Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 4. LA MARCA DE LA CORONA -Capítulo 18-

                                        



La reina del planeta Gata agoniza y Obi-Wan Kenobi y su maestro Qui-Gon Jinn deben preservar la paz planetaria y encontrar otro heredero antes de que el príncipe Beju, al que no el importa producir una guerra con tal de tomar el poder.


Capítulo 18

Wila Prammi salió elegido Gobernador de Gala por un amplio margen de votos. El príncipe Beju renunció a su candidatura para apoyarla. Le contó lo que sabía de Deca Brun, revelando su pacto con Giba y con Offworld. Después de hablar con Wila, Elan decidió apoyarla también, consiguiéndole todos los votos de la gente de la montaña.
Las calles de Galu se llenaron de gente que celebraba la victoria de Wila. La gente de la ciudad y de las montañas cantaban y gritaban juntos. A pesar de que Gala había tenido su peligro de revolución, habían logrado hacer una transición de poder pacífica.
No quedaba nada que retuviese ya a los Jedi en Gala. Qui-Gon estaba preocupado al enterarse de que Xánatos estaba implicado en lo que había pasado en este planeta. Su antiguo aprendiz ya debía saber que Qui-Gon y Obi-Wan eran los Jedi enviados como Guardianes de la Paz. Su viejo enemigo podría venir a buscarles. Qui-Gon no quería poner en peligro la paz de Gala. Lo mejor era desaparecer en la galaxia.
Qui-Gon fue a las estancias de la Reina para celebrar su última audiencia. Se encontró a la Reina de pie en la ventana mirando hacia Galu. Lucía un vestido azul oscuro con brillos de plata. No llevaba joyas y su pelo largo estaba peinado con sencillez. Los signos de su enfermedad todavía empañaban su belleza, pero Qui-Gon vio otros nuevos de salud en el ligero color de sus mejillas y en la claridad de sus ojos.
—Se me ha regalado algo único, Qui-Gon, algo que no esperaba —dijo—. Estaré viva para contemplar mi legado. Beju encontrará un camino mejor —dijo con una amplia sonrisa—. Todavía no se ha dado cuenta, pero yo estoy segura de ello. Gala será libre y vivirá en paz.
—Hablé con Elan —dijo Qui-Gon—. Regresa a las montañas, pero ha establecido un lazo de unión con Wila. No creo que se aisle de nuevo completamente.
—Yo también hablé con Elan —dijo la Reina—. Es una mujer joven muy destacada. De momento, ha rechazado tomar el apellido Tallah, pero lo considerará. Lo añadiría al apellido de sus padres, por supuesto. Cabezota hasta el final.
¿Y Jono? —preguntó Qui-Gon—. Obi-Wan está preocupado por él.
—Aunque Jono nos haya traicionado —dijo la Reina—, es mejor para todos olvidar. Jono será castigado, o al menos el chico lo entenderá como un castigo. Se le ha devuelto a su familia y va a aprender a ser granjero. Será uno más ahora.
—Y puede que aprenda algo sobre la libertad —observó Qui-Gon.
—Eso espero —coincidió la Reina—. Espero que todos lo hagamos. —Estudió un momento a Qui-Gon—. Todo ha terminado bien. Has cumplido tu misión. Y, sin embargo, pareces triste.
 
