Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 11. CAZA LETAL -Capítulo 3-

                                                                          



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***

La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

***

Nadie sabe su nombre, ni cuándo atacará. Sólo se sabe que es una cazarrecompensas peligrosa y letal, y que su última misión
la ha traído a Coruscant, hogar de los Jedi.

Su objetivo:
un viejo amigo de Qui-Gon Jinn.

Qui-Gon y su aprendiz, Obi-Wan Kenobi, intentan capturarla, pero fracasan.

Ahora, ellos también son su objetivo…



Capítulo 3

Este sitio no me sugiere aterrizajes suaves —comentó Obi-Wan, mirando receloso el Hostal Aterrizajes Suaves—. Parece más bien un aterrizaje forzoso a gran escala.

—He visto muchos sitios como éste —dijo Qui-Gon—. Lo frecuentan viajeros espaciales que buscan unas horas de sueño. No está preparado para la comodidad.

El edificio estaba construido a base de escombros, láminas de duracero y tuberías de conducción que envolvían el inmueble como si lo estuvieran ahogando hasta la muerte. Toda la estructura estaba inclinada y daba la impresión de que un empujoncito podría derribarla. Las escaleras subían hasta una puerta desvencijada de duracero y estaban repletas de rebosantes cubos de basura.

—Bueno —dijo Qui-Gon pensativo—. Vamos a acabar con esto de una vez. Subieron los escalones y pulsaron el botón del intercomunicador de acceso.

Una voz resonó en un altavoz incrustado junto al dintel.

¿Na hti vel?

—Venimos a visitar a un huésped —dijo Qui-Gon.

La puerta se abrió. Una pequeña togoriana asomó la cabeza.

—Estamos buscando a una mujer —dijo Qui-Gon—. Es una humanoide y lleva una armadura reforzada de plastoide...

—Tercera planta. Habitación Dos —la togoriana regresó a su habitación.

¿Cómo se llama?

La togoriana no se dio la vuelta.

¿Y qué más da? Paga por adelantado.

Qui-Gon arqueó una ceja mirando a Obi-Wan. Era evidente que la seguridad no era una prioridad en el Hostal Aterrizajes Suaves.

Subieron rápidamente las rechinantes escaleras hasta el tercer piso. Qui-Gon llamó a la puerta número dos. No hubo respuesta.

—Soy Qui-Gon Jinn, Caballero Jedi —exclamó el Maestro Jedi—. No queremos hacerle daño, sólo formularle unas preguntas. Pido, por favor, permiso para entrar.

No hubo respuesta, pero, tras un momento, la puerta se abrió. Lo único que percibió Obi-Wan fue un ligero movimiento cerca del suelo. La puerta se había abierto sola. La habitación estaba a oscuras y no se veía a nadie. Sintió el peligro acercándose hacia él como las grietas del transpariacero roto.

Qui-Gon también percibió el peligro, pero se adentró con valentía en la habitación sin desenfundar su sable láser. Obi-Wan hizo lo mismo.

El Maestro Jedi fue directamente a la ventana. Subió la persiana y la pálida luz amarilla se coló en la estancia.

La cazarrecompensas estaba sentada en un taburete, mirándoles y de espaldas

 

a la pared. Su cráneo afeitado reflejaba la luz y brillaba como la luna. Contemplaba a sus visitantes sin mostrar interés. Bajo la armadura de plastoide y las botas altas, se percibía una constitución atlética y fuerte. Cuando se levantó, comprobaron que era casi tan alta como Qui-Gon.

—Venimos en nombre de Didi Oddo —dijo Qui-Gon amablemente—. Usted está intentando capturarlo, pero él no ha hecho nada malo. Le solicita que revise su información o contacte con el Gobierno o la entidad que la haya contratado. Está seguro de que se ha equivocado de persona. ¿Lo hará?

La cazarrecompensas no dijo nada. Miraba fijamente a Qui-Gon, pero sus ojos carecían de expresión.

—Didi Oddo tiene una cafetería —dijo Qui-Gon—. No es un criminal. Rara vez sale de Coruscant.

Silencio.

—Si me permite ver la orden de búsqueda, podríamos aclarar el asunto inmediatamente —dijo Qui-Gon—. Y nosotros nos marcharemos.

Más silencio. Obi-Wan se obligó a sí mismo a permanecer quieto. Sabía que no debía hacer movimientos falsos. Era un duelo de voluntades. Qui-Gon estaba tranquilo y mostraba su habitual expresión amable. No iba a demostrar a la cazarrecompensas que le estaba intimidando con su silencio. Nadie intimidaba a Qui-Gon.

