Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 8. AJUSTE DE CUENTAS -Capítulo 2-

                                                  



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El malvado aprendiz de Qui-Gon Jinn, Xánatos, le ha tendido una trampa a su antiguo Maestro. Ha guiado a Qui-Gon y a un joven Obi-Wan Kenobi e su planeta natal, Telos… y los ha acusado de un crimen que ellos no cometieron.
La pena es la muerte.
De pronto Qui-Gon y Obi-Wan son fugitivos en un planeta donde todos son enemigos.
El día del ajuste de cuentas de Xánatos ha llegado.


Capítulo 2

¿Adónde vamos? —preguntó Obi-Wan mientras se deslizaban entre la multitud.

—Cuando aterriza una nave de pasajeros grande, las cocinas reciben nuevas provisiones de alimentos —dijo Qui-Gon—. Cuando quieras salir de un sitio sin que te vean, escoge el lugar más frecuentado.

Obi-Wan siguió a Qui-Gon mientras bajaban varios pisos hacia la zona de servicio. Qui-Gon siempre exploraba las naves grandes en cuanto embarcaba. Sabía dónde estaban las zonas técnicas y de servicio, así como todas las salidas.

—Recuerda esto, Obi-Wan —le había dicho—. Si vas a llevar a cabo una misión arriesgada, el peligro puede comenzar antes de que estés preparado para ello. Mantente alerta.

El aroma de la carne asada y el pan caliente llegó hasta Obi-Wan mientras cruzaban las cocinas. Su estómago gruñó. ¿Por qué, aunque estaba en medio de una huida precipitada, se sentía hambriento? Cuando se internaron en los almacenes se alegró de que el olor se disipara.

Qui-Gon avanzó rápidamente entre las estanterías y los bidones llenos de comida hasta la puerta que conducía a la zona de carga. Antes de entrar, miró por la ventanilla para asegurarse de que no hubiera personal de seguridad. La puerta siseó al abrirse y ambos entraron en el hangar de carga.

Los trabajadores se afanaban en descargar las mercancías en pequeñas plataformas. Había un gran transporte fuera de la nave con la rampa de descenso abierta de par en par.

—Coge un contenedor —le dijo Qui-Gon mientras se agachaba para coger una caja en la que se leía "fruta seca".

Obi-Wan cogió otra en la que ponía "granos de soli" y resopló por el esfuerzo que le supuso llevársela al hombro. ¿Por qué no había cogido algo más ligero, como Qui-Gon?

El Maestro Jedi se dirigió rápidamente hacia el transporte de mercancías. Nadie parecía percatarse de que estaban sacando cosas de la nave en lugar de introducirlas. Una de las muchas lecciones que Qui-Gon le había enseñado a Obi- Wan era que, en un entorno desconocido, lo mejor era parecer ocupado para pasar desapercibido.

Llegaron al transporte sin ser vistos. Obi-Wan descargó aliviado su pesada carga junto a las otras cajas y bidones apilados. Desde ese lugar podían ver el bullicioso puerto estelar. Los pasajeros que ya habían pasado el control se arremolinaban en busca de algún medio de transporte local. Qui-Gon y Obi-Wan fueron hacia ellos.

¡Vosotros! ¡Alto! —ordenó bruscamente alguien a sus espaldas.

—No te des la vuelta —dijo Qui-Gon a Obi-Wan en voz baja—. Actúa como si no supieras con quién hablan.

 

¡Deteneos!

Ambos oyeron a alguien corriendo hacia ellos.

Obi-Wan captó una momentánea duda en Qui-Gon. No habían hecho nada malo y no había razón para correr, pero tendrían que explicar cosas que Qui-Gon no quería explicar.

El Maestro Jedi tomó la decisión con la celeridad de costumbre.

—Corre —dijo con determinación.

