Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 11. CAZA LETAL -Capítulo 4-

                                                                                



Antes del “Episodio I”
Antes de "La guerra de las galaxias" La historia de Obi-Wan Kenobi
***

La paz por encima de la ira El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

***

Nadie sabe su nombre, ni cuándo atacará. Sólo se sabe que es una cazarrecompensas peligrosa y letal, y que su última misión
la ha traído a Coruscant, hogar de los Jedi.

Su objetivo:
un viejo amigo de Qui-Gon Jinn.

Qui-Gon y su aprendiz, Obi-Wan Kenobi, intentan capturarla, pero fracasan.

Ahora, ellos también son su objetivo…



Capítulo 4

¡Te ha herido! —gritó Didi en cuanto vio a Qui-Gon—. ¡No puedo creerlo!

—se llevó las manos a la boca—. Eso significa que es realmente peligrosa. ¡Mi problema es mayor de lo que pensaba!

—Olvida tus problemas un momento. Necesitamos agua para limpiar la herida

—le dijo Obi-Wan bruscamente.

—Claro, claro, permitidme que os ayude. Tengo un equipo médico por aquí...

—Didi comenzó a revolver el escritorio, tirando tarjetas de datos, recibos, latas y cajas.

—No te preocupes. Obi-Wan, ve a buscar tu botiquín —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan lo encontró rápidamente. Didi trajo una palangana con agua. Obi-Wan se puso manos a la obra, pero Didi le indicó que se apartara.

Obi-Wan vio cómo Didi cortaba la túnica y limpiaba cuidadosamente la herida, asegurándose de que no quedara ni un resto de suciedad o de tejido en la carne rasgada. Sus regordetes dedos eran sorprendentemente delicados. Trabajaba con rapidez y seguridad, sin dudar ni un momento. Obi-Wan no pudo evitar admirar su habilidad. No se hubiera sorprendido si Didi se hubiera mostrado un tanto reacio o le hubiera dado asco la sangre.

Didi le echó bacta en la herida y después, con gran suavidad, la envolvió con una venda limpia.

—Gracias —dijo Qui-Gon—. No hubiera podido pedir mejores cuidados.

—Necesitarás una túnica limpia —dijo Obi-Wan.

—Puedo ir a por una... —comenzó a decir Didi.

—Espera un poco —Qui-Gon contempló ceñudo a Didi—. Esta cazarrecompensas no va a rendirse. O es muy cabezota, o realmente tiene una orden de caza y captura.

—Imposible —dijo Didi, negando con la cabeza.

—O quizá no haya orden de búsqueda y simplemente hay alguien que quiere hacer daño a Didi —señaló Obi-Wan—. Los cazarrecompensas suelen aceptar encargos privados.

Didi se giró y miró a Obi-Wan, boquiabierto.

—Oh, no digas eso, Obi-Wan. Eso es todavía peor. Significaría que alguien le ha puesto precio a mi cabeza.

Obi-Wan se sorprendió al ver a Didi palidecer.

—No quería asustarte.

—Ya lo sé, querido chico —dijo Didi—. Es muy amable por tu parte, pero me has asustado. ¿Por qué iba a hacer eso alguien? No tengo enemigos. Sólo amigos.

 

—Obi-Wan, tienes razón —dijo Qui-Gon pensativo—. Tendríamos que haberlo pensado antes. Es lógico, considerando la actitud de la cazarrecompensas y la forma en la que Didi se gana la vida.

¿Sirviendo comida y bebida? —preguntó Didi atónito—. Admito que a más de uno le ha sentado mal la cena, pero yo no he envenenado a nadie. Al menos, no a propósito.

—No estoy hablando de tus dudosas habilidades como cocinero —dijo Qui-Gon a Didi—. Hablo de tus actividades secundarias. Traficas con información. Información que puede beneficiar o perjudicar tanto a los criminales como a las fuerzas de seguridad y a los miembros del Senado. ¿Y si sabes algo que alguien no quiere que se sepa?

