Fanfic Piratas del Caribe -El Libro del Destino- *Capítulo 24: El Momento de la Verdad*

   Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: EL LIBRO DEL DESTINO*

CUARTA PARTE: CUESTA ABAJO

¡Jack y Jacky se separaron! ¡ahora son 2! ¡Un hombre y una mujer! ¡Doble problemas para todos! ¿Lograrán cambiar sus destinos y el de los demás? Continuaciòn de La Maldición del Anillo de la Calavera. James y Jacky pasan su primera noche juntos...¿pero será la última?

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 24: El Momento de la Verdad*


Para el mediodía, Christian Jacobson, nuestro querido doctor, ya se
había repuesto considerablemente de su enfermedad febril, dándole un
gran motivo de alegría a la pequeña Alwine y un motivo de preocupación
para Elena, quien aún no entendía por qué aquel hombre la había estado
llamando en sueños en vez que a la niña que lo acompañaba.

Era más que evidente que el doctor, luego de pasar aquella terrible
noche de lucha tanto física, mental y espiritual, había quedado
completamente agotado y hambriento, pero, intuyendo que aquella muchacha
seguramente no tendría mucho qué ofrecerle, puesto que se la veía sumida
en una espantosa pobreza, prefirió guardar silencio y esperar a que ella
misma iniciara la conversación acerca de quedarse allí o no.

Se dedicó entonces a mirar dulcemente a la nerviosa y huraña joven
mientras Alwine se encontraba con su pequeña cabecita recostada sobre su
hombro. Elena, el verse observada de esa manera tan tierna, sintió
ruborizarse hasta la raíz de los cabellos y no tuvo otra manera de
actuar que mostrarse mucho más salvaje de lo que ya era, bajando
nerviosamente los ojos hacia el perro que estaba acariciando en un
rincón de la choza.

—Muchas gracias por habernos ayudado en esta situación tan difícil para
nosotros, Elena —dijo, sonriendo a su manera tan simpática—, siendo
nosotros unos perfectos extraños para ti. Creo que tu accionar demuestra
el buen corazón que posees.

La muchacha lo miró detenidamente, estaba muy molesta por aquellas
palabras tan sinceras venidas por aquel sujeto que parecía creerse un
santo. ¿Cómo osaba él en decirle algo así cuando todos en el pueblo
decían que ella era una perfecta lunática? ¿Una bestia salvaje que era
el hazmerreír de todo el mundo? ¿Una chica cuyos padres habían sido de
la peor escoria de Tortuga? Ella, quien era una criatura huérfana,
ignorante, mala, bastarda y rapaz que solamente pensaba en su propio
bienestar… ¿cómo pues osaba aquel hombre en decirle que ella era una
persona de buen corazón? ¡Pero qué estúpido ignorante era!

Elena estuvo a punto de replicar sus palabras y mandarlos al diablo,
pero, como si estuviera adivinando aquella reacción, Christian habló
antes que ella, evitando que la chica se dejara llevar por su
impetuosidad, orgullo y miedo.

—Quiero darte esto —dijo mientras se incorporaba trabajosamente en la
cama y metía su mano en el bolsillo de la camisa y sacaba un pequeño
manojo de monedas doradas para la gran sorpresa de la aludida—. Te pido
que no me mal interpretes ni que lo tomes a mal y que recibas con agrado
este único presente que puedo ofrecerte para poder agradecerte todo lo
que has hecho por nosotros.

Alwine se había quedado asombrada a su manera infantil al ver tantas
monedas de oro, pero Elena se había quedado estupefacta y petrificada al
ver tanta riqueza junta como nunca antes había visto y soñado. Se
levantó rápidamente del suelo, atraída por lo que veía, pero enseguida
detuvo sus enérgicos pasos y se le quedó mirando al doctor, desconfiada,
pues nadie había sido nunca amable con ella a menos que ella les diera
algo que les interesara.

—¿Por qué no eres más sincero y me dices de una vez qué es lo que
quieres de mí, viejo asqueroso? —replicó agresivamente. El tío de Isabel
la miró sorprendido, no era esa reacción lo que él había esperado—.
¿Crees que no me he dado cuenta de tus verdaderas intenciones? ¡Desde
anoche que has estado llamándome en sueños! ¿Y ahora me ofreces todo ese
dinero por nada? ¡Deja de dar tantas vueltas y dime de una vez por todas
que lo que quieres es acostarte conmigo y joder todo el día!

Aunque Alwine, que era una niña pequeña, no entendiera muy bien lo que
aquella mujer estaba diciendo, podía intuir que era algo muy malo al
notar la cara de espanto que había puesto su querido protector.

—Mi… —comenzó a decir Christian muy suavemente—, mi esposa se llamaba
Elena, igual que tú. Era ella a quien yo llamaba…

Apenas escuchó esto, el semblante moreno de la muchacha se puso
completamente pálido y su boca se abrió desmesuradamente. Una oleada de
calor se hizo sentir por todo su cuerpo y sintió tanta vergüenza, que
deseó morir en ese mismo momento. Al notar atemorizada que aquel hombre
iba a volver a hablar, la joven salió corriendo hacia afuera, presa del
miedo y totalmente avergonzada por lo que había dicho.

--

Isabel Jacobson ya estaba lista para iniciar su plan en pos de la
captura y ejecución del siniestro pirata Bart "Sangre Negra" Morgan y de
toda su tripulación, causantes de la infortunada e inmerecida muerte de
su querido tío Chris, a quien habían tomado prisionero hacía unos
cuantos días y que seguramente ahora yacía muerto en el fondo del mar.

Ella ignoraba completamente que éste aún permanecía con vida y que se
había escapado de las fauces de sus enemigos, así que estaba determinada
a vengar su muerte.

