Fanfic Piratas del Caribe -El Libro del Destino- *Capítulo 19: La Dura Realidad*

                                                         Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: EL LIBRO DEL DESTINO*

CUARTA PARTE: CUESTA ABAJO

¡Jack y Jacky se separaron! ¡ahora son 2! ¡Un hombre y una mujer! ¡Doble problemas para todos! ¿Lograrán cambiar sus destinos y el de los demás? Continuaciòn de La Maldición del Anillo de la Calavera. James y Jacky pasan su primera noche juntos...¿pero será la última?

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD

*Capítulo 19: La Dura Realidad*


¿Cómo habían pasado aquella noche como fugitivos en Tortuga la pequeña
Alwine y el sabio doctor Jacobson? Pues no muy bien exactamente, ya que
la lluvia los había sorprendido escapando entre las alborotadas calles
de aquel asentamiento repleto de la peor escoria que se pudiera
encontrar en aquellos lugares.

Tratando de ignorar el terrible dolor que aquejaba a su brazo derecho,
el doctor siempre intentaba evitar llevar a la niña por zonas que
evidenciaban estar transitadas por gente peligrosa que estuviera
perversamente interesada en hacerse de una pequeña niña indefensa. Y
así, tomados de la mano, recorrieron las callejuelas más silenciosas y
oscuras de Tortuga en busca de un buen refugio contra la noche y en
contra se sus enemigos, que seguramente los estarían buscando muy
deseosos de echarles la mano encima.

Lo mejor que pudieron encontrar para refugiarse fue un viejo establo que
se caía a pedazos con un techo que apenas podía llevar ese nombre por el
deteriorado estado en el que se encontraba.

—¿No te importa dormir en este lugar, mi pequeña amiga? —le preguntó.

La pequeña sonrió.

—No mientras estemos juntos.

Sonriente, el doctor le acarició la cabeza para luego bajar al suelo el
saco que llevaba al hombro, comenzando a buscar algo en él.

—¿Sabes cómo encender fuego, Alwine?

—Sip.

—Muy bien, ¿qué te parece si lo vas encendiendo en aquel rincón mientras
yo busco alguna cosa para que comamos?

—¡De acuerdo! —exclamó sonriendo la pequeña y se dirigió hacia el lugar
que su amigo le había señalado, dispuesta a cumplir con su labor.

Luego de que Christian prepara la comida con un poco de patatas, huevos
y tocino —todo eso robado del barco de Bart "Sangre Negra" Morgan— en
una vieja olla de barro, ambos se dispusieron a comer aquel rico
alimento aderezado con un poco de sal y pimienta robados también del
mismo lugar.

Una vez que hubieron cenado bajo techo del precario refugio en donde se
guarecían, se dispusieron a dormir bajo una vieja manta que habían
encontrado en el establo. Para poder proporcionarle todo el calor
posible a la pequeña niña, el doctor Jacobson se había sentado sobre un
buen poco de paja echándose la manta encima y, abrazando a Alwine entre
sus brazos, la estrechó contra su pecho para mantenerla caliente y lo
más cómoda posible. Y así, mientras él le contaba algunas anécdotas
graciosas que le habían sucedido a lo largo de su vida y algunos cuentos
infantiles que se sabía, la pequeña Alwine se durmió al fin mientras
murmuraba tiernamente con un suspiro lleno de felicidad:

—… Buenas noches, papá…

Los hermosos ojos celestes de Christian se agrandaron enormemente cuando
escuchó aquellas palabras tan dulces y llenas de esperanza, y entonces,
en ese momento, a su mente volvieron aquellos lejanos recuerdos de su
efímera familia que aún atesoraba en su corazón, unas cuantas lágrimas
recorrieron su rostro aún atractivo a pesar de la edad que tenía.
¡Extrañaba tanto a su pequeña hija!

Y así, abrazando con dulzura a su pequeña protegida, el doctor Christian
Jacobson sintió que, de alguna manera, había recuperado a su amada
hijita que había perdido hacía ya mucho años atrás.

Muy pronto se quedó dormido soñando con la familia que tanto había amado
y seguía haciéndolo.

