Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 11. CAZA LETAL -Capítulo 14-

                                                                                  



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***

La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

***

Nadie sabe su nombre, ni cuándo atacará. Sólo se sabe que es una cazarrecompensas peligrosa y letal, y que su última misión
la ha traído a Coruscant, hogar de los Jedi.

Su objetivo:
un viejo amigo de Qui-Gon Jinn.

Qui-Gon y su aprendiz, Obi-Wan Kenobi, intentan capturarla, pero fracasan.

Ahora, ellos también son su objetivo…



Capítulo 14

Desde arriba, la casa de las montañas Cascardi parecía tranquila. Era una construcción blanca de tres pisos situada en la ladera de una montaña y que se fundía con la nieve. Podían ver el crucero de Didi aparcado en la pequeña plataforma de aterrizaje a la altura de la segunda planta. No había señal de Didi y Astri.

Qui-Gon aterrizó el crucero al lado del de Didi. Él y Obi-Wan salieron del vehículo y se aproximaron cautelosos hacia la puerta. Tenían los sables láser empuñados, pero sin activar. Esta vez estarían preparados.

Qui-Gon se concentró, intentando escuchar algún movimiento y buscando algo fuera de lo normal. Obi-Wan estaba tenso a su lado, pero él confiaba en el instinto del chico.

¿Qué opinas? —le preguntó en voz baja.

—No siento nada concreto —dijo Obi-Wan—, pero algo va mal. Didi y Astri no corren peligro, pero capto una presencia peligrosa aquí.

Qui-Gon asintió.

—Yo percibo lo mismo. Ella los ha atraído hasta aquí. Sin duda se quedó en Coruscant y siguió nuestro rastro. No tenía que seguir a Didi y a Astri. Ya sabía dónde estaban. Cuanto antes les saquemos de aquí, mejor.

Una ventana se abrió por encima de ellos, y Didi asomó la cabeza. El alivio se dibujó en sus facciones.

—Sois vosotros, gracias, lunas y estrellas. Voy a abriros la puerta. Estoy tan contento de veros.

Un momento después, la puerta se abrió. Qui-Gon y Obi-Wan entraron y se encontraron con Didi, que bajaba por una rampa que se curvaba desde el piso superior.

¿Va todo bien? —preguntó Qui-Gon colocándose de nuevo el sable láser en el cinturón.

Didi asintió.

—Creo que sí. Al principio estábamos contentos de estar aquí y nos sentíamos seguros. Esto es tan remoto y oculto. Pero el aislamiento nos está poniendo de los nervios. Creo que nos sentiríamos más seguros en Coruscant.

¿Dónde está Astri? —preguntó Obi-Wan.

—Aquí —Astri apareció desde otra habitación—. Me alegro de veros. Las horas han pasado tan despacio.

¿Ninguna señal de peligro? —preguntó Qui-Gon—. ¿Nada fuera de lo normal?

—Nada —dijo Didi.

 

—Hacemos guardias —dijo Astri—. Miramos por las ventanas a ver si vemos algún crucero. Os vimos venir. No estábamos seguros de quiénes erais —se llevó la mano a una pistola láser que llevaba colgando de la cintura—. Yo estaba preparada.

¿Alguna vez has usado una pistola láser, Astri? —preguntó Qui-Gon con amabilidad.

—No puede ser tan difícil —dijo Astri—. Apuntas y disparas. Tan fácil como cocinar.

Habiendo visto su cocina, Qui-Gon no estaba seguro de si debía fiarse de la puntería de Astri.

—Te daré una clase dentro de un momento —dijo a la chica—. ¿Y tú, Didi?

¿Tienes un arma?

¿Lo dices en serio? —Didi negó con la cabeza—. Ni siquiera me gusta que Astri lleve una. ¿Cómo crees que he conseguido mantenerme al margen de los problemas todos estos años?

—Tenemos que hablar con vosotros dos seriamente —dijo Qui-Gon—. Tenéis que decirnos la verdad. Vuestra seguridad depende de ello.

—Pero si dijiste que aquí estábamos seguros —dijo Didi nervioso. Qui-Gon negó con la cabeza.

—No, no dije eso. Esto sólo nos proporcionaba tiempo. Y me temo que el tiempo se ha acabado.

¿Qué queréis saber? —preguntó Astri. Qui-Gon se volvió hacia Didi.

—Fligh robó dos datapad. Creemos que uno de ellos es la clave de vuestro problema. Debió de darte uno a ti, Didi. ¿Te dejó un maletín, una caja o algo así?