Obi-Wan, que estaba esperando esa orden, echó a correr con Qui-Gon. Los dos Jedi se movieron ligeros como la brisa entre la multitud sin dar un codazo y sin rozar un hombro. Sólo una pequeña corriente a su paso agitaba levemente una túnica o un cabello.

Llegaron a la entrada de la terminal y se unieron a los paseantes de las calles de la ciudad. Qui-Gon aminoró el paso de inmediato para mezclarse con la gente. Obi-Wan le seguía de cerca, esforzándose por controlar su respiración. Admiraba la capacidad de Qui-Gon para pasar de una carrera desenfrenada a un paseo tranquilo sin perder el ritmo. A los ojos de cualquiera, Qui-Gon era un paseante más en la ciudad.

Las calles estaban todavía más atestadas de gente que la terminal.

—Sin duda se rendirán —dijo Qui-Gon a Obi-Wan, sonriendo y asintiendo como si estuviera hablando del tiempo—. Es muy aburrido seguir a un par de viajeros extraviados por las calles de la ciudad.

Con el corazón y los nervios volviendo a su estado normal, Obi-Wan pudo al fin contemplar lo que le rodeaba. La ciudad de Thani hervía. Los deslizadores abarrotaban el amplio bulevar. Edificios de cientos de metros de alto se elevaban a ambos lados con sus fachadas brillando con destellos de plata y bronce ante la radiante luz del sol. Apiñadas entre los elevados e impresionantes rascacielos había construcciones de menor tamaño. Señales parlantes y parpadeantes anunciaban préstamos a bajo interés y adelanto de créditos a todo riesgo. Filas desordenadas de gente apelotonada entraban en esos edificios. Obi-Wan pasó por un enorme panel en el que podía leerse: "Riquezas inimaginables con sólo una apuesta: Katharsis".

—Katharsis —repitió él—. Oí esa palabra en la nave de pasajeros.

No sé lo que es —musitó Qui-Gon—. Thani ha cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí. Claro que fue hace casi diez años. Parece más grande y más ruidosa. Y hay otra diferencia...

Obi-Wan percibió un movimiento tras él y miró el reluciente escaparate del edificio de enfrente. Dos guardias de seguridad uniformados avanzaban rápidamente por la abarrotada avenida sin apenas llamar la atención. A Obi-Wan no le cabía duda de que se dirigían hacia ellos.

—Qui-Gon... —comenzó a decir, pero Qui-Gon ya los había visto.

—Le están dando más importancia de lo que yo creía —dijo, recuperando el

 

ritmo—. Ve a la izquierda.

Obi-Wan se deslizó a la izquierda y se metió en un estrecho callejón. Lo cruzaron a toda velocidad, empleando la Fuerza para saltar por encima de una pila de cajas abandonadas y doblando a la derecha para introducirse en otro callejón.

El fuego de una pistola láser sonó a sus espaldas. Oyeron el choque de las cajas contra los muros.

—Van en serio —dijo—. Vamos hacia arriba.

Aún no podían verlos, pero los guardias doblarían la esquina en cualquier momento. Qui-Gon extrajo el lanzacables de su cinturón. Activó el dispositivo y el doble cordel se elevó disparado y se enganchó en una cornisa. Obi-Wan también activó el suyo. Se agarraron y dejaron que el dispositivo les elevara hasta el tejado, al que saltaron sin problemas. Ambos recuperaron rápidamente los cordeles.

Qui-Gon vio a los guardias corriendo por el callejón. Pasaron de largo, doblaron la esquina y desaparecieron.

—Menos mal —dijo Obi-Wan.

Pero Qui-Gon no se movió. Unos segundos después, los guardias volvieron. Uno de ellos sacó unos prismáticos y comenzó a inspeccionar meticulosamente los tejados.

—Creo que no se van a rendir —murmuró Qui-Gon en voz baja.

Los dos Jedi retrocedieron agachados hasta que estuvieron fuera del campo de visión. Después saltaron al suelo desde el otro lado del tejado. Corrieron el tramo que quedaba de callejón y volvieron a mezclarse con la multitud de la transitada calle.