A la mañana siguiente, Alwine se despertó sobresaltada, llena de temor
al creerse aún en el horrible barco del cruel capitán Morgan, quien,
seguramente, muy pronto le daría otra paliza, pero luego de pestañear
unos segundos y mirar muy extrañada a su alrededor, la niña logró
enfocar su mente y comprender que estaba en un lugar completamente
diferente, de peor aspecto, pero en libertad, en completa libertad.
También se dio cuanta que estaba recostada sobre la paja al lado de su
buen amigo y protector, quien aún la rodeaba con sus brazos a pesar de
estar completamente dormido.

Con la sola idea en su mente de despertar al doctor, la niña comenzó a
sacudirlo con sus manitas hasta lograr despertarlo después de unos
minutos de intentarlo.

Apenas abrió los ojos, Christian se dio cuenta de que algo no andaba
bien, se sentía muy cansado y con el cuerpo terriblemente adolorido,
sonriéndole a Alwine para no alarmarla, se llevó la mano a la frente y
constató que estaba ardiendo en fiebre. Aquella no era una buena señal.

Tratando de quitarle importancia al asunto, el tío de Isabel se puso en
pie y dijo:

—Debemos marcharnos de aquí, mi pequeña amiga —le dijo con una fingida
sonrisa tranquilizadora—, estoy seguro de que los piratas de Morgan aún
nos están buscando.

—¿A dónde iremos? —preguntó la chiquilla mientras él se dedicaba a meter
la vieja y rotosa frazada a la bolsa junto con la olla y los víveres y
hacía desaparecer todo vestigio de la presencia de ambos en aquel lugar.

—A donde queramos, mi pequeña, a donde queramos; ahora somos libres de
decidirlo.

—¿Libres…? ¿Ahora somos libres…? —repitió Alwine aquella palabras como
si su pequeña mente quisiera comprenderlas como un adulto y poder
saborearlas como se debiera.

—Así es, libres —replicó sonriéndole de oreja a oreja, extendiéndole la
mano—. Todo está listo, ya podemos irnos de aquí.

Con los ojos brillantes y llena de felicidad, la niña tomó aquella mano
tan adorada y se fue trotando al lado de su amigo, ignorando que éste
estaba casi al límite de sus fuerzas.

Todo iba bien hasta que en una vuelta de la esquina se toparon
súbitamente cara a cara con tres de los tripulantes de /La Muerte
Anunciada/. Luego de mirarse por unos segundos con la cara más tonta que
se haya visto, uno de los piratas gritó:

—¡Allí están los perros! ¡Atrapémoslos!

Pero apenas los hombres comenzaron a correr, el doctor Christian
Jacobson reaccionó mucho más rápido que ellos y, con un vertiginoso
movimiento, golpeó con la bolsa unos cestos de mimbre que estaban
apilados para la venta, volteándolos y provocando que los piratas se
tropezaran tontamente con ellos y cayeran al suelo cuan pesados eran.
Aprovechando aquella oportunidad, los dos fugitivos echaron a correr a
toda velocidad según sus posibilidades, ya que una era demasiado pequeña
y el otro no estaba en muy buenas condiciones para hacerlo.

Perseguidos de cerca por los tres piratas ya recuperados, Christian y
Alwine corrieron como pudieron a través de las callejuelas llenas de
gente, animales y mercadería. El doctor aprovechaba cada oportunidad que
se le presentaba para poder retrasar la carrera de sus perseguidores; lo
lograba, pero nada más se podía hacer siendo un hombre enfermo y una
pequeña niña contra tres hombres de mar hechos y derechos.

Mientras ambos corrían a lo largo de una gran calle asinada de gente con
los piratas pisándoles los talones, a Christian se le ocurrió un
magnífica idea y, rezando porque sus carceleros no le hubieran
registrado los bolsillos cuando lo habían secuestrado, metió la mano en
uno de los bolsillos interiores de la casaca y sonrió al darse cuenta de
que aún tenía su monedero, que, como siempre, estaba repleto de monedas.
Los piratas habían estado tan enfrascados en huir de las costas de Port
Royal antes de que el almirante Jacobson se diera cuenta de lo que había
pasado, que se habían olvidado por completo de registrarle los
bolsillos. Y así, tomando bastante de aquellas monedas, las lanzó al
aire gritando:

—¡¿Quién ha perdido todas estas monedas de oro?! ¡¡Hay un montón
esparcidas por todo el suelo!!

