría de la compañía masculina en vez de la
femenina… Ahora todo quedaba explicado.

Parte del servicio, después de aquel inesperado descubrimiento, había
acrecentado su admiración por aquella mujer que había logrado llegar a
tan alto rango militar en tan poco tiempo y con tanta hazaña; en cambio,
otros se marcharon sintiéndose engañados, avergonzados y ofendidos por
haber servido a una mujer vestida de hombre.

Poco importaba a Isabel las opiniones o pensamientos de su servidumbre,
pues había decidido darle un giro completo a su vida, y eso, incluía,
abandonar aquella casa que representaba su falsa vida anterior como el
almirante George Jacobson. Pero antes de dimitir a la armada o
desaparecer de Inglaterra, Isabel tenía que atender un par de asuntos
muy importantes: vengarse de Bartolomé "Sangre Negra" Morgan y poner a
Lord Cutler Beckett en su lugar correspondiente.

Entró a la gran habitación en donde guardaba su colección de objetos
antiguos que había recogido en sus consecutivos viajes por el mundo y,
contemplando detenidamente todo el lugar desde el centro del cuarto
apenas iluminado por la tenue luz que entraba por dos grandes
ventanales, divisó por fin lo que estaba buscando: una espada.

Isabel sonrió complacida y se dirigió hacia el objeto de su atención que
estaba colocado sobre un porta-espadas, encima de una cómoda de roble.
Era una espada de los tiempos de la edad media que a simple vista no
parecía ser la gran cosa pero, en cambio, podía sentirse que un enorme
poder emanaba de ella.

Luego de haberla contemplado fijamente durante algunos minutos, la tomó
por la empuñadura con la seguridad de alguien que siempre la había
llevado encima. Haciendo unos suaves movimientos marciales con ella,
Isabel volvió a sonreír satisfecha. Estaba segura de que con ella iba a
poder derrotar a Morgan, aún si éste hubiera conseguido la sagrada
espada de Odín.

—Pronto tomaré revancha por lo que me hiciste, capitán Morgan —dijo—.
Muy pronto acabaré con lo que he empezado hace más de veinte años y
desapareceré con el viento para no ser vista nunca más.

Guardó la poderosa espada en su funda y se sentó en un gran sillón rojo,
contemplando muy pensativa un cuadro que estaba colgado en una de las
paredes de la habitación, un cuadro en donde estaban ella, sus padres,
su hermano y su tío. Una sensación de impertenencia gobernó su corazón,
una soledad indescriptible inundó otra vez su espíritu y una añoranza
por tiempos mejores se apoderó de su mente, pero también la acosaba una
urgente necesidad de redescubrirse a sí misma e iniciar un nuevo camino,
una nueva vida, alejada de los engaños, las apariencias y las venganzas.

Suspiró profundamente y se puso de pie, decidida ya a dar el último paso
de su plan en aquel lugar al que planeaba no regresar nunca más.
Haciendo sonar la campanita de la servidumbre, el viejo criado llegó
prontamente ante su presencia.

—¿Me llamaba usted…, señora? —preguntó, ya al tanto de la verdadera
identidad de su ama.

—Llama a mi notario y a mi abogado. Diles que vengan de inmediato.

—Sí, señora —y de inmediato se fue a encargarle la imperiosa orden a uno
de los jóvenes criados de menor rango.

Para el atardecer de aquel día, luego de la reunión de Isabel con los
representantes de la ley, todas las posesiones que ésta tenía en
Liverpool, pasaron a manos de sus fieles criados y de la iglesia. Y
aquella misma noche, Isabel volvió a partir hacia Port Royal, decidida a
poner punto final a ése capítulo de su vida que no le había traído más
que desgracias y pérdidas, llevando consigo a la poderosa espada
Excalibur con la intención de usarla para derrotar a Morgan en su
decidido encuentro final.

