Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 2. EL RIVAL OSCURO -Capítulo 14-

                        



El pasado de Qui-Gon Jinn no descansa. ¿Cómo puede crear un vínculo con el joven Obi-Wan Kenobi, mientras que él es perseguido por la traición de su primer aprendiz Xánatos? Xánatos fue también un prometedor estudiante hasta que el lado oscuro de la Fuerza intervino. Qui-Gon pensaba que había desaparecido para siempre.

Pero ahora Xánatos esta de regreso.

Y busca venganza.


Capítulo 14

El viaje a Telos se preveía sin incidentes. Yoda había encontrado a alguien dispuesto a transportarles: un piloto que llevaba un cargamento de androides al sistema planetario. Desde el principio hubo tensión entre Xánatos y el piloto. Stieg Wa era joven, temerario y confiado. Se las había arreglado solo desde que era niño y había prosperado gracias a empresas arriesgadas. Bromeó con Xánatos porque éste se había refugiado del mundo en el Templo Jedi, y no sabía nada de la vida.

Puede que Yoda hubiera previsto ese choque de personalidades. Igual era otra prueba. Qui-Gon avisó a Xánatos que contuviera su temperamento, que no permitiera que le afectaran las pullas del piloto. Con una sonrisa, Xánatos aseguró a Qui-Gon que lo haría.

El único momento peligroso del viaje era el cruce del sistema estelar Landor, conocido por estar infestado de piratas. Stieg Wa estaba seguro de poder evitarlos; lo había hecho incontables veces antes. Pero cuando las tres naves piratas rodearon el transporte y pidieron a Stieg Wa que se rindiera, éste descubrió que tenía estropeado un indicador crucial. El sistema de ocultación del transporte se había averiado.

Stieg Wa se negó a rendirse, aceleró el pequeño transporte y evitó los cañones de fuego láser con una asombrosa exhibición de pericia. Una vez perdieron a las naves, Stieg Wa anunció que habían saboteado el sistema de ocultación, y culpó de ello a Xánatos. Por supuesto, Qui-Gon creyó a su discípulo cuando éste juró no tener nada que ver. ¿Por qué iba a arriesgarse a que los piratas atacaran la nave estando él a bordo?

Cuando volvieron los piratas, Stieg Wa estaba en el espacio, arreglando el sistema de ocultación en la plataforma dorsal. Fue alcanzado por el fuego de sus láseres y capturado.
Xánatos condujo a Qui-Gon hasta la cápsula de salvamento. Ya la había programado con las coordenadas de Telos. Cuando Qui-Gon le preguntó por qué había tomado esa precaución, él sonrió.

—Siempre me aseguro de tener una puerta trasera —dijo.

* * *

Aún faltaba una hora para el alba cuando Qui-Gon salió de su transporte y se dirigió hacia el domo de la Zona de Enriquecimiento. El meeriano que enviaron a recibirlo se apresuró a salir a su encuentro.

—Soy RonTha. Me alegra darle la bienvenida a...
 
¿Dónde está Si Treemba? —le interrumpió Qui-Gon, mientras caminaba hacia el edificio principal.

—E... está en el domo, esperándole —dijo RonTha, corriendo para compensar la larga zancada del Jedi—. Pero hay que seguir el protocolo. Debe registrarse en...

—Llévame ante él.

—Pero el protocolo...

Qui-Gon miró fijamente a RonTha. No necesitó usar la Fuerza. El meeriano se derrumbó ante su irritación.

—Por aquí —dijo, deslizándose hacia delante.

Un agitar de espigas anunció la presencia de Si Treemba. Salió del campo de cultivo en cuanto vio al Caballero Jedi.

—Estamos vigilando desde que se llevaron a Obi-Wan. No ha entrado ni salido nadie más.

Qui-Gon miró compasivo a Si Treemba. El joven arcona parecía tan cansado que no le habría sorprendido que cayera dormido a sus pies.

—No debimos dormirnos esa noche. Obi-Wan dijo que haría el primer turno. Debimos permanecer despiertos...

—No es momento de lamentarse por el pasado. Sólo nos queda el presente. Debemos encontrar a Obi-Wan. ¿Qué viste?
—No mucho. Se lo llevó un grupo de hombres con uniformes de Offworld. Los seguimos, pero los perdimos en el domo —repuso Si Treemba, dejando colgar la cabeza.
Qui-Gon intentó no evidenciar su frustración. El arcona ya se sentía bastante mal de por sí. Pero, ¿cómo podría encontrar a Obi-Wan con tan escasa información?

