Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 2. EL RIVAL OSCURO -Capítulo 13-

                       



El pasado de Qui-Gon Jinn no descansa. ¿Cómo puede crear un vínculo con el joven Obi-Wan Kenobi, mientras que él es perseguido por la traición de su primer aprendiz Xánatos? Xánatos fue también un prometedor estudiante hasta que el lado oscuro de la Fuerza intervino. Qui-Gon pensaba que había desaparecido para siempre.

Pero ahora Xánatos esta de regreso.

Y busca venganza.


Capítulo 13

Obi-Wan se esforzó durante dos noches y dos días en utilizar la Fuerza para desconectar su electrocollar. Sus heridas se curaban con lentitud. Su cuerpo estaba agotado por el trabajo en las minas.

Los mineros eran mantenidos en estado casi de inanición, pero los guardias golpeaban salvajemente con el electropunzón al primero que aflojaba el ritmo. Todos los guardias eran imbat, criaturas conocidas por su tamaño y crueldad, no por su inteligencia. Eran altos como árboles, con la piel como el cuero y fuertes piernas que terminaban en anchos dedos. Tenían la cabeza pequeña para su cuerpo y rematada en dos grandes orejas caídas.

Los ascensores llevaban a los mineros hasta debajo del lecho marino.
Los pequeños túneles eran peligrosos. Las fugas eran frecuentes, y los pasadizos reventaban a veces, ahogando a quienes se encontraban en ellos. Pero lo que más temían los mineros era la entrada de aire viciado en los túneles, lo cual suponía una muerte lenta por asfixia.

—He esperado impaciente este día —comentó Guerra mientras esperaban su turno en el ascensor.

A Obi-Wan el corazón le dio un vuelco. Sabía que cada vez que Guerra se alegraba era porque le esperaban problemas. El phindiano se enfrentaba a los terrores de la mina tratándolos como si fueran una enorme broma a costa del joven Jedi.

¿Por qué? —preguntó temeroso.

¡A ver, tú! —gritó un guardia.
El joven Kenobi se puso rígido, pero el guardia se acercó a un meeriano que se había parado para ajustarse el cinturón de servoherramientas.
¡Deja de retrasar la cola! —bramó, atacándolo con el electropunzón. El minero gritó y se derrumbó al suelo. El guardia lo apartó de una patada—.
¡Nada de comida en tres días para éste!

Nadie intentó ayudar al meeriano. Todos sabían que entonces recibirían el mismo tratamiento. Obi-Wan se apretujó contra Guerra en el ascensor.

—Hoy iremos al subnivel más profundo —comentó Guerra—. Tiene rastros de ionita.

¿Qué pasa con la ionita?

—Hasta los rastros de ese mineral tienen carga alterna. Ni positiva, ni negativa, vacía. ¡Por eso! Los instrumentos se pueden apagar con ella. Y no
 
darán la alarma si viene un flujo de aire malo. Hace que el trabajo sea más divertido. ¡Ja! Qué va...

Miró a Obi-Wan desde los círculos blancos de sus ojos.

—La semana pasada, la alarma de Bier se apagó por la elevada concentración de ionita —dijo otro minero—. Llevaba un acuatraje mientras trazaba un mapa del lecho marino. Se quedó sin oxígeno y no consiguió volver al túnel.

Obi-Wan miró cómo descendían las luces del indicador. Él mismo sentía el vacío. Había desaparecido por completo. Estaba en las profundidades bajo el lecho marino, en un lugar donde a Qui-Gon no se le ocurriría buscarle.

Y en caso de que pudiera encontrarle allí... ¿podría llegar a salvarle? Las palabras burlonas de Xánatos resonaron en la mente de Obi-Wan. ¿Le traicionaría Qui-Gon, tal y como Xánatos afirmaba que había traicionado a su anterior aprendiz? ¿Le dejaría allí para que muriese?

* * *

A Obi-Wan le costaba imaginar algo peor que el agotador trabajo del día, sin embargo, los guardias relajaban el control por la noche. Los mineros necesitaban una válvula de escape, y la diversión elegida para ello era luchar. No tenían nada que perder, y hacían apuestas según un complicado sistema de reglas en torno a lo mutilado que podía quedar uno de los participantes. Un minero había perdido un ojo la noche anterior. Obi-Wan había aprendido a quedarse al margen.