Y como abejas sobre la miel, los transeúntes se lanzaron
precipitadamente el suelo apenas las vieron, tratando de apropiarse de
aquella riqueza caída del cielo, entorpeciendo el camino de los piratas
y permitiendo que nuestros protagonistas huyeran logrando tomar una
buena distancia y desapareciendo al fin de la vista de sus seguidores.

—¡Maldita sea! ¡El capitán nos va a desollar vivos! —se quejó uno de ellos.

—¡Cállate y procura recoger alguna moneda! —replicó el otro mientras
luchaba entre la gente para hacerse de alguna de ellas, olvidándose por
completo de su deber.

—Pero… —dudó su compañero—, el capitán dijo que…

—¡Que demonios importa lo que dijo el capitán! —exclamó el tercer pirata
a la vez que le daba un soberano puñetazo a un pobre sujeto para
quitarle las monedas que había recogido—. ¡Monedas como éstas no se
consiguen todos los días sin tener que arriesgar el cuello! ¡Olvídate de
ellos por ahora que después volveremos a encontrarlos!

Luego de unos segundos de indecisión, el pirata se alzó de hombros y se
tiró al suelo para apropiarse de algunas monedas de oro.

Con la treta exitosamente realizada, Christian y Alwine se alejaron
tanto de ellos que llegaron hasta los límites del pueblo y se internaron
en la vegetación tratando de buscar algún buen refugio para esconderse
hasta que los piratas se cansaran de buscarlos. Y mientras caminaban a
través de la espesura tropical, comenzó a llover nuevamente. Como
excelente doctor que era, Chrsitian actuó rápidamente y cubrió el cuerpo
de la niña con su casaca negra y su cabecita con la vieja manta,
tratando de que no se mojara y pescara un terrible resfriado.

—¿No te vas a mojar tú también? —preguntó la pequeña con una graciosa
carita de preocupación.

Sonriendo, el doctor se inclinó y la tomó suavemente del mentón y le dijo:

—No, mi querida amiguita, yo ya soy un adulto y no puedo enfermarme como tú.

Comenzaron a caminar nuevamente, tomados de la mano y sorteando algunos
obstáculos que le presentaba aquel lugar salvaje.

—¿Ya no nos perseguirán aquellos hombre malos?

—No lo creo, les dejé con algo muy entretenido para jugar.

Luego de un rato, ella preguntó preocupada:

—¿Ya está mejor del brazo?

—Mucho mejor, pequeñita, ya casi ni me duele —mintió con una forzada
sonrisa.

Siguieron caminando en silencio bajo la llovizna, Alwine estaba
fascinada con su nueva aventura pero ignoraba completamente que su
compañero había comenzado a sentirse muy mal.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Christian intentaba seguir
caminando a pesar de que ardía en fiebre y comenzaba a sentirse cada vez
peor y con menos fuerzas. A pesar de que el mediodía ya estaba llegando,
a los ojos del doctor solamente se presentaban las más terroríficas
sombras entre los árboles a pesar de que llevaba puesto sus anteojos
—que estaban rotos—. Ya no podía prestar toda su atención ni en la
incesante conversación de Alwine ni en el tortuoso camino, la fiebre
había comenzado a confundir su mente y prácticamente andaba a tientas. Y
ahora, con la lluvia, no había hecho otra cosa que empeorar su estado
junto con las preocupaciones que lo agobiaban.

Minutos después, cuando ya se sentía desfallecer, ambos llegaron hasta
las cercanías de una vieja casucha, que si no fuera por unas cuantas
gallinas y cabras que vagabundeaban por ahí entre una raquítica
plantación de hortalizas, hubieran jurado que nadie vivía en ella.

—Pregunta si hay alguien, pequeña mía… —pidió el buen doctor tratando de
mantener su compostura, pero sintiéndose muy débil como para poder alzar
la voz.