De pronto, notó que RonTha parecía muy nervioso. El meeriano sudaba y miraba a su alrededor como si quisiera escapar. El Jedi decidió concentrar su atención en él.

¿Tú viste alguna cosa, RonTha?

¿Yo? Pero si tenemos prohibido entrar en el domo por la noche. Va contra todo el protocolo.

—No has contestado a mi pregunta —dijo Qui-Gon educadamente.
 
—Yo intento seguir las reglas.

¿Y lo consigues siempre? —preguntó con amabilidad el Caballero, dominando la impaciencia que sentía—. Cualquiera puede sentirse tentado a romper las reglas.

—La fruta está tan buena —susurró RonTha—. Sólo como alguna antes de acostarme...

—Cuéntanoslo —dijo con firmeza.

—Yo estaba en el huerto cuando los vi —respondió RonTha, tragando saliva—. Era un grupo de hombres que cargaban con algo. Alguien les daba órdenes, alguien con una capa negra...

Qui-Gon asintió, animándole.

—Al principio me escondí. Pero, entonces, vi que se llevaban a Obi- Wan. ¡Y él estaba a mi cargo! Era responsable de él. Así que los seguí hasta la costa.

¿Se fueron por mar? —preguntó el Jedi, frunciendo el ceño.

—Dos de los hombres, con Obi-Wan.

¿A dónde pudieron llevárselo? El mar era grande, y carecía de islas o arrecifes.

¿Dijeron alguna cosa?
—Nada importante. Pero sí algo curioso. Uno de ellos le dijo a Obi-Wan que volvería a verle en cinco años, si sobrevivía. Obi-Wan no respondió, claro. Todavía estaba inconsciente.
¿Cinco años?
¡Las minas de alta mar! —exclamó Si Treemba.
Claro, pensó Qui-Gon. ¿Qué mejor sitio para ocultar a Obi-Wan que una plataforma minera en medio del océano?

—Consigúeme un barco de los Cuerpos Agrícolas —ordenó el Jedi a RonTha.

—Pero eso va contra el proto... —la voz de RonTha flaqueó ante la gélida mirada del Caballero—. Sí, de inmediato.

* * *
 
A medida que avanzaba, Qui-Gon forzó todo lo que pudo el motor de la hidronave. Sobrevolaba el mar gris a apenas unos centímetros sobre las olas. RonTha le había proporcionado las coordenadas de la plataforma minera y las introdujo en el ordenador del barco. Además, RonTha le había asegurado que la estación era demasiado grande para no verla.

Apareció en la línea gris del horizonte como una mancha más oscura. A medida que se acercaba a ella, la mancha se fue dibujando con torres y edificios, como si fuera una pequeña ciudad en medio del mar.

Qui-Gon miró la plataforma con unos electrobinoculares. La examinó buscando alguna señal de Obi-Wan. De pronto, vio movimiento en el borde. Un grupo de hombres empujaba algo...

Aumentó la imagen. ¡Era Obi-Wan! Los guardias le empujaban hacia el borde de la plataforma con la parte roma de los electropunzones. ¡Iban a echarle fuera!

Qui-Gon apretó el acelerador, pero ya iba a la máxima velocidad.
Desesperado, se dio cuenta de que estaba demasiado lejos. Su única esperanza era que Obi-Wan sobreviviera a la caída y que pudiera recogerlo.

Navegó por el liso mar, acercándose más y más. El muchacho estaba ya en el mismo borde. El corazón del Caballero Jedi se encogió de dolor.
¡Perderle de ese modo! Nunca podría perdonárselo.

Pero un movimiento en un nivel inferior llamó su atención a medida que se acercaba. Alguien había improvisado una especie de hamaca con una lona de carbono. Estaba atando los extremos a los puntales que sostenían la plataforma principal. Mientras miraba, dos brazos largos y flexibles posicionaron el parapeto en el aire.

Obi-Wan cayó, mientras Qui-Gon lo observaba por los electrobinoculares. El rostro del muchacho estaba tenso pero mantenía una cierta tranquilidad, libre de terror. Parecía decidido a luchar hasta el final, pero también dispuesto a aceptar la muerte si le llegaba.

