Fanfic Piratas del Caribe -Bajo la Espada de Odìn- *Capítulo 2: La Prueba Sagrada*

  Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: BAJO LA ESPADA DE ODÍN*

PRIMERA PARTE: LA SAGRADA ESPADA DE ODÍN


Beckett quiere gobernar el mundo;Morgan quiere asesinar a todos;Jack y jacky quieren ser uno solo;Will quiere liberar a su padre;Isabel quiere vengar a sus padres;James quiere encontrar el perdón. ¿Quién lo logrará?Cont de El Libro del Destino. EL FINAL

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado (Publicada en Fanfiction el 17 de Agosto del 2009 hasta el 21 de Marzo del 2011)
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 2: La Prueba Sagrada*


Morgan no atinó a moverse, había algo en aquella mirada gélida de la
mujer que lo detenía, como si algo terrible caería repentinamente sobre
él si intentaba contrariarla.

Por un momento la atención de Alrun se posó sobre la pequeña Alwine,
quien se le había quedado mirando como si estuviera bajo alguna especie
de hechizo, hipnotizada. Luego, su mente volvió a posarse sobre aquel
horrible pirata.

—Si quieres tomar para ti la Sagrada Espada tendrás que pasar por una
dura prueba para conseguirla —volvió a decirle.

La poderosa personalidad de Alrun había impresionado de tal manera a
"Sangre Negra" que ni por asomo intentó contradecirla, pero poco a poco
su frío e insensible corazón comenzó a ganar terreno, otorgándole un
poco de su antiguo valor y sangre fría.

—¿Y qué si no quiero hacerlo?

—Tendrás que hacerlo si quieres poner tus manos sobre la Sagrada Espada
de Odín —replicó Egmon, interponiéndose entre aquel hombre y su Señora,
con sus amenazantes ojos azules clavados en aquel hombre.

"Sangre Negra" sonrió burlonamente, la profunda maldad que habitaba en
su ser parecía emerger con toda su fortaleza de sus sanguinolentos ojos.

—¿Y qué es lo que debo hacer?

—Debes derrotar al guardián que custodia la Sagrada Espada de Odín
—respondió Alrun.

Morgan volvió su rostro hacia su gente, siempre esbozando aquella
repulsiva sonrisa sarcástica y, volviéndose de nuevo hacia la elfo,
preguntó:

—¿Entonces, si lo derroto, me entregarás la espada?

—Sí.

La sonrisa del pirata se borró durante unos instantes, quedándose muy
pensativo para luego volver a sonreír con más repulsión que antes.

—Acepto tu condenada prueba, mujer. ¿Puedo llevar a mis hombres?

—Sólo a los que te haga falta.

Al escuchar esto, tanto los piratas como Smith, Seagull y Alwine se
miraron entre sí, muy preocupados por ser los elegidos para una empresa
que seguramente terminaría muy mal. Seagull, para evitar aquella
masacre, intentó buscar la manera de hacer que "Sangre Negra centrara su
atención en él para que fuera el desafortunado escogido.

—¿Qué pasa, Morgan? ¿Es que temes hacer la prueba tú solo? ¡Quién
hubiera pensado que el pirata más temido de todos los tiempos resultó
ser un cobarde!

—¡¡Repite eso, maldita basura!! —exigió el ofendido desenvainando su
espada dispuesto a partir en dos al osado pirata.

—No deben pelear entre ustedes en este lugar sagrado —les advirtió el
guerrero Egmon, interponiéndose rápidamente entre ellos, lanzándole una
terrible mirada de advertencia al malvado pirata—. Si tan sólo una gota
de su sangre cae sobre el piso todos ustedes serán condenados de por
vida como árboles vivientes en el /Helheim/, el temible infierno de
/Yggdrasil/.

Al escuchar aquello, Morgan hizo chirriar los dientes, furioso, pero
como sabía muy bien lo que le convenía, volvió a envainar la espada,
tratando de calmarse lo mejor posible.

—Me los llevaré a todos —declaró para la desesperación de los demás.

—No —refutó Alrun, tan decidida como él—. Solamente te llevarás a los
que te hagan falta.

—Todos me hacen falta —advirtió amenazante, decidido a permitir que el
otro guardián de la espada acabara con todos ellos antes que a él.

—No. Llévate a los que son tus verdaderos hombres —insistió Alrun.