Con el hermoso y peligroso navío de guerra británico, el /HMS The
Avenger/, bien oculto entre unos escollos esperando el momento oportuno
para atacar a /La Muerte Anunciada/, el barco pirata cuyo capitán era el
diabólico "Sangre Negra", la valiente y terca mujer se disponía a dar el
primer paso de su elaborado plan de venganza. Vestida con ropas de
pirata, ahora ella misma parecía un delincuente más del montón que
habitaban en aquella isla repleta de rufianes de la peor calaña. A pesar
de su belleza, su hábil destreza por parecerse un hombre, la oficial
había logrado un efecto sorprendente con su disfraz, llevando la cara
completamente sucia y una actitud bastante conseguida. El capitán
Lazzart y sus demás oficiales estaban muy impresionados con aquel
disfraz, pero no podían evitar sentirse preocupados por lo que podría
llegar a pasar si los piratas lo descubrían como el impostor que era. Y
así se lo hicieron saber antes de que el almirante ordenara lanzar al
agua uno de los botes.

—No se preocupen por mi seguridad, caballeros —replicó tranquilamente—,
ustedes concéntrense en seguir con el plan al pie de la letra y pronto
veremos los frutos de nuestro esfuerzo.

—¿Pero y si lo descubren, Señor? ¿Qué le pasará? —preguntó muy
preocupado uno de los jóvenes tenientes, quien sentía una gran
admiración por aquel "hombre" cuya popularidad traspasaba los límites
marcados alrededor del mundo.

Luego de constatar que los marineros hubieran echado el pequeño bote al
agua, George Jacobson se volvió sonriente hacia el oficial, muy seguro
de sí mismo y dispuesto a contestar su angustiada pregunta.

—Tanto peor para ellos si me descubren, teniente Radcliff, tanto peor
para ellos porque así podré desatar toda mi maestría en la lucha con
espadas; y, como ustedes deben saber, caballeros, soy prácticamente
invencible.

—¡Pero podríamos herirlo en la batalla! —replicó ansioso el Maestro de
Armas.

—Sé muy bien a los peligros a los que me expongo, Señor Johnson —objetó
mientras se dirigía a la barandilla para poder bajar a la chalupa con la
ayuda de un cable—. Ustedes deben seguir con el plan pase lo que pase,
¿comprendieron perfectamente? Muy pronto volveremos a Port Royal con la
cabeza de Morgan colgada en la figura de la proa de nuestro navío.

Todos asintieron bastante preocupados a pesar de que ya sabían a qué
atenerse con el Almirante George Jacobson, pues éste era muy conocido
por todos por idear planes que rozaban la locura y la osadía. Su
temeridad era tanto digna de ser alabada como temida. Mientras veían
cómo el pequeño bote se alejaba cada vez más y más del /HMS The
Avenger/, el capitán Lazzart murmuró presa de la preocupación:

—Que Dios lo acompañe en su temeraria empresa, Señor Jacobson…, que Dios
Todopoderoso lo acompañe… —y entonces, volviéndose hacia sus oficiales,
les ordenó que mantuvieran a toda la tripulación lista para entrar en
acción para el atardecer, pues sería en aquel preciso momento en que
debían atacar al barco del terrible pirata "Sangre Negra", que se
encontraba anclado algo lejos del puerto debido a que no era muy bien
recibido en aquel lugar.

--

Sentada en uno de los viejos troncos muertos y secos que se encontraban
alrededor de una laguna de límpidas aguas, Elena, la jovencita que había
ayudado a Christian y a Alwine, aún se sentía muy mortificada por la
vergonzosa escena que había protagonizado frente a aquel hombre tan bien
educado…, tan superior a ella… Se había comportado como una idiota
frente a alguien que no debería importarle un ápice, pero no podía
comprender por qué se preocupaba tanto por lo que pensaría un perfecto
extraño de ella.

Aquellos sentimientos eran nuevos para ella, la confundían y la
molestaban de sobremanera, y como no sabía cómo lidiar con ellos ni
eliminarlos de su mente, no le quedaba otra que echar a aquellos
extraños de su casa (que eran responsables de su confusión) y volver a
la misma vida rutinaria de siempre, pero… ¿sus sentimientos volverían a
ser entonces los mismos de antes?

—… Lo siento mucho, joven Elena, no era mi intención ofenderte de
ninguna manera… —le oyó decir a aquel hombre llamado Christian, quien se
había levantado de la cama y salido de la choza para salir buscarla sin
importarle lo débil que se encontraba. Ella se volvió sorprendida hacia
costado derecho y lo encontró parado al lado suyo, mirándola con
aquellos hermosos ojos celestes tan llenos de bondad—…. Tan sólo quería
que te compraras algo de comida y ropa sin tener que esforzarte tanto
como seguramente debes hacerlo cada día para poder sobrevivir en un
mundo poblado de gente tan cruel como para hacerte hacer cosas que no
quieres… —dijo, con esa voz suya tan suave y compasiva que tenía, como
si la lo supiera todo de ella y quisiera aligerarle la pesada carga de
sus delgados hombros—… No es por lástima que quiero darte estas monedas,
sino es que quiero recompensarte por tu gran gesto de bondad por
habernos prestado ayuda a la pequeña Alwine y a mí en un momento tan
difícil por el que estábamos atravesando…

Ella dejó de mirarlo y bajó la vista, confundida y avergonzada, ¡y hasta
orgullosa! ¡Jamás se había sentido orgullosa por hacer algo bueno! ¡Era
la sensación más extraña y reconfortante que había sentido jamás! ¡Le
estaban dando las gracias y eso jamás había sucedido antes! Siempre
había recibido palabras hirientes y duros golpes de los demás…

Pero, aún sintiendo todas aquellas nuevas sensaciones en su endurecido y
salvaje corazón, Elena no sabía cómo expresarlos ni qué debía hacer en
un momento como ése, así que lo único que atinó a hacer, era a seguir
comportándose como una chica bruta e ignorante, llena de miedo y rencor
contra un mundo que no había hecho otra cosa más que agredirla
continuamente.

Se levantó rápidamente del tronco en donde estaba sentada y enfrentó al
doctor con un aire de desafío, orgullo y falso valor. Desde unos metros
más allá, Alwine venía caminando cautelosamente en compañía del perro
negro de Elena; ambos se detuvieron, la niña se encontraba expectante
por lo que aquella salvaje pudiera hacerle a su querido "padre"… Había
algo en ella que no le gustaba y la hacía desconfiar.

