Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 8. AJUSTE DE CUENTAS -Capítulo 8-

                                                         



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El malvado aprendiz de Qui-Gon Jinn, Xánatos, le ha tendido una trampa a su antiguo Maestro. Ha guiado a Qui-Gon y a un joven Obi-Wan Kenobi e su planeta natal, Telos… y los ha acusado de un crimen que ellos no cometieron.
La pena es la muerte.
De pronto Qui-Gon y Obi-Wan son fugitivos en un planeta donde todos son enemigos.
El día del ajuste de cuentas de Xánatos ha llegado.


Capítulo 8

Obi-Wan y Qui-Gon fueron trasladados de inmediato a la Comisaría Central, donde fueron reconocidos como criminales galácticos fugados y conducidos a prisión. Qui-Gon solicitó que se notificara el incidente al Templo, pero la petición fue denegada.

—La justicia telosiana solía ser equitativa —dijo a Obi-Wan ya en la húmeda celda subterránea—. Deberían darnos la oportunidad de defendernos.

—Ni siquiera sabemos de qué se nos acusa—dijo Obi-Wan—. ¿Crees que descubrirán que todo es un montaje?

—Siempre cabe esa esperanza —dijo Qui-Gon—. No pueden retenernos durante mucho tiempo sin demostrar que hemos hecho algo malo. Por lo menos no encontraron los sables láser.

Empleando la Fuerza, Qui-Gon había conseguido impedir que los guardias les registraran a fondo.

¿Y por qué no echamos esta puerta abajo? —preguntó Obi-Wan, colocando las manos sobre el duracero blindado.

—Porque tendremos a cincuenta guardias encima antes de que podamos ir muy lejos —dijo Qui-Gon—. Tenemos que esperar a que llegue el momento oportuno. Encontraremos la forma de escapar.

—No puedo creer que Den nos abandonara de esa manera —dijo Obi-Wan disgustado—. Seguro que supo que la alarma de seguridad se disparó en cuanto los monitores se bloquearon.

—Sí, eso creo —dijo Qui-Gon con calma—. Pero es mejor que nos concentremos en lo que vamos a hacer ahora.

¿Qué podemos hacer? —preguntó Obi-Wan—. Estamos encerrados.

—Podemos pensar en el siguiente paso —dijo Qui-Gon—. Es una pérdida de tiempo echarle la culpa a Den. ¿Qué aprendimos cuando fuimos a UniFy?

—Yo sólo aprendí que la gente que trabaja en empresas envía demasiados informes —dijo Obi-Wan descorazonado.

—Había muchos, es cierto —admitió Qui-Gon—. Y la mayoría eran triviales. Muchos de ellos sólo servían para confirmar una conversación por un comunicador. ¿Te diste cuenta? Sospecho que esa cantidad de archivos es para frenar a los inspectores en caso de que la compañía sea investigada. Es muy difícil encontrar la verdad cuando está enterrada bajo montañas de datos. ¿Te recuerda eso a algo?

Obi-Wan pensó un momento.

—Offworld —dijo al fin—. Esa compañía oculta sus verdaderas intenciones e incluso la ubicación de su sede central utilizando a otras empresas. Emplea la confusión para esconderse.

 

—Exactamente —dijo Qui-Gon—. Y hay otra cosa que aprendí en UniFy. Cuando los monitores se bloquearon, pude ver lo que estaba haciendo Den. No buscaba archivos sobre Offworld o los Lagos Sagrados. Buscaba archivos sobre la katharsis.

¿Por qué? —preguntó Obi-Wan.

—Desconozco la respuesta —dijo Qui-Gon—, pero la pregunta es interesante. UniFy administra los fondos del sorteo, así que supongo que tendrá archivos sobre la katharsis. Pero ¿por qué estaba Den tan interesado? Piensa en su carácter.

Obi-Wan recordó las palabras de Andra.

—Seguro que piensa que puede enriquecerse de algún modo.

—Exactamente —asintió Qui-Gon—. Creo que fue por eso por lo que accedió a ayudarnos. Así que, ya ves, cuando salgamos de aquí, tendremos otra cosa más que investigar.

¿Cuando salgamos de aquí? —preguntó Obi-Wan, mirando a la puerta acorazada de duracero.

—Saldremos —dijo Qui-Gon con el mismo tono tranquilo.

Obi-Wan deseó estar tan seguro. Tenía la sensación de que ahora que Xánatos les tenía donde quería, no sería tan estúpido como para dejarlos escapar.

***

Pasaron frío en la celda aquella noche. Obi-Wan se despertó antes del alba. Estaba tumbado en un jergón, con los ojos abiertos. La celda no tenía ventanas, así que no podía distinguir las paredes del suelo. La oscuridad le rodeaba, como si estuviera flotando en el vacío. Quizás esa sensación de desorientación era parte del castigo.

El único indicio de la llegada del día fue que las luces del calabozo se encendieron. Les dieron un poco de pan duro y un té suave para desayunar.

El día pasó lentamente. Qui-Gon pidió repetidas veces poder dirigirse a algún superior, pero la petición fue denegada.