Al escuchar aquella imperiosa orden, Morgan gruñó y escupió al suelo con
desprecio, provocando que Egmon enfureciera, llevando su mano a la
empuñadura de su espada dispuesto a darle su merecido por su
atrevimiento y falta de respeto hacia su Señora, pero Alrun lo detuvo
colocando delicadamente su mano sobre la de él.

Egmon la miró interrogativo, pero la suave y silenciosa negativa de ella
con la cabeza lo disuadió, obligándolo a soltar la empuñadura, pero eso
no evitó que él no le quitara la vista de encima a aquel horrible
sujeto, vigilándolo con sus escrutadores ojos.

—Está bien. Hare lo que me pides, solamente me llevaré a mis hombres
—declaró el pirata, cediendo ante el pedido de la guardiana—. ¿Qué es lo
que tengo que hacer ahora?

—Debes entrar por aquella puerta —le señaló otro portal muy parecido a
los anteriores.

Morgan frunció el entrecejo, ya comenzaba a odiar esas malditas puertas.
Lentamente fue acercándose a la puerta junto a los temblorosos hombres
que él había elegido, quedándose únicamente Seagull, Alwine y Smith.
Furioso, el pirata se volvió hacia ellos y gritó:

—¿Es que no piensas acompañarnos, maldito gordo? ¡Tú también eres uno de
mis hombres!

—¿Yo? —exclamó aterrorizado el aludido—. ¡Pero yo no soy uno de tus hombres!

—¿Ah no? —Morgan volvió a hacer chirriar los dientes, rabioso—. Pues no
recuerdo que estés conmigo a la fuerza como esos dos estúpidos.

El pobre hombre miró suplicante a Alrun, y ésta, inmutable, declaró:

—Este hombre no te servirá de nada, solamente te estorbará. Llévate a
los que has escogido.

"¡Maldita puta! ¡Pronto me las pagarás todas juntas cuando consiga esa
maldita espada!" —pensó muerto de rabia.

Egmon, al percatarse de los malos pensamientos de aquel irrespetuoso
pirata, hizo hasta lo imposible para no desobedecer las órdenes de su
Señora y no tentarse con la idea de cortarle la cabeza a ese sujeto.

"Sangre Negra" extendió la mano para abrir la puerta, pero enseguida
desistió en abrirla y volvió su horrendo rostro hacia Alrun y le dijo:

—¿Me crees estúpido, maldita bruja? ¡Si toco esta maldita puerta quedaré
convertido en una maldita estatua de hielo!

Terriblemente furioso, Egmon ya no pudo seguir soportando a aquel sucio
impertinente y desenvainó su espada, dispuesto a darle su merecido.

—¿¡Cómo te atreves a utilizar esas irrespetuosas palabras contra mi
Señora!? ¡¡Pagarás tu osadía!!

—¿Quieres pelear? ¡Pues ven, maldito imbécil! ¡Aquí te espero! —lo
desafió Morgan, desenvainando también su espada, dispuesto a batirse en
duelo con el elfo.

—No lo hagas, Egmon —Alrun lo detuvo nuevamente, sujetándolo suavemente
por el brazo.

—¡Pero la ha ofendido! —se quejó.

La hermosa mujer negó con la cabeza, una dulce sonrisa adornó su rostro
marmóreo.

—No te preocupes. Con el tiempo él pagará todas sus fechorías sin
necesidad que te ensucies las manos con su sangre.

Egmon frunció la boca aún muy disgustado, pero se resignó a seguir las
órdenes de su Señora y volvió a envainar la espada, no sin antes
dirigirle una fiera mirada de advertencia a "Sangre Negra".

Viendo que el elfo había renunciado a batirse en duelo con él, el pirata
comenzó a reírse estruendosamente, burlándose de él.

—¡¡Jwa, jwa, jwa!! ¡Pero qué maldito cobarde resultó ser ese monstruo!

Alarmada, notó que la vena en la sien de su guardián se había hinchado,
apretando los puños con fuerza, irascible, por lo que decidió actuar
rápido para evitar que las cosas salieran de control.

—Puede tocar esa puerta sin temor alguno, capitán Morgan, nada le ocurrirá.

—¿Cómo demonios supo mi nombre?

Alrun sonrió misteriosamente.