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Mientras tanto, en las frías aguas del norte, la joven capitana Jade
Feng había guiado al /Hai Peng/ y toda su tripulación hasta una zona
desconocida por todos, un lugar frío, solitario; de aguas terriblemente
heladas, con un gélido viento que calaba los huesos y enormes icebergs
que emergían del mar como sólidos islotes y que permanecían impávidos
alrededor de le embarcación empequeñecida ante ellos. Cualquiera se
hubiera amedrentado ante semejante paisaje sobrecogedor, obligándolo a
volver por donde había venido, pero tanto Barbossa, Will y Elizabeth
tenían un motivo muy importante para seguir aquella ruta sin dudarlo un
solo segundo: rescatar a Jack Sparrow.

Entumecidos por el frío como el resto de sus compañeros, Pintel y
Ragetti se encontraban sentados muy juntos sobre unas cajas, tiritando
de frío y tratando de entrar en calor, cubiertos por una fina capa de
nieve y acompañados por el friolento Jack, el mono mascota de Barbossa.

—Nadie mencionó cuánto frío haría… —se quejó Pintel.

—Estoy seguro de que no sufriríamos así sin una buena razón —replicó su
inseparable amigo de un solo ojo.

—¿Por qué esa vieja bruja no revive a Sparrow tal como revivió a
Barbossa? —se quejó su compañero, y no sin razón.

—Porque Barbossa sólo pereció y ya —le respondió inesperadamente la
mismísima Tía Dalma, caminando hacia ellos, estremeciéndolos más que el
frío—. Jack Sparrow se encuentra ahora en cuerpo y alma en un lugar que
no es de muerte, sino más bien de tormento. El peor fin que puede sufrir
un miserable: ¡una condena eterna! Eso hallarán en el fondo. Lo que les
espera en el dominio de Davy Jones.

Y se fue como había llegado, andando sosegadamente a pesar de su
semblante lleno de preocupación y su cuerpo aterido por el frío.

—… Ah, esa era la razón… —Ragetti atinó a decir luego de estarse
callados por algunos segundos.

En tanto, el capitán Barbossa y los demás miembros de la tripulación del
/Perla Negra/ habían demostrado su gran disconformidad al tener que
someterse bajo las órdenes de una chiquilla algo atolondrada y bastante
orgullosa como lo era Jade, pero, por más que quisieran, no podían
iniciar un motín en su contra puesto que los tripulantes chinos del /Hai
Peng/ eran sus más fieles devotos al ser ella la hija de su poderoso
líder pirata Sao Feng.

Mientras observaban a la jovencita dirigir con plena seguridad a sus
hombres después de haber consultado las misteriosas cartas que siempre
llevaba encima, Hector Barbossa y compañía seguían debatiendo sobre la
"legalidad" de su liderazgo, al que consideraba usurpado.

—Estoy seguro de que esa chiquilla va a llevarnos al infierno —murmuró,
asesinando a la aludida con la mirada.

—¿Acaso no es eso lo que queremos que haga? —preguntó Gibbs, algo
confundido.

—¿Es que eres tonto o te haces? —se quejó Ana María, propinándole un
golpecito bastante sonoro en la nuca—. El capitán Barbossa se refiere
que muy posiblemente esta empresa de recate se vaya al diablo por la
incompetencia de esa mocosa.

—¡Ah! —Asintió, arqueando una ceja, no muy convencido.

—¿De verdad creen que pueda suceder eso? —Will los interrumpió—. A mí me
parece que está haciendo un buen trabajo.

—¿Del lado de quién estás, pequeño traidor? —Barbossa, furioso,
desenvainó su espada.

—Si vuelves a guardar tu espada, podré contestare esa pregunta… —replicó
un tanto nervioso pero manteniendo la calma.

—Vamos, Barbossa. Tú bien sabes que hacemos esto para rescatar a Jack
—intervino Elizabeth, interponiéndose entre el arma y su novio,
hablándole con tono tranquilo para calmarlo—. Y cuando lo rescatemos,
también iremos a rescatar a la pobre de Jacky.

Todos enmudecieron y bajaron la vista, pues reconocían que habían sido
demasiado duros con el "lado femenino" de Jack, prefiriendo a éste más
que a ella, dejándola sola, abandonada y sin personalidad propia. Si
extrañaban las rarezas de Jack, lamentaban con toda el alma el haber
perdido a la incomparable personalidad de Jacky. ¡Los sufrimientos que
seguramente ella estaría padeciendo al ser la prisionera más valiosa de
Beckett! ¡Qué injustos habían sido con su capitana! Además de haber sido
traicionada por Norrington, ellos también la habían traicionado.