¿Y qué podría ser? —preguntó Didi—. Yo no sé nada.

—Seguro que sí —insistió Qui-Gon—. Lo que pasa es que no sabes lo que es.

¿Como puedo saber algo sin saberlo? —exclamó Didi con frustración—. Y yo os pregunto, ¿acaso merezco la pena de muerte? Yo oigo algo y se lo cuento a otra persona por un pequeño beneficio, ¿y por eso voy a morir? ¿Es eso justo?

Didi hubiera proseguido, pero Qui-Gon le hizo callar con un gesto de impaciencia.

—Vamos a ver si podemos averiguarlo. Si supiéramos quién ha contratado a la cazarrecompensas, podríamos comenzar a investigar. Voy a llamar a Tahl.

Didi se derrumbó en una silla. Obi-Wan se acercó a Qui-Gon.

¿Vas a utilizar los recursos del Templo para esto? —le preguntó en voz baja.

—Tahl también es amiga de Didi —dijo Qui-Gon activando el intercomunicador

—. Seguro que quiere ayudar.

Unos segundos después, Obi-Wan escuchó la voz de Tahl en el intercomunicador. Cuando Qui-Gon le puso al día sobre la situación, ella preguntó.

¿Didi está en peligro? Por supuesto que quiero ayudar.

—Sé que la cazarrecompensas es sorrusiana —dijo Qui-Gon—. No dijo nada. Es más o menos de mi tamaño y muy musculosa. Lleva una armadura de plastoide y la cabeza rapada.

—Sé quién es —dijo Tahl—, pero no sé cómo se llama. Nadie lo sabe. Hemos recibido informes un tanto alarmantes, así que Yoda me pidió que hiciera un seguimiento de los movimientos de esa cazarrecompensas. Es difícil porque tiende a esfumarse. No sabía que estuviera en Coruscant. No trabaja para Gobiernos, sólo para individuos muy ricos. Se ganó su reputación con una serie de asesinatos de encargo. Algunas de sus víctimas eran personalidades políticas y financieras.

—En otras palabras —dijo Qui-Gon sombrío—, es capaz de pasar por encima de medidas de alta seguridad.

—Exactamente. Y se dice que aceptará cualquier misión si el precio la

 

satisface. Es muy buena, Qui-Gon. Muy peligrosa.

Se oyó un lamento procedente del escritorio. Tahl soltó una carcajada.

—Te he oído, Didi. No te preocupes. Con Qui-Gon ayudándote, todo saldrá bien. Qui-Gon, sé que os veré pronto a Obi-Wan y a ti. Yoda os espera.

La voz de Tahl sonó cálida al dirigirse a Didi. Obi-Wan no lo entendía. Era evidente que no estaba captando los encantos que Didi tenía para los Jedi.

Qui-Gon cortó la comunicación.

—La situación se pone interesante —comentó.

—Yo no emplearía esa palabra —dijo Didi en tono quejumbroso—. Terrible, quizá. Horrorosa, injusta, desesperada...

—La cuestión es —interrumpió Qui-Gon ignorando a Didi— ¿por qué iba a dignarse una asesina tan solicitada a ocuparse de un gorrón de baja estofa como Didi?

Didi se enderezó en el asiento.

¿De baja estofa? Un momento. Disiento de esa descripción. ¿No has notado que hemos pintado los marcos de las ventanas? Y lo de gorrón...

—Didi, concéntrate —le interrumpió Qui-Gon—. ¡Piensa!

—No es lo que se me da mejor —dijo Didi—, pero lo intentaré. La información ha sido un poco escasa últimamente. Y he estado muy ocupado con la cafetería. A Astri no le gusta mi... ocupación alternativa, así que tengo que ser cuidadoso. Pero hay un par de cosas que me contó no hace mucho Fligh, uno de mis informadores. Pero ninguna parece especialmente relevante. Ni siquiera sabía a quién vendérselas...