—Yo sé muchas cosas, capitán Morgan, muchas cosas…

El pirata se le quedó mirando fijamente, intrigado, pero enseguida quitó
de su mente aquella alarmante revelación y abrió lentamente la pesada
puerta de hielo macizo.

—¡Ah, capitán Morgan! —ella volvió a llamarle la atención, alzando su
mano—. No puede entrar con sus armas en ese lugar, debe enfrentar al
Guardían con su propia fuerza y astucia.

—¡¿Cómo?! ¡Pero eso sería un suicidio! —protestó inmediatamente.

—Lo siento, pero deberá hacerlo si quiere pasar la prueba. Ninguno de
ustedes puede ingresar con arma alguna.

Murmurando palabrotas contra la sonriente elfo, "Sangre Negra" se vio
obligado a obedecer, amenazando a sus hombres para que lo emularan,
quienes lo obedecieron muy asustados por sus destinos.

—Síganme —les ordenó luego de que abandonaran todas las armas a un
costado de la puerta, ingresando finalmente junto con ellos al oscuro
pasaje.

—Cinco entraron, pero sólo uno saldrá con vida —profetizó Alrun mientras
observaba a la gran puerta cerrarse detrás del último pirata.

—¿Cómo sabe eso? —le preguntó Seagull.

—Lo sé porque así lo vaticina la profecía, capitán Seagull Hood.

—¿Pero cómo supo…? —y la pregunta se quedó a la mitad, recordando lo que
aquella mujer le había respondido al otro pirata: ella lo sabía todo.

—¿Es por razón por la que no le permitió a Morgan que nos llevara con
él? ¿Porque podríamos morir también?

—Es posible… —respondió, comenzando a caminar suave y lentamente hacia
él y Alwine, con una delicada media sonrisa, la cabeza inclinada
levemente y con las manos cruzadas sobre su vientre—, pero lo que yo
realmente quería era quedarme a solas con mi amada hija Alwine.

—¡¿Quéee?! —exclamó Seagull, volviendo su atónito rostro hacia la
pequeña niña que parecía no poder entender lo que estaba ocurriendo,
abrazada a Pirata—. ¿La pequeña damita es su hija?

—Así es —asintió con su habitual tranquilidad, hincándose ante la
atónita niña, extendiendo la mano para rozarle cariñosamente la
mejilla—. Alwine es mi adorada hija de la que me obligaron separarme
cuando apenas era una recién nacida…

Alwine la miró con los ojos tan abiertos como platos, y, aunque estaba
impactada por aquella sorprendente revelación, en su interior supo
inmediatamente que aquella bellísima mujer era su madre.

—¿Ma… má?

—Sí, hijita; soy tu madre —le respondió mientras las lágrimas comenzaban
a brotar de sus ojos.

Con mano trémula la niña acarició el largo cabello sedoso de su madre,
sintiendo por primera vez la poderosa ternura de una madre, un amor tan
intenso que nunca antes había sentido. Enseguida sus ojos se llenaron de
lágrimas y los labios comenzaron a temblar, haciéndole un nudo en la
garganta.

—¡Mamá! —gritó, lanzándose sobre ella para poder abrazarla con todas sus
fuerzas, llorando de alegría—. ¡Mamá! ¡Mamita!

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Cuando el almirante James Norrington se despertaba cada mañana el primer
pensamiento que le venía a la cabeza era "¿Por qué motivo sigo con
vida?", luego ya no pensaba más, sencillamente se vestía, desayunaba y
hacía a su trabajo maquinalmente, como si ya nada le importara en la
vida más que cumplir con su deber para con la corona británica y su
padre, nada más, torturándose día con día por sus malvados e
irreflexivos actos del pasado y que había costado la vida de su adorada
Jacky y Elizabeth, las dos mujeres que más había amado en su vida. Pero
ahora la culpa era peor que antes, pues con Port Royal bajo el cruel
yugo de Lord Cutler Beckett muchas personas inocentes habían sido
acusadas de traición y colgadas del cuello como si fueran simples
delincuentes. Muchas familias prominentes habían desaparecido bajo
semejante régimen sangriento, pues Becket ansiaba poner sus codiciosas
manos sobre sus tierras, comercios o astilleros para acrecentar aún más
su poder económico.