Qui-Gon y Obi-Wan hicieron una serie de estiramientos musculares para no entumecerse y luego meditaron. En cautividad, un Jedi organizaba su mente, calmaba el espíritu y fortalecía su cuerpo.

Qui-Gon meditaba sentado en el duro suelo de piedra. De repente suspiró y levantó la cabeza.

—Lo siento, Obi-Wan.

Obi-Wan se quedó atónito ante la frase.

¿Cómo has dicho? —preguntó.

—Deberías estar en el Templo. No tendría que haber dejado que me acompañaras. Fue un error por mi parte.

 

—La decisión fue mía—dijo Obi-Wan—. Y no lamento estar aquí. La sonrisa de Qui-Gon era tan tenue como la luz.

¿Aunque tengas hambre y frío?

—Estoy donde debo estar —respondió Obi-Wan—. Contigo. Qui-Gon se puso de pie.

—Fui muy duro contigo tras lo ocurrido en Melida/Daan.

—No más de lo que me merecía —a Obi-Wan le sorprendió ver la emoción en el rostro de Qui-Gon. Era la primera vez que su antiguo Maestro sacaba el tema del enfrentamiento entre ellos, y lo hacía con más dolor que ira. Parecía estar buscando cuidadosamente las palabras.

—No, Obi-Wan, fue mucho más de lo que te merecías —corrigió Qui-Gon—. Me he dado cuenta de que mi reacción fue consecuencia de mis propios errores y no de los tuyos. No había tenido la ocasión de decírtelo. Yo... —se detuvo de repente

—. Está aquí —murmuró.

Entonces Obi-Wan lo percibió también. La perturbación en la Fuerza era como el susurro de un gas venenoso colándose a través de la rendija de la puerta y llenando la habitación. Se puso de pie y se colocó frente a la puerta.

La lámina de duracero se abrió rápidamente con un zumbido. Xánatos estaba en el pasillo. Llevaba la túnica negra echada hacia atrás, las piernas levemente separadas y las manos en las caderas.

—¿Os divertís? —preguntó, levantando una ceja y sonriendo. Qui-Gon se colocó frente a él sin hablarle.

—Ah, el rollo silencioso —dijo Xánatos con un suspiro—. Y yo que pensaba que podríamos charlar un rato. No queda mucho tiempo. Ya se ha decidido vuestro castigo.

—Pero si no ha habido juicio —dijo Qui-Gon con calma.

—Pues claro que sí —respondió Xánatos—. Pero se os consideró demasiado peligrosos para asistir.

¡Tenemos derecho a asistir a nuestro juicio! ¡Eso no es justo! —exclamó Obi- Wan.

Xánatos negó con la cabeza.

—Ah, recuerdo cuando yo era así de joven. Cuando pensaba que la vida me trataría con justicia. Antes de conocerte, Qui-Gon Jinn.

—La vida no te trata ni justa ni injustamente —dijo Qui-Gon—. Sólo está ahí.

Depende de nosotros ser justos o injustos.

—Nunca es demasiado tarde para un poco de la gran sabiduría Jedi —dijo Xánatos con tono de burla—. Y siempre es lo mismo. Sólo acertijos. Pues adivina esto, Jedi. Como vosotros no comparecisteis en el juicio, fui yo quien acudió por

 

vosotros. Fui el testigo estrella en vuestra contra. Tenía pruebas de vuestros crímenes, registros de los muchos planetas que han presentado cargos contra vosotros, relatos sobre la cantidad de veces que habéis escapado de la justicia por la galaxia. Y, por fin, la justicia os ha dado alcance en Telos. También ayudó el hecho de tener a un padre destrozado en el tribunal, desgarrado por la muerte de su hijo a manos de tu cómplice —Xánatos suspiró profundamente—. Pobre Bruck. Siempre pensé que sólo necesitaba un empujoncito para tener éxito. ¿Cómo iba yo a saber que sería Obi-Wan Kenobi el que se lo daría?

Xánatos levantó una mano y la chocó con la otra en una sonora palmada. Fue estremecedoramente similar al ruido que hizo la cabeza de Bruck cuando se golpeó contra las rocas de la cascada. Obi-Wan intentó no pestañear. No quería dar a Xánatos esa satisfacción, pero sintió un golpe dentro de él. La desesperación y la culpa surgieron en su interior cuando recordó la mirada sin vida de Bruck y el brazo estirado como si fuera un último y desesperado grito de ayuda.

—El tribunal puede haber escuchado todas tus mentiras —dijo Qui-Gon rápidamente, percibiendo el dolor de Obi-Wan e intentando distraer a Xánatos—, pero cuando el Templo sepa...

Xánatos rió.

—Cuando el Templo conozca vuestro destino, ya estaréis muertos. Ésa es vuestra sentencia, Jedi. Pena de muerte.

Xánatos se adelantó súbitamente. Sus ojos azules brillaban como la parte más ardiente de una llama. Su pálida piel parecía estirarse sobre sus huesos. Su rostro era como una calavera con ojos de fuego.

—Y yo estaré ahí para veros morir —siseó en el rostro de Qui-Gon.





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