Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 4. LA MARCA DE LA CORONA -Capítulo 13-

                                       



La reina del planeta Gata agoniza y Obi-Wan Kenobi y su maestro Qui-Gon Jinn deben preservar la paz planetaria y encontrar otro heredero antes de que el príncipe Beju, al que no el importa producir una guerra con tal de tomar el poder.


Capítulo 13

Elan sabía que con el viento del noreste, el cañón habría creado agujeros de
 
cientos de metros de profundidad. La falta de luz solar por la mañana habría creado una capa de hielo en la parte alta. Apostó a que los tanques se situarían encima, ansiosos por capturar a la gente de la montaña.
Su apuesta había resultado ganadora. La gente de la montaña había ganado la batalla sin tener ni una sola baja. Podrían haber dejado a la guardia real que se muriera de aburrimiento en la nieve. Qui-Gon no podría preveerlo, porque no habría desenterrado los tanques. Pero para su sorpresa, Elan organizó una operación de rescate.
Usando taladradores de nieve, que sobrevolaban unos centímetros por encima de la superficie, la gente de la montaña excavó túneles por debajo de las puertas de salida de los tanques. Sacaron a los sorprendidos y agradecidos soldados a la superficie y les llevaron en los barredores de vuelta al campamento.
Les alojaron en la tienda más grande y les trajeron mantas. Pusieron guardias en la puerta de la tienda, pero ninguno de los soldados hizo intención de escaparse.
Estaban agradecidos por tener un cobijo caliente. Se les proporcionó vendas y medicinas a aquellos que lo necesitaban. La caída en la nieve había herido a unos cuantos. Un soldado se había torcido la muñeca. La mujer soldado que conducía el tanque que había caído por el terraplén tenía una herida en la sien. Ésos eran todos los heridos.
Qui-Gon intentó contactar con Obi-Wan por el sistema de comunicación. Necesitaba saber qué es lo que estaba pasando en palacio. ¿Quién había ordenado el ataque? ¿El príncipe Beju? Qui-Gon sabía una cosa: la desesperación había acelerado el ataque. Esto significaba que la situación podía ser tensa en la capital.
Obi-Wan no respondió. Qui-Gon alejó un momento sus preocupaciones. Se dirigió hacia la tienda de Elan.
—Ahora yo tengo un problema —gruñó Elan cuando entró Qui-Gon. Estaba ocupada atendiendo a una persona mayor que se había herido al engancharse con una rama cuando pilotaba el barredor—. ¿Qué voy a hacer con todos ellos? No puedo dejar que se pierdan en la montaña. Quizás tú puedas llevártelos de vuelta a la ciudad.
Esparció un ungüento por la frente del anciano y después le vendó con cuidado.
—Deberías haberte quedado con el resto de los ancianos, Domi —le regañó.
—Soy demasiado joven para ser un anciano —dijo Domi. Elan suspiró mientras se enjuagaba las manos.
—Ahora tengo que alimentarlos a todos. Nos vamos a quedar sin reservas en una semana.
Todavía quejándose, Elan se dio la vuelta. Domi sonrió a Qui-Gon.
—Tiene buen corazón, nuestra Elan —dijo Domi.
 
