Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 4. LA MARCA DE LA CORONA -Capítulo 12-

                                      



La reina del planeta Gata agoniza y Obi-Wan Kenobi y su maestro Qui-Gon Jinn deben preservar la paz planetaria y encontrar otro heredero antes de que el príncipe Beju, al que no el importa producir una guerra con tal de tomar el poder.


Capítulo 12

Cuando Qui-Gon se levantó se dio cuenta de que la tormenta había acabado. No había viento y una extraña calma reinaba sobre el campamento. Al abrir la puerta de la tienda, vio una alfombra blanca de nieve y un cielo azul despejado.
Elan querría que se marchara. Qui-Gon colocó sus cosas intentando ordenar sus pensamientos a la vez. ¿Le quedaba algún argumento que utilizar? Se negaba a darlo por perdido. Presentía que la participación de Elan en el proceso electoral sería trascendental para que tuviese éxito.
Comió un desayuno ligero y se encaminó hacia la tienda de Elan. La gente de las montañas ya estaba en pie. Los niños jugaban con la nieve. Un hombre recogía frutos tardíos del bosque de un arbusto. Dana le saludó con la mano cuando cruzaba un claro del bosque, llevando leña para un anciano.
Qui-Gon llamó a la puerta de la tienda de Elan, y ella le invitó a entrar.
Estaba mezclando pócimas en una mesa de trabajo situada en frente de un pequeño y animado fuego. Qui-Gon recordó las sospechas de Obi-Wan. Las había descartado inmediatamente. ¿Se habría equivocado al hacerlo? Todavía algo de Elan le parecía real, inocente. No podía imaginársela siendo la responsable de condenar a alguien a una muerte lenta por envenenamiento. Qui-Gon acercó una silla a donde estaba ella.
—No te pongas tan cómodo —le dijo—. Te marchas esta mañana.
—La nieve parece profunda —observó Qui-Gon.
—Te daremos un barredor —dijo.
Empezó a mezclar hierbas hasta hacer una pasta.
—Las heridas todavía me crean problemas —dijo Qui-Gon.
—Estoy preparándote una medicina —contestó imperturbable—. Casi tan buena como el bacta. ¿Crees que cambiaré de opinión, Qui-Gon? Si lo crees así, es que no me conoces.
—Ah —dijo—. Pues yo siento que sí te conozco.
El retumbar de un trueno de repente sacudió el ambiente tranquilo. La tienda se movió a consecuencia del estruendo.
—Otra tormenta —dijo Qui-Gon. Ella sonrió.
—Lo conseguiste.
El trueno retumbó otra vez. Qui-Gon se puso de pie inmediatamente. Cuando miró a Elan vio que su sonrisa había desaparecido.
—Eso no es un trueno —dijo Elan.
—Tanques —respondió Qui-Gon.
***
 
Cuando salieron corriendo de la tienda, Dana se dirigía hacia ellos.
—Nos atacan —dijo casi sin respiración—. ¡Es la guardia real! He visto sus insignias.
El ruido de los tanques hizo que el suelo temblara. Qui-Gon los vio aproximarse a través de un amplio claro. Los tanques tenían problemas con la nieve, pero no les impedía avanzar. La gente de la montaña no tenía mucho tiempo para reaccionar.
—Tenemos que desviarlos del campamento —gritó Elan.
Una sombra cayó sobre la nieve. Qui-Gon miró hacia arriba. Una enorme nave de transporte de la guardia real planeaba sobre el campamento. Aterrizó en un prado cubierto de nieve cerca de donde estaban los tanques. Las rampas se deslizaron hacia abajo por todos los flancos de la nave. Más tanques descendieron por ellas.
—Tanques de protones —dijo Qui-Gon—. Las tropas van dentro. No se arriesgan a salir a menos que sea estrictamente necesario.
—El campamento va a ser arrasado —dijo Dana. Elan se mordió un labio en actitud pensativa.
—El viento vino del noreste durante la tormenta, ¿no, Dana?
—Sí, pero...
—Haz que todo el mundo coja los barredores —ordenó Elan con autoridad—. Haz que Nuni lleve a los niños y a los ancianos a un refugio seguro. Y manda a Viva que coja mis medicinas. Nosotros... nosotros podríamos necesitarlas después. ¡Date prisa!
Dana asintió y salió corriendo. Elan se volvió a Qui-Gon. El Jedi admiró la frialdad de su cara en tales circunstancias.
—Y tú, Qui-Gon —dijo—. Necesitaré todos los barredores para el enfrentamiento. No te puedo dejar uno ahora. Pero te puedes ir montaña abajo por ese camino.
Le señaló un estrecho sendero que serpenteaba más allá de las tiendas.
—Utilizaré el barredor que prometiste dejarme —contestó Qui-Gon.
—Pero, no puedo...
Activó su sable láser y mantuvo su luz verde brillante delante de ella.
—No dejaré a tu gente desprotegida —dijo.
***
La gente de la montaña estaba lista para partir. Todos los mayores de diez años y menores de ochenta estaban sentados sobre los barredores, según dedujo.
Elan echó una pierna por encima del sillín del vehículo. Qui-Gon hizo lo mismo.
 