¿Qué son? —preguntó Qui-Gon con impaciencia. Didi alzó un dedo regordete.

—La primera es que la senadora Uta S'orn del planeta Belasco va a dimitir —se detuvo un segundo—. Y los Tecnosaqueadores van a trasladar su cuartel a Vandor-3.

Obi-Wan miró a Qui-Gon.

¿Los Tecnosaqueadores?

—Traficantes del mercado negro. Comercian con naves y armas —explicó Qui- Gon.

¿Pero qué más le da a la banda que yo conozca su nueva ubicación?

—preguntó Didi—. Saben que no se lo vendería a la policía. Yo mismo he recurrido a sus servicios para encontrar piezas para mi mini-crucero —cuando Qui-Gon arqueó una ceja, Didi se apresuró a añadir—. ¡Bueno, es lo más barato! No es ilegal. Técnicamente.

 

¿Ni siquiera si las piezas son robadas? —preguntó Qui-Gon.

¡No sé si son robadas! —insistió Didi—. ¿Para qué voy a preguntar? Sé que yo no las he robado.

¿Y la senadora S'orn? —preguntó Qui-Gon. Didi se encogió de hombros.

—No pertenece a ningún comité importante ni está planeando una guerra. No es más que un cotilleo. Iba a llamar a unos cuantos periodistas. Sé que uno de ellos pagaría unos cuantos créditos. Tendré que acordarme de reñir a Fligh. Por lo visto ha vendido la misma información más de una vez. Os garantizo que todo esto son informaciones rutinarias. Nada por lo que asesinar a alguien. Sobre todo a mí.

—De eso no estamos seguros —dijo Qui-Gon pensativo—. Tendremos que investigar ambos temas.

¿Por qué nosotros?, pensó Obi-Wan. Ya le habían hecho un favor a Didi. ¿Por qué quería Qui-Gon involucrarse todavía más?

La puerta se abrió y una chica entró a toda prisa en la habitación. Llevaba un gorro de cocinero del que se escapaban unos ricitos negros que le rodeaban las orejas y el cuello. También llevaba un delantal que le llegaba hasta los pies, blanco como la nieve excepto por una gran mancha de un rojo brillante. Al caminar fue dejando huellas harinosas en el suelo. La muchacha sujetaba una cacerola llena de sopa, de la que procedía la mancha del delantal.

Le alargó una cuchara a Obi-Wan.

¿Te importaría probar esto?

Obi-Wan miró a Qui-Gon, recordando su advertencia de no probar la comida.

—No seas tímido. Toma —le acercó aún más la cuchara.

Obi-Wan no tenía elección. Un tanto reacio, se tragó la cucharada de sopa. Un líquido suave y sabroso le bajó por la garganta.

—Delicioso —dijo sorprendido.

¿De verdad? —dijeron la chica y Didi al unísono, también sorprendidos.

—De verdad —le dijo Obi-Wan. Ella se giró hacia Qui-Gon.

¡Qui-Gon! Didi me dijo que habías venido. Qué alegría verte —colocó la cacerola en el escritorio, derramando un poco del contenido. Limpió la mancha con una esquina del delantal y tiró al suelo una pila de láminas reciclables—. Vaya.

Didi miró a Qui-Gon con una expresión de advertencia que la chica no percibió.

—Es sólo una visita de cortesía —respondió Qui-Gon—. Tienes razón, Astri.

Llevaba mucho tiempo sin venir a ver a tu padre.

 

¿Te has fijado en las reformas? —preguntó Astri—. Lo pinté todo yo misma.

Fue difícil convencer a mi padre de que había que acicalar el sitio.

—No quiero asustar a los clientes habituales —dijo Didi.

—Ojalá eso fuera posible —gruñó Astri.

—No sé qué tenía de malo mi comida —prosiguió Didi—. Nadie se quejó nunca.