Abandonó los cuartos de los mineros y encontró a Guerra en la cubierta de la plataforma. Hacía un frío cortante, pero el phindiano no parecía notarlo. Estaba tumbado en el suelo de metal, contemplando las estrellas.
—Algún día volveré allí arriba —le dijo a Obi-Wan. El muchacho se sentó a su lado en la cubierta.
—Estoy seguro de que lo conseguirás.

¡Sí! Yo también lo estoy —dijo Guerra, antes de murmurar entre dientes—: Qué va.

—Tú has estado en toda la plataforma. ¿Has visto alguna vez una caja con un círculo roto en ella?

—Sí, seguro —respondió Guerra, para sorpresa de Obi-Wan—. Acabo de hacer el inventario. Encargan el trabajo de forma rotatoria para que nadie tenga oportunidad de robar nada. Había una caja así en la sala de explosivos. No estaba incluida en mi listado, pero los guardias me dijeron que me callara. Así que lo hice. ¡No soy idiota!
 

¿Crees que podrías llevarme hasta la sala de explosivos?

—Espero que sea una broma, Obawan —respondió, incorporándose—.
¡Te arrojarían de la plataforma por robar!

—No voy a robar nada. Sólo quiero mirar.

¡Una gran idea, Obawan! ¡Vamos! —dijo el phindiano con una sonrisa, antes de volver a tumbarse—. Qué va, es mentira... Yo no arriesgo el cuello por nadie, ¿recuerdas?

¿Y si conociera un medio de desmantelar tu electrocollar? Podríamos robar un bote y llegar a tierra.

El otro le miró de lado.

—Si eso es cierto, ¿por qué sigue zumbando tu collar, amigo mío?

—Puedo hacerlo. Sólo espero el momento oportuno. Créeme.

Sabía que podría dominar la Fuerza en cuanto se recuperase por completo de sus heridas. Tenía que ser así.

—Yo no confío en nadie —dijo Guerra con calma—. Nunca lo hago. Por eso sigo aún vivo desde hace tres años.

—Bueno, ¿qué podrías perder? Tú llévame ante el guardia, y después enséñame dónde viste la caja. Yo cargaré con toda la culpa si me cogen.

Guerra negó con la cabeza.
—El guardia no te dará nunca las llaves. Va contra las normas.
—Déjame eso a mí.
* * *
—Necesito comprobar el inventario —le dijo Guerra al guardia—.
Necesito las llaves.

El guarda levantó el electropunzón.

¡Piérdete o te tiraremos por la borda!

Obi-Wan invocó la Fuerza. Sabía que no tenía poder para alterar objetos físicos. Pero contaba con que la mente pequeña y limitada del imbat cedería ante su voluntad.
 
—No es mala idea —dijo Obi-Wan—. Deberíamos volver a contabilizar los suministros.

—No es mala idea —repitió el guardia, tirándole las llaves electrónicas a Guerra—. Vuelve a contabilizar los suministros.

Guerra se quedó mirando al joven Kenobi.

¿Qué has hecho, Obawan?

—Da igual. Date prisa.

Guerra le condujo hasta la sala de explosivos. Abrió la puerta y Obi-Wan se apresuró a entrar.

¿Dónde está la caja? ¿Guerra? Dime donde está y márchate después.

El phindiano se detuvo en el umbral. Abrió mucho los ojos amarillos.

—Oigo pasos —susurró—. Es gente corriendo. ¡Son los guardias! ¡Debe haber una alarma silenciosa en la puerta!

—Entra y cierra la puerta —siseó Obi-Wan. Pero, en vez de eso, Guerra empezó a gritar.
¡Está aquí! ¡Lo he encontrado! —gritó, antes de volverse para mirar a Obi-Wan con tristeza—. Nunca traicionaría a un amigo, ni siquiera estando yo en peligro...

¡Qué va! —terminó Obi-Wan por él, cuando entraron los guardias.
Guerra le señaló y el guardia apuntó al aprendiz de Jedi con un electropunzón. El dolor le hizo caer de rodillas. Sintió cómo cargaban con él hasta el calabozo y le arrojaban dentro.
—El castigo por robar es ser arrojado por la borda —oyó que decía un guardia.

—He terminado mi turno —replicó el otro con un bostezo—. Ya lo haremos mañana por la mañana.




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