—Entonces dame de una vez esas monedas y déjame en paz —exigió la
maleducada muchacha.

Sin demostrar asombro alguno, Christian le dio las monedas sin decir una
palabra pero sonriéndole de una manera muy afable para tranquilizarla un
poco. Luego de permanecer unos momentos en completo silencio, ella se
volvió, dándole la espalda y mirando con gran codicia las hermosas
monedas de oro que tenía en sus pequeñas y estropeadas manos.

—¿Su esposa se llama igual que yo? —preguntó de repente—. ¿Y en dónde
está ella ahora?

—…Ella murió hace mucho, mucho tiempo… —contestó con un dejo de
nostalgia en su voz—… Usted se parece un poco a ella y supongo que es
por eso que he soñado con mi querida Elena toda la noche… Ella era la
mujer más tierna, buena y amable que he conocido en mi vida…

La muchacha nada dijo al respecto, solamente se dignó a fruncir el
entrecejo.

—Pues yo no soy ella —declaró secamente—. Me voy al pueblo a comprar
comida, si quieren, hay algunos huevos de mis gallinas en un cesto,
pueden comerlos hasta que yo regrese.

—… Muchas gracias, joven Elena… —le agradeció suavemente el doctor.

—¡Bah! ¡Tonterías! —replicó fastidiada, haciendo un gesto despectivo con
los hombros—. No necesito que me agradezca nada, pues cuando apenas
tengas las fuerzas suficientes como para caminar, los quiero a los dos
muy lejos de mi casa y de mis cosas, ¿entendido?

—… Como usted guste, joven Elena, nos marcharemos en cuanto podamos y
dejaremos de importunarla…

A Elena ya le estaba fastidiando tanta amabilidad a la que no estaba
acostumbrada, así que sin decir una sola palabra más, se alejó de allí a
pasos agigantados.

—¡Pirata! —llamó a su perro sin volverse a mirarlo y el animal salió
disparado hacia ella.

Mientras la miraban desaparecer en un recodo de la espesura del bosque,
la pequeña Alwine se acercó a su protector y lo tomó de la mano.

—Ella es una bruja… —dijo entre molesta y recelosa.

El tío de Isabel la miró tiernamente y le puso cariñosamente la mano
sobre su cabecita rubia.

—… No la juzgues de esa manera, pequeña, seguramente ella ha sufrido
mucho a lo largo de su corta vida y no sabe lo que es el cariño… ¿No te
parecería mejor tratarla con gran bondad para que por lo menos sepa que
en este mundo hay gente capaz de quererla…?

Alwine lo miró intrigada, enseguida su carita se iluminó llena de
radiante felicidad al comprender todo lo que su amigo le había dicho, y,
apoyando su cabecita y rodeando al doctor con sus pequeños bracitos,
exclamó:

—¡Seré muy buena con ella, papá! ¡Lo prometo!

Sonriendo, Christian no dijo nada más y sencillamente se dirigieron
lentamente hacia la choza para que él pudiera recostarse un poco. Él
estaba muy emocionado, ¡agradecía tanto que Alwine lo hubiera aceptado
como si fuera su verdadero padre tan rápido!

"Espero que todo esto termine lo más pronto posible… —pensó
esperanzado—. ¡Cómo quisiera hacer recapacitar a Isabel de llevar una
vida normal y juntos formaríamos una hermosa familia con Annete y Alwine…!

Lejos estaba, nuestro querido doctor, de saber que las cosas no se iban
a dar tan fácilmente como él quería.

--

El joven William Turner, después de enterarse de todo lo ocurrido
concerniente a Jacky y al comodoro Norrington, salió disparado de la
herrería del señor Brown y se dirigió inmediatamente a la casa del
gobernador con intenciones de entrevistarse con su prometida Elizabeth
Swann, quien seguramente estaría ya muy bien enterada de los recientes
acontecimientos.

—¡Oh, Will! —exclamó la hermosa joven en cuanto ambos se encontraron en
el extenso y bellísimo jardín de su padre—. ¿Te has enterado de todo?

—Así es, Elizabeth, por eso he venido a verte —respondió para luego
darle un tierno beso en la frente de su prometida—. Me enteré de que
Norrington condenó a Jack (o Jacky, como se llame ahora) a la horca.
¡Van a ahorcarlo esta misma tarde! ¡No es justo!

—Lo sé, Will, papá me lo contó todo hace un rato… —ella se sentó en uno
de los preciosos banquitos blancos que se encontraban estratégicamente
esparcidos por todo el lugar. Parecía estar muy afligida—. Por lo que
James explicó, parece ser que Jack lo tramó todo para poder sacarse de
encima a él y a toda su flota eliminándolos en la tempestad de la otra
noche…

—Pero, Elizabeth… —el apuesto joven se hincó su rodilla izquierda en el
suelo y tomó entre sus manos las suaves manos de la muchacha para
mirarla suplicante—, ¿de verdad crees que Jack habría sido capaz de
semejante cosa?

La chica alzó la vista apenas él terminó de preguntarle eso, y con una
mirada que demostraba tanto su rebeldía como su decisión, exclamó:

—¡Por supuesto que no creo que Jack haya cometido semejante acto cruel y
cobarde! ¡James está muy equivocado al juzgarlo de esa manera! ¡Hasta
casi podría jurar que el que planeó todo esto fue el mismo James para
poder echarle la culpa a Jack y mandarlo a la horca como tanto desea
hacerlo!

—¿Estás segura de eso, Elizabeth? —inquirió gravemente el joven
herrero—. Yo creí que él…, bueno, él… "quería" mucho a Jack.

—Estoy muy segura de lo que digo, Will —afirmó seriamente mientras se
levantaba del banco—. Porque si James realmente lo "quisiera", como tú
dices, no lo habría mandado a ejecutar ni acusado de algo tan grave como
haber sido el culpable del naufragio de su flota… Además —sus ojos
centellaron por la ira—, si él ya estuviera arrepentido de haberlo
acusado, ya lo habría sacado del calabozo.

