Fanfic Piratas del Caribe -Bajo la Espada de Odìn- *Capítulo 12: Sangre Negra Obtiene la Sagrada Espada de Odín*

           Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: BAJO LA ESPADA DE ODÍN*

PRIMERA PARTE: LA SAGRADA ESPADA DE ODÍN


Beckett quiere gobernar el mundo;Morgan quiere asesinar a todos;Jack y jacky quieren ser uno solo;Will quiere liberar a su padre;Isabel quiere vengar a sus padres;James quiere encontrar el perdón. ¿Quién lo logrará?Cont de El Libro del Destino. EL FINAL

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado (Publicada en Fanfiction el 17 de Agosto del 2009 hasta el 21 de Marzo del 2011)
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 12: Sangre Negra Obtiene la Sagrada Espada de Odín*


Alrun sonrió enternecida comprendiendo que había hecho lo correcto.
Egmon también tuvo que admitirlo a pesar de sus dudas.

—Bienvenido a su nueva vida, doctor Jacobson —lo saludó la elfo, siempre
impecable.

Los hermosos ojos celestes del joven hombre se fijaron en ella, su boca
se entreabrió pero ninguna palabra pudo salir de ella, cosa que lo
angustió sobremanera, llevándose la mano a la garganta.

—No se preocupe, pronto volverá a controlar su propio cuerpo —le sonrió
dulcemente para tranquilizarlo—. Supongo que aún debe estar muy
confundido, pero confío que a medida que el tiempo pase, comprenderá
usted que es la única persona indicada para cuidar a mi hija Alwine, ya
que ella le ha tomado un gran afecto. Sé que una terrible maldición pesa
sobre su apellido, cuyos miembros son siempre perseguidos por las
desgracias, pero le aseguro que con esta oportunidad que le di para
seguir con la línea de su familia, aquella maldición jamás volverá a
perseguirlo ni a usted ni a su descendencia. Ése es mi obsequio a cambio
por haber cuidado a mi hija cuando estaban prisioneros en aquel barco, y
también su juventud.

Christian, asombradísimo, miró sus manos ahora rejuvenecidas, tocó su
rostro y no encontró ninguna arruga en él. Su cabello ahora era de un
bello castaño claro, algo largo y muy liso, sujeto con un listón negro
en la nuca. Sus ropas eran las mismas que siempre había llevado, ¡hasta
había encontrado sus pequeños anteojos guardado en uno de sus bolcillos!
Con pulso tembloroso volvió a colocárselos, dándole un aire intelectual
a su rostro de ángel y su expresión de pícara rebeldía.

Tan emocionada estaba Alwine de volver a tener a su querido amigo a su
lado, que no había comprendido el significado real de su presencia,
aquella que Alrun apenas había hecho alusión. Volviendo su emocionado
rostro hacia su madre, exclamó:

—¡Mira, mami! ¡Él es el amigo que me ayudó a escapar de esos malvados
piratas! —pero enseguida cambió de expresión y agregó un tanto
pensativa, confundida por la juventud de su antiguo protector—: Sé que
es él… No sé como, pero lo es… Creo… —Pero su preocupación desapareció
como había venido, sonriendo de nuevo esplendorosamente—. ¡Mi papá por
fin ha regresado!

Alrún se quedó pasmada al escuchar aquella sentencia, sabía que la niña
lo quería muchísimo, pero no tanto como para llamarle "papá". Enamorada
como aún estaba de Phillipe, no le cayó demasiado bien aquel bautismo,
pero supo comprender que Alwine jamás había conocido a su verdadero
padre y que era muy natural que buscara por sí misma a alguien que la
hiciera sentir tan amada como una verdadera hija.

—Sí es él, hija mía, yo también lo sé —asintió, sonriéndole
cariñosamente, pero repentinamente cambió su semblante de tranquilidad
por uno de gran preocupación, girando en dirección hacia la puerta por
donde Morgan y sus hombres habían ingresado para pasar la gran prueba.

Egmon también se puso alerta, apartándose un poco del umbral de la misma
puerta que estaba vigilando, poniéndose a la defensiva, preparándose
para lo que venía. En ese momento la puerta de abrió, dando paso al
mismísimo capitán Bartolomé "Sangre Negra" Morgan, quien milagrosamente
había salvado su vida tras el derrumbe de la cueva, no así el dragón
Fafnir, que había quedado sepultado bajo un montón de escombros.

Con un brazo y una pierna heridos, "Sangre Negra" comenzó a cojear
dificultosamente hacia ellos, su horrendo rostro sucio por la mugre y la
sangre, con la mano izquierda sosteniendo su antebrazo derecho bañado
con su propia sangre y la manga de la camisa hecha jirones.