Al pensar en ello, Elizabeth se apoyó sobre la balaustrada. En su rostro
se reflejaban tanto la tristeza, la preocupación y… la culpa.

—¿Qué te sucede? —Will se apoyó al lado de ella, mirando él también
hacia el horizonte.

Elizabeth evitó mirarlo a la cara. Hacía mucho tiempo que ninguno de los
dos se animaba a mirarse directamente a los ojos ni tampoco el hablar
con sinceridad. Lamentablemente los oscuros secretos que ambos guardaban
en sus afligidos corazones, los había distanciado y su relación tan
feliz en un tiempo se había convertido en un anhelo casi inalcanzable.

—Me pregunto si realmente podremos rescatar a Jack.

—Lo lograremos, ya verás.

El silencio volvió a tomar su lugar entre los dos, como siempre lo había
hecho últimamente.

—Creo que deberíamos quitarle el mapa a esa mocosa para asegurarnos de
que vamos bien —le escucharon decir a Ana María, quien seguía
discutiendo con Barbossa.

—Voto a favor por esa propuesta —respondió el aludido—. ¿Pero quién se
animará a hacer semejante cosa sin provocar un levantamiento?

—¿Sigues dudando de ella, Barbossa? —insistió William, volviéndose hacia
él—. No creo que Sao Feng sea capaz de traicionarnos cuando su hija está
a bordo con nosotros.

—Bien. Si eso es lo que piensas, ¿por qué no vas tú mismo a inspeccionar
el mapa? Dudo mucho de que te deje echar un vistazo, muchachito —lo
desafió con una sonrisita maliciosa y sus ojos brillando de pura malicia.

—Sólo dile que quieres ver el mapa, Will. No hay nada malo en eso —Gibbs
lo animó con una palmadita amistosa en el hombro.

Azuzado por sus compañeros, Will se dirigió a paso lento y un tanto
dubitativo hacia el lugar en donde se encontraba la joven capitana,
quien estaba cerca del timón, leyendo las dichosas cartas de navegación.
Tan concentrada estaba en su tarea que no se había dado cuenta de su
llegada.

Estaba rascándose la cabeza con una expresión de no entender nada cuando
su "dama de compañía": Wai, le dio un leve toquecito en el hombro,
sobresaltándola y provocando que soltara el mapa, que cayó justo a sus pies.

—¡Por el dragón Shen Lung, Wai! ¡Casi me matas del susto! —se quejó,
volviendo su rostro hacia ella.

—Es el joven occidental, ama Feng —ésta le respondió al mismo tiempo que
Jade se agachaba para recoger las cartas y Will había hecho lo propio,
chocando fuertemente sus cabezas.

—¡Ouch! —exclamó ella, cayendo de trasero hacia atrás mientras que él,
manteniendo el equilibrio hincándose sobre el suelo de la cubierta,
logró recoger el rollo.

—¡No toques eso que es sagrado, traidor! —gritó Jade al darse cuenta y
le quitó de las manos el viejo y misterioso mapa de una manera muy poco
educada.

—¿Por qué siempre me estás llamando traidor? —Will se quejó bastante
molesto, incorporándose al mismo tiempo que ella.

—¿Y cómo quieres que te llame? No hay otra manera de llamar a un sujeto
que es capaz de traicionar a sus propios amigos.

—¿C-cómo dices? Yo, yo no traicioné a nadie —trató de defenderse, pero
se había puesto muy nervioso con aquella acusación.

—Haces todo esto por tu padre, pero nada bueno se saca con traicionar a
tus amigos. Ya verás que cuando lo logres, será una victoria amarga.

William Turner se quedó sin habla, aquellas sabias palabras lo había
impactado.

Jade iba a continuar con el tema, pero al darse cuenta de que Elizabeth
y los demás se dirigían hacia ellos, decidió cambiar de tema.

—¿Me dirá de una buena vez qué es lo que quiere, señor Turner?

—¿Aún no se lo ha dicho, joven Turner? ¿De qué demonios han estado
hablando entonces? —se quejó Barbossa nada más llegar.