—Entonces, realmente, jamás sintió nada por él, todo fue una trampa
maquinada por el comodoro para atrapar a Jack Sparrow valiéndose de su
estado actual —Will replicó muy serio y muy pensativo.

—¡Oh! ¡Will! ¡Debemos hacer algo por Jack pata evitar que lo cuelguen!
—pidió la joven lanzándose a los brazos de su amante—. ¡Todo esto es
injusto! ¡Y yo que pensaba de que los dos se querían de verdad…!

Nuestro querido William Turner no dijo nada, pero abrazó tiernamente a
su prometida y la atrajo hacia su pecho, pensando que si ahora hacía
algo por Jack, esta vez no sería perdonado y lo condenarían a él a la
horca, dejando sola a Elizabeth y rompiendo el compromiso…

"Seguramente todo esto fue tramado por Norrington para atrapar a Jack y
obligarme a mí a ayudarlo y entonces atraparme y condenarme a la horca
por alta traición y dejar así a Elizabeth a su merced… —pensó—.
Elizabeth tiene razón, si realmente él amara a Jack, ya lo habría dejado
escapar… No pienso caer en su trampa y lo lamento por Jack, pero creo
que esta vez no podré hacer nada por él..., nada…".

—Lo siento, Elizabeth, pero esta vez no podremos hacer nada por Jack
Sparrow —confesó, sorprendiéndola.

—¿Por qué dices eso? —replicó enfadada mientras se separaba bruscamente
de su novio.

—Si lo hago…, ya no podremos casarnos…

Elizabeth se quedó como de piedra al escuchar aquello, pues era
absolutamente la verdad. Si él intervenía, era más que seguro de que lo
mandarían a la horca por traidor, claro de que también habían grandes
posibilidades de que ella también corriera la misma suerte a menos que
su padre utilizara sus "influencias".

Y así, tremendamente afligida y preocupada por el cruel destino que le
esperaba al capitán Jack Sparrow, la muchacha volvió a los brazos de su
prometido para comenzar a llorar tristemente.

—¡No es justo! —decía—. ¡No es justo!

—Nunca es justo cuando se traiciona a un amigo, Elizabeth… —dijo nuestro
querido herrero mientras la rodeaba con sus fuertes y varoniles brazos,
tratando de reconfortarla.

--

Ya eran las horas de la tarde cuando Elena se encontraba comiendo en una
de las tabernas que tanto abundaban en Tortuga, radiante de la dicha
porque ahora no tenía que mendigar, robar, engañar o hasta prostituirse
por un pedazo de pan. Con las monedas de oro que le había dado aquel
viejo, aunque fueran pocas, le bastaba para vivir con cierta holgura sin
mayores sobresaltos. Pero… ¿qué pasaría cuando se le terminara aquella
pequeña riqueza? ¡Volvería a vivir como una paria! No, eso no quería.
Tenía que encontrar la manera de agrandar su capital… ¿pero cómo?

De pronto, ella notó que varios hombres de fiero aspecto entraron a la
taberna y se aproximaron a la barra para pedir algunos tragos y algo de
comer. La conversación que mantuvieron aquellos cuatro tipos, llamó
poderosamente la atención de Elena, era justo lo que ella estaba buscando.

—Me parece que tendremos que irnos sin esos dos patanes de esta
condenada isla… —dijo uno de ellos luego de beber su jarra repleta de ron.

—El capitán se pondrá muy furioso y seguramente matará a varios de
nosotros. ¡Sería mejor que huyamos mientras podamos! —opinó el más
temeroso, pues todos estaban muy asustados y preocupados.

—¿Estás loco o qué? —replicó otro—. ¡Si cometemos la tontería de
escaparnos, él nos encontrará tarde o temprano y nos sacará las tripas
de un solo golpe como suele hacerle a los que lo traicionan!

—¿Y qué vamos a hacer entonces? —preguntó el cuarto hombre mientras
bajaba su jarra de cerveza a la barra—. ¿Ofrecer unas cuantas monedas de
oro que encontramos a cambio de que alguien nos dé información sobre
dónde se esconden un viejo y una niña?

Aquello era lo que Elena estaba esperando, después de todo, el haber
acogido en su casa a aquellos extraños le había traído ciertos
beneficios; además, quería sacarse de encima a aquel sujeto que la hacía
ponerse tan nerviosa. Ya decidida con lo que haría a continuación, la
muchacha se levantó y se dirigió resueltamente hacia aquellos hombres.

—Yo les diré en dónde están escondidos esos dos a cambio de las monedas
de oro —les dijo en cuanto se detuvo detrás de ellos. Todos se volvieron
a mirarla muy sorprendidos para luego comenzar a reírse descaradamente.

—¿Así que quieres nuestras monedas a cambio de un viejo y una niña? ¡Ja,
ja, ja! —se burló uno de ellos, aproximándosele para mirarla
lascivamente—. ¿Y si te damos otra cosa en vez de las monedas? ¿Eh? ¿Qué
opinas?

Elena no se amedrentó con aquellas insinuaciones, más bien sintió deseos
de desafiarlo como siempre le pasaba cuando alguien la trataba de esa
manera.

—Bien, si no quieres hacer el trato que te propongo, vuelve a tu barco y
espera a que tu capitán te corte en pedacitos y te ponga a secar al
mástil, pobre idiota… —y dándole la espalda, se dirigió orgullosamente
hacia la puerta.

Al darse cuenta de que ella hablaba muy en serio, rápidamente los cuatro
hombres se juntaron para comentar la propuesta y tuvieron que admitir
que no tenían otra alternativa, aparte de que no tenían nada qué perder.

—¡Espera! —pidió uno de ellos justo en el mismo instante en que la chica
estaba a punto de salir por la puerta que daba a la calle—. ¡Aceptamos
tu trato! ¡Te daremos las monedas a cambio de que nos digas en dónde
están la niña y el viejo!