—Derroté a esa asquerosa lagartija del infierno… —dijo—, exijo que me
entreguen lo que vine a buscar… ¡Ya mismo!

Fue entonces cuando el elfo guardián comprendió todo al fin, era
imposible que un hombre como ése hubiera derrotado al poderoso dragón
Fafnir. Era evidente que su ama Alrun le había pedido al guardián que se
dejara ganar para que aquel hombre repugnante tuviera derecho a portar
la espada sagrada. ¿Hasta dónde era capaz de llegar su señora con tal de
quedarse con su hija?

—¡¡Te dije que me entregues esa condenada espada, maldita bruja!!
—exigió el pirata, deteniéndose al lado del altar en donde se encontraba
el objeto tan largamente buscado por él.

—¿¡Otra vez te atreves a insultar de esa manera a mi señora, mortal!?
¡Pagarás caro tu osadía! —gritó Egmon, desenvainando su espada.

—No —suave pero enérgica, Alrun lo tomó del brazo, deteniendo su
avance—. No debes pelear con él, mi querido Egmon; él ha derrotado al
gran dragón y tiene derecho a pedir lo que le corresponde.

—Pero… —el elfo quiso protestar, estaba seguro de que Fafnir se había
dejado vencer por pedido de su señora.

—Egmon, por favor —lo miró directo a los ojos, entre ruego y advertencia.

Cohibido, el guerrero bajó la mirada y aflojó la tención de sus
músculos, obedeciéndola al fin. Ya no se interpondría en sus planes si
era eso lo que ella quería, aún si eso acarrearía su propia muerte.

Alrun sonrió agradecida.

—Perdóname, Egmon; pero prometo que pronto te explicaré todo esto.

El aludido alzó de nuevo la cabeza, sus ojos oscuros brillaban
intensamente, dejando traslucir una especie de intensa culpa en el
interior de su alma.

—Yo no tengo porqué perdonarle nada, señora mía; más bien soy yo quien
debería pedirle perdón a usted.

—Egmon… —murmuró, desconcertada.

—¡¡Menos charla y más acción, fenómenos del demonio! ¡Denme la maldita
espada ahora mismo!! —exigió el impaciente pirata, cansado de tanta
palabrería cursi.

Furiosa, con sus ojos claros encendidos por un rayo, Alrun se volvió
hacia él, casi amenazante, grandiosa.

—Puedes tomarlo tú mismo, capitán Morgan —le respondió, manteniendo la
calma a pesar de lo difícil que le resultaba hacerlo, pues odiaba con
todo su corazón a aquel horrible sujeto.

Ahora fue el turno de "Sangre Negra" para desconcertarse, tomado por
sorpresa por aquella réplica inesperada. Pensaba que era esa mujer la
que tenía que darle la espada, no tomarla él mismo de aquel altar tan
extraño. Sobrecogido, no pudo evitar sentir cierto temor al mirar dicha
arma suspendida en el aire. Aquello era brujería y era bien sabido entre
los marineros que no se podía confiar en las brujas.

—¿Y por qué debo ser yo quien tenga que sacar esa maldita cosa de allí,
eh? ¿Por qué no lo haces tú? —inquirió nervioso.

—¿No me digas que el sanguinario pirata Bartolomé "Sangre Negra" Morgan
le tiene miedo a una simple espadita? —se burló el capitán Seagull Hood.

—¡¡Cierra el pico, maldito infeliz, si no quieres que te parta en dos!!

—¿¡Así como lo hiciste en Tortuga!? —ironizó.

—¡¡Maldito puerco!! —y se abalanzó sobre él, dispuesto a quebrarle el
cuello, pero Alrun lo detuvo.

—¡Detente! —exclamó, interponiéndose valientemente—. ¡Si una sola gota
de la sangre de un mortal cae sobre el piso de este templo sagrado,
tanto tú como los demás serán condenados de por vida como árboles
vivientes en el /Helheim/ sin importar que te hayas ganado el derecho de
portar la espada sagrada de Nibelungo! ¡Recuérdalo!

Morgan se detuvo en seco a tan sólo algunos pasos del valeroso Seagull
Hood, maldiciendo aquella sentencia, volviéndose entonces hacia la
guardiana, furioso, humillado y frustrado.

—Más vale que eso sea cierto, bruja, o te juro que me la pagarás todas
juntas.

—Yo no miento, capitán Morgan —replicó sin temor alguno, sosteniéndole
la mirada—. Ahora, si quiere la espada, tómela con sus propias manos… si
se cree capaz de hacerlo.