—Este es el plan —les dijo Elan—. Primero, despistamos a los tanques. Hay que confundirlos. Manteneos fuera del alcance de sus cañones. ¿Recordáis el juego del zoomball?
Todos asintieron. Les sonrió, intentando mirarles a todos a los ojos.
—Haced que los tanques sean los postes de las porterías. Volad como si estuvieseis enfrentándoos a los mejores jugadores de la galaxia. Vamos a intentar conducirles fuera del campamento. Entonces cuando ellos se crean fuertes, y estén confundidos, nos los llevaremos hacia el paso de Moonstruck.
— ¿El paso de Moonstruck? —preguntó Dana—. Pero... Elan sonrió.
—Exactamente.
Qui-Gon no tuvo tiempo de preguntar qué significaba aquello. Elan puso en marcha sus motores y despegó. En unos segundos, era solamente un punto en la distancia. Los otros la siguieron.
Qui-Gon había conducido deslizadores y toda clase de vehículos voladores. Pero ésta era su primera experiencia pilotando un barredor. Los controles del motor, así como la dirección, estaban en el manillar. Encendió el motor tal como había hecho Elan, cogió velocidad y después corrigió su dirección suavemente moviendo la parte derecha del manillar. Inmediatamente, el barredor despegó y se dirigió hacia un árbol.
— ¡Inclínate para girar! —le gritó alguien a su izquierda, y Qui-Gon lo hizo, agarrándose para no caerse.
Una vez que sintió que el barredor estaba bajo control, trató de hacer las maniobras con más cuidado. Ahora ya estaba preparado para mantenerse con los otros, o por lo menos tenerlos a la vista.
De repente, Qui-Gon empezó a entenderse con la máquina. Era más sensible de lo que estaba acostumbrado a manejar, pero también más manejable. Antes de enfrentarse a los cañones, practicó movimientos en el aire y vueltas diversas. Después cogió velocidad para unirse a los otros, que ya casi habían llegado a la zona donde estaban los tanques.
Elan se volvió cuando le vio circular a su lado.
—A tiempo —dijo. Su sonrisa era amistosa, como si hubiesen salido a dar una vuelta con los barredores—. ¿Crees que te las apañarás con la máquina?
—Lo haré lo mejor que pueda —respondió Qui-Gon, justo cuando un disparo de un cañón se estrellaba contra un árbol que había a su izquierda.
—Lo necesitarás —contestó Elan.
Giró rápidamente su manillar hacia la derecha, para evitar otro láser disparado desde el cañón.
Los barredores se esparcieron en formación, dividiéndose y zumbando al elevarse. Primero avanzaban hacia los cañones y después se retiraban. De
 