Sonriendo triunfalmente, la joven se volvió y dijo:

—¡Bien! ¡Por fin nos entendemos!

--

La oficina del Comodoro James Norrington se encontraba sumida en la
total oscuridad al acercarse la hora del crepúsculo, momento en que la
capitana Jacky Sparrow sería ahorcada injustamente bajo la ley de la
Corona Inglesa. Nuestro atribulado oficial aún permanecía sentado en el
suelo y con la espalda apoyada sobre la puerta. La triste expresión de
su rostro revelaba su dolorosa resignación al terrible destino que le
aguardaba. Sus ojos verdes repletos de vacío seguían mecánicamente las
agujas del reloj de pie que se encontraba en una esquina de la
habitación, que acercaba cruelmente sus agujas a la hora designada para
la muerte de su amada, y, tal vez, también la de su propio final.

Suspiró muy angustiado, ya no había más lágrimas qué llorar, ya todo
estaba dicho y nada evitaría aquel desastre que él solo había logrado.
De pronto, unos cuantos golpes a la puerta lo hicieron salir del letargo
en el que había entrado desde hacía un rato.

—¿Quién es? —preguntó mientras se levantaba lo más rápido posible y se
acomodaba apresuradamente la ropa.

—Ya todo está listo para ejecutar a la prisionera, Señor —se oyó decir
detrás de la puerta. Era uno de sus marines—, estamos esperándolo.

James se quedó como petrificado al escuchar aquel terrible aviso, pero
logró dominarse casi por completo.

—Bien, soldado, entendido. Dígale al Gobernador Swann que en unos
segundos estaré a su lado.

—Bien, Señor, así lo haré… —el muchacho parecía titubear un poco, pero
logró juntar fuerzas para lo que iba a decir a continuación—: lamento
mucho que todo haya terminado así, Señor, permítame decirle que formaban
una magnífica pareja.

Sorprendido, el Comodoro escuchó al joven fusilero alejándose
apresuradamente de allí, como si estuviera avergonzado y asustado por lo
que había acabado de decir a su superior. ¿Por qué le había impresionado
aquellas palabras venidas de un simple muchacho, un perfecto extraño?
Tal vez porque nadie se hubiera esperado un final así, ni siquiera él mismo.

Y así, con el corazón rebosante de pena y angustia, el hombre impiadoso
por obligación, el Comodoro James Norrington, salió de su oficina rumbo
a la ejecución de la única mujer a la que había amado y aún amaba con
toda su alma: la Capitana Jacky Sparrow.

Los tambores repiqueteaban al ritmo apropiado para aquella ocasión tan
esperada por muchos y detestada por otros. Los marines vestidos con
casacas rojas y formados uno al lado del otro haciendo sonar sus
tambores, anunciaban que la hora de la verdad muy pronto llegaría para
nuestra querida capitana, quien nuevamente se encontraba de pie frente a
una multitud sedienta de ver cómo se retorcería más tarde bajo el propio
yugo de la muerte una vez que la hubieran lanzado al vacío y dejarla
colgar del cuello como si fuera un pollo.

La gente podía llegar a ser muy morbosa y disfrutar de las desgracias
ajenas, ni qué negarlo.

Subida en la plataforma especialmente construida para esos sangrientos
casos, Jacky Sparrow permanecía de pie valientemente, con las manos
atadas y mirando entre asustada y preocupada a toda aquella gente que le
gritaba cosas desagradables y no veía la hora de verla suspendida en el
vacío colgando de una soga. Haciendo una mueca despectiva, les sacó la
lengua como señal de desafío cuando algunos huevos y tomates erraron su
objetivo, enardeciendo aún más a los familiares de los muertos en el
reciente naufragio.

Dirigió su mirada hacia el sitio especial en dónde se encontraban el
gobernador Weathervy Swann y su hija Elizabeth Swann, a quienes parecía
no agradarle demasiado aquella escena. Luego, Jacky miró hacia su
costado izquierdo y pudo percibir a William Turner entre la gente, a
quien parecía estar mucho menos dispuesto a aceptar tamaña injusticia.
Aún si mantenía la esperanza de que lograra salvarse de esa, la capitana
del /Perla Negra/ sentía que poco a poco aquella esperanza iba
disminuyendo a medida que los minutos pasaban y se acercaba el momento
de su muerte, nadie iba a ayudarla: ni su tripulación ni sus amigos, ni
su hermano Jack y ni siquiera su amado Norry, quien la había condenado a
aquella situación. Sus esperanzas en él se habían acabado cuando no pudo
encontrar nada en sus bolcillos que la ayudara a escapar tras haberlo
registrándolo hábilmente sin que él lo supiera cuando se besaron en el
calabozo. Sabiendo a lo que podría exponerse frente a ella, James no
había dejado nada que la ayudara a escapar entre sus ropas al ir a
visitarla aquella mañana. Con el corazón martillando en su pecho con
furia, Jacky dirigió su vista hacia el verdugo encapuchado y le sonrió
nerviosamente.

De pronto, hizo su aparición el comodoro James Norrington, quien se
reunió con el gobernador y su hija bajo el murmullo insensible de la
chusma allí presente, quienes lo veían tan responsable como la acusada
de la muerte de los marines. James, sintiéndose completamente abatido
por las circunstancias, su desesperada mirada se cruzó con la acusadora
mirada de Jacky Sparrow, y, por el especio de unos segundos, todo ruido
dejó de escucharse en sus oídos y toda imagen que los rodeaba
desapareció ante sus ojos; solamente existían ellos dos en una profunda
oscuridad, un abismo que se ensanchaba por momentos. Había llegado el
momento de la separación eterna y ya no había nada qué hacer para
evitarlo. James sentía todo el peso del enfado y la decepción de Jacky,
además de la profunda tristeza y desesperación que invadían su propia alma.

