Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 4. LA MARCA DE LA CORONA -Capítulo 2-

                                  



La reina del planeta Gata agoniza y Obi-Wan Kenobi y su maestro Qui-Gon Jinn deben preservar la paz planetaria y encontrar otro heredero antes de que el príncipe Beju, al que no el importa producir una guerra con tal de tomar el poder.


Capítulo 2

El Gran Palacio de Gala se alzaba ante ellos, un impresionante edificio blanco con dos torres altas. Alrededor de las ventanas y en el interior de los capiteles de las torres había cristales azules de azurita brillantes y gemas en los dibujos de los mosaicos. El techo era de oro.
El techo dorado y los mosaicos brillantes hacían que el palacio reluciera como si no fuese real.
Los Jedi fueron conducidos a través de largos pasillos hasta la sala de visitas, donde les esperaba la reina Veda. Llevaba puesta una túnica de plata brillante que parecía cambiar de color cuando se movía. Sombras azules y verdes se proyectaban al acercarse la Reina a recibirles. Su peinado dorado estaba adornado con cristales verdes y azules.
Qui-Gon apenas se fijó en su elegante atuendo. Estaba impresionado por recibir su Fuerza vital. O más bien por no recibirla. Era muy extraño. La Reina era de mediana edad, pero él podía sentir un grave trastorno, como si estuviese gravemente enferma o a punto de morir.
Qui-Gon y Obi-Wan se inclinaron para hacer una reverencia de bienvenida.
—Bienvenidos a Gala, vosotros, Jedi —dijo la Reina.
Su voz todavía sonaba con firme autoridad. Qui-Gon se preguntaba si habría preparado su fortaleza para el encuentro, para causarles buena impresión. Los galacianos eran conocidos por su tono distintivo y pálido de piel, un tono azulado que ellos denominaban "luz de luna". Pero la piel de la Reina no estaba luminosa, sino que presentaba un color poco saludable parecido al de los huesos.
—Hemos traído un cargamento de bacta como regalo —le comunicó Qui-Gon
—. Lo hemos dejado en la terminal de carga del espaciopuerto.
—Lo necesitamos desesperadamente —contestó la Reina—. Gracias. Haré que lo distribuyan a los centros médicos.
Qui-Gon observó su cara detenidamente. En sus ojos azul pálido, que tenían el color de las sombras del hielo, sólo pudo leer confianza y gratitud. No mostró nin- gún síntoma de haber oído una palabra del plan del príncipe Beju.
Todavía intrigado por su estado de salud, Qui-Gon la estudió de la manera que lo hacen los Jedi, sin que se note que están observando. Se sorprendió cuando ella se dio cuenta astutamente de su actitud, como demostraba su inteligente mirada.
—Sí —dijo suavemente—. Tienes razón. Estoy muñéndome.
Qui-Gon sintió la sorpresa de Obi-Wan que estaba a su lado. Sabía que el chico no se había dado cuenta de la enfermedad de la Reina. Obi-Wan tenía instintos excelentes, pero a menudo le fallaba la conexión con la Fuerza vital.
—Mi condición simplifica encuentros como éstos —continuó la reina Veda, gesticulando con una de sus enjoyadas manos—. Seré directa y espero que
 
vosotros también lo seáis.
—Nosotros somos siempre directos —respondió Qui-Gon.
La reina Veda asintió. Se sentó en una silla e hizo un gesto para indicar a los Jedi que se sentaran también.
—He estado pensando en hacer un trato acerca de lo que quiero dejar después de mí —comenzó a relatar la Reina—. Gala necesita la democracia. La gente la pide y yo la he garantizado como mi último acto como Reina. Ése será mi legado. Hay una gran inquietud aquí en la ciudad y también en el campo. Mi marido, el rey Cana, gobernó durante treinta años. Sus intenciones fueron buenas, pero la corrupción invadió nuestro Consejo de Ministros y a los gobernantes de las provincias circundantes. Unas pocas familias poderosas controlaban los puestos importantes. Mi marido no pudo pararlo. Y ahora temo que estalle una guerra civil. La única cosa que puede evitarlo serán unas elecciones libres. Y es por eso que he pedido ayuda a los Jedi para que vigilen el proceso.
Qui-Gon asintió.
— ¿Qué problemas prevé que podamos encontrarnos? —preguntó suavemente.
No deseaba nombrar al príncipe Beju. Quería que fuese ella la que sacase el tema. Así sabría a quién apoyaba.
—Mi hijo Beju —contestó la Reina directamente—. Es el último de la gran dinastía Tallah, un hecho que él no deja de recordarme a cada momento. Toda su vida ha esperado para gobernar Gala. No me ha perdonado el que haya convocado elecciones. Os creará problemas, me temo. Si gana las elecciones, mantendrá el sistema monárquico. —La Reina se encogió de hombros—. Tiene algún apoyo. Y el que no pueda lograr por métodos legales, lo robará o comprará.
Qui-Gon asintió tratando de no demostrar su sorpresa ante las duras palabras de una madre hacia su hijo.
—No me opongo a mi hijo —continuó explicando la reina Veda—. Es cierto que le he arrebatado un derecho a gobernar que tenía de nacimiento. Al menos le debo mi lealtad. No apoyaré públicamente a otro candidato. Pero en privado, deseo que mi hijo pierda. No sólo es lo mejor para Gala, es lo mejor para Beju. Deseo que se convierta en un ciudadano más, que se libre de todo esto —movió la mano con un gesto que abarcaba la inmensa habitación—. He visto lo que el poder hizo en mi marido. Le corrompió, él era un hombre bueno. No quiero que mi hijo sufra el mismo destino, tiene solamente dieciséis años. Con el tiempo entenderá por qué he hecho todo esto. Él también es mi legado. —La reina Veda terminó su relato suavemente—. Me gustaría dejar detrás un hijo que tenga una vida feliz.
— ¿Cree que tiene alguna opción de ganar? —Qui-Gon preguntó. La Reina frunció el ceño.
—Todavía hay un grupo de simpatizantes monárquicos. El Príncipe ha vivido
 
