Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 11. CAZA LETAL -Capítulo 9-

                                                                                 



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***

La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

***

Nadie sabe su nombre, ni cuándo atacará. Sólo se sabe que es una cazarrecompensas peligrosa y letal, y que su última misión
la ha traído a Coruscant, hogar de los Jedi.

Su objetivo:
un viejo amigo de Qui-Gon Jinn.

Qui-Gon y su aprendiz, Obi-Wan Kenobi, intentan capturarla, pero fracasan.

Ahora, ellos también son su objetivo…



Capítulo 9

Desenfundaron los sables láser y entraron en la cafetería. Comprobaron a simple vista que estaba desierta. Los platos a medio terminar estaban en las mesas. Qui-Gon se apresuró a entrar en la cocina. Había cacharros tirados por el suelo y con el contenido vertido, las bolsas de harina y cereales estaban derramadas por la encimera y la puerta de la cámara frigorífica estaba abierta.

Corrieron al despacho de Didi. Los papeles y los archivos estaban tirados por el suelo, y los cubos de duracero habían sido derribados y pateados. Todo lo que había estado en las estanterías yacía ahora en el suelo.

—Subamos —dijo Qui-Gon.

El Maestro Jedi subió al piso superior con Obi-Wan detrás. Entraron en el dormitorio de Didi.

En los momentos de peligro, los sentidos de Qui-Gon ralentizaban el tiempo. Percibió todo lo que había en la habitación en lo que parecieron ser segundos, pero no fue más que un pestañeo. Astri estaba en el suelo, inconsciente o muerta; Didi, de pie y envuelto en el látigo de la cazarrecompensas con una mirada aterrorizada y una herida en la frente; y la cazarrecompensas se daba la vuelta y se detenía un instante al verles. Su mirada carente de expresión no demostró ni sorpresa ni miedo.

El tiempo reanudó su marcha. Qui-Gon se anticipó al movimiento de la cazarrecompensas, que se llevó la mano a la cintura en busca de la pistola láser. El Jedi se abalanzó para contraatacar, pero no supo adivinar que ella iba a apuntar a Astri y no a él. Sus reflejos Jedi eran tan rápidos que pudo dar la vuelta, lanzando un barrido circular con el sable láser. Perdió ligeramente el equilibrio, pero consiguió rechazar el disparo.

Astri se estremeció. Qui-Gon sintió una oleada de alivio. Seguía viva.

Un ataque perfecto que mezclaba el engaño con la velocidad y la estrategia. Qui-Gon fintó a la izquierda y se abalanzó hacia la cazarrecompensas. Ella no respondió a la estocada, sino que disparó y dio un gran salto hacia la izquierda para esquivarle. Su sable láser atravesó el espacio que ella ocupaba un instante antes.

Era incluso mejor luchadora de lo que él pensaba.

Obi-Wan se echó hacia delante para cubrir a Astri y para que Qui-Gon pudiera así concentrarse en el combate. La cazarrecompensas activó el látigo y tiró de él. El arma giró alrededor de Didi en un círculo abrumador y lo arrojó contra la pared. Didi se golpeó con un ruido sordo y cayó al suelo aturdido.

El látigo se puso en modo láser. Con un movimiento cortante, la cazarrecompensas destrozó la ventana de transpariacero. Qui-Gon saltó hacia delante, manteniéndose entre su oponente y Astri. Didi comenzó a arrastrarse hacia su hija y se colocó bajo Qui-Gon, que saltó para esquivarlo, concentrando toda su atención en protegerlo.

 

La cazarrecompensas saltó por la ventana. En el exterior había un pequeño recinto con deslizadores. Se subió a uno y salió disparada.

Qui-Gon se quedó en la ventana viendo parpadear y desaparecer las luces traseras del deslizador. Se sintió furioso y tardó un minuto en aceptarlo y relajarse. Su oponente había escapado. Eso pasaba de vez en cuando. Había peleado lo mejor que había podido.

Pero ya es la tercera vez que se escapa.

—Astri —dijo Didi con voz entrecortada—. Astri...

Qui-Gon se arrodilló junto a la chica y le palpó cuidadosamente la cabeza.

¿Qué ha pasado? —le preguntó a Didi—. ¿Le ha disparado?

—No, no. La golpeó por la espalda con el mango del látigo —dijo Didi.

Qui-Gon sintió un chichón inflamándose en la cabeza de Astri, que abrió los ojos. No tenía las pupilas dilatadas y miró a Qui-Gon fijamente.

—Ay —dijo ella.

—Está bien —le dijo Qui-Gon a Didi—. No te muevas, Astri. Te va a doler un poco la cabeza.

Ella resopló.

—Ya.

—Deberíamos llamar a un médico —dijo Didi preocupado.

—Estoy bien —dijo Astri. Entrecerró los ojos y se incorporó, apoyándose en los codos—. ¿Qué ha pasado? Lo último que recuerdo es a todos mis clientes saliendo por la puerta.

¿Entró alguien cuando salieron? —preguntó Qui-Gon.

—No —dijo Astri—. Cerré la puerta tras ellos y le dije a Renzii que se fuera a casa. Cuando salió, volví a echar el cerrojo. Luego subí aquí. No recuerdo nada más...

—Yo estaba aquí arriba —dijo Didi—. Oí a Astri en las escaleras. Abrió la puerta y de repente se cayó al suelo. Y entonces entró la cazarrecompensas. Me ató mientras rebuscaba por todas partes. Bajó y la escuché rebuscando también en mi despacho.

—Y la cocina —dijo Qui-Gon.

—No, la cocina no —dijo Didi.

—Pero si está patas arriba y llena de cacharros —dijo Obi-Wan.

