Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 8. AJUSTE DE CUENTAS -Capítulo 9-

                                                          



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El malvado aprendiz de Qui-Gon Jinn, Xánatos, le ha tendido una trampa a su antiguo Maestro. Ha guiado a Qui-Gon y a un joven Obi-Wan Kenobi e su planeta natal, Telos… y los ha acusado de un crimen que ellos no cometieron.
La pena es la muerte.
De pronto Qui-Gon y Obi-Wan son fugitivos en un planeta donde todos son enemigos.
El día del ajuste de cuentas de Xánatos ha llegado.


Capítulo 9

Ni siquiera tuvieron la oportunidad de decir nada más o de gritar pidiendo ayuda. Xánatos se aseguró de que toda una tropa de guardias les rodearan, y fueron conducidos por los pasillos de la prisión hasta el patio delantero.

El sol todavía estaba bajo en el cielo. Las dos torres de la cárcel proyectaban dos tétricas sombras en el suelo del recinto. Una multitud llenaba el terreno y llegaba hasta la calle. Cuando vieron a los prisioneros, estallaron en silbidos y abucheos.

—Les encantan las ejecuciones —murmuró uno de los guardias a otro.

Qui-Gon sintió una siniestra energía emanando del gentío. Telos nunca había tenido ejecuciones públicas. Ese tipo de demostraciones solían darse en planetas más primitivos. ¿Qué había ocurrido con el pacífico Telos? Un solo hombre, si era tan astuto y poderoso como Xánatos, había bastado para corromperlo.

Qui-Gon se sentía más seguro por la presencia de su sable láser bajo la túnica.

Sin embargo, no sabía cuándo podría utilizarlo.

Un patíbulo comenzó a elevarse impulsado por propulsores hasta que estuvo por encima del público. Dos fornidos guardias permanecían junto a dos losas articuladas de duracero. Una rampa iba desde las losas hasta el borde de la plataforma. Había hachas vibratorias apoyadas contra las losas. Qui-Gon adivinó al momento cómo se desarrollaría la ejecución. Obligarían a Obi-Wan y a él a tumbarse en las losas y luego les decapitarían con las vibro-hachas, las bisagras se doblarían y sus cabezas rodarían por la rampa e irían a parar frente a la multitud.

Era espantoso, pero rápido.

Qui-Gon vio cómo Obi-Wan tragaba saliva. Por primera vez, estaba realmente preocupado. Había pensado que en cualquier momento tendrían la oportunidad de escapar, pero ¿cómo se abrirían paso entre la multitud? Aunque pudieran librarse de los guardias y de Xánatos, la gente se pondría en su contra.

Les metieron en una jaula de energía que se elevó por encima de la excitada muchedumbre, que pedía a gritos una muerte dolorosa y lenta. Xánatos estaba en lo alto de las escaleras, mirando con ojos ávidos cómo ascendía la jaula.

Era el deber de un Jedi aceptar la muerte cuando llegaba, pero Qui-Gon no podía calmarse. No había llegado su momento. Ni el de Obi-Wan. Vio al chico esforzándose por controlar el miedo.

¡Matadlos! ¡Matad a los asesinos! —gritó la multitud.

Qui-Gon sintió la ira creciendo en su interior. Xánatos había provocado aquello. Había exacerbado a la gente. Había llenado sus mentes de odio y mentiras. Si Qui-Gon moría, Xánatos ganaría. Corrompería Telos todavía más y lo destruiría.

Qui-Gon no podía permitirlo.

Pero no debía luchar con ira en su interior, sino con justicia.

 

—No podemos rendimos —dijo Qui-Gon a Obi-Wan por encima del griterío—. Tendrán que retirar los barrotes de energía para que los ejecutores nos lleven a las losas. Entonces pelearemos. No está todo perdido. Tienes que estar en calma y alerta.

Obi-Wan asintió.

Qui-Gon se fijó en la firme resolución en la mirada de Obi-Wan. Tenían pocas posibilidades de escapar a su destino, pero Obi-Wan lo había aceptado. A Obi- Wan nunca le intimidaban las probabilidades en contra.

La jaula de energía descendió lentamente hacia el patíbulo. Los guardias de seguridad, montados en barredores, flotaban cerca de los prisioneros por si intentaban escapar.

Los gritos de la muchedumbre llegaban apagados a Qui-Gon. Toda su atención se centraba en los guardias del patíbulo. Estaba seguro de que Obi-Wan y él podrían con ellos. Pero ¿qué harían después? Tendrían que saltar al suelo, aunque recibieran ráfagas de pistolas láser desde arriba y abajo. Quizá lo repentino del movimiento facilitara la posibilidad de escapar. Quizá la muchedumbre no estuviera tan hambrienta de sangre como parecía. Pero no le parecían buenas probabilidades. Ni siquiera Den apostaría por aquello, pensó Qui- Gon con desaliento.

Los guardias del patíbulo dieron un paso adelante. Qui-Gon esperó a que los barrotes de energía desaparecieran. En cuanto lo hicieran, echaría a correr.

Por el rabillo del ojo, vio que uno de los barredores realizaba un movimiento extraño y miró hacia allí sin mover la cabeza. El piloto iba encapuchado. En apenas una milésima de segundo, Qui-Gon supo quién era. La sorpresa le dejó de piedra. Era Andra.

—Detrás de ti, Obi-Wan —dijo en voz baja—. Prepárate.

Los barrotes se retiraron. Los guardias fueron hacia ellos. Qui-Gon y Obi-Wan activaron sus sables láser simultáneamente y saltaron a su encuentro. Los disparos de pistolas láser resonaron a su alrededor, y ellos los rechazaron, girando a tanta velocidad que apenas se les distinguía.

Otro barredor se unió al de Andra. Los dos vehículos se acercaron a ellos con los motores rugiendo.

¡Salta! —gritó Qui-Gon a Obi-Wan mientras se arrojaba desde el patíbulo para caer en el barredor. El otro vehículo recogió igualmente a Obi-Wan. Qui-Gon vio por un momento el gesto determinado de Den.

Qui-Gon aterrizó sobre sus pies, se agarró a los hombros del piloto y se agachó en el asiento mientras el barredor giraba, torcía, subía, flotaba y volvía a girar, intentando esquivar a los guardias que les seguían.

Qui-Gon aún tenía el sable láser en la mano. Rechazó varios disparos mientras el vehículo se lanzaba entre los guardias. Vio a Obi-Wan haciendo lo mismo. Era difícil mantener el equilibrio en el ligero barredor, pero lo estaba consiguiendo.

 

Con un movimiento audaz, los barredores se dirigieron directamente hacia las torres de la prisión. Qui-Gon vio que las atalayas se acercaban cada vez más, tan cerca que podía apreciar las grietas y los huecos de la superficie. En el último momento, Andra giró bruscamente. Se acercaron tanto que Qui-Gon se arañó la mano. Dos de los barredores que les perseguían se estrellaron contra las torres. Andra y Den se alejaron a toda velocidad.

Qui-Gon miró hacia atrás. Lo último que vio fue a Xánatos, de pie, sin moverse y viéndole escapar. En la distancia, podía sentir los coletazos de odio que le llegaban. Sabía que volverían a verse. Xánatos se aseguraría de que así fuera.

 




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