Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 2. EL RIVAL OSCURO -Capítulo 11-

                       



El pasado de Qui-Gon Jinn no descansa. ¿Cómo puede crear un vínculo con el joven Obi-Wan Kenobi, mientras que él es perseguido por la traición de su primer aprendiz Xánatos? Xánatos fue también un prometedor estudiante hasta que el lado oscuro de la Fuerza intervino. Qui-Gon pensaba que había desaparecido para siempre.

Pero ahora Xánatos esta de regreso.

Y busca venganza.


Capítulo 11

Tenía los ojos cerrados, y podía oír el fragor del mar. ¿O era el latir del corazón en sus sienes? Obi-Wan abrió los ojos con precaución. Se encontraba en un cuarto estrecho y alargado, de techo bajo, y rodeado de filas y filas de literas para dormir. La ropa de cama estaba enrollada al pie de cada litera.
Estaba solo. No tenía el sable láser ni el intercomunicador.

Tenía el hombro y las costillas vendados y algo le rodeaba el cuello. Lo recorrió con los dedos. Era un collar. Lo notaba liso, sin cierres aparentes que le permitieran quitárselo. Zumbaba bajo la yema de sus dedos. Podía ser algún aparato curativo.

Levantó la cabeza y un dolor agudo le hizo soltar el aliento en un siseo.
Respiró lentamente, calmando su mente, tal y como le habían enseñado. Aceptó el dolor. Le dio la bienvenida como si fuera un amigo que le informaba de que su cuerpo estaba herido. Le agradeció que le alertara y concentró su voluntad en curarse.

Uno o dos instantes después, el dolor aminoraba ligeramente, lo bastante como para permitirle incorporarse. Encima de él había una ventana estrecha. Se balanceó en la plataforma de dormir y se puso de puntillas para poder mirar por ella.

La desesperación le invadió. Ante él se extendía un enorme mar gris que se prolongaba por kilómetros. No había rastros de tierra. Ni de barcos. El mar sólo se veía interrumpido por la enorme plataforma en la que se encontraba.

Enseguida supo dónde se hallaba: en el gran mar de Bandomeer que cubría la mitad del planeta. Debía estar en alguna plataforma minera de alta mar. Las instalaciones mineras sólo se mencionaban en susurros. Eran lugares duros y peligrosos donde pocos trabajadores lograban sobrevivir.
—Así que ya has despertado.
Obi-Wan se volvió, sorprendido. En el umbral de la puerta había una criatura alta y de semblante triste. Tenía la piel oscura, pero parecía estar pelándose en parches blancos. Dos círculos blancos le rodeaban los ojos. Tenía brazos gomosos y extraordinariamente largos que le colgaban hasta por debajo de las rodillas.

—¿Cómo te encuentras? Me tenías preocupado —comentó, pero soltó una risita antes de que Obi-Wan pudiera responderle—. ¡Qué va! ¡Es mentira!

—¿Quién eres? —preguntó el muchacho.

Se sentía aturdido y ordenó a su mente que se despejara. Bajó con cuidado del lecho.
 
—Me llamo Guerra, aunque no tienes necesidad de saberlo. Soy phindiano. Aquí hay gente de todas las razas. Lo cual me recuerda algo, chico humano. Vamos.

Guerra alargó de pronto el brazo, por encima de dos literas hasta cerrarlo en la muñeca de Obi-Wan.

—No tengo todo el día. Enseguida llegarán los guardianes con electropunzones si no te preparo enseguida.

—¿Prepararme para qué?

—¿Para qué? ¡Para unas vacaciones en una luna de Syngia! — respondió con una risita—. ¡Qué va! ¡Es mentira! Para trabajar en la mina, claro.

—Pero si yo no soy minero —protestó el joven Kenobi, mientras Guerra le arrastraba hasta la puerta.

—Oh, lo siento mucho. En ese caso no tienes por qué trabajar —se burló, con su rostro parcheado—. En vez de eso, te arrojarán de la plataforma. Así podrás nadar un poco...

—¿Y qué?

—¡Muy bueno, chico humano! —Guerra profirió una risita y dio una palmada a Obi-Wan en la espalda, haciéndole recorrer todo el cuarto—. ¡Y qué! Que te tirarán para que te ahogues. ¡Pero la caída te matará primero! Ahora, ven conmigo.

Guerra le empujó a través del pasillo. Un viento frío golpeó su rostro. A su alrededor había montones de equipos de minería, con androides transportando taladros de vigas a un ascensor donde le esperaban varios trabajadores. Había guardias por todas partes de la plataforma patrullando con electropunzones y pistolas láser.
Mientras subían los escalones que llevaban al segundo piso, Obi-Wan se dio cuenta de que la plataforma era mucho más grande de lo que había creído, casi del tamaño de una pequeña ciudad. Hidronaves iban de un lado a otro entre las diferentes plataformas marinas que rodeaban la estructura principal.

Guerra le metió a empujones en un cuarto de suministros. Cuando el ser se frotó los ojos para examinar mejor el equipo, los parches blancos de los ojos se agrandaron. Obi-Wan se dio cuenta de que tenía la piel clara, pero estaba cubierta por el polvo y la suciedad de la mina.