El repiquetear de los tambores sacó de repente a los dos del ensueño en
el que habían entrado, devolviéndolos de golpe a la dura realidad en la
que se veían metidos por la crueldad del destino. El comodoro suspiró
muy angustiado, viéndose obligado a seguir con los procedimientos
correspondientes al caso y ver cómo ahorcaban a la mujer que amaba.
Sabía que el gobernador Swann tenía razón, aquel momento iba a ser
terrible e iba a destruirlo por completo.

Furiosa, Elizabeth no le había devuelto el saludo y no quería mirarlo a
la cara, pero el gobernador Swann observaba cada gesto que él hacía.

El magistrado que estaba a cargo de aquella ejecución dio inicio a la
lectura de las acusaciones de la imputada.

—¡Jacky Sparrow…!

—Capitana, capitana Jacky Sparrow o capitán Jack Sparrow, ¿es mucho
pedir que lo dijeran bien alguna vez? —se quejó por lo bajo la acusada.

—¡Se la acusa de los siguientes crímenes contra la corona —seguía
diciendo fríamente el funcionario mientras leía el documento abierto
ante sus ojos—: conspiración, suplantación, engañar a un oficial de la
marina, depravación, desacato ante la autoridad, el asesinato de 150
hombres de la Armada Inglesa…

Y mientras aquel hombre enumeraba cada una de sus fechorías, algunas
verdaderas otras inventadas, a Jacky le había caído como un cañonazo la
acusación de "asesinato", pues nunca en su vida había sido culpable de
tan horrendo crimen, salvo, claro, de haber ajustado cuentas con alguno
de su calaña que no merecía piedad alguna. Tanto a Elizabeth como a Will
también les había gustado para nada aquella acusación, pues sabían muy
bien que era tan falsa como la honestidad de Jack Sparrow. Conteniendo
la respiración, sus acusadoras miradas se volvieron hacia el comodoro
Norrington, quien permanecía estoico mirando aquella injusta escena,
acusándolo de haber tramado semejante maquinación. ¡Qué injusto y
egoísta había sido con Jack Sparrow!

Temblando de la cabeza a los pies, James se sentía desfallecer de un
momento a otro, su corazón y su cabeza parecían querer explotarle de
tanto soportar el dolor, la culpa y la angustia que sentía. ¡Iba a
presenciar el asesinato de su amada y él iba a permitirlo!

De pronto, sin poder soportar más aquella injusticia, Elizabeth se
volvió hacia él y le replicó con un tono de voz bastante hiriente e
irascible:

—¡Si tú hubieras sido como Will, ya habrías detenido toda esta tragedia,
pero no lo eres y es por eso nunca te elegí ni te elegiré mientras viva!

—¡Elizabeth! —la amonestó su padre— ¡El comodoro Norrington cumple con
la ley, como nosotros!

Aquello había sido una feroz estocada hacia su ya moribundo corazón,
James sintió cómo se le partía al igual que su alma. Ya no podía
soportar más aquella terrible situación, ya no tenía porqué dudar,
estaba seguro que se moriría junto con Jacky, y, si iba a hacerlo, era
mejor hacerlo siguiendo su corazón. Entonces, decidido, se volvió hacia
la joven, y una vez frente a ella, la miró dulcemente y le dijo con un
tono bastante tierno en su habitual comportamiento inglés:

—Mi querida Elizabeth, te doy las gracias por haber sido siempre la voz
de mi conciencia. Desde que eras una pequeña siempre te he guardado
mucho afecto y…, espero que te acuerdes de mí alguna vez de vez en
cuando, y te deseo un feliz matrimonio con el Señor Turner porque yo
jamás te olvidé ni te olvidaré.

Y dejando a la chica un tanto desconcertada por semejante declaración en
un momento tan crítico como el que estaban atravesando, el comodoro se
volvió decidido hacia el gobernador de Port Royal y le dijo ya con un
tono mucho más serio:

—Gobernador Weathervy Swann, le estoy profundamente agradecido por todo
lo que ha hecho por mí durante todos estos años. Ha sido casi como un
padre para mí y eso jamás lo olvidaré.

—P-pero muchacho, ¿qué ocurre? —inquirió Weathervy tan confundido como
su hija.

Mirando fijamente hacia el gobernador, James declaró con gran decisión:

—Le digo esto porque presento la dimisión a mi cargo, gobernador Swann.

Y antes de que padre e hija lograran asimilar lo que habían acabado de
escuchar, con una velocidad increíble, el ex comodoro de la Royal Navy
tomó uno de los sables de uno de los marines que se encontraba parado
cerca de ellos y lo lanzó fuertemente como si fuera un boomerang,
cortando de cuajo la soga que ahorcaría a Jacky Sparrow justo en el
momento en que la portezuela de abajo se abría para que ella encontrara
su final, salvándole así la vida. Entonces, el arma fue a clavarse con
fuerza contra una de las vigas de madera de la plaza fuerte.

Aquello no podría haber sucedido en mejor momento, ya que Will había
estado a punto de intervenir sin importarle que su accionar lo hubiera
perjudicado para siempre tanto a él como a su prometida.

Un gran alboroto se armó a continuación, ya que James desenvainó su
espada y se encargó de derrotar a cada soldado que tratara de detenerlo
en su camino hacia el cadalso. Fueron pocos los que lograron reaccionar
para luego intentar detenerlo, ya que su inesperado accionar logró
sorprender a todo el mundo, incluyendo a Will y a Elizabeth, quienes lo
miraban con los ojos desorbitados por la incredulidad.

"¡No puedo creerlo —pensó el muchacho llevando su mano hacia el mango de
su espada para ayudar al ex comodoro en su frenético ataque—, Norrington
está desafiando a la Corona por Jack Sparrow!".

—¡¡Ni se le ocurra intervenir en esto, Señor Turner!! —le gritó James al
darse cuenta de las intenciones del muchacho mientras peleaba
valientemente contra dos soldados a quienes derrotó con gran rapidez.
Una vez libre de ellos, se abrió paso entre la multitud y se dirigió
hacia abajo del cadalso y encontró a Jacky sentada en el suelo
quejándose de que se había dado un buen golpe en el trasero.