—Es verdad —admitió Qui-Gon—. Estoy intentando comprender por qué. A veces los dictados de nuestro propio corazón son un misterio.
La Reina asintió.
—Pregúntaselo a Beju —dijo—. Mi hijo está empezando a comprenderse a sí mismo.
—He estado pensando en lo que dejaré cuando me muera —dijo Qui-Gon—. Viajo de mundo a mundo. Mi conexión con cada ano de ellos es muy débil. ¿Cuál será mi legado?
La Reina sonrió. Extendió los brazos para abarcar a la ciudad de Galu que podía ver debajo de ella. Fuera, Qui-Gon veía a la gente que iba a trabajar, que se paraba a hablar en las calles o se encontraba al doblar una esquina. Era una escena con mucha vida, pacífica.
—Esto —dijo ella con amabilidad.
No dijo más. Pero Qui-Gon entendió su silencio. Desde el primer momento en el que había aterrizado en Gala, un sentimiento de resolución le había golpeado den- tro de él con fuerza. Como Jedi, tenía que dejar a su paso justicia y honor. No importaba si sus huellas desaparecían, o si años después nadie en Gala recordaba que dos Jedi habían aparecido para ayudar a que la transición fuese pacífica en su planeta. Recordarían la paz, y eso era suficiente.
Y tenía a Obi-Wan. Tras cada misión, estaba más convencido de que su padawan se estaba convirtiendo en un ser extraordinario, incluso entre los Jedi.
Lo que le enseñaba perduraría. Eso era suficiente legado.
Y además, seguro que había legados todavía tenía que encontrar.
Qui-Gon llevaba ya un rato con la Reina. Obi-Wan estaba sentado en la Cámara del Consejo con Elan y Beju. No se hablaban entre ellos. Viso les había pedido que se encontraran. Obi-Wan se estaba preguntando qué es lo que el miembro del Consejo planeaba.
Viso entró en la habitación. Echó hacia atrás su capucha y los miro con sus ojos azul lechoso, ojos que no podían ver pero que todavía sabían cómo mirar.
—Gracias por haber venido —les dijo—. Quiero enseñaros algo. A ti también, Obi-Wan.
Le siguieron a la antecámara de paredes azules. Viso condujo a Elan hasta situarla en la mitad del cuadrado que estaba en el centro.
Tan pronto como sus pies rozaron la marca, la fuente de poder de las paredes empezó a brillar. Lanzó rayos de luz. El pelo plateado de Elan acogió la luz, creando un halo plateado alrededor de su cara.
Los rayos dorados de repente la rodearon, pasando cada vez más deprisa.
Después se dispersaron en una explosión de luces destellantes.
Parecía que Elan brillara. Y entonces, Obi-Wan lo vio. La silueta de una corona se dibujó en su corazón.
 
¿Lo ves, Elan Tallah? —preguntó Viso—. Tú eres la princesa Elan.
Elan miró abajo a la sombra que se perfilaba en su pecho. La tocó, la cogió con una mano y observó la luz dorada moviéndose en su piel. Después salió del cua- drado. Los rayos se recogieron. Las paredes se oscurecieron. La habitación pasó a ser una simple estancia vacía otra vez.
—La última Princesa —dijo Elan. Viso se volvió hacia Beju.
¿Quieres que te escolte hasta tus habitaciones, mí Príncipe? Beju tragó saliva. Negó con la cabeza.
—Mi nombre es Beju —dijo.
Elan sonrió y le cogió de la mano.
—Vamos, hermano. Vayámonos juntos.
Obi-Wan vio cómo Elan y Beju salían de la habitación a la vez, seguidos por Viso.
Elan y Beju habían cambiado completamente su idea de lo que habían heredado de sus padres. Habían forjado un camino nuevo, tomando como legado sus propios caracteres, no sus posiciones sociales.
Eso, decidió Obi-Wan, era la verdadera marca de la grandeza.
Él, además, estaba en un camino que no podía prever. El Código Jedi era una parte de él tan importante como la herencia Tallah lo era para Elan y Beju. Sus ataduras no eran menos trascendentales.
Obi-Wan se dio cuenta de que había aprendido algo inesperado en esa misión.
Tenía un nuevo sentido del propósito.
Cuando se giró, se encontró a Qui-Gon de pie en el marco de la puerta, esperando. Le hubiera gustado hablarle a su Maestro de su nuevo propósito, de las preguntas que se había hecho cuando Qui-Gon estaba en las montañas, las preguntas acerca de su legado y lo que significaba.
Pero su Maestro parecía tan severo. Obi-Wan sabía que Qui-Gon tenía muchas ganas de partir de Gala. Su próxima misión les esperaba. Qui-Gon le diría que tenía que concentrarse en ella. Delante tendrían nuevas preguntas, nuevas complicaciones.
Siempre más preguntas que respuestas hay, Yoda les había dicho. Qui-Gon interrumpió los pensamientos de Obi-Wan.
—Es el momento de partir —dijo. Obi-Wan asintió.
—Estoy preparado.




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