retirado gran parte de su vida, desde que temimos por su seguridad. Incluso ha sido educado fuera del planeta. No se sabe mucho de él, y lo que puede jugar a su favor.
La reina Veda sonrió a Qui-Gon.
—Estás sorprendido por mi honestidad. Cuando el tiempo se acaba, no hay que malgastarlo engañándose a uno mismo.
¿Qué hay de los otros candidatos, Deca Brun y Wila Prammi? —preguntó Obi-Wan— ¿Hay algún favorito?
—El preferido es Deca Brun —contestó la reina Veda—. Es un héroe para la gente de Gala. Les ha prometido reformas y prosperidad. No será tan fácil, pero él hace que suene bien.
¿Y Wila Prammi? —puntualizó Qui-Gon.
—Ella tiene más experiencia —replicó la Reina—. Era ayudante de un ministro aquí en palacio. Sus ideas se basan en la realidad. Desafortunadamente, su experiencia en palacio la perjudica en algunos sectores y su brusquedad, en otros. Tiene sus apoyos, pero se prevé que pierda.
¿Se espera que haya violencia? —preguntó Qui-Gon—. Nos hemos encontrado con algunos simpatizantes en la calle. Los ánimos están encendidos.
—Sí, ha habido algunos incidentes —admitió la Reina—. Pero creo que la gente quiere una transición pacífica. Tan pronto como se den cuenta de que las elec- ciones son legales, no se opondrán, espero.
La reina Veda permaneció en silencio un momento. Qui-Gon se preguntó si estaría a punto de desfallecer. Después se dio cuenta de que estaba pensando la manera de decirles algo. Qui-Gon sabía que lo que ella le diría a partir de ese momento era la razón real por la que les había llamado. Miró de reojo a Obi-Wan para asegurarse de que el chico esperaría a que la Reina hablara. Obi-Wan asintió.
—Hay una razón que es importante —dijo la Reina al fin—. Otro factor que es importante que tengáis en cuenta: Elan.
¿Elan? —Qui-Gon no había oído anteriormente ese nombre.
—Hay una facción de galacianos conocidos como la gente de la montaña — explicó la reina Veda.
Pasó la mano suavemente sobre el mosaico de azulejos que tenía en la mesa delante de ella, y una pieza de azurita azul se desprendió en su mano. Lo hizo rodar en la palma de la mano, mientras sus anillos brillaban con la luz del sol que se colaba a través de la ventana que había detrás de ella.
—Elan es su líder. La gente de la montaña son exiliados que se oponen a la monarquía y se han unido en los escarpados terrenos montañosos que están a las afueras de la capital para vivir según sus propias leyes. No reconocen al Rey ni a la Reina. Se rumorea que son fieros y poco amistosos. Nunca permanecen mucho tiempo en el mismo sitio. Recolectan su propia comida y tienen a sus propios
 