Will estaba a punto de contestar, pero la niña se le adelanto y,
poniendo los brazos en jarra acompañada de una actitud que rayaba la
antipatía.

—¿Decirme qué? ¿Y por qué no me lo dice usted, capitán Barbossa? Mandar
a un niño a hacer el trabajo de un hombre no me parece muy profesional
de su parte…

—¿Me acusas de no ser profesional en mi carrera como pirata, pequeña
estropajo? ¡Ya verás! —e inmediatamente desenfundó la espada.

—No sabía que la piratería fuera una profesión… —le comentó por lo bajo
Elizabeth a Will, en un tono marcado de desdén.

—En estos tiempos cualquier persona deshonrada le llama "profesión" a su
trabajo… —contestó su prometido con el mismo tono de voz, cruzado
tranquilamente de brazos.

Apenas, Barbossa había sacado su espada para darle su merecido a aquella
niña insolente, que de inmediato todos los tripulantes chinos del /Hai
Peng/ también sacaron las suyas, dispuestos a atacar al insurrecto que
se había atrevido a amenazar a su ama.

—Creo que debería pensar mejor su estrategia, capitán —Gibbs le aconsejó
suavemente al oído.

El aludido, un tanto más calmado por aquel consejo, miró a su alrededor
y se dio cuenta de que estaba completamente rodeado, así que se lo pensó
mejor y decidió aplazar su ajuste de cuentas para más adelante.

—¡Ejém! Tal vez me exacerbé un poco… —sonrió nerviosamente mientras
miraba a su alrededor y envainaba su arma.

Cansada de tana payasada, Ana María decidió tomar el toro por las astas
y, haciendo a un lado a Barbossa, dijo:

—La situación es esta, capitana Feng: no confiamos en usted ni en sus
conocimientos de navegación para interpretar ese condenado mapa, así que
creemos que muy pronto terminaremos cayendo al infierno.

—¡Ana María…! —exclamó Elizabeth, temiendo que semejante sinceridad
podría provocar la ira de la joven capitana y el consiguiente
lanzamiento por la borda de todos ellos.

Luego de observar de refilón a la atrevida mujer de color, la joven Jade
sonrió maliciosa y le extendió el dichoso mapa.

—¿Así que era eso, eh? Bueno, ¿pues por qué no leen las cartas ustedes
mismos?

No tuvo que repetirlo otra vez, Barbossa le arrebató el rollo de las
manos y lo desplegó ente él, quedándose casi de inmediato, tan duro como
una estatua, con la mirada fija en la carta.

—¿Qué pasa? ¿Qué dice? —inquirió Will, tomando el otro extremo del mapa
y quedarse luego tan estático como su compañero de navegación—. ¡Pe-pero
esto está en chino!

—¿Cómo dijiste? —exclamó Ana María, intentando leer el mapa por encima
de los dos hombres, sólo para corroborar que tal afirmación era cierta.

—Es curioso —murmuró Elizabeth para sí, entristeciéndose—, si fuera Jack
el que hubiera gritado: "¡Está en chino!", yo habría creído que era una
de sus tantas bromas de mal gusto…

—¿Y bien? —preguntó Jade, llamando la atención de Will y sus
compañeros—. ¿Aún pretenden hacer un motín en mi contra? Voy a dejarles
gobernar el barco si pueden leer las cartas de navegación, claro que eso
será posible si alguno de ustedes entienden el chino antiguo… ¿Qué
dicen? ¿Pueden?

Ana María alzó la vista, estaba harta de la actitud de aquella mocosa
engreída, pero si nadie más que ella podía leer aquel entrevero de
palabras ininteligibles, no había más remedio que dejarla estar.

Barbossa pareció pensar lo mismo, puesto que enseguida alzó la cabeza y
sonrió lo mejor que pudo, quitándose el sobrero cortésmente, con falsa
servidumbre.

—¡Perdónenos por nuestras dudas, mi capitana! No volverá a pasar, se lo
prometo. Mantendré a raya a estos desvergonzados sediciosos.