Era un Jedi.

Entonces Obi-Wan vio la lona debajo. Qui-Gon notó en la distancia las ondas que causaba su discípulo en la Fuerza. Se concentró a su vez, deseando que el cuerpo de Obi-Wan se retorciera en el aire hacia el parapeto.

El joven Kenobi pareció agarrarse al aire, empujarse hacia la izquierda y romper su caída. Cayó en medio de la tela. Un segundo después, los largos brazos volvían a extenderse para poner al muchacho a salvo.

Qui-Gon ya casi estaba en la plataforma. Escuchó los gritos furiosos de los guardias que se dieron cuenta de lo sucedido. Se alejaron corriendo, en dirección al ascensor que les llevaría al nivel inferior.
 

El Caballero Jedi frenó su nave, balanceándose sobre el mar mientras amarraba una cuerda de carbono a uno de los puntales. A continuación lanzó otra cuerda a la cubierta por la que había desaparecido Obi-Wan. Tiró de ella para probar si estaba segura, y empezó a trepar.

Obi-Wan corría por el lugar en compañía de la criatura de largos brazos.
Se detuvo de pronto, como si Qui-Gon le hubiera llamado, aunque éste no había enviado ningún mensaje. Se volvió para verlo aparecer salvando la barandilla de un salto.

—Esperaba que vinieras —dijo.

—Casi llego demasiado tarde. Corre.

—Este es Guerra —dijo Obi-Wan señalando a su salvador.

—Que se venga. Los guardias están en camino. Se han dado cuenta de lo que ha pasado.

Las manos de Guerra volaron a su collar.

—Yo no puedo irme. Y tampoco tú, Obawan.

—Es un electrocollar. Estallará si nos vamos —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon asintió. Concentró la Fuerza en el discípulo Jedi. Envió energía neutralizadora al transmisor.

—Ya no siento el zumbido —exclamó el joven Kenobi tocándose el
collar.
—Habrá que buscar en tierra firme un modo de quitártelo —repuso el
Jedi.
—Allí es donde se emite la señal transmisora —explicó Guerra—. El transmisor lo tienen los guardias de seguridad de los muelles de carga de Bandor.

Qui-Gon concentró la Fuerza en el collar de Guerra, pero tuvo que girarse bruscamente. La puerta del ascensor se abrió detrás de él. Una descarga láser zumbó junto a su oreja.

—Necesitarás esto —repuso, lanzando a Obi-Wan su sable láser.

Los dos sables zumbaron al unísono cuando se volvieron para enfrentarse a los guardias. Los cuatro imbat titubearon. Nunca habían visto armas semejantes. Pero atacaron de todos modos, enfurecidos por la evasión de Obi-Wan.
 
Qui-Gon pasó hasta la barandilla, se impulsó en ella para dar una voltereta en el aire y aterrizar detrás de los hombres armados. Obi-Wan cargó por el frente. Se movían al unísono, de forma grácil y elegante, avanzando, retrocediendo y obligando a los guardias a retroceder hasta el ascensor, bloqueando con facilidad sus disparos láser.

— ¡Vienen más guardias, Obawan! —gritó Guerra.

Por la escalera situada en el otro extremo de la plataforma llegaban más guardias, disparando mientras corrían.

—Es hora de irse —dijo el Caballero Jedi.

Acertado por un disparo láser, Guerra se derrumbó con un grito. Alzó la mirada hacia Obi-Wan.

—Sólo es un rasguño. Idos. Yo los contendré por vosotros. Obi-Wan le puso una pistola láser en la mano.
—No, vete tú. Sube por la escalera y escóndete. Dentro de una hora, tu collar quedará desactivado para siempre. Confía en mí.
—No... confío... en... nadie —dijo suavemente, con una débil sonrisa. Pero se las arregló para cojear hasta las escaleras, mientras Obi-Wan y
Qui-Gon rechazaban el fuego. Una vez en ellas se volvió para hablarles.

— ¡Qué va, Obawan! Confío en ti.

Obi-Wan saltó por encima de los guardias caídos, salvó la barandilla y saltó hasta la cuerda. Se deslizó por ella y aterrizó en la hidronave.

Qui-Gon le siguió. Puso en marcha el motor, y se internaron en el mar con los disparos láser lloviendo sobre sus cabezas.




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