—¿Te encuentras bien, Jacky? —le preguntó.

—¡Hasta que por fin decidiste ayudarme! —se quejó ella mientras él le
cortaba las ataduras de sus manos y le entregaba un sable perteneciente
a uno de los marines.

—¿Estás lista para jugarte la vida en esta empresa perdida, capitana
Jacky Sparrow? —le preguntó acercándosele.

—A tu lado me jugaría hasta el /Perla Negra/, mi querido Norry
—respondió ésta mientras le "comía" la boca de un beso, dejando al ex
comodoro bastante desubicado.

Y mientras se dirigía hacia afuera, ella se volvió y exclamó:

—¿Qué pasó, comodoro? ¡Venga! ¡Es hora de divertirse!

Sonriendo, James decidió seguirla.

Rápidamente ambos salieron de debajo de la plataforma y comenzaron a
luchar a diestra y siniestra contra aquel que osaba detenerlos, pero
nunca llegaban a lastimarlos de gravedad, a Jacky no le gustaba matar y
James jamás se atrevería a matar a ninguno de sus hombres.

Luchando en conjunto, ambos demostraron una destreza única, pues se
complementaban maravillosamente ambas técnicas de combate. James atacaba
mientras Jacky defendía: rolls, saltos, golpes de puño, patadas, todo
era válido especialmente para la pirata que siempre era mucho más
tramposa que James para derrotar al enemigo. Aunque cada vez eran más
los soldados que iban a su encuentro para detenerlos ellos los repelían
sin ningún problema. La destreza de Jacky en sus acrobacias eran
perfeccionadas con la velocidad de James que tomaba por sorpresa a sus
contrincantes. Poco a poco fueron abriéndose paso entre una multitud
impresionada por lo que veía, dirigiéndose hacia la salida de la plaza
de ejecuciones para luego tratar de escapar como pudieran a través del
pueblo y hacia el puerto para lograr su libertad. Pero aquello iba a ser
una empresa verdaderamente difícil para ambos, ya que marines, oficiales
y fusileros comenzaron a aparecer por doquier de todas las direcciones
tratando de detenerlos.

El ex comodoro James Norrington podría haber sido muy respetado y
querido por sus hombres, pero aquel accionar era una traición a la
Corona Inglesa y había que detenerlo junto con la fugitiva.

Murtogg y Mullroy eran de los pocos soldados que se habían quedado
estupefactos ante el extraño y sorprendente accionar del comodoro James
Norrington y no se animaban a intervenir.

—¡Ha perdido la razón! —exclamó Murtogg.

—¡Yo ni que me lo ordenen me iría a enfrentarlos! —declaró su compañero.

Mientras tanto, en un instante el joven William estuvo al lado de su
azorada novia, quien aún no podía creer lo que estaba viendo. ¡James
estaba ayudando a Jack a escapar!

—¿Ves lo que estoy viendo, Elizabeth? —le preguntó el muchacho.

—¡Sí! ¡Y no puedo creerlo! —lo miró—. ¿Es que no vas a ayudarlos?

—Norrington no me deja —aclaró mientras también dirigía su inteligente
mirada hacia ellos—, no quiere que intervenga. Quiere hacer esto él solo…

Mientras Will, Elizabeth y su padre miraban aquel irrepetible
espectáculo con gran incredulidad, James y Jacky seguían dando muestras
de sus habilidades marciales con sus sables y acrobacias: los ataques y
los mandobles de sus sables eran poderosos y muchas veces las armas de
sus contrincantes salían despedidas por los aires; otras veces James se
agachaba y Jacky aprovechaba eso para subir de un salto a su espalda y
saltar por sorpresa sobre algunos distraídos soldados y dejarlos fuera
de combate cuando caían al suelo. Otras veces se colocaban espalda
contra espalda y luchaban contra sus enemigos girando e intercambiándose
de lugar, logrando confundirlos en sus ataques. Poco a poco fueron
acercándose al gran portal que daba hacia las calles del pueblo, estaban
muy cerca de lograr su objetivo, pero entonces, de pronto, un nuevo
contingente de fusileros les bloqueó la salida y los apuntaron con sus
fusiles, dispuestos a disparar si era necesario.

Los fugitivos se detuvieron al ver aquello. Quizás, cabía la posibilidad
de que murieran en el intento.

—Y bien, capitana Jacky Sparrow —dijo el ex comodoro volviendo su
tranquila y decidida mirada a la aludida—, ¿está dispuesta a seguir con
esto hasta las últimas consecuencias?

Ella lo miró y sonrió.

—Si no queda otra… Demostremos a todo el mundo de lo que somos capaces
de hacer —volvió su mirada a los fusileros, los demás marines los
estaban rodeando, listos para atraparlos—. Este día lo recordarán como
el día en que la capitana Jacky Sparrow y el comodoro James Norrington
dieron su vida por la libertad.

—No, por el amor —él la corrigió, devolviéndole la sonrisa.

—Como sea, pero qué cursi resultaste ser… —replicó la pirata sonriéndole
otra vez, tan decidida como él de enfrentarse a la muerte sin temor. No
sabía por qué, pero el valor que James tenía para enfrentar a la muerte
como el soldado que era, la influenciaba para no sentir miedo ante la
terrible adversidad que los aguardaba.

Más allá, confundidos entre la gente del pueblo y disfrazados como
tales, el capitán Jack Sparrow, Gibbs, Ana María, Cotton (y su loro) y
el enano Marty, se encontraban asombrados tanto como los demás por lo
que habían acabado de presenciar. Ellos habían estado a punto de
intervenir cuando el comodoro Norrington había hecho gala se su heroísmo
interviniendo sorpresivamente en la ejecución de Jacky Sparrow.

—¡Que un rayo me parta en dos si lo que acabo de ver es verdad! —declaró
Gibbs—. ¿Será éste el final de los tiempos?

—Sea lo que sea, nos ha venido muy bien su intervención —opinó la
muchacha—. No nos será tan difícil rescatarla ahora, ¿no es así, capitán
Sparrow?