James se había dado cuenta de que él tenía buena culpa por lo que estaba
sucediendo, pues había sido él el que le había entregado el máximo poder
a Beckett al haberle entregado el corazón de Davy Jones, a quien
controlaba para poder sacarle el mayor provecho en su batalla en contra
de las demás compañías mercantiles del mundo, destruyendo sus fuertes y
su armada, apropiándose de las zonas comerciales.

Con gran horror había visto desfilar hacia las horcas tanto a niños como
mujeres y otras personas que él conocía muy bien tras sus años de
dedicación a Port Royal como su protector, a las que ahora sentía que
les había fallado terriblemente. Nada podía hacer por ellos, nada, pues
sabía que sería acusado nuevamente de traición contra la corona y sería
ahorcado sin remedio ni perdón, llenando de deshonor al apellido
Norrington… ¿Pero acaso no sería esa la mejor manera de dejar de sufrir
aquel infierno? Sí, ahora James Norrington vivía en carne propia el
mismo infierno que lo atormentaba día a día, destruyendo tanto su alma,
corazón y espíritu, dejando de ser una persona que vivía a una que
simplemente existía.

Uno de los mayores golpes que había recibido era haber presenciado la
ejecución de toda su servidumbre por haberlo ayudado a escapar aquella
vez que había sido condenado a la horca por traidor. El curioso de
Watson, su mayordomo; la despistada de Jane; su sirvienta; la seria
señorita Kinderhouse, su ama de llaves; la siempre alegre Loisa, su
cocinera; y el siempre dispuesto Timothy, su cochero, todos ellos habían
sido ejecutados por su culpa, frente a sus ojos, sin que pudiera hacer
nada por ellos porque siempre estaba bajo la vigilancia de otros
soldados, pues él también era uno de los prisioneros de Beckett a pesar
de que podía ejercer su puesto de almirante. Siempre estaba vigilado,
aún cuando iba a la iglesia para pedir que la muerte le llegara lo más
pronto posible, así dejaría de sufrir de esa manera.

Bajo un inmenso sentimiento de culpa, James apenas lograba tragar bocado
o conciliar el sueño, pues las pesadillas lo atormentaban y de día se
perdía en sus pensamientos, torturándose a sí mismo por sus propios
pecados. Tanto madame Foubert como Billy habían hecho lo posible para
ayudarlo, intentando consolarlo o haciendo cualquier cosa para que
olvidara momentáneamente su pesar, pero habían observado impotentes cómo
Norrington caía aún más y más bajo una tremenda depresión, cuya voluntad
se había reducido a seguir monótonamente las órdenes de Beckett, aún si
no estuviera de acuerdo con ellas. ¿De qué valía hacer algo si
simplemente ya todo estaba perdido para él? Solamente lo mantenía vivo
su espíritu marcial, porque James había nacido para ser militar. Para la
preocupación de Annete, su ex pupilo no había vuelto a sonreír nunca más
desde aquella nefasta noche en que se había enterado de la muerte de la
pirata a la que tanto había amado, volviéndose más y más taciturno,
adelgazando, debilitándose tanto espiritual como físicamente, rechazado
dolorosamente por el ex gobernador Swann, quien no había querido saber
más nada de él desde el momento en que se había enterado de la muerte de
su hija Elizabeth por su culpa. Ella había comprendido que James se
estaba abandonando a sí mismo, se estaba preparando para morir.

Y así era en efecto, James estaba dispuesto a abandonar la vida que él
mismo había echado a perder. Su orgullo no le permitía quitarse la vida,
para él suicidarse era inaceptable, pero confiaba en darla por una causa
noble, morir, por lo menos, como un héroe.

Hacía tiempo que había dejado de llorar, de derramar alguna lagrima por
Jacky, Elizabeth o por él mismo, ahora simplemente se había resignado a
su destino y esperaba pacientemente a la tan buscada muerte, y tal vez,
cuando ya habría limpiado todas sus culpas en el purgatorio, sólo así
podría reunirse con Jacky para postrarse a sus pies y pedirle disculpas
por lo que le había hecho.