repente, Qui-Gon se dio cuenta del ritmo. Entendió por qué Elan lo había relacionado con un juego. Los tanques parecían torpes comparados con los pequeños y ágiles barredores. Podían subir alto y bajar zumbando hasta la boca de los cañones y después esfumarse sin que la guardia real tuviese la más mínima oportunidad de hacer fuego.
Elan y Dana hicieron que un tanque las persiguiera, perdiéndose montaña abajo. Qui-Gon oyó un estruendo enorme y un grito de alegría lanzado por la gente de las montañas. El tanque había caído en la boca de un barranco.
— ¡El paso de Moonstruck! —gritó Elan.
Paró los motores manteniéndose en el aire mientras otro disparo de cañón no le acertó por un pelo. Después descendió, yendo hacia abajo de las montañas, pero zigzagueando constantemente de derecha a izquierda, arriba y abajo. Qui-Gon siguió su irregular trayectoria.
Los tanques encontraban dificultades para seguirles. Qui-Gon pensó que ellos habrían imaginado que la batalla sería fácil. Sólo tendrían que utilizar sus armas de destrucción masiva en el campo, arrasarlo y después capturar a los supervivientes. No esperaban tener que perseguir a la gente de la montaña colina abajo. Si fueran inteligentes, no les perseguirían. Pero la guardia real estaba oxidada. No habían luchado en una batalla táctica desde hacía varias generaciones. La mayor parte de su trabajo consistía en intervenir en pequeños conflictos en las ciudades. Tenían demasiada fuerza y poca táctica.
Pero Qui-Gon sabía que era mejor no subestimar esos tanques. Una vez que hubiesen capturado a Elan y la gente de la montaña, podían ganar la batalla por la potencia de sus armas. ¿Cómo iban a oponerse unas pocas ballestas láser, y un sable, a semejante armamento?
Qui-Gon permanecía en la parte trasera de los barredores, intentando evitar el fuego que mandaban los tanques. No tenía ni idea de a dónde estaban yendo. Las montañas empezaban a estrecharse por ambos lados. Empezó a preocuparse. Pronto, los barredores no podrían maniobrar libremente y ésa era su única ventaja táctica.
La luz del sol rebotaba en la nieve caída, cegándole. De repente, los barredores que iban delante de él redujeron su velocidad. Qui-Gon rápidamente se fue hacia atrás, en una posición muy poco confortable, cerca del tanque que les perseguía. La Fuerza surgió alrededor de él, advirtiéndole, y se echó hacia la izquierda. El fuego del cañón no le alcanzó por milímetros. Pudo sentir el calor del disparo rozando su espalda.
Qui-Gon se fue hacia delante para alcanzar a los otros barredores. El sol era ahora tan brillante sobre la nieve que apenas podía ver. Usó la Fuerza para que le guiara. Se dio cuenta de que el camino que iba siguiendo se hacía cada vez más estrecho, el cañón que tenían delante se curvaba hacia atrás sobre sí mismo formando una especie de bola. Les atraparían allí, pensó. ¿Había perdido Elan el juicio? ¿O tenía un plan en la cabeza? Le hubiera gustado saberlo.
Consiguió coger la velocidad de los otros barredores, que estaban planeando
 
alto, encima del desfiladero hacia el cañón. Qui-Gon se unió a ellos. Cuando llegaran los tanques, los iban a hacer pedazos.
Los Jedi están preparados a morir en cualquier momento. Pero, ¿tenía Elan que
invitarle a hacerlo?
Los tanques rugieron, cogiendo velocidad tan pronto la guardia real se dio cuenta de que iban a atrapar a la gente de las montañas. Los cañones de iones soltaban bombas, más para celebrar el triunfo que como parte de una estrategia de batalla. Los tanques enfilaron el cañón. El primero maniobró para disparar a los barredores que sobrevolaban...
Y de repente se hundió en un enorme agujero. La nieve y el hielo se derrumbaron desde la cima. El segundo tanque se encontró con un suelo de hielo y fue engullido.
Era demasiado tarde para que los otros retrocedieran. Uno a uno iban a parar a la cima cubierta de hielo y nieve y eran engullidos. En unos instantes, todos los tanques habían desaparecido.
Elan se situó al lado de Qui-Gon. El viento helado había hecho enrojecer sus mejillas. Sus ojos relucían.
—No sé por qué pensaste que necesitarías ese sable láser —le dijo.





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