Guerra le sorprendió mirándolo.
 
—Sólo hay duchas una vez al año, pero ¿por qué molestarse? Pronto tendrás mi mismo aspecto, chico humano.

—No soy minero, Guerra. Me han secuestrado y enviado aquí. Soy... Guerra rompió a reír, y se golpeó las rodillas con sus oscilantes manos.
¿Secuestrado? ¡Qué horror! ¡Deja que alerte a las fuerzas de seguridad! ¡Oh, te he vuelto a mentir! ¿Cómo crees que llegué yo aquí? ¿Crees que me presenté voluntario? ¿No ves que somos todos esclavos? Al cabo de cinco años, te darán una paga que te permitirá comprar un pasaje para salir del planeta y volver a empezar de nuevo. Si sobrevives. Muchos no lo consiguen.

¿Cinco años? —preguntó Obi-Wan, tragando saliva.

—Es lo que pone en el contrato que firmaste —dijo Guerra—.
Necesitarás un termotraje. Y un tecnocasco. Y herramientas...

¡Pero yo no firmé ningún contrato!

Guerra volvió a reírse mientras ponía un termotraje contra el muchacho y lo rechazaba por ser demasiado pequeño.

¡Deja de distraerme con bromas, chico humano! ¿Acaso firmé yo?
¡Falsificarán tú firma!

—Me llamo Obi-Wan Kenobi. Soy un aprendiz Jedi.

—Jedi, Kedi, Ledi, Medi —dijo el phindiano con un absurdo soniquete—.
No importa quién seas. Podrías ser el príncipe de Coruscant, y nadie te encontraría aquí —añadió, lanzándole otro termotraje—. Éste tendrá que valerte. Ahora, busquemos un tecnocasco.
Obi-Wan cogió el traje. Estaba sucio y húmedo. No se imaginaba poniéndoselo. Ya estaba completamente aterido. La cabeza volvía a latirle, y se la tocó con cuidado. Se palpó la herida de la nuca. Tenía el pelo manchado de sangre. Las costillas le ardían.

Entonces recordó el collar.

¿Es esto algún aparato curativo, Guerra? —dijo, tocándoselo.

Esta vez Guerra se derrumbó de risa en un montón de termotrajes. Se reía con tanta fuerza que perdía el aliento.

¡Ya has vuelto a hacerme reír, Obawan! ¡Un aparato curativo! —aulló de risa, antes de aclararse la garganta—. ¡Qué va! Es un electrocollar. Si intentas dejar la plataforma minera, ¡ga-coosh! ¡Estallarás en mil pedazos! E hizo un gesto con las manos simulando una explosión.
 
El aprendiz Jedi se tocó con cuidado el collar.

¿Los guardias pueden hacernos estallar?

—Ellos no. Los electrocollares se activan desde tierra firme. Por si tiene lugar alguna rebelión. Si venciéramos a los guardias, podríamos desmantelar los aparatos, ¿no? —explicó Guerra alegremente, sonriéndole con amabilidad
—. Ellos sólo pueden golpearnos, electrocutarnos, aturdimos y arrojarnos por la borda.

—Qué alivio —murmuró Obi-Wan.

El phindiano le sonrió, enseñando los dientes amarillos.

—Me gustas, Obawan. Así que cuidaré de ti... ¡Ja! ¡Qué va! ¡He vuelto a mentirte! No confío en nadie y nadie confía en mí. Ahora date prisa antes de que lleguen los guardias y nos den un aguijonazo. —Le golpeó con el dedo e hizo un sonido siseante, antes de lanzar una ruidosa carcajada—. No estés tan triste, Obawan. ¡Seguro que habrás muerto para mañana!

Obi-Wan se puso reticente el termotraje. Cogió el tecnocasco y se ciñó el cinturón de servoherramientas. No tenía otra opción. Todavía no. Tenía que buscar un modo de escapar. Guerra decía que no lo había logrado nadie, pero en ese sitio aún no había estado un Jedi. Tenía esperanzas.

Obi-Wan se despejó la mente. Dejó a un lado el miedo y la desesperación, y se concentró en el collar que le rodeaba el cuello. Seguro que podía usar la Fuerza para desconectar el aparato.

Se concentró, haciendo que la Fuerza que le rodeaba fuese al collar.
Empleó en ello hasta el último vestigio de su entrenamiento y disciplina.
Pero el collar continuó zumbando con su electrocarga.
Igual estaba demasiado débil. Tendría que esperar un momento mejor. Si sobrevivía...
Mientras volvía a cubierta, vio a un guardia lanzar una descarga contra un minero que había tropezado. ¿Cómo podría sobrevivir a esto?

Sigue la corriente, y lo conseguirás.

Las palabras habían acudido con claridad a su mente. Eran palabras de Yoda. Le bastó recordar la voz del Maestro Jedi para sentir valor y dejar a un lado la desesperación.

Obi-Wan irguió la cabeza. Era un Jedi. Se dejaría llevar por la corriente.
Y sobreviviría.




También te podría interesar...
ÚLTIMAS ENTRADAS PUBLICADAS

Comentarios

X Queridos visitantes: Únanse a las redes sociales del blog para estar en contacto si algún día es eliminado de nuevo.