—Y respuestas cortantes—dijo Qui-Gon. Domi se rió.
—Es verdad. —Se tocó su vendaje con muchísimo cuidado—. Tiene las mismas manos para curar que su padre.
— ¿Conocías a su padre? —preguntó Qui-Gon con curiosidad—.
—La memoria de Rowi es todavía venerada por nuestra gente —contestó Domi
—. Conocía todas las hierbas de la montaña. Le pasó todos sus conocimientos a Elan. Y su madre Tema era conocida por su coraje. Fue una de las pocas que nos abandonó. Estaba cansada, quería ver el mundo exterior. Pero volvió. La gente de la montaña siempre vuelve.
Domi se deslizó fuera de la camilla.
— ¿A dónde fue Tema? —preguntó Qui-Gon.
—A Galu, donde todos ellos van —contestó Domi—. Y de donde todos regresan. Tema era artesana, y había oído que en palacio necesitaban trabajadores. Quería ver la vida que había más allá de las montañas. Nunca habló de lo que se encontró allí. A mí nunca me ha apetecido ir. Echaría de menos las montañas.
Sonriendo, Domi se fue. Qui-Gon frunció el ceño. Así que Elan le había mentido. Su madre había ido a Galu, después de todo. Y había trabajado en palacio.
Se dio cuenta de que Elan tenía que tener miedo. Él había sacudido su mundo, su creencia de cuáles eran sus orígenes. Puede que ella rechazara sus palabras. Pero seguro que no era capaz de olvidarlas.
***
Elan había ido a la tienda de las cocinas, pero se había ido al poco de llegar. La preparación de las comidas estaba bajo control. Qui-Gon se fue hacia la tienda de los prisioneros, con la esperanza de encontrarla allí.
Saludó al guardia apostado allí y entró. Los soldados se habían juntado en grupos pequeños y hablaban tranquilamente. Elan no estaba allí. Qui-Gon vio a un oficial sentado solo junto a la unidad de calor. Su túnica tenía rasgaduras y llevaba una mano vendada. Miraba fijamente a las relucientes barras de la unidad de calor.
Qui-Gon se sentó junto a él.
¿Estás bien? —preguntó con calma—. ¿Necesitas un médico?
—Él dijo que eran bárbaros —dijo el oficial torpemente—. Dijo que mataban por deporte y que atacarían la ciudad en breve. En vez de eso, nos rescataron de morir de hambre y asfixia. Dijo que tenían que ser aniquilados para salvar a Galu. Dijo que no tenían compasión. Y en vez de eso, nos han dado mantas.
¿Quién dijo eso? —preguntó Qui-Gon—. ¿El príncipe Beju?
 
¿Recibir órdenes de ese cachorro? —negó el oficial con la cabeza—. Es Giba quien da las órdenes. Y nos ha decepcionado.
***
Qui-Gon tenía que hablar con Obi-Wan. Tenían que detener a Giba. Si estaba dispuesto a acabar con la gente de las montañas para matar a Elan, no había duda que estaba maquinando algún plan para hacerse con el gobierno.
Otra vez, Obi-Wan no respondió su llamada. Ahora Qui-Gon sí que estaba realmente preocupado. Algo iba mal. Su padawan sabía lo importante que era estar en contacto.
De repente, Qui-Gon sintió una interferencia en la Fuerza, una onda de peligro.
Sólo podía ser de Obi-Wan. Tenía que volver a Galu inmediatamente.
Buscó a Elan, y finalmente la encontró cuando salía de la tienda de los niños.
Rápidamente le contó que Giba era el responsable del ataque.
¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó esquivando su mirada.
—Este ataque se planeó para acabar contigo —dijo Qui-Gon—. Si tiene que acabar con toda tu gente, lo hará. ¿No te da idea eso de lo desesperado que está? No estarás segura hasta que Gala elija a sus gobernantes. Y no hay duda de que esos gobernantes estarán bajo su poder, con lo que tampoco estarás segura entonces. Giba hará todo lo que pueda para conseguir sus objetivos. Creemos que está envenenando a la reina Veda.
Elan palideció. La historia que le había contado sobre ella Qui-Gon volvió a aparecer. Parecía que estaba temblando.
—Te lo dije, no tengo nada que ver con la reina Veda —murmuró.
—Sé que me mentiste sobre tu madre —dijo Qui-Gon tranquilamente—. Ella trabajó en palacio. ¿No puedes ni siquiera admitir la posibilidad de que la Reina esté diciendo la verdad? Me temo que está siendo castigada por compartir la verdad conmigo y contigo.
Elan volvió la cara. Se quedó mirando los árboles.
—Gala decaerá sin ti —dijo—. Debo volver. Ven conmigo. La mirada de Elan, cuando se volvió, era fiera.
—No seré una Princesa —le advirtió.
—Ni deberías —replicó Qui-Gon—. Elan es suficiente.






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