—Me veo obligado a insistir —dijo Qui-Gon, endureciendo el tono un poco—. Si ha habido un error, deberíamos comprobarlo de inmediato. Supongo que estará de acuerdo conmigo.

Pero la cazarrecompensas seguía sin responder. Parecía aburrida. O quizá dormía con los ojos abiertos...

El movimiento vino de ninguna parte y le cogió por sorpresa. Él había estado observando la cara de la mujer para intentar adivinar lo que iba a hacer. Ella apenas movió un músculo, pero, con un ligero desplazamiento de sus dedos, el látigo chasqueó en el aire con la afilada punta dirigiéndose al rostro de Obi-Wan.

El chico retrocedió, pero el látigo dio varias vueltas alrededor de su cabeza y se estrechó mientras Obi-Wan se llevaba las manos al cuello.

Los extraordinariamente rápidos reflejos de Qui-Gon estaban más agudizados que los de su padawan. Su sable láser se activó como un rayo y dio un salto hacia el látigo para cortarlo.

Pero los ágiles dedos de la cazarrecompensas volvieron a tirar, y el látigo soltó el cuello del chico. La mujer escapó del alcance del sable láser y rozó la hoja de Qui-Gon.

La cazarrecompensas se puso en pie. El látigo chasqueó de nuevo y esta vez se enrolló en los tobillos del chico mientras éste se adelantaba para atacar.

El padawan tropezó y cayó sobre una mano. La cara le quemaba. Odiaba ser torpe. Era la segunda vez que la cazarrecompensas le sorprendía. La furia le

 

nubló la vista un momento. El joven se esforzó por concentrarse en la calma que necesitaba para el combate.

El látigo se replegó. De repente, brilló con roja intensidad en la penumbra de la habitación. Había activado el modo láser.

El sable de Qui-Gon se enredó con el látigo. Los dos láseres echaron humo. A pesar de estar enredado con el arma Jedi, la cazarrecompensas consiguió que la punta del látigo hiriera a Qui-Gon en el brazo. El Maestro Jedi se vio obligado a retirarse y atacar a su oponente desde otro lado.

Obi-Wan se abalanzó para ayudarle, agachándose para poder asestar un revés a la mujer con el sable láser. Ella saltó tres veces hacia atrás para evitarle y, de repente, se echó al suelo y rodó hasta la ventana. Sus movimientos eran fluidos, como si no tuviera huesos. Obi-Wan no había visto nunca semejante habilidad acrobática.

La ventana estaba abierta unos pocos centímetros. Para sorpresa de Obi-Wan, la cazarrecompensas se despojó de la armadura y se deslizó por el estrecho hueco como si estuviera hecha de agua, luego tiró de la armadura tras ella, y de repente ya no estaba.

Qui-Gon desactivó el sable láser y se quedó mirando el lugar que había ocupado la cazarrecompensas.

—Una oponente formidable.

— ¿Cómo ha hecho eso? —preguntó Obi-Wan.

—Al menos ahora ya sabemos de dónde es —dijo Qui-Gon, guardando el sable láser—. Del planeta Sorrus. Los sorrusianos tienen una estructura ósea que puede comprimirse, lo que les permite colarse por espacios estrechos. Es increíblemente flexible. Por no mencionar lo buena que es con el látigo.

Obi-Wan se tocó el cuello.

—Desde luego, sabe usarlo.

—Nunca había visto ese arma —murmuró Qui-Gon—. Tiene dos modos, y uno es el láser. Y era extraordinariamente rápida, padawan. No te preocupes. Tus reflejos mejorarán cuando aprendas a controlar mejor la Fuerza.

—Tú ya te estabas moviendo cuando yo me estaba ahogando —dijo Obi-Wan con tristeza.

—Me esperaba lo del látigo —dijo Qui-Gon—. Didi nos lo contó. No aparté la vista de su muñeca. La próxima vez tú liarás lo mismo.

Qui-Gon se miró el hombro. Obi-Wan vio que tenía la túnica rasgada. Los jirones estaban empapados de sangre.

¡Estás herido!

—Me dio con la punta. Un poco de bacta y estaré bien. Ven, padawan. Vamos a darle la mala noticia a Didi —Qui-Gon sonrió mientras se retiraba los jirones de la herida—. No creo que esta cazarrecompensas quiera marcharse.





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