Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 8. AJUSTE DE CUENTAS -Capítulo 5-

                                                         



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El malvado aprendiz de Qui-Gon Jinn, Xánatos, le ha tendido una trampa a su antiguo Maestro. Ha guiado a Qui-Gon y a un joven Obi-Wan Kenobi e su planeta natal, Telos… y los ha acusado de un crimen que ellos no cometieron.
La pena es la muerte.
De pronto Qui-Gon y Obi-Wan son fugitivos en un planeta donde todos son enemigos.
El día del ajuste de cuentas de Xánatos ha llegado.


Capítulo 5

En cuanto Obi-Wan vio a Qui-Gon cogiendo el sable láser, activó el suyo. Las dos armas brillaron con palidez azul y verde en la penumbra de la habitación.

Den tropezó al retroceder.

¡Jedi! ¡Toma ya! Ya decía yo que erais raritos, pero no Jedi.

—Nos has traicionado por la recompensa —dijo Qui-Gon.

¿Quién, yo? —preguntó Den poniéndose una mano sobre el corazón—.

¿Estás bromeando, verdad? Que me maten, porque estoy herido de muerte. No traicionaría a otro delincuente. Claro que vi el anuncio, pero yo no os entregaría.

¿A otro delincuente? —preguntó Obi-Wan. Den escudriñó tras la cortina.

—Esos guardias podrían estar aquí por mí. De hecho, pensé que venían a por mí en el pabellón de katharsis. No soy un delincuente exactamente. Soy más bien un... facilitador.

¿Y por qué tendríamos que creerte? —le preguntó Obi-Wan.

—Pues, veamos, ¿porque vosotros también sois delincuentes? —Den se separó de la ventana—. Guardad las espadas ésas. Hay una salida.

Obi-Wan y Qui-Gon se miraron. El Maestro Jedi se encogió de hombros. ¿Qué otra cosa podían hacer? Era mejor confiar un poco más en Den que enfrentarse a veinte oficiales de seguridad.

Den les llevó por el pasillo hasta la cocina, se acercó hasta una puertecita en la pared y la abrió.

—Después de usted —dijo a Obi-Wan. Un olor repugnante sacudió al joven.

¿La rampa de la basura?

¿Tienes una idea mejor? —preguntó Den—. Bueno, si insistes, iré primero.

Se introdujo en el reducido espacio y se dejó caer. Oyeron un ruido sordo y un gritito. Luego les llegó la hueca voz de Den.

—No pretendo decirles a dos Jedi lo que tienen que hacer, pero sería mejor que os dierais prisa.

Obi-Wan se metió por la abertura y se deslizó. Pasó entre restos de verdura y comida podrida. Su mano rozó algo viscoso y luego cayó en un gran contenedor lleno de basura. Un momento después, Qui-Gon aterrizó a su lado.

—Ha sido maravilloso —dijo Qui-Gon, quitándose un resto de algo de la túnica

—. Gracias.

—Ha sido un placer. Por aquí —les apremió Den.

Salieron del contenedor y siguieron a Den por un pasillo en el que se alineaban estanterías repletas de latas de comida.

 

—Hace cincuenta años, Telos sufrió una ola de hambre —explicó Den—. Mi casera tenía diez años por entonces, pero no pudo olvidarlo. Está más loca que yo.

El pasillo acabó por fin en una puerta inclinada.

—Esto nos llevará a los jardines —explicó Den en voz baja—. No parecen pertenecer a la casa, así que apuesto diez contra uno a que no lo habrán tomado.

¿Diez contra uno?  preguntó Qui-Gon.

¡Son muchas posibilidades! —le garantizó Den—. Oye, si seguís sin confiar en mí, matadme ya. Venga. Sacadme de mi miseria. Si me equivoco, partidme en dos con ese tubito brillante que lleváis. ¿No? De acuerdo, vamos entonces.

Qui-Gon miró asombrado a Obi-Wan, que le respondió frunciendo el ceño. No entendía por qué Qui-Gon siempre confiaba en los canallas que se encontraban, y, sin embargo, en lo referente a él, siempre era estricto y severo.

Den abrió sin mucha dificultad la puerta inclinada. Subieron un tramo corto de escalones y salieron al exterior. Estaban rodeados de plantas de elevada estatura y hojas verdes.

Den les indicó con la cabeza hacia dónde debían ir. Mientras se abrían paso entre el crujido de las plantas, intentando no agitarlas más que el viento, podían oír a los guardias echando puertas abajo en la casa de huéspedes.

Cuando llegaron al final del jardín, Den dudó.

¿Ahora qué hacemos? —preguntó Obi-Wan.

De repente, un disparo de pistola láser alcanzó la hilera de plantas que tenían a la derecha.

—Eeeh, déjame pensar... ¿Correr? —sugirió Den.

Echaron a correr zigzagueando por los jardincitos. Qui-Gon miró hacia atrás y vio a los guardias tras ellos.

—Llevamos mucha ventaja —gritó Den—. Podemos dejarles atrás. Por lo menos no van en motojets.

En ese momento, tres motojets salieron tras ellos.

—Vaya —jadeó Den.

¡Activa el sable láser! —gritó Qui-Gon a Obi-Wan.

No aminoraron la marcha y mantuvieron el ritmo de Den. La Fuerza les indicaba cuándo darse la vuelta para rechazar los disparos con el sable láser.

Den zigzagueó por un laberinto de callejuelas. Las motojets les ganaban terreno.

—Aguantad un poco, ya casi estamos —les gritó.

Salieron a un jardín donde una tubería de drenaje surgía del césped. Den se introdujo en su interior. Obi-Wan y Qui-Gon le siguieron rápidamente. Las motojets

 

rugieron furiosas sobre sus cabezas. Los disparos de pistola láser rozaron la tubería, pero no traspasaron el metal.

—Esto discurre bajo tierra hasta un sótano cercano —dijo Den—. Nunca nos encontrarán.

—Eso fue lo que dijiste antes —gruñó Obi-Wan.

—Dije diez contra uno —corrigió Den—. La próxima vez te daré más posibilidades.

Se arrastraron a cuatro patas sobre agua sucia y cubierta por una capa de lodo.

—Den, ¿qué era lo que drenaban por esta tubería? —preguntó Qui-Gon. El olor era peor que el de la rampa de basura.

—No preguntes —dijo Den sonriendo.

Al fin vieron un pálido rayo de luz. Fueron a parar al suelo de un sótano, con las túnicas manchadas de polvo, basura y una sustancia que Obi-Wan prefirió no identificar.

Den les condujo al exterior a través de una puerta lateral, y salieron a un callejón. Luego miró a ambos lados y hacia arriba.

¿Lo veis? Estamos salvados.

¿Tú estarás a salvo a partir de ahora? —preguntó Qui-Gon.

¿Es una broma, no? ¡No podéis dejarme ahora! —protestó Den—. Aún no he terminado de salvaros el pellejo. Vamos, yo os llevé hasta el peligro. Dejad que os saque de él. Conozco un sitio seguro en el que podéis quedaros.

¿Tan seguro como el último? —preguntó Obi-Wan.

—Éste es distinto —les garantizó Den—. Es el escondite de un colega. Mirad, los guardias estarán por todas partes. Tenéis que ocultaros al menos unas horas.

 

¿Y por qué deberíamos fiamos de ti? —preguntó Qui-Gon.

—Quizá porque no hay más opciones —dijo Den.

—Uno siempre tiene opciones —concluyó Qui-Gon—, pero te seguiremos.

 






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