¿Pudo esconder algo mientras tú le dabas la espalda?

—Jamás le hubiera dado la espalda a Fligh —dijo Didi—. Ya me has preguntado por eso, amigo mío. Te vuelvo a decir lo mismo. Fligh no me dio nada.

Obi-Wan percibió cierto rubor en las mejillas de Astri.

¿Y tú, Astri? —preguntó. Ella miró a su padre.

—Bueno. Algunas veces utilizaba a Fligh para algo más que para barrer.

¿Utilizabas a Fligh? —preguntó Didi, incrédulo—. ¿Después de haberme dicho que no me relacionara con él?

Astri parecía incómoda.

—Me había gastado mucho dinero en la cafetería y no teníamos clientes suficientes. Si hubiéramos tenido que cerrar no me lo habrías perdonado jamás. Yo sabía que Fligh iba por el Senado, así que le pagaba para que me dijera qué

 

senadores iban a dar cenas importantes. Así tendría ventaja para poder hacerme con el encargo. No hace mucho, Fligh me trajo dos informaciones importantes: una, que era probable que en breve alguien diera una fiesta de despedida a la senadora S'orn; y dos, que Jenna Zan Arbor iba a dar una cena. Le pagué por ambas informaciones.

¿Le pagaste por la información? ¡Ja! —exclamó Didi—. ¡Así que no soy el único de la familia que manipula un poco la verdad!

—No es momento para reprochar cosas a Astri —dijo Qui-Gon con firmeza.

¡Pero si no es un reproche! ¡Es una felicitación! —insistió Didi. Las mejillas de Astri estaban rojas.

—Bueno, pues el caso es que Fligh me dio un datapad para que se lo guardara. Me dijo que acababa de intercambiarlo. Yo estaba haciendo algo, así que lo guardé en uno de los hornos. El horno estaba roto —añadió ella rápidamente—. Para deciros la verdad, me olvidé del datapad hasta la noche en que nos fuimos.

¿Y dónde está ahora? —preguntó Qui-Gon apremiante.

—Aquí—dijo Astri—. Me lo traje. Mi datapad estaba roto, así que pensé que podía utilizar éste.

Ella se acercó a una mesa y cogió un datapad que entregó a Qui-Gon.

—Todavía no he visto lo que contiene.

Qui-Gon accedió rápidamente a los archivos del datapad. Un extraño código apareció en la pantalla.

—Los archivos están codificados —musitó.

—Deben de ser de Jenna Zan Arbor —dijo Obi-Wan, mirando por encima de su hombro—. Probablemente sean fórmulas.

—Sí. Voy a enviárselas a Tahl. Ella se lo dará a nuestros expertos en códigos

—Qui-Gon transfirió los archivos a su intercomunicador y llamó a Tahl.

—Claro, mándamelos —dijo Tahl—. Me pondré a ello enseguida, y en cuanto lo descifre te lo envío.

—Es alta prioridad —dijo Qui-Gon. Luego desactivó la conexión—. No podemos esperar. Tengo varios sitios en mente, contactos que podrían esconderos —dijo a Didi y a Astri.

—No me importará irme de aquí —dijo Astri estremeciéndose—. Es terriblemente solitario. Sólo nosotros y el viento soplando. La cuidadora nos dijo que no hay nadie por aquí en esta época del año. Al principio pensamos que eso sería una ventaja.

Obi-Wan y Qui-Gon se quedaron congelados.

¿Cuidadora? —preguntó Qui-Gon.

—Estaba aquí cuando llegamos —dijo Didi—. Relájate, Qui-Gon. Por lo menos

 

tiene cien años.

¿Dónde está? —preguntó Qui-Gon llevando la mano al sable láser. Astri parecía atónita.

—Nos trae provisiones una vez al día. Ahora no está.

La sensación de incomodidad de Qui-Gon se convirtió en alerta. Simultáneamente, los dos Jedi encendieron sus sables láser.

—Volvamos al crucero —dijo Qui-Gon.

—Pero nuestras cosas... —comenzó a decir Astri.

—Dejadlas.

Fueron hacia la puerta, pero era demasiado tarde. En ese momento, las persianas de duracero de las ventanas bajaron estruendosamente y se escuchó el seco chasquido de los cerrojos activándose por toda la casa. El cálido escondite se había convertido en una prisión.

Estaban atrapados. Y Qui-Gon estaba convencido de que la cazarrecompensas estaba con ellos en la casa.

 





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