Alwine obedeció de inmediato, y llevando sus manitas a la boca como
haciendo una especie de cornetita, gritó:

—¡¿Hay alguien?! ¡¡Holaaa!!

Nadie respondió, al contrario, pareció como si todo se hubiera sumido en
un profundo silencio mucho más pronunciado que antes.

—¡¿Hay alguien?! —volvió a preguntar mientras el doctor rezaba en sus
adentros que ninguna persona perversa viviera en aquel lugar, pues
estaba demasiado débil como para tratar de defender a Alwine.

"¡Ojala sea alguien tan bueno y valiente como para aceptar cuidar a esta
niña sin negarse a la petición de un moribundo…!" —pensó con
desesperación mientras sentía que las piernas comenzaban a flaquearle.

De pronto, un ruido proveniente del interior de la casa, hizo callar a
Alwine y alarmar a Christian, quienes fijaron su vista sobre la vieja
puerta de madera cuando ésta comenzó a abrirse poco a poco haciendo un
ruido muy molesto contra la tierra.

Enorme fue la sorpresa de ambos cuando vieron aparecer a una joven mujer
con aspecto algo salvaje y desalineado empuñando en sus manos un par de
amenazantes carabinas. Aquella joven parecía tener entre 18 o 21 años,
su cabello era de un castaño oscuro, largo y enmarañado. Sus ropas
estaban sucias, rotas y viejas, de una estatura media y piel tostada por
el sol, sus centellantes ojos negros revelaban una personalidad fuerte,
decidida pero temerosa.

Ella estaba a la defensiva y los miraba con gran desconfianza.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es lo que están haciendo aquí? ¿Acaso
quieren robarme mis pollos? ¡Fuera de aquí si no quieren que les meta
una bala en la mollera!

Tremendamente asustada, la niña se refugió detrás del doctor, pero no le
quitaba la vista de encima.

Tan tranquilo como era su costumbre, el tío de Isabel trató de calmar a
la chica.

—Disculpe si la estoy molestando, señorita, pero antes de explicarle las
razones por la que estamos en su propiedad —hizo una solemne pausa y
agregó con evidente turbación—. Me quitaría el sombrero ante usted, mi
estimada señorita, pero como usted verá, me han despojado de tan
necesaria cortesía, así que le ruego que perdone mi atrevimiento ya que
no es malintencionado, así que le ruego me permita hacer las respectivas
presentaciones: soy el doctor Christian Jacobson y ella es la pequeña
señorita Alwine…

—¿Y qué con eso? ¡A mí me importa un bledo sus nombres! ¡Lárguense de
mis tierras inmediatamente! ¡No quiero a un loco merodeando por mis tierras!

Un poco confundido por aquella expresión bastante hostil, el doctor
siguió hablándole como si nada, con la mayor rectitud posible.

—Como usted quiera, señorita, pero a mí me importaría muchísimo saber su
nombre para poder tratarla como a la dama que es usted…

Ahora fue el turno de la joven para sentirse confundida, pues nunca
nadie se había molestado en saber su nombre ni mucho menos intentar
tratarla como una dama; y, luego de abrir y cerrar la boca como un pez,
logró emitir algunas palabras comprensibles.

—… Tú estás loco, pero como quiero que te vaya de aquí y dejes de
molestarme de una buena vez, te diré que mi nombre es Elena…

—¿Elena…? —repitió aquel nombre como si le hubiera hecho recordar algo
que había sido muy querido para él y lo había olvidado con el transcurso
del tiempo, devolviéndole a su mente recuerdos muy queridos y tristes
que se habían quedado en el camino hacía ya mucho tiempo.

Tal vez aquel nuevo despertar en sus recuerdos fue lo suficientemente
evidente en su semblante, pues la joven portadora de dicho nombre se le
había quedado mirando muy extrañada. Christian se dio cuenta de ello y
quiso explicarle el porqué, pero no pudo, pues de pronto, la terrible
debilidad que venía asediándolo lo gobernó por completo y todo se volvió
horriblemente oscuro a su alrededor, su cabeza comenzó a darle vueltas y
más vueltas hasta que sintió que estaba parado en la nada y creyó caer
en el vacío.