—Siempre está así —dijo Astri con un suspiro—. ¿Qué cazarrecompensas?

Creía que no era más que una vulgar ladrona.

¿Por qué se fueron los comensales? —preguntó Qui-Gon a Astri. Astri se acarició la cabeza.

 

—Lo hice lo mejor que pude —murmuró ella—, pero creo que todavía no capto lo de la elegancia. Renzii no paraba de equivocarse con los pedidos y yo no podía con todo. La comida se quedó fría. Así que Jenna Zan Arbor se enfadó y todos se fueron. La próxima vez contrataré más ayudantes. Fue un gran error. Pero como me gasté todo el dinero extra en la comida...

—Y entonces ¿cómo entró la cazarrecompensas? —preguntó Obi-Wan. Astri levantó la cabeza.

¿Qué cazarrecompensas? —preguntó de nuevo con frustración.

—Didi, cuéntaselo —dijo Qui-Gon.

—No mientras sigas herida, Astri —dijo Didi nervioso—. Tienes que acostarte...

¿Qué cazarrecompensas? —preguntó Astri con los dientes apretados.

—Pues... verás, esto... puede que me haya metido en un pequeño lío —le dijo Didi—. Nada grave.

—Claro —dijo Astri—. Nada grave. Sólo ha sido una noche más en la cafetería.

A mí me suelen dejar inconsciente a menudo.

—Qué sentido del humor tiene mi niña —dijo Didi nervioso a los Jedi—. ¿A que es maravillosa?

—Es probable que tu padre posea una información valiosa para alguien

—interrumpió Qui-Gon con impaciencia—. Y ese alguien ha enviado a una cazarrecompensas a buscarle. Suponemos que quieren recuperar la información a toda costa. Y, aun así, la cazarrecompensas no lo mató cuando tuvo la oportunidad.

—Es buena señal —dijo Didi animado. Luego volvió a asustarse—. ¿No?

¿Has vuelto a vender información? —gritó Astri enfadada. Luego hizo una mueca y cerró los ojos. Bajó la voz hasta que fue un susurro— Tú, baboso, rastrero, repugnante hijo de un mono-lagarto kowakiano —siseó ella entre dientes

—. Me has vuelto a mentir.

—No mentí tanto como para no contarte nada —dijo Didi palmeándole en el hombro—. No me atrevería a afirmar que el negocio va tan bien como en otras épocas, pero Fligh venía de vez en cuando con algunas cosillas para vender.

¿Cómo iba a dejarlo tirado? ¿A quién iba a vender sus chascarrillos sino a mí? Su muerte ha sido una tragedia.

¿Muerte? Ya ves adonde le han llevado sus negocios —dijo Astri clavando la mirada en su padre—. ¿Seré yo la siguiente, papá?

Didi se dio la vuelta, incapaz de mirar a su hija. Ella se levantó tambaleándose y salió de la habitación.

—Volvamos a lo que sabemos —dijo Qui-Gon a Didi—. La cazarrecompensas no ha encontrado lo que estaba buscando, pero ha dejado todo patas arriba. Eso significa que está buscando un objeto físico y no una información que tengas tú en la cabeza. ¿Qué es, Didi? Y esta vez tienes que decirnos toda la verdad. Ya has

 

visto que has arriesgado las vidas de los que quieres.

—Sí —dijo Didi apesadumbrado—. Lo sé, pero no puedo ayudarte, amigo mío.

No tengo nada. Fligh no me daba más que información. Lo juro.

¿Ni un datapad? —preguntó Qui-Gon. Didi negó con la cabeza.

—Nada.

Qui-Gon suspiró.

—Entonces no hay alternativa. Tienes que cerrar la cafetería. Coge a Astri y vete de Coruscant.

Astri volvió a la habitación en ese momento. Se quedó congelada mientras se ponía un paño frío en la cabeza.

¿Cerrar la cafetería?

—Sólo hasta que sepamos lo que busca la cazarrecompensas —le dijo Qui- Gon—. No podemos estar con vosotros las veinticuatro horas del día, Astri. Creo que Didi y tú estáis en peligro —se detuvo y dijo amablemente—. Sé que estás enfadada con tu padre, pero no querrás que le pase nada.

Astri se mordió el labio y asintió.

¿Y adonde vamos a ir?

—Yo sé adonde —dijo Didi—. Tengo una casa en las montañas Cascardi.

¿Que te has comprado una casa? —exclamó Astri—. ¡Pero si siempre dices que no tienes dinero!

—Era un trato que no podía rechazar —explicó Didi—. Todavía no he ido a verla, y no le he contado a nadie que la tengo.

¿Dónde están las montañas Cascardi? —preguntó Obi-Wan.

—En el planeta Dunedeen —dijo Qui-Gon—-. Está cerca de Coruscant, pero las montañas son una buena opción. Las Cascardi están aisladas y son abruptas. Es un buen escondite por el momento. Obi-Wan y yo os esperaremos mientras hacéis las maletas. Tenéis que partir de inmediato.

Didi se levantó de un salto y ayudó a Astri a salir de la habitación. Se fueron a sus dormitorios.

¿Crees que estarán a salvo? —preguntó Obi-Wan a Qui-Gon en voz baja.

—Más que aquí, en Coruscant —dijo Qui-Gon—, pero la cazarrecompensas es una rastreadora excepcional y, aunque la galaxia es enorme, no lo es tanto como para desaparecer. No, me temo que tenemos que desvelar este misterio. Vayan a donde vayan, Astri y Didi corren un grave peligro. Ella les encontrará y será más pronto que tarde. De eso no me cabe duda.


 





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