Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 11. CAZA LETAL -Capítulo 12-

                                                                                  



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***

La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

***

Nadie sabe su nombre, ni cuándo atacará. Sólo se sabe que es una cazarrecompensas peligrosa y letal, y que su última misión
la ha traído a Coruscant, hogar de los Jedi.

Su objetivo:
un viejo amigo de Qui-Gon Jinn.

Qui-Gon y su aprendiz, Obi-Wan Kenobi, intentan capturarla, pero fracasan.

Ahora, ellos también son su objetivo…



Capítulo 12

Obi-Wan se encontraba incómodo en el vestíbulo del lujoso hotel. Había estado en palacios y mansiones, había visto sitios esplendorosos con gruesas alfombras, los mejores metales y muebles finamente adornados. Lo había contemplado todo sin sentirse parte integrante, como un Jedi, y nunca se había sentido incómodo, ni en el palacio de una Reina.

Pero allí no era lo mismo. Las paredes eran de piedra blanca pulida con vetas de oro blanco. El suelo era de piedra negra y relucía cegador. Le daba miedo sentarse en los mullidos sofás y en las sillas. De repente, se fijó en que tenía la túnica manchada del pastelito.

La aristocracia se arremolinaba a su alrededor, yendo de un lado a otro, saliendo de los muchos restaurantes que habían en el vestíbulo y recogiendo su correo o sus llaves. Le miraban sin prestarle atención, como si no mereciera la pena. Hablaban en voz baja, en susurros, no como las agitadas conversaciones de las bulliciosas calles.

Como siempre, Qui-Gon parecía encontrarse a gusto. Fue hacia el mostrador y pidió que llamaran a Jenna Zan Arbor.

El recepcionista habló por el auricular de su intercomunicador privado y escuchó un momento.

—Pueden subir —dijo. Luego les indicó que cogieran el turboascensor que les llevaría a la planta setenta y siete.

Obi-Wan siguió a Qui-Gon hacia un enorme tubo forrado de una piedra rosácea que le hizo sentir como si estuviera en el centro de una flor. Las puertas se abrieron, y ambos echaron a andar por la gruesa moqueta.

Jenna Zan Arbor les estaba esperando en la puerta de su suite. Llevaba un vestido azul oscuro de septoseda que le llegaba hasta los pies. Lucía un complicado recogido en el pelo entretejido de cintas de múltiples colores.

Qui-Gon se inclinó ante ella.

—Gracias por recibirnos. Soy Qui-Gon Jinn y él es Obi-Wan Kenobi. Ella le devolvió la inclinación.

—Jenna Zan Arbor. Es un honor conocer a unos Jedi —les miró de nuevo—.

Pero ustedes estaban en la cafetería.

—Somos amigos de Astri y Didi Oddo —dijo Qui-Gon.

El cálido gesto de bienvenida de Jenna Zan Arbor se enfrió un poco. Se dio la vuelta y les guió a una espaciosa sala con el mismo suelo de piedra negra pulida que el vestíbulo. Los mullidos sofás blancos estaban colocados en dos zonas, una más íntima y otra más amplia. Los ventanales, que se levantaban desde el suelo al techo, estaban tapados por cortinas de gasa blanca fijadas al suelo. En el exterior, las luces de los vehículos eran como estrellas errantes atravesando la niebla.

 

Jenna Zan Arbor les señaló la zona más reducida.

Obi-Wan se sentó y se hundió en los cojines. Intentó ponerse recto, pero comenzó a resbalar hacia atrás.

Zan Arbor abarcó con un gesto la estancia.

—No me siento cómoda con todo esto, pero lo paga la conferencia. Yo estoy acostumbrada a... un entorno más práctico. Me paso casi todo el tiempo en el laboratorio —les miró con sus relucientes ojos grises—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Estamos investigando un asesinato —dijo Qui-Gon—. Alguien que habló con usted en el Senado. Se llamaba Fligh. Se hizo pasar por un asistente senatorial y le dio la tarjeta del restaurante de Didi...

—Por supuesto, lo recuerdo —dijo Zan Arbor de inmediato—. Tenía un ojo verde. Alabó la comida y el ambiente del local. Yo no conozco bien Coruscant, así que le hice caso.

¿Y por qué se fueron de repente de la cafetería? —preguntó Qui-Gon. La científica rió en voz alta.

—Porque a mis invitados les iba a dar algo. No era lo que me habían contado. Sé que suena un poco estirado, pero yo quería causar buena impresión. La conferencia otorga unas becas para proyectos científicos. Necesito fondos —se encogió de hombros—. Así que volvimos aquí y cenamos en el hotel —se detuvo

—. Pero ¿qué tiene que ver mi cena con la muerte de esa persona?

En lugar de responder, Qui-Gon le planteó otra pregunta.

¿Es usted amiga de la senadora S'orn?

—Sí.

—Por lo tanto, sabe que su hijo murió y cómo murió —dijo Qui-Gon. Zan Arbor asintió, pero su cálida mirada se tornó gélida.

—Claro que lo sé, pero no creo que sea de su incumbencia. Fue una tragedia irreparable para Uta.

—Pero no para usted —afirmó Qui-Gon. Ella le miró con dureza.

—No. Lo sentí por mi amiga, pero no fue una tragedia personal. ¿Qué quiere decir?

—Nada en absoluto —dijo Qui-Gon tranquilamente—. Sólo estamos investigando. ¿Me podría proporcionar una lista de los invitados a la cena?

¿Por qué? —preguntó Zan Arbor con la irritación reflejándose en su voz.

—Porque alguien atacó al propietario y a su hija cuando se fueron ustedes

—respondió Qui-Gon—. No creo que sea necesario, pero podría ayudarnos interrogarles más adelante.

