Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 11. CAZA LETAL -Capítulo 8-

                                                                                 



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***

La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

***

Nadie sabe su nombre, ni cuándo atacará. Sólo se sabe que es una cazarrecompensas peligrosa y letal, y que su última misión
la ha traído a Coruscant, hogar de los Jedi.

Su objetivo:
un viejo amigo de Qui-Gon Jinn.

Qui-Gon y su aprendiz, Obi-Wan Kenobi, intentan capturarla, pero fracasan.

Ahora, ellos también son su objetivo…



Capítulo 8

Obi-Wan se había enfrentado antes a la muerte, pero nunca se acostumbraba. El espacio que podía ocupar un alma, la energía de una mirada y, de repente..., nada.

¿Qué ha pasado? —preguntó Qui-Gon.

—No lo sé —dijo Didi, secándose la cara con una servilleta—. La policía de Coruscant ha contactado conmigo. Saben que Fligh era mi amigo. Lo encontraron en uno de los callejones del Senado. Está tirado como si fuera un animal en la Avenida de Todos los Mundos —el sudor resbalaba por el rostro de Didi—.

¿Creéis que esto tiene algo que ver conmigo? —preguntó. Su expresión denotaba el miedo que le daba oír la respuesta.

—Me temo que sí —dijo Qui-Gon sombrío—. Tenemos que hablar con la policía. Vamos, Didi.

¿Yo? —gimoteó Didi—. ¿Por qué tengo que ir yo?

—Porque creo que no debes separarte de nosotros de momento —dijo Qui-Gon

—. Aquí no estás seguro.

¡Claro que sí! —protestó Didi—. Astri va a cerrar la puerta principal para que no entre más gente. Y esta cena de gala durará horas. Nadie intentará atacarme con toda esta gente tan distinguida aquí. Además —añadió en voz baja—, estoy demasiado asustado y triste para ir a ningún sitio. No podría ver el cadáver de mi amigo. Lo siento.

Qui-Gon miró a su padawan. Obi-Wan esperaba que su Maestro no le hiciera quedarse con Didi mientras él iba a investigar la muerte de Fligh. No quería quedarse a cuidar de Didi habiendo trabajo que hacer.

—De acuerdo —dijo Qui-Gon reacio—. No tardaremos. Asegúrate de cerrar bien puertas y ventanas, Didi. Esa cazarrecompensas puede colarse por cualquier parte.

Didi asintió vigorosamente. —Ya lo he hecho, pero volveré a comprobarlo.

—Volveremos pronto —dijo Qui-Gon—. Llamaremos a la puerta de atrás. No quiero estropear la gran velada de Astri.

—Qué considerado por tu parte, Qui-Gon —dijo Didi—. Nadie quiere aguarle la fiesta a Astri. Esperaré aquí. ¿Podéis... podéis ocuparos de Fligh? —a Didi se le llenaron los ojos de lágrimas—. Decidle a la policía que yo pagaré el funeral. Lo pagaré todo.

Qui-Gon le puso una mano en el hombro.

—No es culpa tuya, amigo mío.

—Oigo lo que dices —susurró Didi—, pero no lo comparto.


Qui-Gon comprobó las puertas y ventanas desde el exterior antes de partir.

 

Pensaba que a Astri se le olvidaría que tenía que cerrar la puerta. Pero todo estaba sólidamente cerrado.

Estaba muy oscuro cuando Qui-Gon y Obi-Wan llegaron a la Avenida de Todos los Mundos. No había luna, y el brillo de las farolas proyectaba sombras irregulares.

Los policías de Coruscant, con sus uniformes azul oscuro, rodeaban el cadáver de Fligh, que estaba cubierto por una lona.

¿Puedo mirar? —preguntó Qui-Gon al oficial al cargo. En su placa se leía: "Capitán Yur T'aug". Era un fornido bothan de larga barba y melena oscura y reluciente que le caía por los hombros.

El capitán frunció el ceño, pero todos los oficiales de las fuerzas de seguridad sabían que las peticiones de los Jedi debían ser admitidas.

—De acuerdo —dijo el capitán Yur T'aug—, pero no es agradable de ver.

—Quédate aquí, padawan —dijo Qui-Gon a Obi-Wan, que obedeció de buena gana. No quería ver el cadáver de Fligh. Quería recordarlo vivo.

Contempló a Qui-Gon, que, de espaldas a él, se agachaba para levantar una esquina de la lona. Aunque su Maestro no se estremeció ni se inmutó, Obi-Wan supo que aquella visión le había afligido. Hubo algo en la quietud que su Maestro mantuvo durante unos segundos y en la forma en la que volvió a depositar la lona con sumo cuidado.

Obi-Wan se dio la vuelta con un escalofrío. Alrededor del cadáver, los policías realizaban los procedimientos habituales: etiquetar cosas, inspeccionar la zona con linternas, introducir información en sus datapad y hablar entre ellos. La identidad de aquel cadáver tumbado en el frío suelo era irrelevante. Fligh había dejado de existir. Lo único que importaba ahora era cómo había muerto.

Obi-Wan contempló el firmamento. Las estrellas brillaban tan intensamente que parecían diamantes. Algunas veces, Obi-Wan sentía que ya había visto demasiada muerte y crueldad. ¿Cómo se sentiría Qui-Gon, que había visto mucha más que él? Enfrentarse a ese tipo de cosas estaba dentro de las labores de los Jedi. Ayudar. Ayudar era fácil comparado con aquello.

¿Me acostumbraré a la muerte alguna vez?, se preguntó Obi-Wan.