—¡Pero tú fuiste quien…! —Elizabeth quiso quejarse, pero él la tomó del
brazo al igual que a Will y se los llevó lejos de allí mientras Ana le
devolvía el mapa a la niña china para después seguir a sus compañeros.

—Bueno. Creo que ya no volverán a molestarme de nuevo —Jade sonrió
triunfante, y volvió su atención al dichoso mapa y se rascó la cabeza un
tanto dubitativa—. Bien, y ahora… ¿Cómo demonios se leía esto?

—¿En serio no puede leer lo que dice allí, mi joven capitana? —le
preguntó de improviso el contramaestre Gibbs, quien era el único que
había permanecido a su lado sin que ésta se diera cuenta, logrando otra
vez que se asustara y aventara el mapa por los aires, que fue a caer
justo a las manos del sorprendido Hector Barbossa.

—¡Bobadas! ¡Claro que puedo leer esas cartas, irrespetuoso! —se quejó la
niña, pero al notar cómo la miraban todos, no pudo evitar ponerse
colorada y bajar la vista mientras jugaba con los dedos—… Lo que pasa es
que mi maestro no tuvo mucho tiempo para enseñarme…

—¡Lo sabía! —exclamó Barbossa, acercándose a ellos con el mapa enrollado
en las manos y apuntándola acusadoramente con el dedo—. ¡Nos vamos a ir
al infierno por tu culpa, muchachita inepta!

—¿Pero no es eso lo que queríamos? —volvió a insistir Gibbs, y Ana María
no tuvo más remedio que darle un fuerte manotazo en la nuca.

—¿Acaso no puedes ser más idiota, Gibbs?

—¡Sólo era una broma! —se quejó, sobándose el golpe.

—¡Ya basta de tonterías! —exclamó Barbossa, que a pesar de estar al
borde del histerismo, supo controlarse muy bien—. Lo importante aquí es
que no tenemos un rumbo seguro qué seguir.

"¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos!" gritó el loro parlanchín de
Cotton, moviéndose sobre sus hombros de aquí para allá.

—No precisamente —intervino Jade con la seriedad poco habitual de
alguien de su edad—. Tal vez me sea un poco difícil entender estas
cartas —se las quitó de manera muy poco amable—, pero sé muy bien que
estamos sobre el rumbo correcto.

—¿Cómo puedes estar segura de eso si ni siquiera puedes comprenderlas?
—inquirió Ana María.

Jade frunció la cara y extendió la carta ante ella para volver a leerla.
Will se colocó detrás para poder leerlo él también.

—Nada encaja. No son tan exactas como los mapas de navegación modernos…
—comentó extrañado.

—No, pero te guían hacia más destinos —le explicó la jovencita, y
comenzó a revelarles lo que apenas había logrado entender de esas
antiguas escrituras—… Caer por el borde del abismo… Dos veces… Por el
alba... Un destello verde…

—¿Un destello verde? —el apuesto muchacho frunció el ceño, más
confundido que antes, y alzó la vista hacia el otro capitán—¿Lo quieres
interpretar, capitán Barbossa?

—Coméntenos si ha visto un destello verde, maestre Gibbs —fue todo lo
que dijo, agrandado por la ignorancia de su joven compañero.

—He visto los suficientes —comenzó a narrar con tono misterioso el
aludido—. Eso pasa en raras ocasiones: cuando se pone el sol un destello
verde se dispara al cielo. Hay quienes pasan su vida sin verlo, y otros
afirman que vieron algo; y otros dicen…

—¡Que te anuncia cuando un alma del mundo de los muertos vuelve a éste!
—Pintel lo interrumpió, rompiendo todo el pavoroso misterio. Barbossa
volvió los ojos hacia arriba y Gibbs lo asesinó con la mirada al igual
que Ana María.

—¡Oh! ¡Perdón! —se disculpó.

Haciendo caso omiso a la estupidez de su tripulante, Barbossa se volvió
hacia Will y le sonrió.

—Créeme, joven Turner. Llegar a la Tierra de los Muertos no es el
problema, sino volver —se volvió para mirar a su joven capitana,
encontrándola con la cara pegada en la carta de navegación y rascándose
la cabeza en un intenso esfuerzo por entender su significado.

—Claro, si es que llegamos… —agregó con infundada preocupación.



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