 

—No creo que... —el tono irritado de Zan Arbor se interrumpió cuando se encogió de hombros— ¿Por qué no? No tengo nada que esconder —fue hasta el escritorio y garabateó algunos nombres en una lamina reciclable que le alcanzó a Obi-Wan. Él se la guardó en la túnica.

Ella se sentó de nuevo.

¿Puedo preguntarles qué tiene que ver el asesinato de Ren S'orn con el tal Fligh o con el ataque de la cafetería'?

—Puede que nada —dijo Qui-Gon. La científica les miró fríamente.

—Creo que empiezo a entenderlo. No quiere que le proporcione información.

Usted piensa que estoy implicada.

—Yo no he dicho nada parecido —dijo Qui-Gon.

—Pero está aquí —señaló ella con firmeza—. Y supongo que sabe quién soy. Qui-Gon asintió.

—No estoy acostumbrada a que venga alguien a mis aposentos a acusarme de estar implicada en un asesinato. El asesinato es algo con lo que no estoy familiarizada. Vivo en el mundo de la investigación transgénica. Así que perdóneme si estoy un tanto confundida y preocupada.

—Por supuesto —dijo Qui-Gon—. El asesinato es un tema preocupante. Zan Arbor sonrió brevemente.

—Sobre todo para la víctima. ¿Qué más necesita saber?

¿Por qué no denunció el robo de su datapad? —preguntó Qui-Gon—.

Seguro que fue algo preocupante.

—No me preocupó. Tengo copias de seguridad de todos mis archivos en tarjetas de datos.

—Uta S'orn estaba preocupada —dijo Qui-Gon.

—Tenía razones para estarlo —respondió Zan Arbor algo afectada—. Tenía información privada en ese datapad. Se vio obligada a dimitir antes de poder introducir esa ley tan importante.

¿Y sabe usted de qué se trata? —preguntó Obi-Wan. Hasta el momento se había contentado con ver cómo Qui-Gon hacía las preguntas, pero aquella ley ya había salido antes, y tenía curiosidad por saber en qué consistía.

—Sí. Uta me lo contó todo. La verdad es que yo no estaba tan interesada. Yo vivo para las ciencias. Parece que estaba intentando reunir una coalición de planetas para luchar contra una banda de traficantes de piezas. Era probable que obtuviera todos los votos necesarios, pero su dimisión lo cambió todo. Sin ella para mantener unida la alianza, el proceso se paralizará. ¿Hemos terminado?

Obi-Wan no miró a Qui-Gon, pero se sentía eufórico. Era una pista crucial. Los

 

Tecnosaqueadores tenían una razón para desacreditar a la senadora S'orn. Ella estaba intentando aprobar una ley que podía destruirlos. Helb conocía tanto a Fligh como a Didi. Ahí estaba la conexión. Sin duda Helb había reclutado a Fligh para robar el datapad de la senadora. Fligh había ido más allá y había cogido también el de la científica, probablemente para su propio beneficio. Todo lo que tenían que hacer ahora era saber cuál era la conexión con Didi.

Así que la senadora S'orn y Jenna Zan Arbor eran justamente lo que aparentaban: dos mujeres poderosas víctimas de un simple robo.

No necesitó mirar a su Maestro para saber que Qui-Gon había llegado a la misma conclusión.

—Hemos terminado —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan sintió un escalofrío de emoción al salir de la habitación del hotel y entrar en el turboascensor.

—Ya está —dijo—. Ésta es la conexión que buscábamos. Estamos cerca de resolver el misterio.

—Puede que sí —dijo Qui-Gon—. Tenemos que hablar con Helb, eso está claro.

—Mañana resolveremos el misterio y Didi y Astri podrán volver a casa —dijo Obi-Wan—. Si comunicamos lo que sabemos a los Tecnosaqueadores, tendrán que hacer volver a la cazarrecompensas. Tienen que ser ellos, ¿verdad? Querían impedir que esa ley se aprobara. De alguna manera, Fligh y Didi se vieron involucrados. Puede que tuvieran la esperanza de vender ambos datapad por otro lado. Y eso enfadaría mucho a Helb.

Las puertas del ascensor se abrieron y salieron al espacioso vestíbulo. Los ventanales revelaban la oscura noche del exterior.

—Es demasiado tarde para encontrar a Helb —dijo Qui-Gon—. Volvamos al Templo. Ambos necesitamos dormir.

Saliendo por la puerta lateral se accedía a una gran plataforma de aterrizaje para los numerosos vehículos de los clientes del hotel. Qui-Gon había dejado el deslizador cerca de la puerta para que pudieran marcharse pronto, pero ahora una fila de vehículos le bloqueaba la salida.

Le hizo un gesto al encargado del aparcamiento.

¿Podría mover esos vehículos?

—Enseguida, señor —respondió el chico, que inmediatamente saltó sobre uno de los deslizadores para moverlo.

Qui-Gon y Obi-Wan se dirigieron al suyo. Qui-Gon se metió por el lado del conductor. Obi-Wan lo tuvo un poco más difícil para meterse por el asiento del pasajero. El deslizador estaba pegado a otro. Tuvo que levantar una pierna para poder colarse dentro.

Estaba en pleno movimiento cuando de repente sintió una sacudida que le tiró hacia atrás. El encargado había dado con su deslizador en el de atrás. Obi-Wan se deslizó de espaldas sobre el pulido metal. Tras él estaba la barandilla, y detrás no había más que aire.

—Oye, tú... —Qui-Gon salió disparado del asiento del conductor, alerta ante el peligro.

Era demasiado tarde. El encargado volvió a golpear el deslizador contra el suyo, y el vehículo de los Jedi dio otra sacudida hacia atrás. Obi-Wan sintió cómo se escurría por la parte trasera del deslizador y cayó por la barandilla.





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