Escupiendo al suelo con desprecio, el pirata la fulminó con la mirada y
caminó hacia el altar dispuesto a hacer suyo lo que le pertenecía por
derecho propio. Ahora no era tanto el miedo lo que le hacía temblar,
sino la expectativa de tener entre sus manos aquel objeto de inmenso
poder. Con los nervios de punta, se detuvo frente al altar, tomó mucho
aire inflando los pulmones, como si sintiera que la valentía de la que
tanto se ufanaba quisiera escapársele de un momento a otro. Extendiendo
las manos trémulas y sintiendo la poderosa aura que irradiaba la santa
espada, finalmente la tomó luego de haberle parecido una eternidad los
escasos centímetros de distancia que había habido entre él y ella.

Instantáneamente un fuerte estremecimiento recorrió todo su cuerpo, como
si un rayo hubiera caído sobre él. Una energía extraña pero intensa
invadió cada molécula de su cuerpo y su alma, sintiéndose entonces el
hombre más poderoso de todo el mundo, una especie de inmortal, casi un dios.

Balanceando suave y magistralmente la espada Nibelungo frente a sus
ojos, Morgan no cabía en sí de tanto gozo, comprendiendo que nada ni
nadie sobre la Tierra podría cometer el sacrilegio de vencerlo en
batalla ni mucho menos quitarle la vida.

Alrún sigilosamente dio un paso hacia atrás y luego otro, siempre con la
mirada puesta en aquel sujeto terriblemente peligroso, vigilando cada
uno de sus movimientos. Egmon tampoco le quitó la vista de encima, pero,
a diferencia de su señora, él mantenía empuñada su propia espada con la
mano derecha, preparado para utilizarla si la situación así lo requería.

—Capitán Hood —le dijo Alrun en cuanto estuvo cerca del mencionado
pirata—, hágame el favor de ayudar al doctor a levantarse y márchense
afuera con mi hija.

El angustiado tono de voz de la elfo alarmó al pícaro bandido. Christian
y Alwine también se sorprendieron.

—¿Y usted?

—No te preocupes por mí, pronto los alcanzaré —respondió sin quitarle la
vista de encima al otro pirata.

—¡No, mamá! —gimió la pequeña niña, lanzándose sobre ella para
aferrándose frenéticamente a sus largas vestiduras—. ¡No quiero perderte!

Sonriéndole cándidamente, su madre se puso en cuclillas frente a la
desesperada niña y la tomó suavemente por los hombros para mirarla
fijamente a los llorosos ojos.

—No te preocupes, Alwine, no me perderás, te lo prometo —Le dio un dulce
beso en la frente y se puso de pie, dirigiendo nuevamente su atención
hacia el lugar en donde el cruel pirata se encontraba contemplando
embelesado la espada.

—Capitán Hood, llévese inmediatamente a mi hija y al doctor —insistió.

—¡¡No!! —se quejó otra vez la pequeña obstinada, sujetándose fuertemente
a ella.

—Vamos, Alwine; tienes que obedecer a tu madre. Vámonos de aquí —le
pidió el pícaro y apuesto pirata, con una deliciosa sonrisa compradora
en los labios, pero la chiquilla seguía llorando desconsoladamente,
negándose a soltar a su mamá.

—¡¡No me iré!! ¡¡No quiero!!

La sonrisa de Seagull desapareció como por arte de magia, desconcertado,
pues hasta ahora ninguna mujer se había resistido a su encanto personal.

Viendo que su hija no iba a obedecerla por las buenas, Alrun decidió
actuar con rudeza a pesar de que su corazón no lo deseaba, así que
apartó bruscamente a Alwine de su lado, que cayó en los brazos del
sorprendido Seagull.

—¡¡Llévatelos ahora mismo antes de que sea demasiado tarde!! —le
advirtió, ya al borde del nerviosismo.

Seagull Hood asintió y, echando a la furiosa y llorosa Alwine al hombro,
ayudó a Christian para que se pusiera de pie colocando el brazo sobre su
hombro y sujetándolo por la cintura, encaminándose entonces lo más
rápido que pudo hacia la salida del salón, con la pequeña pataleando a
más no poder. Smith, en cambio, simplemente se quedó en donde estaba,
sin saber qué hacer. ¿Por qué huir ahora que su jefe había logrado
hacerse con la espada? Él también deseaba formar parte de aquel
inigualable poder.

Cuando Seagull, Christian y Alwine estaban a punto de cruzar el umbral,
Morgan se dio cuenta de lo que intentaban hacer para el horror y la
preocupación de Alrun y Egmon.

—¡¡¡CUIDADO!! —les advirtió el elfo.

Antes de que alguien pudiera hacer algo, el malvado pirata se desplazó a
una velocidad increíble hasta quedar frente a frente con los
escurridizos, dejándolos petrificados de terror.

—¿A dónde creen que van? Necesito probar el filo de mi nueva espada con
alguien —les dijo, sonriendo repulsivamente mientras alzaba
amenazadoramente la filosa arma sobre sus cabezas.



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