¡Qué mal que le había resultado todo! Su plan de recuperar su honor y al
mismo tiempo deshacerse de Isabel para ayudar de alguna manera a Jacky
aún a expensas de su propia seguridad le había salido fatal. Jamás había
creído que el Kraken existía en verdad y que ella y Elizabeth morirían
por su ataque. ¡Eso jamás se le hubiera se lo hubiera deseado para
ninguna de las dos! Pero ahora era ya demasiado tarde para creer… ya
todo estaba hecho…

Apoyando la frente sobre el vidrio de la ventana de su despacho, James
Norrington cerró los ojos y murmuró quedamente:

—Mi amada Jacky…, estoy tan cansado de todo esto… —se llevó la mano
derecha al pecho—… El corazón me duele tanto que ya no lo puedo
soportar… Esta angustia crece más y más con cada día que pasa y es una
tortura saberme culpable de tu muerte…

Por primera vez en mucho tiempo, un par de lágrimas asomaron por sus
pestañas.

—… Mi querida Jacky… No existe perdón por lo que he hecho y sé que
merezco con creses este suplicio… —alzó la vista hacia el límpido cielo
azul, la añoranza y la súplica en su semblante—. Muy pronto todo esto se
terminará y seré libre de alguna manera…

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Mientras tanto, en el interior del salón de la Prueba Sagrada, Bart
"Sangre Negra" Morgan caminaba sigilosamente por la oscuridad junto a
sus hombres, sosteniendo la única antorcha que habían encontrado en el
camino.

A medida que iban avanzando, comenzaron a notar que aquel lugar distaba
mucho de ser un salón, pues comenzaba más a parecerse a una cueva fría,
oscura y cavernosa, cuyas paredes de hielo eran ya de un azul muy
oscuro, casi negro. Ninguno de los piratas se animó siquiera a rozar
aquellas extrañas paredes por temor a quedar convertidos en una horrenda
estatua de hielo, ni tampoco a retroceder, temerosos de morir clavados
por una aguja de hielo.

El silencio que reinaba en aquel sitio era igual de aterrador que la
oscuridad que los rodeaba, hasta que, paulatinamente, comenzaron a
escuchar una especie de resoplido muy tenue en dirección al fondo de la
cueva, erizándoles los vellos de la piel.

—Que raro… —comenzó a decir uno de ellos—. ¿No hacía mucho frío hace un
rato? Ahora siento mucho calor…

—Quizás sea por la brisa caliente que sopla por delante —opinó el otro.

Siguieron caminando hacia adelante, temblando de pies a cabeza pensando
en el incierto peligro que los esperaba. Morgan no demostraba ningún
otro sentimiento más que la férrea determinación de conseguir lo que
había venido a buscar, dispuesto a pasar la prueba que aquella odiosa
mujer le había propuesto.

Pronto llegaron al final de la cueva, atravesaron un enorme portal y se
adentraron a una enorme bóveda oscura, muy oscura, pero había un sonido
que los alarmó y advirtió que ellos no eran los únicos en aquel lugar:
un resoplido muy caliente se dejaba escuchar rítmicamente en algún lugar
del gran salón con el aire extrañamente viciado, caliente y fétido.

—¿Q-qué es eso? —quiso saber uno de los aterrados piratas, tratando de
mirar en vano a través de aquella profunda oscuridad.

—No lo sé —le contestó el otro, mirando muy nervioso hacia todas las
direcciones posibles.

—¡¡Shiiittt!! ¡Cállense ya si no quieren que les arranque la maldita
cabeza! —les advirtió su capitán, quien poco a poco comenzó a caminar en
medio de la oscuridad ayudado por la débil llama de la antorcha, pero,
de repente, un fuerte resoplido la apagó, aterrorizando a todo el mundo,
quienes profirieron un grito aterrador.

—¡¡Cállense ya, maldita sea!! —gritó "Sangre Negra" sólo para escuchar
un segundo después un fuerte gruñido que inmovilizó y enmudeció a todos.

Y así, para el horror de los piratas, un enorme monstruo se levantó del
suelo en donde había estado durmiendo, gruñendo furioso por haber sido
despertado.

—¡Qué demonios es eso! —gritó uno.

"Sangre Negra" nada dijo, pero supo de inmediato que aquella era la
prueba que tenía que atravesar si quería ser el portador de la espada
sagrada.

De pie frente a la gran puerta por donde Morgan y sus hombres habían
entrado, Elrun dijo:

—Allí está tu prueba, cruel humano. Deberás derrotar al otro guardián de
la Sagrada Espada de Odín: el poderoso dragón Fafnir.



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