—Claro —dijo Astri alegremente—. Estaban muy ocupados vomitando. Mientras tanto, he decidido que tenemos que invertir en servilletas nuevas y manteles para las mesas...

—Manteles ¿para qué? ¿Para que se pongan perdidos? Astri se volvió hacia Qui-Gon y extendió las manos.

¿Entiendes mi problema? Yo quiero mejorar el sitio y él no hace más que quejarse. No para de acoger a la peor clientela de la galaxia. Me prometió dejar de comprar y vender información, pero no puede evitar seguir alimentándoles. ¿Cómo puedo atraer a mejores clientes si el local sigue lleno de mafiosos?

—A todo el mundo le gusta comer con mafiosos —comentó Didi—. Es el condimento secreto.

—Yo me ocuparé de los condimentos, si no te importa —dijo Astri con decisión

—. Acabo de conseguir un trato importante, padre. Podría ser nuestra gran oportunidad. Dentro de poco se celebrará una conferencia médica en el Senado, y vendrán científicos de toda la galaxia. Adivina quién ha reservado la cafetería para una cena íntima.

¿El Canciller? —sugirió Didi.

—No te pases —dijo Astri con una mueca—. ¡Jenna Zan Arbor!

Obi-Wan había oído hablar de Jenna Zan Arbor. Años atrás, cuando era una joven científica, alcanzó la fama inventando una vacuna para un planeta amenazado por un letal virus del espacio. Posteriormente centró sus actividades en ayudar a planetas con un nivel tecnológico bajo. Su último proyecto era triplicar el suministro de alimentos del planeta Melasaton, que sufría una ola de hambre.

¿Quién? —preguntó Didi.

¡Jenna Zan Arbor! —gritó Astri—. ¡Ha reservado toda la cafetería para su fiesta!

¿Y has dicho elegante? —preguntó Didi—. Eso sí que suena caro.

—Por favor... no... lo estropees —dijo Astri entre dientes. Luego cogió la sopa y salió de la habitación con los ricitos flotando, el delantal ondeando y la sopa derramándose por el suelo.

¿A que es maravillosa? —suspiró Didi—. Pero me va a llevar a la bancarrota.

—Le prometiste no volver a traficar con información —dijo Qui-Gon.

—Bueno, sí, eso creo. Pero ¿qué puedo hacer si alguien me susurra algo de

 

vez en cuando a cambio de unos créditos o un almuerzo?

—Quizá lo mejor sea que Didi desaparezca un tiempo —sugirió Obi-Wan—.

Que se vaya a un planeta en el que no le encuentre la cazarrecompensas.

¡Qué buena idea! —dijo Didi alegremente—. ¡Escapar es mi estilo!

—entonces frunció el ceño—. Pero no me gusta la idea de abandonar a Astri.

—Por supuesto —asintió Qui-Gon.

—Se gastará todo mi dinero —dijo Didi. Qui-Gon suspiró.

—No creo que sea buena idea que huyas, Didi. La cazarrecompensas es, sin duda alguna, una rastreadora experta. Y lo mejor es que nos enfrentemos al problema aquí y ahora. Obi-Wan y yo llevaremos a cabo una investigación.

¡Pero si tenemos que volver al Templo! —protestó Obi-Wan—. Tahl dijo que Yoda nos estaba esperando.

—Aún nos quedan unas cuantas horas —dijo Qui-Gon—. Llamaré a Yoda por el camino y le diré que nos retrasaremos un poco. Lo entenderá. Es muy...

—...amigo de Didi —terminó Obi-Wan. A Qui-Gon le brillaron los ojos al sonreír.

—Además, así podrás ver el lado más sórdido de Coruscant.

—Justo lo que siempre he querido —masculló Obi-Wan.

¡Y cuando volváis, os invitaré a una deliciosa cena! —exclamó Didi. Obi-Wan parecía indeciso.

—Mientras no la cocines tú —dijo.

 





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