Obi-Wan vio un resplandor entre las sombras y se acercó. Era una piedra verde brillante. Se agachó para observarla y se dio cuenta de que era el ojo artificial de Fligh. Se le debía de haber caído. Se lo señaló a Qui-Gon, que asintió.

Qui-Gon se lo mostró al capitán Yur T'aug.

—Pertenecía a la víctima —dijo.

El capitán se agachó para examinarlo.

¡Sargento! —exclamó—. Etiquete este objeto.

Otro oficial se acercó con una bolsa de muestras y recogió cuidadosamente el ojo con unas pinzas.

 

¿Cuál ha sido la causa de la muerte? —preguntó Qui-Gon en voz baja.

—Barajamos la hipótesis del estrangulamiento —dijo rápidamente el capitán Yur T'aug.

—He visto las marcas —dijo Qui-Gon—. Parecen de algún tipo de cuerda, no de manos.

El capitán asintió.

¿Y esa inusual... palidez? —preguntó Qui-Gon.

—El cuerpo fue desangrado —dijo el capitán Yur T'aug—. Lo mataron en otra parte y después lo trajeron hasta aquí.

Obi-Wan volvió a mirar la lona y se estremeció de nuevo. Qui-Gon habló con calma.

¿Algún sospechoso?

El capitán suspiró, tamborileando impaciente con los dedos en su intercomunicador.

—Debería estar investigando, no informándoles a ustedes. Lean el informe cuando lo acabe.

Qui-Gon no mostró su impaciencia, pero Obi-Wan pudo percibirla.

—No tengo tiempo de leer su informe —dijo con un tono tan cortante como el hielo.

El capitán Yur T'aug dudó un momento y habló.

—Todavía no tenemos sospechosos. Nadie vio nada. Pero sabemos quién es este Fligh. Es un informador muy conocido y un ladrón de poca monta. Seguro que tenía cientos de enemigos. Por no mencionar que le debe dinero a toda la ciudad. He oído que tiene una deuda cuantiosa con los Tecnosaqueadores.

Qui-Gon contempló al oficial un instante.

—Hay algo más —dijo.

—No es el primer cadáver desangrado que nos encontramos —dijo indeciso el capitán Yur T'aug—. Descarriados, vagabundos... gente a la que nadie echaría de menos. En el último año hemos hallado media docena. Y quizás haya más que no hemos encontrado. ¿Quién sabe? Coruscant puede ser un lugar muy duro. Mucha gente viene aquí a ganarse la vida como puede.

—En ese caso, no creo que el asesino de Fligh fuera uno de sus acreedores

—dijo Qui-Gon.

El capitán Yur T'aug se encogió de hombros.

—O puede que el asesino haya plagiado el método para despistarnos. Nuestro trabajo consiste en averiguarlo.

—Quizá quieran comprobar los datos de cierta cazarrecompensas —dijo Qui-

 

Gon—. Es una sorrusiana que podría tener razones para asesinar a Fligh. Se aloja en el Hostal Aterrizajes Suaves.

—Claro —dijo el capitán Yur T'aug—. Gracias por la información —su falta de interés era evidente.

—Buena suerte —dijo Qui-Gon—. Ha de saber que Didi Oddo correrá con los gastos del funeral. Fligh no carecía de amigos. Hay gente que le echará de menos.

Qui-Gon se dirigió hacia Obi-Wan, y ambos dejaron atrás a los policías mientras se adentraban en la avenida principal que rodeaba al Senado.

¿Estás bien, padawan? —le preguntó Qui-Gon.

—Fligh no era amigo mío —dijo Obi-Wan—. Apenas pasé unos minutos con él. Había algo agradable en él, aunque no puedo decir que me cayera bien. Y casi me siento tan mal como Didi.

—A mí me pasa lo mismo —dijo Qui-Gon. Caminaron un rato en silencio.

¿Llegas a acostumbrarte a la muerte? —preguntó Obi-Wan.

—No —dijo Qui-Gon—. Y así es como debe ser.

¿Por qué crees que mataron a Fligh? —preguntó Obi-Wan—. ¿Crees que, como Didi, sabía algo importante y no se daba cuenta?

—Puede —dijo Qui-Gon—. Y recuerda que Fligh nos dijo que intentaría ayudar a Didi. Me pregunto si llegó a intentarlo siquiera. Seguro que no le hubiera sido difícil averiguar el paradero de la cazarrecompensas.

¿Crees que pasó eso? —preguntó Obi-Wan.

—Vamos a pasar por el hostal de vuelta a la cafetería —sugirió Qui-Gon—.

Tenemos que tener otra charla con la cazarrecompensas.

Caminaron deprisa por las calles hasta que llegaron al Hostal Aterrizajes Suaves. Esta vez la puerta estaba ligeramente abierta, así que pudieron entrar sin llamar a la encargada. Subieron rápidamente las escaleras hasta el tercer piso. Qui-Gon llamó a la puerta y ésta se abrió. La habitación estaba vacía.

—Se ha ido —la togoriana estaba detrás de ellos con un cubo y una vibrofregona en las manos—. Ya no se aloja aquí. Tengo que limpiar. Largo de aquí.

Bajaron por las escaleras.

—Esto no me gusta —murmuró Qui-Gon—. Volvamos a la cafetería. Apretaron el paso y echaron a correr. La cafetería no estaba muy lejos.

Doblaron la esquina. Frente a ellos estaba el café. No había luz en el interior y la puerta estaba completamente cerrada.

—Hemos llegado tarde —dijo Qui-Gon.

 






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