Él sonrió a su manera tan atractiva de siempre.

—No, mi querida Ana María, el comodoro James Norrington nos ha hecho un
gran favor en ayudar a mi "hermanita" —Se volvió hacia su gente—. ¡Den
comienzo al plan!

Un poco más allá, antes de que Jacky y James dieran inicio a su último
ataque, un grito se dejó escuchar de entre todo aquel alboroto, un grito
de alarma que puso a todos en guardia y muy preocupados.

—¡¡AUXILIO!! ¡¡UN INCENDIO!! —exclamó uno de los ciudadanos mientras
salía corriendo a intentar apagar el fuego que se dejaba ver en la lejanía.

—¡¡AH!! ¡¡MI CASA TAMBIÉN SE ESTÁ QUEMANDO!! —gritó con desesperación
una mujer.

Varios incendios comenzaron al mismo tiempo en diferentes sectores de
Port Royal, amenazando extenderse por todo el pueblo y provocar un
verdadero desastre. Todos se olvidaron casi de inmediato de los
fugitivos y salieron disparados hacia los incendios con la intención de
extinguirlos. Pero aún quedaron varios marines, fusileros y oficiales
para detenerlos, lo suficientes como para lograrlo.

La pelea volvió a comenzar entre la pirata y el ex comodoro contra los
soldados, poco a poco fueron abriéndose paso hacia la libertad que tan
sólo les quedaba a un paso, pues habían divisado con sorpresa que el
capitán Jack Sparrow y su gente estaban esperándolos a bordo de una
carreta tirados por dos fuertes caballos. De pronto, notaron con
desesperación que un nuevo grupo de soldados aparecieron para detener a
la pareja fugitiva.

—¡Maldición! —exclamó Jack mientras se apeaba del carruaje y se dirigía
a toda velocidad hacia donde se encontraban su hermana y el comodoro—.
¡Gibbs! ¡Ven a ayudarme! ¡No podrán ellos solos!

—¡Sí, mi capitán! —respondió éste, bajándose a duras penas de la carreta
para comenzar a correr detrás de Jack con espada en mano. Seguro de que
la mala suerte estaba a tres pasos detrás de él.

Aunque ambos eran excelentes espadachines, Norrington supo que muy
pronto los atraparían, puesto que desde un principio él y Jacky habían
comenzado a combatir con todas sus fuerzas a un gran número de
contingentes y ya comenzaban a sentir el desgaste físico al que habían
estado sometidos. No aguantarían aquel ritmo de pelea por mucho tiempo.
Preocupado, miró hacia la capitana del /Perla Negra/ mientras esta
luchaba contra uno de los fusileros y tomó una desesperada decisión:
jamás permitiría que la atraparan de nuevo para condenarla a la horca,
debía hacer algo descabellado de inmediato.

Completamente nervioso, sus ojos encontraron con los del capitán Jack
Sparrow y su gente, quienes ya se encontraban bastante cerca de ellos.
La poca esperanza de escapar juntos se vino abajo cuando notó que otro
grupo de soldados bajaban por las escaleras del fuerte, y entonces James
sonrió, ya sabía lo que tenía que hacer para salvar a Jacky.

Antes de que ésta se diera cuenta de que su hermano ya estaba allí, el
ex comodoro Norrington sacó su carabina y disparó contra uno de los
lejanos barriles de pólvora que se veía a través de una de las bodegas
del fuerte provocando una terrible explosión que asustó a todo el mundo,
y de inmediato éste aprovechó la confusión y tomó a Jacky del brazo y la
jaló tan fuerte que la lanzó hacia los brazos del sorprendido capitán
del /Perla Negra/.

—¡¡Llévatela de aquí!! —ordenó—. ¡¡Váyanse de inmediato antes de que los
atrapen!! ¡¡Yo intentaré detenerlos todo lo que pueda!!

Y enseguida les dio la espalda para enfrentarse a sus propios camaradas,
dispuesto a detenerlos para darle tiempo a los hermanos Sparrow y a su
gente de escapar.

—¿Qué haremos? —inquirió Marty algo dubitativo.

—Pues obedecer su última voluntad —respondió Gibbs, mirando seriamente
hacia su capitán.

—¡No! ¡Claro que no! ¿Acaso perdieron la razón, partida de medusas
miedosas? —se negó la capitana mientras se desembarazaba de los brazos
de Jack—. ¡No pienso dejar a Norry solo! ¡Jamás! ¡Si él cae, yo también
caeré junto a él!

—¿P-pero por qué quieres arriesgar su valiosa vida por él? —inquirió
bastante extrañado su hermano.

—Pues… —era ahora o nunca la oportunidad de aceptar lo que sentía desde
hacía tiempo—. ¡¡Porque lo amo!!

Y ante el asombro de todos y de ella misma, la capitana Jacky Sparrow se
volvió sobre sí misma con la intención de unírsele a James en la
contienda, pero, sin que ella lo esperara, su hermano le quebró una
botella en la cabeza, desmayándola.

—Me lo debías… No tenemos tiempo para tontos sentimentalismos, hermanita
—dijo con un cierto dejo de tristeza—, tendrás que venir con nosotros
quieras o no.

Y dándole una última mirada al valiente hombre que se estaba jugando la
vida contra los de su propia clase para que ellos pudieran escaparse, el
capitán Jack Sparrow levantó a su hermana del suelo y junto con su
tripulación subieron rápidamente a la carreta y, fustigando a los
caballos, se alejaron a toda prisa de aquel lugar rumbo al puerto, en
donde los estaban esperando el resto de la tripulación que habían sido
los responsables de los incendios, subidos a bordo de unos botes,
dispuestos a dirigirse hacia la seguridad del /Perla Negra/ que se
encontraba navegando mar adentro, esperándolos en cuanto todos
estuvieran reunidos.

Nadie se habría imaginado que al dejar librado a su suerte al ex
comodoro James Norrington, les acarrearía más adelante muchas dificultades.



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