sanadores. Raramente se dejan ver por extraños. Y, sin embargo, son muy odiados y temidos. Elan es una leyenda, casi un fantasma. Todavía no he logrado encontrar una persona que la haya visto.
¿Votarán en las elecciones? —preguntó Qui-Gon. La reina Veda negó con la cabeza.
—No. Se han negado a hacerlo. Fueron invitados
por los dos candidatos, Deca Brun y Wila Prammi, pero Elan rechazó reunirse con ellos. No reconocerá al nuevo gobernador, de la misma manera que ella nunca reconoció al rey Cana o a mí misma.
—Si eso es cierto, ¿de qué manera influirá Elan en las elecciones? —preguntó Qui-Gon.
—Ah —dijo la Reina—. La última pieza encaja en su sitio. —Depositó la pieza de azurita de vuelta a su lugar en el mosaico—. Ahora el dibujo está completo.
Obi-Wan lanzó una mirada de impaciencia a Qui-Gon. La reina Veda miraba fijamente el mosaico, perdida en sus pensamientos. Qui-Gon se dio cuenta de que había vuelto al pasado.
Pasó mucho rato hasta que ella volvió a levantar la cabeza.
—Admiro tu paciencia, Qui-Gon Jinn —dijo tranquilamente—. Ojalá yo tuviese ese don.
—No es un don, sino una lección que hay que aprender cada día —replicó Qui- Gon con una sonrisa.
La Reina le devolvió la sonrisa, afirmando con la cabeza.
—Sí, yo también intento aprenderlo. Eso me hace volver a la historia de mi vida. Cuando mi marido el rey Cana era joven y se enamoró. Nuestro matrimonio había sido concertado, como supondréis. Yo vivía en otra ciudad. Nunca nos habíamos visto. El rey Cana rompió su compromiso conmigo y se casó en secreto con otra mujer. Era una del grupo de la gente de las montañas. Naturalmente, el Consejo de Ministros se escandalizó. Ellos habían preparado nuestro matrimonio. Y el hecho de que el rey Cana se hubiese casado con una persona de las montañas era inaceptable. Los ministros tenían un gran poder y le obligaron a rechazarla. Cuando le contó a su mujer que había decidido obedecerles, ella dejó la ciudad y volvió con su gente. El Rey no sabía que era muy joven.
La Reina pasó con suavidad una mano ligeramente temblorosa sobre el tablero.
—El Rey descubrió este hecho más tarde. Y ni aun así la buscó. En aquel tiempo yo no sabía nada de todo esto. Llegué para la boda y me casé. Había una sombra en el corazón de mi marido que yo nunca entendí por qué estaba allí. Hasta el último año de su vida. Me contó la historia. Me dijo que era el mayor arrepentimiento de su vida. Nunca se había recuperado de la pérdida de su amor verdadero, ni de su cobardía al no salir a buscar a su enamorada.
—Puede que se equivocara —comentó Qui-Gon—. Está bien que reconociera
 
su error antes de morir. Pero, pregunto, ¿qué importancia tiene este hecho hoy en día, reina Veda? —Qui-Gon realizó esta pregunta aunque casi sabía ya la respuesta.
—Elan es su hija —la reina Veda contestó tranquilamente—. El pasado siempre vive en el presente.
¿Y por qué nos ha contado todo esto? —preguntó Qui-Gon.
—Porque yo también sé ahora que me estoy muriendo —contestó la Reina—. Elan es mi último secreto. Quiero hacer justicia antes de morir, justicia con Elan. Ella debería saber los derechos que tiene de nacimiento. Es la verdadera heredera de la corona, Beju no lo es. Debe tener la marca de la corona.
La Reina concluyó suavemente su relato. Su mirada empezaba a perderse otra vez, como si sus pensamientos hubiesen vuelto al pasado.
¿La marca de la corona? —puntualizó Qui-Gon.
—La marca de la sucesión —explicó la reina Veda—. No es una marca en el cuerpo. Es algo que sólo el Consejo de Ministros puede identificar.
¿El príncipe Beju no la tiene? —preguntó Qui-Gon.
—Si lo que me contó mi marido es verdad, no —replicó la Reina—. La principal preocupación del Consejo de Ministros no es probarlo. Como podéis imaginar, la mayoría de ellos no están contentos con que haya elecciones. El que gane tendrá el derecho a convocar elecciones al Consejo.
Qui-Gon asintió. Era obvio que el Consejo iba a apoyar a Beju para mantener su propio poder.
¿Qué quiere que hagamos? —preguntó.
—No puedo entrar en contacto con Elan —dijo la Reina—. Obviamente, ella no quiere reunirse conmigo. Pero si vosotros pudierais mandarle un mensaje y convo- carla a una reunión... Poca gente rechazaría la petición de un Jedi, admitidlo. La gente de la montaña ha cortado la comunicación con el exterior. Podría mandar a alguien que transmitiera el mensaje. Viajar a las montañas es difícil y peligroso. — La Reina se miró sus manos entrelazadas—. Y hay algo más que todavía no os he contado. El Consejo no quería que vinieseis. Tuve que negociar con ellos. Según los términos de nuestro acuerdo, no se os permite la salida de la ciudad de Galu.
—Esto complica las cosas aún más —observó Qui-Gon.
—Sí, pero no las hace imposibles —la Reina comentó esperanzada—. Quizás tú puedas...
De repente la ornamental puerta de metal de la habitación fue desplazada con tanta fuerza que golpeó en la pared haciendo un gran estruendo. El príncipe Beju irrumpió acompañado de un hombre alto y calvo vestido con un traje plateado.
El Príncipe señaló con el dedo a Obi-Wan y Qui-Gon.
¡Abandonad Gala de inmediato! —gritó.






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