—Así no les perderemos nunca —dijo Qui-Gon. Obi-Wan estiró el cuello para mirar por encima de la gente.

—Todo el mundo se dirige hacia ese pabellón —dijo a Qui-Gon—. Quizá podamos perderles en el interior.

Se mezclaron con el gentío y llegaron a la entrada lo antes posible. Un letrero gigante parpadeaba con letras luminosas a cien metros de altura: "KATHARSIS".

—Creo que estamos a punto de averiguar qué es eso —dijo Obi-Wan con curiosidad.

Había varias entradas y Qui-Gon se unió a la riada de público en la parte más abarrotada. La corriente de gente entraba por una puerta lo suficientemente grande como para que un caza pasara por ella.

"¿Necesita créditos? ¡Pare aquí!". Las señales parpadeaban alrededor de unas cabinas cercanas a la entrada. Más adelante, Obi-Wan vio varios puestos de comida. Un aroma tentador flotaba hacia ellos. Su estómago volvió a quejarse y él estuvo a punto de soltar un gruñido. Con Qui-Gon nunca sabía cuándo sería la hora de comer. Su antiguo Maestro Jedi parecía subsistir mediante una dieta de

 

aire fresco y determinación.

—Debe de tratarse de la celebración de algún tipo de juego —dijo Qui-Gon—.

Curioso.

—Y es popular —añadió Obi-Wan, empujado por el gentío que entraba.

Entraron en el pabellón y se encontraron por encima del área central, donde se veía un gigantesco anillo con otro anillo concéntrico de menor tamaño en el interior. Enormes pantallas estaban distribuidas por todo el pabellón, situadas en diferentes lugares y a distintas alturas para que pudieran verse desde cualquier punto del amplio recinto. Todas mostraban escenas de paisajes naturales, y varios altavoces ocultos emitían una música atronadora.

Las alas centrales estaban rodeadas de cabinas flotantes. También había asientos fijos rodeando la zona. Las filas más altas se perdían en la inmensidad del pabellón.

Subieron en busca de dos asientos vacíos cerca de la salida. La penetrante mirada de Qui-Gon escudriñó la multitud buscando los guardias que les seguían.

Por fin encontró asientos a poca distancia del final. Se sentaron y Obi-Wan centró su atención en las pantallas gigantes, que comenzaron a mostrar una serie de nombres y números que no pudo descifrar. El posabrazos de su asiento también tenía una pantalla con un teclado.

Mientras Qui-Gon examinaba a la multitud, Obi-Wan se acercó a un telosiano de gran estatura que estaba sentado junto a él.

—Es la primera vez que vengo —dijo—. ¿Puede explicarme qué ocurre?

—Las pantallas muestran el estado de las apuestas para los juegos — respondió su compañero, señalándolas—. Puedes apostar desde tu sitio en cada prueba. Hay veinte rivales en las distintas competiciones.

—La semana pasada mutilaron a Rolo —dijo afligido su compañero—. Aposté veinte mil créditos por él.

Las vestiduras del telosiano estaban raídas. No parecía un ciudadano rico. Obi- Wan estaba asombrado. ¿Cómo podía permitirse apostar tanto?

—Hoy he apostado mi dinero a Tamor —continuó el segundo telosiano.

—Puedes ir haciendo apuestas mayores a medida que avanza el día —explicó el primer telosiano—. Y en la última competición todos nos retiramos y los apostantes entran en juego.

¿Los apostantes? —preguntó Obi-Wan. El telosiano asintió.

—Todos los ciudadanos entran en un sorteo una vez a la semana. Se escogen tres. Ellos son los únicos que pueden apostar en la última competición. El bote acumulado es enorme.

—Ganar te resuelve la vida —dijo el compañero con los ojos brillantes—. La

 

semana pasada no ganó nadie, así que el bote es mayor que nunca.