Y ante los aterrorizados ojos de Alwine y la sorpresa de Elena, el
doctor se desplomó en el suelo, perdiendo completamente el sentido.

--

Bastante alejado de las costas de /Tortuga/, /The Avenger/, el buque
insignia del Almirante George Jacobson, se encontraba oculto entre unos
arrecifes esperando el momento oportuno para entrar en acción.

Desde un comienzo Isabel había dado por muerto a su querido tío —a pesar
de que una vocecilla interior le gritaba que era todo lo contrario—, así
que se había puesto rumbo a Inglaterra, pero quiso la casualidad que al
poco rato de navegar por las aguas caribeñas, su barco se cruzara con
una fabulosa nave de la armada inglesa y decidió en el acto tomarla bajo
su mando y dar media vuelta para poder perseguir al pirata y cazarlo
para darle su merecido.

Intuyendo la dirección que Bart "Sangre Negra" Morgan tomaría luego de
secuestrar a su tío, Isabel había ordenado tomar todas las precauciones
necesarias para guardar la distancia entre su enemigo y ellos, pues
quería que éste se confiara para luego poder atacarlo por sorpresa y
acabarlo. Isabel no tenía muchas esperanzas respecto a hallar con vida a
su querido tío, pero estaba deseosa de realizar su venganza contra Morgan.

Muy poco pensaba en el desaire de su amigo James de la que había sido
objeto hacía un par de días, práctica como era, puso sus objetivos en
orden y el primero en la lista de su venganza era aquel desalmado
pirata; luego tendría tiempo para hacerle pagar a James lo que le había
hecho y obligarlo a casarse con ella, después de todo, Isabel estaba
segura de que él llegaría a amarla como debería luego de que se le
pasara el encaprichamiento que sentía por aquella estúpida Sparrow.
¿Cómo era posible de que perdiera el tiempo extrañando una mujer que
prácticamente jamás había existido? ¡Era inaudito! Pero éste no era el
momento de pensar en las insensateces de los demás.

—… Todo a su debido tiempo… La paciencia es una virtud… Pronto llegará
el momento oportuno para actuar… —murmuraba para sí misma mientras
observaba el horizonte marino con su dorado catalejo.

—¿Perdón, Señor? ¿Qué ha dicho? —preguntó uno de sus oficiales de más
alto rango, el capitán Lazzart, que había estado al mando del /The
Avenger/ antes de que Isabel lo tomara a su cargo.

Sin retirar la vista del catalejo, el almirante le contestó con gran
tranquilidad:

—Que muy pronto entraremos en acción, capitán; hay que estar preparados
pero siempre manteniendo la cautela.

—Bien, Señor… —asintió y se dedicó también a otear el horizonte.

Isabel sonrió. ¡Cómo le gustaba ser obedecida! Lástima que aquello no
funcionaba del todo algunas veces, siempre había alguien que contradecía
sus deseos… Tal vez necesitaría tener más poder y así ya nadie se
animaría a negar sus órdenes.

"La /East Indian Company/ se está fortaleciendo cada vez más y más…
—pensó—, tal vez debería formar una alianza con el odioso del Coronel…
¡Oh, no! ¡Es verdad! ¡El Rey lo ha nombrado Lord! … Mmm… Entonces no hay
duda: tengo que aliarme con ese estúpido de Beckett si quiero tener más
liderazgo del que ya tengo… Está dicho, lo haré en cuanto acabe con ese
estúpido infeliz que se aventuró a secuestrar a mi tío, y luego, cuando
todo esté bajo mi poder, será muy fácil eliminar a Jack Sparrow y
casarme con James…"

Una escalofriante risita quiso salir de su boca, pero la contuvo y
solamente esbozó una sonrisa muy desagradable.

Ahora que ya no estaba su tío para detener sus arrebatos, no había nada
ni nadie que la detuviera, así que su corrompido corazón, comenzó a
gobernar su alma ya ennegrecida.

--

La tormenta había pasado y el huracán también, pero el comodoro James
Norrington sabía muy bien que lo peor estaba por venir y a punto de caer
sobre su cabeza como un duro mazo impiadoso, acabando por completo con
su carrera militar.

Era más que seguro que el Almirantazgo pediría explicaciones respecto a
su incomprensible modo de actuar que lo había llevado a la pérdida de
dos de las mejores naves de la Armada que vigilaban aquella zona
caribeña. James había confiado plenamente en su capacidad de estratega
militar para capturar al escurridizo Jack Sparrow, pero no había contado
con que, inevitablemente, el destino siempre estaba allí para hacerse
valer. Ahora que todo estaba prácticamente perdido y sin haber podido
capturar a su presa, ¿cómo poder explicar en la corte su extraño
accionar? ¿Cómo poder explicar que lo perdió todo por el amor de una
mujer? ¿Cómo poder explicar quién era realmente aquella mujer? ¿Cómo
poder explicar que perdió dos naves magníficas y la vida de muchos de
sus hombres por un accionar completamente irreflexivo para poder
capturar a un pirata sin importancia para querer asegurarse la virtud y
el amor de una pirata? ¿Cómo poder explicar todo eso y salir bien parado
de todo aquel embrollo? ¡No había otra salida más que pagar duramente
las consecuencias de sus actos como todo un caballero!

Pero jamás se le pasaría por la mente mostrar en evidencia a su querida
Jacky, jamás se le ocurriría utilizarla con el fin de salvarse a sí
mismo, eso jamás lo haría, nunca. Aunque perdiera todo, estaba seguro
que Jacky lo aceptaría a su lado ahora que tenía la plena seguridad de
que ella también lo amaba… Luego de cumplir su deshonrosa condena, él
estaría dispuesto a navegar al lado de su amada capitana o esperarla en
algún puerto de algún lugar en dónde establecerían un hogar, y aunque
sería algo muy duro para su orgullo, estaba dispuesto a trabajar como un
pescador o de cualquier otra cosa mientras pudiera trabajar
honradamente, porque, como oficial de la Armada y amante de las leyes
que era, jamás estaría dispuesto a vivir como un pirata infringiendo las
leyes de la Corona… ¡Pero, ay! ¡Cuánto iba a extrañar aquella vida!
¡Servir a la Royal Navy había sido siempre su más anhelado sueño! ¡Toda
su vida viviría arrepentido de su alocado accionar del fatal día
anterior! ¡Y pensar que Jacky le había pedido que no lo hiciera, que no
se fuera! ¡Oh, si la hubiera escuchado en aquel momento! ¡Nada de lo que
había pasado habría sucedido! ¡No se encontraría ahora arrepentido de
sus actos y con todo el peso de la culpa sobre sus hombros sino en los
cariñosos brazos de su amada! ¡Qué insensato había sido! ¡Tonto
insensato…! Pero ya era muy tarde para arrepentirse, demasiado tarde…

Hacía ya más de diez horas que la terrible tempestad se había retirado
luego de hundir a sus dos naves, permitiendo huir al miserable de Jack
Sparrow a bordo del /Perla Negra/ a donde quién sabe a dónde se iría. La
pérdida de los barcos no hubiera sido tan importante si la mayoría de la
tripulación de ambas naves no hubiera perecido bajo aquellas terribles
circunstancias y, que por cada vida perdida el comodoro debería
responder ante sus familias y ante la corte marcial. Aquella terrible
situación era suficiente como para bajar la moral hasta al más optimista
de los hombres, así que, muy deprimido y embargado por la terrible culpa
que corroía todo su ser, James Norrington apenas se aferraba a su único
deseo de salir vivo de aquella desgracia, y ese deso era encontrarse
nuevamente con su querida capitana Jacky Sparrow.

De los 200 hombres que se habían hecho a la mar junto con él, solamente
habían sobrevivido cerca de 50, quienes apenas se mantenían a flote
sobre las ahora crueles aguas del mar, ya sea aferrados a algunos
tablones pertenecientes a las naves perdidas o subidos a tres goletas
que apenas habían sobrevivido a la catástrofe. Los hombres más débiles o
heridos habían sido destinados a las botess mientras que los más fuertes
y sanos debieron permanecer agarrados como pudieran a los tablones, y
entre ellos se encontraba el comodoro Norrington.