—El sorteo es gratuito —explicó el primer telosiano—. Todos los telosianos nativos entran en él automáticamente a través del Gobierno. Es muy beneficioso para Telos.

¿Seguro?, se preguntó Obi-Wan contemplando la multitud. Ahora entendía la feroz energía que había sentido al abrirse paso entre el gentío. Una energía de unión. Era la codicia.

—Es como si toda la ciudad estuviera reunida en este lugar —comentó Obi- Wan.

Los dos telosianos asintieron.

—La ciudad se queda vacía en Día de Katharsis. Y hay público que viene desde otros puntos del planeta.

—Hay otros pabellones de katharsis en otras partes de Telos, naturalmente — dijo el segundo telosiano—, pero éste es el más grande —añadió con orgullo.

¡Está empezando! Tengo que hacer mi apuesta —el primer telosiano se giró para contemplar el centro del pabellón. Sus ávidos ojos buscaban a los competidores.

La multitud comenzó a rugir cuando los participantes ocuparon sus puestos en el anillo inferior, se alinearon y saludaron al público.

Obi-Wan percibió que Qui-Gon daba un respingo. Los ojos del Caballero Jedi vigilaban unos niveles más bajos.

Obi-Wan siguió su mirada. Los mismos oficiales de seguridad iban de un lado a otro entre las filas de asientos, buscando por todas partes.

—Un punto a favor de la seguridad telosiana —comentó Qui-Gon mientras se levantaba—. Son realmente minuciosos.

Obi-Wan siguió a Qui-Gon y pasó por delante de los espectadores de su fila de asientos. Cuando llegaron al rellano aceleraron el paso y ascendieron con rapidez a la siguiente sección, y después a la otra. Los guardias de seguridad seguían subiendo tras ellos, escudriñando a la multitud.

—Tendremos que dar un rodeo hasta uno de los niveles de salida —dijo Qui- Gon a Obi-Wan por encima del estruendo de los aplausos.

Obi-Wan observó la zona en busca de las señales luminosas azules que indicaban las salidas. Vio una más adelante y se la señaló a Qui-Gon. Se dirigieron hacia allí, pero cuando llegaron comprobaron que había sido bloqueada. Si la abrían sonaría la alarma.

Qui-Gon dio la vuelta por donde habían llegado, pero la policía estaba inspeccionando las filas más cercanas a ellos. En cualquier momento verían a los Jedi.

—No sé si nos persiguen a nosotros o a esos criminales fugados —dijo Qui- Gon frunciendo el ceño—. Creo que vamos a tener que averiguarlo. Emplearé la

 

Fuerza para pasar desapercibidos.

En ese momento, uno de los guardias miró por encima de las cabezas y les vio. Dio un codazo a su compañero y ambos echaron a correr hacia los Jedi, moviéndose de forma rápida y controlada para no atraer la atención.

De repente, una voz amistosa se escuchó a sus espaldas. —Vosotros dos,

¿buscáis sitio? Yo tengo de sobra en mi cabina.

Obi-Wan y Qui-Gon se volvieron para mirar. Había un joven sentado en el interior de una de las cabinas flotantes de lujo, que seguía anclada por un lado. Sus ojos oscuros miraban relucientes, y tenía pelo rubio despeinado, como si se pasara la mano por él constantemente.

¿Me haríais el honor? —preguntó.

—Gracias, será un placer —respondió Qui-Gon subiéndose a la cabina. Sin apresurarse, ayudó a Obi-Wan a hacer lo mismo.

Obi-Wan se introdujo en el reducido espacio con la misma rapidez. Su nuevo compañero pulsó una palanca y la cabina despegó del suelo y se elevó hasta el centro del pabellón.

—Gracias de nuevo —dijo Qui-Gon amablemente—. Nos estaba resultando difícil encontrar un asiento.

—Claro —su rescatador les dedicó una mirada perspicaz—. Sobre todo si te persigue la policía de seguridad. Si pensáis que conmigo estáis a salvo, estáis locos.





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