A pesar de encontrarse en el peor de los ánimos, James trataba de
mantenerse firme de voluntad para poder servir de inspiración para los
alicaídos sobrevivientes del naufragio y poder esperar con expectación
la llegada de cualquier ayuda que seguramente se presentaría de un
momento a otro debido a que se encontraban en una zona de concurrido
tránsito de embarcaciones mercantiles. Era lo menos que podía hacer por
su tripulación luego de la acción suicida a la que los había llevado
gracias a su tozuda determinación.

—… Si no fuera porque estamos en pleno día y en una zona tropical,
varios de nosotros ya habríamos muerto de frío, Señor… —comentó el
teniente Gillette desde uno de los botes, pues el pobre muchacho había
recibido un fuerte golpe en la cabeza cuando a uno de los pesados
aparejos de la nave insignia se le había cortado un cable cayéndosele
encima para su desgracia.

—Recemos porque nos mantengamos sin más bajas, teniente, y que la ayuda
llegue lo más pronto posible antes de que los tiburones se den cuenta de
nuestra presencia —replicó el comodoro con gesto preocupado.

Luego de unos minutos de silencio, Gillette, que se le había quedado
mirando bastante turbado, preguntó:

—… ¿Qué va a ocurrir ahora con usted, Señor? Deberá responder a todo
esto ante el gobernador…

—No es al gobernador Swann a quien deberé darle las razones de este
desastre, teniente, seguramente deberé responder ante el almirantazgo en
Londres…

—¡Pero eso sería compadecer ante una corte marcial!

—Exactamente, teniente Gillette —asintió estoicamente, sin un asomo en
su rostro de la terrible preocupación que lo embargaba en aquel momento.

—… ¿A-a mí también me llamarán…?

—Como testigo, teniente, como testigo; no creo que lo condenen a nada
porque usted actuaba bajo mis órdenes. Soy yo quien deberá pagar por
todo esto.

—… ¿Deberé referirles sobre su… comportamiento…?

—Puede usted decirlo sin miedo, teniente Gillette: mi extraño
comportamiento. Sí, deberá contarles todo sin ocultarles nada porque si
se llegara a descubrir que usted ocultó algo, no tendrían piedad en
castigarlo por desacato.

—¡Pero, comodoro Norrington! ¿Por qué el castigo debería caerle justo
ahora que la señorita Watson ha regresado a su vida? ¡Puede que usted
reciba una de las peores sanciones!: ¡Licenciamiento Deshonroso! ¿Qué
será de usted entonces?

Bajando un poco la mirada, James respondió con un dejo de tristeza en su
voz:

—El destino será quien decida mi suerte, teniente Gillette, por el
momento estoy a cargo de la seguridad de todos ustedes y, cuando llegue
el momento, pagaré debidamente la consecuencia de mis actos…

Otra vez permanecieron en absoluto silencio, sumergidos en la terrible
preocupación por una muerte segura (si no los rescataban), y un destino
completamente incierto y hostil si lograban salvarse. De pronto, uno de
los artilleros que también se encontraba en el agua, gritó mientras
señalaba hacia el sudoeste:

—¡¡NAVE A LA VISTA!! ¡¡ES LA DEL TENIENTE HUDDSON!! ¡¡HURRA!!

Todo el mundo se volvió hacia aquella dirección para constatar lo que
decía su compañero y, al ver a un barco que venía desde un punto alejado
del horizonte, algunos comenzaron a gritar con desesperación, otros a
cantar con alegría, los que más escépticos habían estado comenzaron a
llorar y a darle gracias a Dios los más fieles creyentes. Solamente el
comodoro James Norrington permanecía en aparente tranquilidad, serio,
dispuesto a aceptar el terrible destino que lo esperaba, seguro de
sobrellevarlo lo mejor que pudiera siempre y cuando su querida Jacky
estuviera a su lado. ¡Pero nada antes ni ahora lo había preparado para
las terribles desgracias que estaban a punto de caer sobre él!



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